Cuando hace años los talibanes dinamitaron brutalmente los budas de Bamiyan, en Afganistán, o por citar otro ejemplo más reciente, cuando el Estado Islámico hizo saltar por los aires los arcos y templos de Palmira, se produjo una conmoción en todo Occidente, y a los ejecutores de la barbarie se les llamó de todo. Se calificó aquellos actos destructivos de claros ejemplos extremos de fanatismo, intolerancia y dogmatismo, derivados de una determinada ideología. Pero, en fin, se consolaba la opinión mediática, es algo muy propio de los bárbaros que, siempre son los de fuera, parecían sugerirnos, y de paso dejando así bajo sospecha a otras culturas que no son las nuestras, aunque no hayan estado implicadas en la barbarie de la minoría ciega y perversa. Pero ¿acaso existe alguna cultura que esté libre de los movimientos extremos? ¿No tenemos en nuestro pasado sobrados ejemplos que van desde la animosidad verbal hasta la devastación si llega el caso, pasando por un sinfín de modalidades de censuras, represiones culturales y prohibiciones varias de las manifestaciones que han dado el Arte y la Cultura? ¿Acaso este Occidente que gusta de escandalizarse de la barbarie de otros no tiene en su haber atentados contra herencias de civilizaciones periclitadas? ¿No se han justificado destrucciones monumentales por acciones de guerra, de las que Europa tiene un buen registro? ¿No se han perseguido elementos culturales de pueblos, cuando no a sus mismos habitantes? Ah, pero eso fue cosa del pasado, se suele hacer la observación.
Sin embargo hay otra clase de barbarie, sutil y ladina, pero muy obsesa. Se advierte de un tiempo a esta parte cierta clase de manifestaciones de intolerancia e incomprensión con determinadas obras de arte, que incomodan a los rigurosos principios de viejos y nuevos moralistas de poco pelo, a las que se ponen bajo la sospecha de representar actitudes machistas o que devalúan el papel de la mujer. Pero es la excusa. Un simple desnudo parece concitar iras de puritanos de toda la vida y de nuevas especies acogidas bajo el paraguas de un tipo de feminismo que ha perdido el norte. Cuando no de las mismas autoridades de la administración pública o de museos. Unos casos muy recientes: prohibición en Reino Unido y Alemania de la publicidad de una exposición en Viena sobre obras de Egon Schiele; retirada del cuadro Hylas y las ninfas, obra del pintor prerrafaelita John William Waterhouse, de su ubicación en Manchester Art Gallery. O la censura por parte de Facebook de la reproducción en sus redes nada menos que de la Venus de Willendorf, una de las piezas fundamentales de la estatuaria paleolítica, con casi treinta mil años de existencia. ¿A qué viene esta fiebre hipócrita de rechazar la exposición pública del desnudo en museos, galerías o redes sociales? ¿Por qué se erigen en rectores de conductas tantos guardianes inflexibles, hijos de aquellos otros vigilantes morales de la historia religiosa, represores de la libertad sexual, que, eso sí, se reservaban las pinturas de desnudos para sus cámaras privadas? ¿Hasta dónde puede llegar la ignorancia, el desatino y el rigor obseso de los que tienen miedo a la libertad, que diría Erich Fromm? ¿Qué hay de enfermizo en muchas mentes que aún consideran tabú el desnudo del cuerpo humano?
Así que cuando leo lo que la crítica de arte mexicana Avelina Lésper dice en su blog sobre las actitudes de inflexibles adalides feministas que van escrutando y persiguiendo por doquier la libertad de otros, reconozco el valor de la denuncia de Lésper: "Las feministas puritanas e ignorantes pretenden ser las dueñas del cuerpo femenino a nivel físico, simbólico y social, han llegado tan lejos como las religiones y culturas absolutistas que niegan los derechos humanos de las mujeres. La cosificación del cuerpo de la mujer se manipula, hacen de ese cuerpo un objeto de activismo y le niegan posibilidades eróticas y lúdicas; para el feminismo, como para los religiones monoteístas, la mujer es un ser insensible que es obligado a entregarse o participar del placer". Y más adelante dice: "Lo que molesta al feminismo es el punto de vista masculino, su enemigo son las relaciones entre dos sexos. ¿Por qué una mujer no puede seducir y ser dueña de su cuerpo para entregarlo? ¿Por qué toda relación se debe ver como abuso hombre-mujer? Esa obsesión con reducir relaciones sensuales y sexuales en víctima y verdugo, es maniqueísmo que deja a la mujer en una vulnerabilidad irresponsable. El arte y la belleza tienen derecho al erotismo y la poesía, lo que vemos es la violencia iconoclasta que castiga y prohíbe a las imágenes. La consecuencia es sustituir a la pintura por algo sin belleza, sin aportación poética, con la flagrante mediocridad de las autoras, una vez más estamos ante la persecución del verdadero arte por los dogmas de una ideología".
No, la barbarie no es un comportamiento importado. También anda por los alrededores y en nuestra propia casa, y quiere crecer. Si lo hace vaya usted a saber hasta dónde puede llegar. ¿Se aunarán los intolerantes culturales a los movimientos políticos reaccionarios que se están fraguando en los países democráticos? Sería dramático para la libertad y para la cultura.
No, la barbarie no es un comportamiento importado. También anda por los alrededores y en nuestra propia casa, y quiere crecer. Si lo hace vaya usted a saber hasta dónde puede llegar. ¿Se aunarán los intolerantes culturales a los movimientos políticos reaccionarios que se están fraguando en los países democráticos? Sería dramático para la libertad y para la cultura.
(Arriba, cuadro Hylas and the Nymphs de John William Waterhouse. Abajo, la escultura paleolítica Venus de Willendorf)