miércoles, 11 de marzo de 2009
La culpa, según Clarice
Robar a la noche un cierto placer de leer a Clarice. Y así, en Aprendiendo a vivir, de Clarice Lispector, me encuentro este párrafo...
Si pudiese un día escribir una especie de tratado sobre la culpa. ¿Cómo describirla, a la irremisible, a la que no se puede corregir? Cuando la siento es incluso físicamente opresiva: un puño que se cierra sobre el pecho, debajo del cuello: y ahí está ella, la culpa. ¿La culpa? El error, el pecado. Entonces el mundo pasa a no tener refugio posible. Adonde vamos cargamos con la cruz pesada, de la que no se puede hablar.
Si se habla de ella no será comprendida. Algunos dirán: “pero todo el mundo...”, como forma de consuelo. Otros negarán simplemente que haya habido culpa. Y los que lo entiendan bajarán la cabeza también culpable. Ah, yo quisiera ser de los que entran en una iglesia, aceptan la penitencia y salen más libres. Pero no soy de los que se liberan. La culpa en mi es algo tan vasto y tan arraigado que lo mejor es aprender a vivir con ella, aunque le saque el sabor al más pequeño alimento: todo sabe a cenizas.
Impagable la reflexión precisa e intuitiva de Lispector. Porque la culpa, ¿existe realmente o es un complejo? Y si es un complejo, ¿es por imposición religiosa o de clan familiar, o de ambos en comandita? Obviamente, los humanos no nacemos libres. Nuestro condicionamiento desde los primeros días no garantiza nuestra libertad. Se nos conforma, se nos adecua, se nos sitúa. Verbos que son premisa de cada sociedad y cada tiempo. Luego, nos pasamos la vida tratando de hallar nuestra libertad como sentido profundo y como comportamiento. Como conciencia, como acción, como reacción y como progreso, tal como se sitúa la composición musical. Pero la culpa va más allá. Es como si no fuera solamente producto de los humanos exteriores ni de sus instituciones y funcionamientos. Es más bien como si se hubiera instalado en lo más íntimo y celular de nosotros una sensación de limitación, un agobio por no saber estar sin herir y sin herirnos, una gravedad que hace que nos paremos a cada paso que nos toca dar, que dudemos, que quebremos incluso y merme nuestra capacidad de decisión. No sé si ese complejo de culpabilidad que arrastramos se salva con la trasgresión. Cada vez que practico una trasgresión respiro, pero después desconozco si me libera o si solamente se trata de una fuga hacia delante. Y sin embargo, necesito transgredir para no sentirme esclavo de la culpa. Ciertamente, la vida se debate entre la onerosa cadena de la culpa y el esfuerzo arriesgado por desafiarla. Tal vez nunca haya un vencimiento total de la culpa. Y que sea nuestra peor sombra. Tal vez sólo se trate de encararla, desenmascarar lo que se oculta de ella en cada prueba o situación, echarle arrojo y marcar distancias. Como Lispector, he sentido infinidad de veces el sabor de las cenizas. También la sed y la ansiedad por ir más allá y no saber o no poder lograrlo. Pero no acabo de aprender a vivir con la culpa. Me desasosiega y la siento como la traición original que no deja de extorsionarme en cuanto puede.
(Fotografía de la escritora Clarice Lispector y montaje de DGTLK)
Tremendo texto de Clarice y tremendo Fackel: la onda expansiva de tu pensar nos llega en oleadas...
ResponderEliminarLa culpa sigue siendo el lastre que nos impide la gracia. ¿Cómo librarse de ese peso tan perversamente inoculado? No me cabe duda de que es una enseñanza occidental, en otras culturas el individuo gestiona la culpa de otra manera, con otros recursos. Aquí nos carcome, hijos como somos de las implacables religiones del Libro...
hijos del desierto, al fin y al cabo, donde la culpa es haber perdido el propio centro. ¿Y cómo hallarlo en la travesía de esa yerma extensión, siendo como es el desierto, por definición, un lugar sin centro?
Opción personal, Stalker: a buscar, por nuestra cuenta y riesgo. No esperemos señales de nadie y menos del cielo.
ResponderEliminarTal vez el desierto también tiene su centro, no en su superficie, sino axialmente. Todos somos un poco o mucho el desierto. ¿Tú renuncias acaso a vertebrarte sobre tu propio eje de personalidad buscadora? Yo no, aunque no sé, tal vez ya es demasiado tarde...
Siempre tan sagaz, hijo de las tinieblas, jaj
Me infliges siempre un desasosiego fecundo. Eres un verbo de doble filo: sanas por amputación.
ResponderEliminarAgradecido, Fackel
Abrazos
Vaya, Stalker. Pues no te mueras mucho al leer el último post, La carrera. Uno está así últimamente. Mas no muere.
ResponderEliminarSalud y fortaleza.