jueves, 12 de marzo de 2009

La carrera


Todo sucede demasiado tarde, todo es demasiado tarde.

Emil Michel Cioran, de Ese maldito yo


Y sin embargo corrimos para nada. Corrimos a salvar las almas, primero, pero eran tan puras que no se dejaban salvar. Luego, a salvar los cuerpos, pero se manifestaban tan impuros que no querían ser salvados. Después, a salvar a la caridad, pero ésta nos indicó muy sutilmente que se bastaba con ella misma. Quisieron algunos que corriéramos con arrojo a salvar a la patria, cuando apenas casi nadie creía en ella, cuando se había revelado meramente como el subsidio vitalicio de una casta profesional. Más tarde a salvar a la historia, que no necesita salvación, porque ya es una condena. Urgimos a salvar a los obreros, pero ellos se apuntaron al mercado. Corrimos a salvar el amor, misión incierta porque el amor es siempre inaprensible. Corrimos a salvar a la Tierra, pero el planeta nos rechazó con temor y con desprecio. Salimos disparados a salvar los conceptos, pero estos nos atraparon en su red contradictoria, y nos perdimos. Nos arriesgamos a salvar la estética, pero encontramos un letrero en su puerta: noli me tangere. Nos precipitamos a salvar las palabras, justo en el momento en que éstas mermaban y se revelaban más imprecisas que nunca. No nos quedaba casi nada que probar, y quisimos entonces salvar el Yo, pero era una redundancia, puesto que ya lo habíamos intentado en cada ejercicio anterior. No salvamos nada en todos estos años, eran escalas al vacío. Y sobre esos peldaños edificamos desconcertadamente simulacros. Erigimos propuestas sin disimulo. Había que hacer que pareciera que nos movíamos, aunque apenas hubiera avance. Había que imaginar ideas nuevas, como si todo no estuviera ya pensado. Había que creer en nuevos dioses, cuando en el pasado de los hombres abundan en demasía. Había que proclamar la carencia de Dios, como si el devenir y el azar necesitaran que se lo recordásemos. Había que fingir más proximidad y más calor, otros dicen afecto, pero la aproximación nos repelía a todos. Había que demostrar seguridad y quietud, como si el orden fuera nuestra garantía. Había que aparentar que el humor y la piel no se nos arrugaban, pero la melancolía y las células seguían su camino inexorable. Todo, desde el principio, aconteció tardíamente. Cuando queríamos llegar ya no obteníamos las respuestas.


(Fotografía del uzbeko Georgi Zelma)

5 comentarios:

  1. Ya entiendo lo que es un curriculum. Un curriculum no competitivo, naturalmente. Un curriculum verdaderamente vital. No es justo, por tanto, que le concedas a Cioran el regusto de su amargura. Tú no llegaste tarde. Los de tu generación no llegasteis demasiado tarde. Aún llegaréis. Sigue todo pendiente de alcanzar. De lo que se trata es, simplemente, de no ser tan ingenuos.

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  2. No, no existe la tardanza; Existen los momentos robados, extraviados, perdidos quién sabe dónde ni cuándo ( a quién le importa) y la tardanza tal vez es un no encontrar a tiempo, No tarde sino a tiempo, o a veces la ingrata sensación de que tarde o temprano, las cosas pasan.
    No sé si me has entendido... esta música sapiencia del oído...

    P.49

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  3. Locus solus, qué bonito nombre. En efecto, el post es un currículum muy personal, por supuesto, no siempre desarrollado en solitario, pero es un verdadero currículum. Quiero recoger su optimismo, pero el camino recorrido no se recupera. Quién sabe si acaso las ilusiones...Bienvenido.

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  4. Tus matices, P49, son dignos de tomar en consideración. De todos modos, se puede llegar a tiempo o no, e independientmente de eso es obvio que las cosas, los acontecimientos, las situaciones, etc. pasan. Pero ¿hasta qué punto pasan? De hecho todo queda en nosotros. Cada individuo cataliza lo que agarra en cada fase de la vida. Incluso a veces se establecen extrañas y persistentes religio entre los individuos.

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