sábado, 7 de marzo de 2009
Florecer en el barrio
En el barrio florecen las ramas de los árboles. No sé si es primavera, o casi, o qué más da. Eso son maneras de hablar. La naturaleza no sabe de categorías y conceptos humanos. Sólo sabe de sí misma. Brotar, florecer, crecer, ir hasta sus límites. Manifestarse hasta una frontera que no podrá traspasar y que le exigirá comenzar de nuevo. Nada es en la naturaleza porque lo nombremos o porque lo adaptemos a nuestras necesidades o a nuestros caprichos. Lo que adquiere vida, lo que vive, lo es por sí mismo, ajeno, aunque no del todo, a lo que decidamos los humanos. Porque los humanos también hemos influido. Nuestras pautas, nuestros sistemas de supervivencia, nuestros desarrollos no bien enfocados, intervienen sobre la naturaleza. Sólo un cretino y mentiroso, que los hay, podría negar los procesos cambiantes por mor de la mano abusiva del hombre. Cada vez hay menos duda de que el comportamiento colectivo de nuestras sociedades modernas interfiere y modifica el planeta de manera inhóspita y agresiva. Florecen los árboles del barrio. La ciudad, dura en clima y en alternancias de temperaturas, lo agradece. Ellos, los árboles, los suelos, el aire, los ecosistemas múltiples, saben expresarse sin que nosotros definamos nada. El paseante, el vecino, mira, huele, inhala, respira esperanza. A mi barrio llega el florecimiento, simplemente, o mejor dicho, complejamente. Su expresión es nuestra revelación. Su ofrecimiento, una acogida. Ojalá sea también nuestro reverdecimiento interior sensible. Aunque lo dude, lo deseo.
De verdad te deseo Fackel ese reverdicimiento. Siempre es un símbolo la primavera y no obstante sus transtornos. La regeneración interior no entiende de estaciones naturales, pero algo le llega de nuestra parte original, a la que no se renuncia nunca. No todo es civilización, cultura y estrés, como tú dirías. Yo añadiría que sin buena voluntad por parte de todos, la primavera es baldía. Y falta nos hace buena voluntad y mucha inteligencia.
ResponderEliminarJuanjo
Es verdad: la naturaleza no entiende de calendarios. Florecieron los almendros autónomamente, sin pedir permiso, cuando se sintieron felices de plenitud. Y es bello verlos florecidos, cuando nosotros vivimos tan encogidos. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias, Juanjo, estoy en esa onda, pero embargado por el pesimismo que últimamente me caracteriza te diré que la buena voluntad no es un don ni de la naturaleza ni de la genética de la especie. Por mucho que miremos al sol, no caba esperar que la luz humana sólo dependa de él. Ya me entiendes.
ResponderEliminarEh, Francisco, muy oportuno. Hablar de la autonomía de la naturaleza es un punto a tener en cuenta. Cuando nos creemos los humanos los únicos capacitados para discernir y aprobar, resulta que hay miles de mundos que nos ignoran y mantienen sus leyes.
ResponderEliminarAh, nuestro encogimiento, ¿será que nos hemos extraviado entre las lianas de las alturas sin recordar las raíces del origen?
Un abrazo, y eso, sí, un guiño a la primavera en ciernes