sábado, 14 de marzo de 2009

Estremecimientos


¿Puede un nombre estremecer?
¿Y un pensamiento?
¿Y la nieve cubriéndose de nieve? ¿Y una voz
lejana que se acerca tímida?
¿Y la tierna arena de una orilla?
¿Y los bancos de una escuela rural
abandonada?
¿Y la estatua de una diosa
descubierta en el arcano?
¿Y el silencio de un padre que te habla
más allá de los días transcurridos?
¿Y una luz entre dos sombras? ¿Y una tormenta
incesante?
¿Y las ruinas habitadas por infinitos pasos
que se anticiparon a los nuestros?
¿Y una mirada axial que deja como estela
el arcoiris?
¿Y un rostro enfurecido?
¿Y las grietas que anuncian un abismo?
¿Y la honda desaparición del mismo abismo
bajo tus pies dudosos?
¿Y una corriente de Tchaikovski en que te ahogas?
¿O ciertas Variaciones cuyo piano
desborda tus arterias?
¿Y un amanecer pausado y casi inmóvil,
que no acaba de llegar,
que nunca llega?
¿Y un bosque de columnas y ramas lobuladas
cuya fronda antigua te reclama entre sus preces?
¿Y una parada anclada en su sonrisa?
¿Y una isla polígona cuyas aristas se visten
de su cuerpo?
¿Y las lágrimas que desatan la impotencia?
¿Y unos brazos que se abandonan a otros brazos?
¿Y una escritura que se alza
y se derrumba entre las horas?
¿Puede un encuentro estremecer
como el origen?
¿Y las sensaciones pendientes,
esas que no cesan a pesar de la carencia
pueden estremecer mientras esperan?



(Fotografía de Juan Rulfo)

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