"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





sábado, 30 de junio de 2007

La letra ajena


(Variaciones XXV)


Y en ese querer solo escucharse a sí mismo el hombre se ha sentado bajo la sombra de dos higueras gemelas en el patio de la casa. Se siente fresco. Pero también percibe cierta agitación en las profundidades del ser que se abandona. Sabe que su reencuentro pasa indudablemente por recuperar el instinto de la escritura y recuperar unas posibilidades que hasta ahora sus quehaceres occidentales se lo habían impedido. Cree que la lejanía física en todos los sentidos, no sólo de la geografía que ha dejado atrás sino también de las obligaciones que ha marginado y de los recuerdos que trata que no le afecten, le van a permitir desarrollar una expresión que le redima. Cuenta con la capacidad de observación que da la distancia, se siente reafirmado por la disponibilidad abundante del tiempo, considera que los silencios que rodean su presencia facilitan la disciplina y la concentración para intentar hablar por escrito. No puede ocultarse que teme no contener la catarata de la memoria, justo todo ese bagaje que le atropella acumulado desde los años más lejanos de su vida. Pero confía, con esa relativa seguridad que aporta el optimismo de quien necesita renovarse a fondo, en el aislamiento y en una particular actitud zen para domeñar el instinto y aplicar el orden preciso a sus intenciones. Si consigue apartar la ansiedad que ha caracterizado siempre la vorágine de su existencia, ya habrá dado un primer paso. Si no se obliga a dar vueltas a lo accesorio y no se obsesiona con los efectos, ya habrá puesto la primera línea en un papel blanco. Sin embargo, la lectura medida y cautivante de un libro le depara sorpresas y le hace reflexionar. Es esa letra ajena la que le atraviesa y le sobrevuela como un ángel protector. Llega a un párrafo que le ha paralizado y que ha releído varias veces:


Igual que todos los escritores sin talento y sin verdadera vocación, Daville albergaba el error inveterado e inextirpable de que ciertas acciones mentales conscientes conducen al hombre hacia la poesía y de que en la creación poética se puede encontrar un consuelo o recompensa por los males que la vida nos impone y con los que nos rodea.

En su juventud, Daville se había preguntado varias veces si era poeta o no, si su trabajo en ese campo tenía sentido o no. Ahora, al cabo de tantos años y tantos esfuerzos que no habían aportado ningún éxito, pero tampoco ningún fracaso, podía parecer evidente que no era poeta. Sin embargo, como suele suceder, con los años, Daville "trabajaba en su poesía" más obstinada y mecánicamente, sin plantearse ya la cuestión, que la juventud, en el examen y crítica valientes y honestos que hace de sí misma, se plantea con tanta frecuencia. Mientras era joven y mientras aún encontraba a alguien que lo alentaba con elogio, escribía menos, y justo ahora, cuando ya había entrado en años, cuando ya no había nadie que lo tomara en serio como poeta, trabajaba con regularidad y diligencia. La necesidad inconsciente de expresión y el vigor engañoso de la juventud se habían trocado en costumbre inerte y aplicación. Porque la aplicación, esa virtud que tan a menudo aparece donde no debe, o cuando ya no es necesaria, ha sido desde siempre el consuelo de los escritores sin talento y la desgracia del arte. Las circunstancias extraordinarias, la soledad y el tedio al que durante años había sido condenado, obligaban al cónsul cada vez más a seguir esa estéril carretera secundaria, ese pecado inocente al que llamaba poesía.

Se pregunta si el autor, Ivo Andric, que tan bien desarrolla su literaria Crónica de Travnik, lo dejaba caer como crítica a lo que había visto y comprobado en su tiempo. Para él aquello suena a toque de atención, a reflexión a tiempo y a consideración a tener en cuenta.


2 comentarios:

  1. Parece que la paz no es el mejor de los temples, ni el silencio el mejor de los sonidos. Cuando la página en blanco y cuando el cuaderno que se estrena, cualquier letra parece manchar. Entiendo o interpreto que apuestas por el fuego y el impulso, por la escritura como enfermedad o como destino, más que como curación o dedicación. Bajo las higueras gemelas del jardín, a la siesta, no hace falta escribir, basta respirar y sentir el fresco.

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  2. Podría ser, Francisco, podría ser. Un poco de todo, más bien. En el principio también fueron las higueras. Y además sirven para esconderse debajo de ellas, sobre todo si son grandes y el individuo es un niño y pequeño...

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