No hay como las pinturas murales con cierta intención. No me refiero a los grafitis pringosos de las bandas de adolescentes sin imaginación, meros escupitajos sobre las fachadas. Hablo del muralismo como una forma de expresión pictórica y cívica. Intentos de adornar las paredes abandonadas, los muros opresivos, los rincones deprimidos, los espacios apartados. Ganas de proyectar vida donde ésta muchas veces escasea o se vuelve gris y anodina. Motivaciones estéticas o actitudes de crítica a instituciones y formas de gestionar las cosas por parte de los políticos profesionales. Esta cara verde está pintada en el mismo solar abandonado de la foto del post anterior. A primera vista no se encuentra significado en ella. Pero aunque no lo tuviera, ese hálito caricaturesco y pícaro del rostro le salvaría. Habla por sí mismo y transmite simpatía. Y sin embargo, cuando yo pasé por aquella calle, en el solar había dormido un tipo marginal que se despertaba en ese momento. Me pidió un cigarrillo y le di una botella de tinto de Penedés recién comprada en una tienda del barrio. El personaje había pasado la noche en un iglú de campaña y tal pareciera que el hombre verde le miraba en un guiño de acompañamiento. Fue entonces cuando advertí la verdadera y grata acepción del mural. Tal vez se trataba de una indicación a los desposeídos para que utilizaran furtivamente el hueco. Tal vez fuera mera complicidad. Acaso se tratase de una aparición mítica. O se revelara como uno de esos dioses lares que los vagabundos también tienen y que se muestran cuando estos solicitan su amparo. ¿Quién hablaba de videocámaras callejeras? Las hay a patadas y ya no se sabe quién echa un pulso de libertad a quién cuando se anda por las calles. El ojo desmesurado del hombre verde desafiaba las vigilancia y a la vez prevenía al errante de la acechanza de los controles del orden. Sabes, escogí este lugar porque esa cara verde estaba ahí, me dijo el vagabundo. Me parecía que hablaba conmigo, que me proponía una partida de cartas o hacer unos chistes. Y mira, me sentía seguro. Su confesión me estaba dejando perplejo. ¿No dicen que el verde es el color de la naturaleza? Ya, no necesariamente, he visto naturalezas ocres y amarillas y azules, lo he visto todo en cuestión de colores. Ver la vida es ver colores, y no sólo eso. Hosti, he visto la sangre con frecuencia y nunca tengo claro qué color es el de la sangre. A mi no me parece que la sangre tenga un color definido. Me parece una mancha, sobre todo eso, una masa que se desparrama, que primero tiene un tono, luego otro y cuando oyes a la gente chillar y quejarse te parece que tiene todos los colores del arcoiris. Y cuando no dejan de sangrar y callan es como si perdieran todos los colores. Parece que sólo quedara el negro, pero ni eso. A mi me acomplejaba la clarividencia que tenía aquel hombre sobre los colores. Siguió hablando. ¿El verde? También dicen que es color de la esperanza, pero a mi esto me ha parecido siempre una horterada, un cuento, porque mira que llevo años manteniendo la esperanza de seguir viviendo por seguir viviendo, y no he visto nunca su color. Pero ayer al atardecer cuando llegué aquí esa cara verde me resultaba otra cosa. Al principio creí que era una alucinación, ya sabes, bebo, fumo juanita, sueño, y me dije, te lo imaginas, tío, te lo imaginas. Luego vi las enredaderas o las trepadoras o lo que sean las hojas esas, y joder, creí que salía esa cara de ahí, pero me tranquilizaba, y me sentía respaldado. Así que levanté este chiringuito donde he pasado la noche. ¿Lo coges, paisa?
El poder de las pinturas murales, ése sí que es poder para algunos.
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