lunes, 8 de junio de 2015

Aridez
















Despertar árido. Sin que una palabra se deslice hasta mis labios a través de los canales de la garganta. Sin que sentimiento alguno fuerce a definirme. Sin que una emoción me ponga en alerta. Como si se hubiera producido una congelación o un bloqueo en los vericuetos intrincados de mi adentro. O yo me hubiera marchado dándome el portazo a mí mismo. Llega apenas un ligero eco de situaciones soñadas, imposibles de ser reconocidas. Tratan de romper aguas ciertos recuerdos del día anterior, por los que no me decido. Acecha la agenda para las horas que se abren, sin ganas de abordar planes ni quehaceres ni contactos con nadie. Objetivo reflejo: permanecer en un estado de aridez total, que solo ceda a funciones biológicas imprescindibles. Sentarme ante un paisaje imaginario donde las circunstancias no exijan, el reloj no se imponga, los individuos no incordien, los nervios descansen, los pensamientos no me agiten. Conseguir que más allá de la batería de actitudes habituales me aísle de la socialización obligada. Y es que en la aridez hay vida pero no movimiento. Algo que no suelen entender los humanos ni otras razas mutantes. Pero que la especie de escarabajos a la que pertenezco comprende muy bien.



(Fotografía de René Groebli)


2 comentarios:

  1. No es el único en sentirse así. Últimamente dicha meseta me está resultando demasiado familiar y ya las explicaciones que me pueda ofrecer a mi misma huelgan.
    Claro que compartir aridez no consuela lo mas mínimo.

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    1. No consuela en absoluto, pero saber que otros se muestran sensibles resta dramatismo.

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