El hombre del diario anota lo que se mueve entre su mente y el caos. Tendría que decir entre su mundo interior y el mundo exterior, pero sería tan perogrullesco como inútil mencionarlo así. Porque lo que bulle en la mente de uno es siempre una concatenación de estímulos, cuando no de abandonos. Y encima la memoria, esa larga mano que opera con un bumerán cifrado de misterios y de búsquedas.
El hombre del diario ha visitado en algunas ocasiones la fabulosa Baalbek, otrora insignia imperial romana y lugar turístico en estos tiempos. Siempre le pareció un complejo de ruinas admirable adscrito a una ciudad libanesa discreta y apacible. Hoy el hombre se sobrecoge. No sabe muy bien cómo habrán quedado las dos Baalbek tras la última aventura impune del Estado de Israel. No sabe si estarán enteras o no las piedras de los templos y de las calles (redundando: ¿pueden estar más ruinosas unas ruinas?)
La incuria de la historia (eufemismo usado para englobar arrasamientos, destrucciones, alejamientos y olvidos varios, con agentes directos con nombres y apellidos causantes de los desmanes) no le recuerda siempre a uno aquello de "Estos campos, Flavio, que ves aquí...", porque no se trata de algo meramente pastoril y con nostalgia bucólica. En Baalbek y otras ciudades libanesas huele aún la carne quemada, se filtra el humo de los edificios incendiados y las gentes se quedan perplejas ante las pérdidas y humilladas por las ofensas.
Y entonces, el hombre del diario, que anda leyendo estos días los poemas de Mark Strand, da con uno que se titula UN VIEJO SE DESPIERTA EN SU PROPIA MUERTE, y piensa que ese viejo del poema bien podría tratarse de una ciudad en ruinas: un hombre y una ciudad en ruinas comparten la vejez, o bien ese paso más acá y más allá de la muerte llamado intemporalidad.
"Éste es el lugar que me ofrecieron
cuando fui a dormirme,
el que me arrebataron cuando desperté.
Éste es el lugar ignorado por todos,
donde los nombres de las estrellas y los barcos
vagan fuera de todo alcance.
Las montañas no son más las montañas;
El sol no es el sol.
Uno tiende a olvidar cómo era;
me veo a mi mismo y veo
un fulgor de tinieblas en mi frente.
Una vez yo fui todo, una vez yo fui joven...
Como si eso importara ahora
y tú pudieras escucharme
y el tiempo de ese lugar pudiera detenerse."
Como una oración laica por Baalbek, la nueva y la de siempre.
Es sorprendente. La primera vez que yo oí hablar de Baalbek fue hace muchísimo tiempo en un programa nocturno de una emisora EAJ-no-sé-qué que se titulaba Peter Gay o algo así y hacía una serie de disquisiciones sobre extraterrestres que habían levantado aquellos templos. La emisión atrapaba y mira por dónde ahora resulta que ni los extraterrestres ni Dios ni Alá han protegido a los lugareños de la furia de los israelíes. ¿Será porque estos son el "pueblo elegido"?
ResponderEliminarInteresante tu aportación, Sebastián. Da un poco miedo oir esa especie de crítica sobre el "pueblo elegido" (el Estado de Israel se aprovecha de su pasado victimista para tildar a todos los críticos con su política de antisemitas) Pero yo te entiendo y no te corrijo. Que corrijan ellos.
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