Ese instante en que el cuerpo es una letra. En que el texto del libro asido se derrama sobre el diván. Configurando una sintaxis, un argumento añadido, la continuación de una historia. Untando de palabras las manos, el vestido, la tapicería. Las horas cesan y los sueños se encarnan en una recitación postural. Olvido de los quehaceres, traición de los compromisos, desplazamiento de las cuitas más aguerridas. ¿Cómo modelamos nuestra naturaleza cuando leemos? El cuerpo se flexiona para facilitar el viaje de la mente. Renovación de posiciones, variedad infinita de escorzos, generación continua de movimientos. Leemos en plan de cubito supino o con el brazo bajo la cabeza, sujetando el libro con dos manos o con una, con tres dedos o con dos, en fetal o boca abajo, inclinando las vértebras o cruzando las piernas, elevando los talones o golpeteando con las suelas el firme. ¿Dónde leemos? En los lugares de costumbre y en los espacios del azar. En la rigidez de una espera y en el paseo. En los ámbitos a media luz y bajo el foco. En el recogimiento y en la intemperie. En la tensión y en la flojedad. En la euforia y en el derrumbe. En el tránsito y en la paralización. Al borde de un río y apoyados sobre una mesa de mármol vieja. En el barrio nuevo y en la ciudad antigua. En lo alto de un acantilado y a la vera de un erial. Escuchando el rumor agitado de la lluvia que cae y embutidos en el silencio del desierto. Leemos a boca cerrada y leemos musitando. Nos sentimos como Dánae, fecundados por la lluvia de oro impresa enviada por el dios.
(La fotografía es obra de la artista búlgara Katia Chausheva)
(La fotografía es obra de la artista búlgara Katia Chausheva)
No sé si habrá algún libro titulado Las mil maneras de leer un libro, pero merecería la pena escribirlo. Saludos.
ResponderEliminarDesde luego, Sebastián, que si te enteras deberías decírmelo. La idea es tentadora. Imagina: una postura = un libro determinado. Ahora bien, ¿qué criterios seguir para hallar una ecuación amable y acertada? Hasta pronto.
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