Aspiras su aroma; mientras lo haces tus ojos permanecen fijos en un punto inabarcable; un vértice que está y no está a tu alcance; no observas cualquier objeto; no consideras cualquier cuerpo; vives la fragancia como un fin en sí mismo; o acaso no, sólo se trate de la vía para llegar a otros ojos; sólo el procedimiento para percibir otra esencia; sólo la red que extiendes sobre un paisaje que deseas cubrir; o acaso el recurso para que lo ajeno quede atrapado en la casa de tu deseo más inaccesible; hueles y piensas; hueles y preguntas; hueles y te paralizas; tus facciones sugieren rigidez pero están más vivas que nunca; simulan inacción, mas están cargadas de recorrido; un ojo solicita, el otro exige; no son iguales; pero tus cejas se enarcan como si ya hubieras salido de ti hace tiempo; como si el viaje hacia lo profundo no tuviera retorno; ni siquiera prestas atención a las gotas de sangre diminutas que las espinas del tallo han inferido en tus dedos; son las circunstancias, merecía la pena el riesgo; eso te parece; la flor, en cambio, es el acontecimiento; eso crees; no te importa sentir la pequeña herida; te angustia, por el contrario, la privación; oler y no percibir; oler y no estremecerte; oler y no envolverte en los pétalos que deberían abrirse a tu sentido íntimo; oler y no ser tomado por la propia sustancia; oler y no sentir que estás inmerso en la rosa; contemplas la elección; la has tomado como la única; al elegirla corriste el riesgo del acierto, incluso el que supone avanzar por tu propia senda; ¿será la más perfumada?, te preguntas; no te interesa la respuesta, fue tu decisión; pero no es tu olfato el que te provoca los latidos que ocultas hábilmente; es tu mente la que vuela; son tus sueños los que parten; es tu grito el que reprimes; te ausentas;
(El japonés Eikoh Hosoe es el autor de la fotografía)
(El japonés Eikoh Hosoe es el autor de la fotografía)
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