El temor a que las palabras no nos expresen o no digan aquello que deseamos decir con precisión, ni siquiera con valentía, ni siquiera con sinceridad, una obsesión que me persigue de por vida, y tomo retazos de otras palabras, tales las que leo en Cioran...
No pedir jamás al lenguaje que realice un esfuerzo desproporcionado a su capacidad natural, no forzado, en cualquier caso, a dar lo máximo que posee. Evitemos exigir demasiado a las palabras, por miedo de que, extraviadas, no puedan ya cargar con el peso de un sentido.
Y, sin embargo, con qué descaro echamos mano de las palabras y las traemos de acá para allá, y las estrujamos, y las troceamos, y las colocamos indebidamente, y las cambiamos de sitio, las alzamos y las dejamos caer, a riesgo de que sus significados se hagan añicos, las lanzamos y con ellas atravesamos muros, las desplegamos y con ellas traspasamos almas, enhebramos ilusiones y consolamos fracasos, y las damos categoría que no poseen, y las alternamos hasta fomentar un desafío para nuestra propia explicación lógica, de tal modo que a través de ellas con frecuencia nos perdemos en lo que queremos decir, pero su atracción nos vence, y nos sentimos atrapados en su red trenzada, a veces agujereada, de tal manera que las palabras nos conducen también a vericuetos improvisados que proyectan nuestra imaginación, y nos resulta difícil poner freno al intempestivo torrente que surge primero como un hilillo, luego crece, a veces se convierte en charca en la que permanecemos paralizados, que nos infecta inlcuso, y sin que sepamos cómo, su flujo se desborda, y nos arrastra, adónde nos llevan las palabras, en qué momento podemos encauzarlas de nuevo para que expresen algo coherente, volverán a nosotros o perecerán en su extravío, nos preguntamos, son densas unas veces, volátiles otras, confusas las más, insistimos en su gravedad desfigurando peligrosamente un concepto, caemos en la ligereza y desvirtuamos así mismo lo que queremos decir por indecisión o por no profundizar en la elección adecuada, es cierto que también conseguimos acertar en ocasiones al enunciar aquello que perseguimos con ahínco, las palabras no son el fin de nuestros objetivos, son el incentivo, la canalización, la herramienta que sortea las emociones, los sentimientos, las ideas, que las vincula y las pone en el escenario de la vida, ah, las palabras, aun no perdiendo su razón la opinión aguda y clarividente de Cioran hay un poema de Octavio Paz que no la contradice, simplemente complementa el esfuerzo de utilizar las palabras...
Dales la vuelta,
cógelas del rabo (chillen, putas),
azótalas,
dales azúcar en la boca a las rejegas,
ínflalas, globos, pínchalas,
sórbeles sangre y tuétanos,
sécalas,
cápalas,
písalas, gallo galante,
tuérceles el gaznate, cocinero,
desplúmalas,
destrípalas, toro,
buey, arrástralas,
hazlas, poeta,
haz que se traguen todas sus palabras.
(Acompaña el sol o el ojo de las palabras un cuadro del pintor catalán Sallesac que pugna entre el espíritu de Miró y el alma de Jordi, o tal vez sea como el gran interrogante del tiempo)