Hubo un momento esta tarde en que, a pesar del sol, la luz era gris y el aire olía ácidamente. Al salir de la ciudad, caminando por los antiguos caminos, tan difíciles ya de reconocer, sentí que el viento echaba un pulso al cuerpo. El estremecimiento me habla de novedad y de transformación. No pude evitar recorrer los jardines de la gran mansión. A cada cambio de estación cumplo con mi peregrinaje. Paso entre la fronda de su avenida, subo por las laderas de cipreses y cuando llego a la rotonda me paro ante el estanque de la estatua sumergida. Nada es lo mismo en el recorrido circular que va de un solsticio a un equinoccio y luego a otro solsticio y así sin fin. Ni la humedad, ni los colores, ni los aromas, ni el brillo de las estatuas, ni las huellas de los paseantes. Las primeras hojas caídas de los plátanos y de los abedules van sembrando insinuaciones. Miro con cierta tristeza los bancos vacíos. El preludio de una larga temporada de desistimiento y de olvido. Cada época cambiante del año se ratifica en sí misma. Me gusta verlas sin tener que elegir. O tal vez sí, tal vez las elijo a todas. Necesito comprobar cómo se habitúa el paisaje a cada exuberancia o a cada retirada. Necesito percibir ese deslizamiento aparentemente sordo de los días, y cómo los objetos y los espacios y las miradas se van adecuando al tránsito forzado por la traslación del planeta. Nada como fijar un lugar de peregrinación recurrente y metódico. Practicar ese juego de comparaciones sin agravio, de valoración sin exaltaciones, de percepciones sensoriales que nos toman y nos dejan, me da aliento. Sentirme siempre en medio de los elementos que se forman y se deshacen. ¿Por qué acabo siempre mi caminata ante la estatua sumergida? Acaso porque hay algo de eterna vestal en ella, o de diosa pillada in fraganti en un escarceo de actitud humana, o de pitonisa tentada a predecirme mi próximo otoño, o de ramera insinuante. O puede que sólo porque es una estatua y el poder de seducción que una estatua (no una mujer estatua) ejerce sobre mi viene de perdidas imágenes de la infancia. La inmersión permanente la mantiene a salvo de los contrastes exteriores. Cierto que la salinidad y el verdín la hacen envejecer sin lograr opacar su sonrisa. Pero ella sobrevive esperando siempre mi llegada. No en vano ha vuelto el rostro al escuchar mis pasos. Tengo que hacer un esfuerzo para no prestar atención a su canto de sirena lacia. Tan sólo la sonrío y la contemplo mudo. Ella lo entiende. Ella sabe que debe permanecer allí abajo. Como yo debo proseguir mis desencuentros. Al abandonar el jardín el atardecer me trae la memoria. Y aquel poema de Eugénio de Andrade...
¿De qué lado has visto llegar
el otoño? ¿Por qué ventana
lo has dejado entrar? ¿Eres tú quien
canta en sordina, o la luz
espesa de sus hojas?
¿En qué río te desvistes para soñar?
¿Es conmigo con quien vuelves
a tener quince años y corres
contra el viento hasta perderte
en la curva de la carretera?
¿A quién das la mano y confías
un secreto? Cuéntame,
cuéntame, para que pueda habitar
uno a uno mis días.
¿De qué lado has visto llegar
el otoño? ¿Por qué ventana
lo has dejado entrar? ¿Eres tú quien
canta en sordina, o la luz
espesa de sus hojas?
¿En qué río te desvistes para soñar?
¿Es conmigo con quien vuelves
a tener quince años y corres
contra el viento hasta perderte
en la curva de la carretera?
¿A quién das la mano y confías
un secreto? Cuéntame,
cuéntame, para que pueda habitar
uno a uno mis días.
(El poema pertenece a Los surcos de la sed, del poeta portugués Eugénio de Andrade; la fotografía es de la checa Petra Rucickova)
Qué poesía tan bella y tan extensiva. De Andrade cambia tu estatua por su memoria de la mujer perdida. Que en definitiva es la edad irrecuperable. Qué placidez encuentro en un recuerdo que no se deja vencer por la melancolía. Precioso. Tengo que descubrir a este escritor ¿portugués o brasileño? Fuerte saludo.
ResponderEliminarFerrán. La poesía de este autor portugués es una delicia, recurriré en más ocasiones a sus citas en el blog. Buenas noches.
ResponderEliminarProsigue la búsqueda.
ResponderEliminarDescubre otra vez, con los pasos del otro, que él anda de nuevo, por esta estación nueva.
Ganas de vivir, ganas de conocimiento.
Existir.
La búsqueda, siempre la búsqueda.
Tampoco yo conocía a Eugenio de Andrade y acabo de encontrarlo en portugués, buscando cosas suyas,en el google. "Sulcos" se titula.
Surcos que la vida trabaja, con paciencia y esmero.
No puede ser, ¿esto crea adicción?
Saludos de domingo lluvioso.
Los surcos de la sed es un poemario precioso.
ResponderEliminarDescubre a Andrade.
¿A qué te refieres en tu pregunta si crea adicción?
Al ansia de conocimiento, en la tela de araña.
ResponderEliminarUn autor lleva a otro, y a otro, y a otro...
No querría quedar atrapada.
Solo es eso, un pensamiento en voz alta.
Buenas noches tengas, Fackel
En este caso, un lector conduce a otro lector hasta un autor...Hay obras literarias, como hay paisajes o platos o voces, que no hay que temer. No se cae en ellos, uno se libera en ellos. Conoces. Disfrutas. Te sientes.
ResponderEliminarSegún el mito del Génesis, transgredimos desde siempre los primeros preceptos, precisamente porque queríamos saber...Es a causa de nuestra ansia de conocimiento por la cual el terrible Dios de los judíos nos condenó de por vida. Jaj. ¡Pero a cambio hemos conocido, conocemos y conoceremos! Y ni ese Dios ni ninguno podrá impedirlo.
Buena y latente noche.