Dame unos sorbitos de agua./ Agua con peces y barcos, agua, agua, agua, agua, imploraba el gitano del poema de Federico en Romancero gitano. La canícula me hace recordar nuestros botijos de infancia (mi madre me compraba cada año por estas fechas un rallo nuevo), la humedad fría del pozo y la botella de agua envuelta en trapos húmedos a la fresca del atardecer. Recursos de un tiempo aún sin neveras ni frigoríficos en las casas alquiladas. Así que ahora que miro uno de los cántaros que tengo para mi recreación visual y estética (¿hay algo más estético y humano que un cántaro?) pienso en el agua imprescindible, en el vino necesario y en la etimología de la palabra. κάνθαρος. Una etimología que los griegos actuales valorarían más en el sentido del poema de García Lorca. La poesía siempre nos recuerda que en la Tierra hay algo más que los elementos físicos. Y no me refiero a los dioses ni a los héroes. Sino a los anhelos, las aspiraciones y las esperanzas. Por eso la poesía que vale debe cantar a los sueños, como hacía el gitano del poema. Los griegos de hoy también se lo merecen.
(El cántaro de la fotografía salió hace muchos años de un alfar de Priego, Cuenca)