He quedado con Malena en La pata coja para cenar. Es una taberna como las de antes, económica y agradable, y la gente es del barrio. Los turistas, esa peste ante la cual nuestros conciudadanos se muestran tan genuflexos, no aparecen por aquí todavía. Malena llega con Karel. Por supuesto me abstengo de poner mala cara. Ella trae un rostro feliz y me besa agitada. Mira, Michal, lo que me ha conseguido Karel. Y pone encima de la mesa varias tarjetas postales y algunas cartas, éstas con su sobre y franqueo correspondiente, todo de lejanos tiempos. Karel, le digo, más que librero de ocasión, pareces ya un chamarilero en toda regla. Karel es bonachón y sus años le han vuelto más irónico y apacible. Ya lo fui, declara para mi sorpresa, pero perdía muchas coronas con el negocio, así que preferí centrarme en el papel. Michal, es asombroso lo que aún puedes encontrar en la tienda de Karel, me acosa la nerviosa Malena. Esta es una postal de la época del imperio austrohúngaro, y esta otra de los primeros años de nuestra República. Fíjate, incluso aquí hay una de cuando el protectorado de Bohemia y Moravia. Pero la más espectacular es esta. Tiene remite en Karlovy Vary. Escucha: Mi deseado František. Espero que no te hayas olvidado de mi durante estos últimos días. Comprende que tenía que acompañar al padre de mis hijos a ese negocio familiar que se trae en esta ciudad de las aguas. Mi presencia era parte del éxito de las transacciones que está cerrando en mi nombre, puesto que aunque yo soy la legítima heredera él administra mis bienes. Pero con quien hubiera deseado estar es contigo. Con él es imposible visitar nada; ni es receptivo ni muestra mayor motivación, salvo por las comidas o las cenas con sus clientes. No me importa en absoluto. Lo que me irrita especialmente es que no gocemos tú y yo juntos de todo lo que hay que ver por aquí. La belleza se ofrece por cualquier parte, en forma de bosques, de arquitectura o de amabilidad. Y no obstante, qué infeliz me siento ante ese despliegue armonioso. ¿Quién dijo que la belleza llena el alma y satisface los sentidos? Para mi esta visión es incompleta. Y la belleza roza y sacude mi interés, pero me siento incapaz de degustarla a fondo. Me falta algo. Me faltas. No poder participarla contigo me saca de mis casillas, así que me dedico a mirar con atención y a tomar nota para contarte a la vuelta lo que veo. Sé que dentro de poco tiempo todo será diferente. El país es diverso y tú conoces tan poco. Pero yo te guiaré por él de la misma manera que te conduzco por mi cuerpo cuando estoy contigo. Quédate bien cuando recibas esta carta. No tardaré en volver. Mañana pondré en el correo unas tarjetas postales para que sientas envidia. Y sobre todo, deseo. Tuya, Maruška. ¿No es una maravilla, Michal? ¿No está diciendo cosas en esta carta como las que yo pienso? No hay nada nuevo bajo el sol, en esta vida, ¿a que no, Karel? Karel nos miró divertido desde sus ojillos vivarachos, sirvió vino y pronunció la invocación suprema: por la belleza compartida, dijo. Y añadió: por la ilusión del amor, por Maruska y Frantisek, en cualquier lugar bajo tierra en que se hallen.
sábado, 30 de abril de 2011
viernes, 29 de abril de 2011
Malena S. / 17
A Malena le subyuga la librería de lance de Karel. Tuvo su auge durante el efímero período del gobierno de rostro humano. Allí se encontraban muchas traducciones de primeros de siglo y títulos que llegaban de otros países. Más tarde, Karel y su modesto negocio sufrieron represalias y subsistieron de milagro. Los últimos cambios en el país no han modificado ni el interior ni el exterior de la tienda. Algunos estantes repletos, pilas de libros por el suelo, una mesa de madera de nogal hace de mostrador. En un extremo, una vieja máquina de escribir alemana marca Mercedes, que todavía funciona. Malena va con alguna frecuencia a la librería de Karel porque le gusta leer en alemán y los precios son muy asequibles. Allí ha encontrado las mejores ediciones de su escritor favorito enterrado en el cementerio Zidovské. No sólo ha dado con los autores consagrados de antes de la guerra, sino también con los contemporáneos. Algunos viajeros extranjeros se matan por ejemplares de revistas de otro tiempo que nadie sabe de dónde los ha sacado el librero. Pero en esta ciudad hay gente que se ha ido deshaciendo de muchas cosas. Es como si al liquidar libros, colecciones de sellos, álbumes, fotografías y objetos varios de sus casas pusieran punto final a los años que no quieren revivir. Malena no comparte esa actitud de expulsar los pequeños recuerdos. Por mucho que se desprovean de ellos, dice, no van a lograr suprimir la memoria de su propia carne. Malena es valiente con el pasado y tiene una actitud sumamente curiosa y receptiva. Como lógicamente no ha conocido lo que vivieron sus padres, ella indaga, lee, se entrevista con testigos que no sean reacios a hablar de lo sucedido atrás. La tienda de Karel es un buen punto para contactar con ese tipo de gente. Karel mismo es de esa clase y, aunque escéptico y socarrón, tiene suficiente confianza con Malena como para ponerle al día de lo que ella desea saber. Las tertulias se hacen de pie, si coincide una hora en que trasieguen por la librería algunos de los asiduos. En ocasiones acompaño a Malena, pero noto que ni yo estoy a gusto, no es un ambiente al que esté acostumbrado, ni Karel y sus amigos se muestran demasiado habladores en mi presencia. Así que de ordinario dejo a Malena en su búsqueda de libros y de historias orales y regreso dos o tres horas después. O no vuelvo.
jueves, 28 de abril de 2011
Malena S. / 16
Cuando Malena se levantó puso en el tocadiscos a Vivaldi. Era un concierto de violín que me fue despertando muy despacio. Sentía la boca reseca y olía todavía a ella. Creo que se lo dije: huelo a ti, Malena. Está bien, contestó según iba en dirección a la cocina, y si quieres aprovecha, antes de que sepas a café. No cambio el café por ti, le dije. Luego, insistió Malena, ahora desayunemos. Pero más tarde tenemos que salir, según tus planes, repliqué. Pues no tomes el café, no te laves, no te enjuagues los dientes, no fumes. Ah, y déjate crecer la barba; los hombres con barba prolongan el olor de la mujer amada durante horas, ¿no lo sabías? Repasé por un momento qué hombres había en el entorno de Malena que llevaran barba. Jan no la tenía, y ni Jaroslav ni Bohumil tampoco. Tal vez algún profesor de Artes; sí, creo recordar que había uno o dos que llevaban una barba muy de los tiempos revolucionarios. Descuidada, greñuda, muy poblada. Yo aún no conocía a Malena más que de vista. La memoria es un viejo y misterioso arcano. Pero la capacidad de Malena, actualizando automáticamente los recuerdos como si fuera algo vivido ayer, era desbordante. ¿O la memoria de la que hacía gala era más reciente? Me vio pensativo y me asaltó. Oh, Michal, sabes de sobra que me fascina que huelas a mí, que me saborees, que prolongues tu cata. Incluso ahora, cuando salgamos a la calle, sabes que me entusiasma que te recrees en ello y que me lo hagas sentir. Es como Vivaldi. Escucha su apacible música. ¿Te parece suave, reposada, relajante? Pues no, no lo es. Su música es un torbellino. Estas piezas de violín no están respaldadas por sonidos fuertes, pero es un oleaje sin principio ni fin. Y sin embargo no sé qué tiene que nos transmite melancolía. Es lo que más me recuerda a la propia construcción del hombre. Lo más parecido al crecimiento de cada uno de nosotros. Y cuando te hace crecer y te exulta y parece que te va a colocar en lo más alto de las nubes, va y te conduce a otra fase en que te ves más inseguro, más abandonado, más en declive. En ese instante es cuando necesitas que haya alguien cerca que te haga el amor. Porque si no, te echas a llorar. Seguramente muchas veces sea mejor llorar que amar, porque al menos tus lágrimas las controlas y te purifican, pero la insatisfacción que puedes sentir si no amas bien y no te aman bien es destructiva. Las palabras de Malena me abrieron en canal. No salgamos todavía, le dije, afectado por su discurso. Ahora que lo pienso, Michal, creo que Karel y su librería de viejo pueden esperar. Malena tenía su nariz pegada a mi rostro.
miércoles, 27 de abril de 2011
Malena S. / 15
Hace unos días que no veo a Malena. El último trabajo de restauración le tiene muy ocupada. Eso dice. Esta mañana me ha despertado pronto su llamada telefónica. Michal, ha dicho, ¿te apetece ir a ver el Monasterio un día de estos? Porque nunca lo has visto, ¿verdad? No, ya sabes que no lo he visto, le he respondido algo malhumorado por llamarme tan pronto para esa fruslería. Mi antigua compañera Martina está allí de bibliotecaria, ¿me escuchas, Michal? Bostezo y noto la voz irritada de Malena al otro lado. ¿Y cuándo dices que hay que ir a Strahov?, le suelto indiferente. No he dicho que haya que ir, Michal, sino cuándo podríamos ir, si el señorito quiere, naturalmente. Para ser tan temprano se oteaba tormenta en el horizonte. Entiendo que sea tu día de descanso, Michal, ha insistido Malena. Pero si vamos a ir o, mejor dicho, si tú, querido, quieres ir, necesito decírselo a Martina para que esté disponible y nos muestre con libertad las bibliotecas. Ya sabes, fuera del horario de los turistas, y así como con más intimidad. Es una oportunidad única, porque podremos tocar lo que ordinariamente no se toca. ¡Y son tesoros lo que hay allí, Michal! ¡Tesoros! Claro, Malena, pero me coges desprevenido, déjame que revise mis turnos y lo piense. Mira, Michal, si no tienes ganas dímelo. De cualquier manera yo pensaba pasarme por el Monasterio, y eso que lo he visto un montón de veces. Seguro que si llamo a Jan no tiene inconveniente en acompañarme. Creo que la llamada se cortó en ese momento. Fue en estos términos aproximados la conversación que mantuvimos Malena y yo esta mañana. Su pasión por todo lo que son libros, y con mayor razón antiguos, le conduce a ejercer una presión desmedida sobre sus más próximos. Lo bueno que tiene es que si no nos ve a nadie convencidos de seguirla el juego ella no insiste y hace la visita sola. Por supuesto que iré a ver las bibliotecas. No es que me interese la teología, evidentemente, pero no quiero perderme algunas obras importantes con textos de los aristotélicos, por ejemplo. En bibliotecas históricas se encuentra de todo. La Iglesia ha sido muy propietaria de sus bienes, y eso mismo ha permitido que se conservaran sus tesoros, como diría Malena. Pero, ¿y si la Iglesia hubiera desaparecido? ¿Y si Hus, por ejemplo, hubiera triunfado? Son ideas que me vienen a la cabeza, pero tampoco me quitan el sueño. El pasado queda ya muy lejano, y es irreversible. Desde luego que iré con Malena; no puedo frustrar su ilusión.
martes, 26 de abril de 2011
Malena S. / 14
La vieja vivienda de Malena es pequeña pero bonita. En realidad es una de las particiones que se hicieron hace bastantes años en un edificio histórico, para alquilar con más facilidad. Malena ha vivido en tantos lugares de la ciudad que no sabría con cuál quedarse. Dice que le gustan todos, pero sólo porque le recuerdan los tiempos vividos. Del urbanismo y la comodidad para desplazarse no está tan segura. Se llama a sí misma guardiana de la vieja y de la nueva ciudad noble, pero se conoce los barrios obreros, la zona administrativa y los viejos municipios circundantes que han ido quedando absorbidos por la administración metropolitana. La casa está muy próxima a la ribera del Vltava, y las nieblas le dan un carácter siniestro en invierno. Pero en el buen tiempo la vegetación lo alegra y resulta más refrescante. Todavía hay vecinos que bajan a cenar en verano a las mesas y bancos de madera que hay en algunos pequeños oasis ajardinados. ¿Por qué se siente Malena tan poseída por la ciudad? Naturalmente, ella admira el arte y se queda prendada por el despliegue barroco, pero lo que más le fascina es el trazado de las calles. Dice que sean éstas de la época que sean todas tienen su significado. Es así, Michal, me dice. Las calles no han nacido porque sí ni han cambiado por casualidad; todas responden a unas necesidades de comercio o a una moda urbanística llegada de otros países o a la implantación de los nuevos medios de transporte. Hay veces que me siento más a gusto en el casco antiguo, en lo más intrincado y sinuoso de él. Otras veces necesito subir a zonas altas, comprobar las distancias, mirar la perspectiva. Incluso en aquellos espacios más anodinos y convencionales, donde las edificaciones no acertaron a conjugarse demasiado, encuentro algo que me cautiva. ¿Has sentido siempre así, Malena? Sí, claro, desde niña tuve que cambiar varias veces de vivienda juntos con mis padres, es decir, de barrio, de distrito, hasta de pueblo. Hay muchos que tuvieron que hacer lo mismo, estaba a la orden del día cambiar de asentamiento frecuentemente, pero no les ha dejado huella. Solamente cansancio. Pero ahí está lo que no entiendo, Malena. ¿Por qué tú has absorbido esa experiencia tan positivamente? ¿Por qué sigues disfrutando como si cada día la ciudad te supusiera un descubrimiento? Oh, Michal, es evidente. Cada uno somos como somos. Y creo que la ciudad responde a mi personalidad. Mi talante inquieto me vuelve receptiva, ¿no te habías dado cuenta? Si no, ¿por qué crees que estoy contigo? No, no soy yo la que ha ido a buscar la ciudad, al menos al principio. Han sido las vivencias tan dispares que he tenido, la gente que he tratado por todas partes, las actividades temporales que he desarrollado por aquí y por allá. Es verdad que desde que salí sobre todo con los chicos de Artes y con algunos de los profesores, ya sabes, aquella vida semibohemia que hacíamos siguiendo patrones franceses, me he entrañado mucho más con la ciudad. ¿Piensas que estoy loca perdida, Michal? A veces las preguntas de Malena me desestabilizan un poco. Habla de la ciudad, cita el pasado, me incorpora a mí en su discurso...pero debo responderle antes de que insista y me ponga en un brete. No, lo entiendo bien, simplemente amas esto, has asimilado muy bien los años pasados. Lo único que puede ocurrir es que la benevolencia te perjudique un poco. ¿Tanto como para no distinguir algunas tardes si he estado paseando físicamente o si el recorrido lo he hecho a través de una novela, Michal?
lunes, 25 de abril de 2011
Malena S. / 13
Los mejores amantes no son los intelectuales, Michal. Yo no me considero de esa especie, Malena, pero no creo que tenga que ver la actividad ni la clase social ni la edad con el afecto. No te pienses que no, y además no hablo de afecto, hablo de la carne pura y dura, Michal. Malena es delicada cuando quiere, pero tajante cuando le parece. Los intelectuales engatusan, gusta escucharles, despliegan un mundo delante de ti, pero cuando te abrazan siguen envueltos en una nube imprecisa. Les falta, ¿cómo lo diría?, ese punto de desconexión con su mundo y de decisión resuelta para afrontar la simple materia. No se arriesgan, no buscan la belleza del instante ni del cuerpo tangible ni de los sentidos. Me alegro de no ser un intelectual, le replico con énfasis. No, no lo eres, pero, y si yo te dijera que te comportas como uno de ellos ¿qué dirías? Que no te creería, y no me da la impresión de que a ti te lo parezca. Malena ríe escandalosamente y no acierto a saber si se burla o es el efecto del ardid al que me somete. Me molesta no tanto el ruido de la carcajada como una mirada que no para de girar, brillante y chancera, y que no sitúo. No debo mostrarme tocado, pero no entiendo si habla en serio o si pretende provocarme y, en cualquier caso, no me parece leal. Malena, ¿consideras a Jan un intelectual? Malena sabe parar los momentos de ataque; sencillamente, haciendo como que no va con ella la pregunta. No es fácil encajar a Jan, responde. Es un anticuario que vuela por un espacio desconocido por nosotros, que formamos la infantería de la vida, el subsuelo. No es tampoco un simple diletante, sino alguien que se introduce con su imaginación por las avenidas de la creación, y también por sus callejuelas. Penetra en las estancias de las formas, rasga la historia que gira en torno a cada objeto y sigue el hilo de cada obra hasta encontrar una razón superior. Es lo que queda de los viejos alquimistas, nunca seguros del sentido de una materia, nunca crédulos de la teoría, jamás rendidos ante los ojos ajenos. Me asombra el conocimiento que Malena tiene del anticuario; me asombra y me espanta. Es como si no hubiera dejado de conocerle nunca, y no cesa de precipitar opiniones sobre él. Jan es muy particular, Michal. Sabe disfrutar de otros tiempos, prospecta con gozo todos los estilos del arte que puedan ponerse delante de sus ojos, se recrea en una tensión permanente entre el engaño y la verdad, entre lo aparente y lo firme, entre la belleza innata y la fealdad que simula belleza. No puedo contenerme. ¿Quieres decir que eso le condiciona para amar o que más bien le salva, Malena? Oh, Michal querido -y su tono de voz posee un cierto sarcasmo lastimero- esa manera de ser sólo le hace diferente.
sábado, 23 de abril de 2011
Malena S. / 12
El cuerpo de Malena es una constelación. Exhibe un mapa de lunares, pecas y, en menor medida, diminutas verrugas que lo recorren en todas las direcciones. Cada fragmento revoltoso es de una forma y tamaño diferente. Cuando estamos desnudos me gusta hacer inventario de ellos. Más bien cuento cuatro o seis y hago que cuento cincuenta, mientras ella habla desde su mundo inquieto. Malena se pone bocabajo y yo contemplo su espalda sideral y me invento juegos. A Malena le gusta seguir hablando en esa posición y aparenta que me ignora. Me sorprende cómo puede concentrarse en un tema distinto como si mis caricias no fueran con ella. Pero Malena prolonga su tiempo, lo rebusca. Hay un momento en que de pronto se corta, dejando la frase en el aire. Entrecierra los párpados y atiende silenciosa los tenues y lentos movimientos de mis dedos. Se pirra porque siga con el dedo aleatoriamente el curso de aquellas pequeñas formaciones de su piel, como si trazara una línea invisible que los uniera. Me acuerdo de aquel juego que salía en los periódicos hace tiempo en que uniendo en un sentido determinado unos y otros puntos acababan configurando una imagen. No, el interés del juego no residía tanto en ver la imagen definitiva como en vincular los jalones del recorrido. ¿Qué dibujas?, interrumpe Malena su simulado abandono. No me lo digas, es un tigre, ¿a que sí? No, le replico. Ah, ya sé, es un ratón, siento sus pequeños saltos, sus nerviosos y agitados brincos. Tampoco, Malicka. Creo que ya lo tengo, se trata del buey, ya noto su pesadez y el vaho de su hocico. Malena iba dispuesta a agotar todas las representaciones del horóscopo chino. Yo no le contesto esta vez. Dejo que mis dedos se desplomen, y mis manos se hunden afiladamente en la piel. Su calor se me hace insoportable y el juego se desbarata. El territorio de Malena se me antoja cada vez más extenso y yo más ávido. Me dejo caer entre su ramaje y extiendo las ramas de su cuerpo y huelo el árbol y sus frutos. Michal, recita Malena muy bajito, como si temiera descubrir al ser acechante. Ya adivino el animal que has trazado. Es el mismo en el que te has convertido.
viernes, 22 de abril de 2011
Malena S. / 11
Había anochecido y las calles que dejamos atrás apuraban luces mortecinas. No transitaba nadie. De vuelta en casa de Malena no perdí el tiempo. Su sueño me obsesionaba. ¿Sueles tener con frecuencia esa clase de sueños, tal como el que has relatado esta tarde delante de Jan?, le pregunté. A Malena no le gustó la manera tan directa de hacerle la pregunta. No entiendo qué te molesta, Michal, dijo. Además deberías estar orgulloso de que aparecieras en el sueño. Y creo que para Jan fue definitivo. Estabas tú entre los presuntos asesinos, no él. Tú eras la presencia, no él. Y es sabido que aquellos personajes de la vida real que deambulan en los sueños están más asentados que los circunstanciales en la mente del que sueña. Eso debería honrarte. Pero, Malena…traté de intervenir. No, Michal, no digas nada. Déjalo estar. Podía haberte contado el sueño en cualquier momento y circunstancia a ti solo. Y qué, hubiera sido una anécdota más entre pareja. Vino bien en ese instante, delante de Jan. No sólo para zanjar una espiral que pusiste en marcha en la conversación, sino para ratificar ciertas zonas abiertas del pasado entre él y yo. Tú no le conoces. Tras sus formas educadas y dadivosas, hay una personalidad peleona y exigente. Detrás de su imagen de profesor culto y especializado, hay un torbellino que no para de descubrir fondos y estratos de la vida de los seres que tratan con él. Malena iba siempre por delante de mis reacciones. Era como si calculara al milímetro su mensaje y su tono y tomara la iniciativa para parar cualquier vaivén mío. No, Michal, no tienes ni idea de cómo es Jan. No te trataría nunca con desprecio, ni con insolencia. Tiene que estar siempre por encima de todos. Y si hay de por medio algún asunto que para él tiene gravedad, no presentará batalla frontal jamás. Lo suyo es marginar al enemigo, no cercarlo, ni agredirlo. Pero esta tarde ha estado a punto de romper su propia táctica. Y eso le ha perjudicado. Michal, hazme caso. Cree en mi sueño. Cree en ese sueño más que en cualquier otro. Cree en mi sueño inventado porque he ido más allá de la capacidad de cualquier sueño que haya tenido de verdad. No sé si funcionará. Pero creo que mi imaginario le ha tocado. Malena ha debido advertir mi parálisis. Ha abierto la alacena y sacado una botella de becherovka. El vasito que he ingerido estaba más amargo que de costumbre. Pero los labios de Malena ardían más.
miércoles, 20 de abril de 2011
Malena S. / 10
Eh, Michal, no imaginabas esta vista, ¿a que no?, me espetó de pronto Jan, rompiendo el temple que era habitual en él. Se le notaba orgulloso y, como buen anticuario que ha poseído tesoros y se siente pletórico por ello, hacía del paisaje uno más. Acaso el más completo, el más hermoso. Pero también el más inaprensible. ¿Hasta qué punto aquel gesto de asomarse cotidianamente a la terraza de su casa le convertía en propietario de la ciudad carolina? Michal, no lo dudes -y la mirada de Jan era franca y generosa- Siempre que te apetezca puedes venir y quedarte contemplando esto sin horas ni compromisos ni urgencias. Es una tentación en la que caerás arrebatadamente una y otra vez, ya verás. Malena estaba pendiente de mi actitud, pero yo me limité a agradecerle el ofrecimiento. Le aseguré que siempre que tuviera un estado de ánimo al borde le llamaría y tomaría posesión de su terraza. Pero Jan se volvió impetuoso y enérgico. ¿Así que crees que para gozar de este bien panorámico hay que esperar a tener un estado de ánimo en el límite?, dijo con ironía. ¿Concibes entonces esta mirada únicamente como un elemento de salvación? ¿No cabe en tu cabeza que la contemplación de todo lo que tenemos bajo nuestros pies sea como respirar o como alimentarnos, es decir, algo que tenemos que hacer de modo reflejo cada día, porque de lo contrario no viviríamos? Malena debió interpretar mi ceño confuso y desarbolado y salió al quite. ¿Sabéis que pienso, amigos míos? Que no estoy segura si atenaza más la belleza o la fealdad. Ciertamente, la salida arriesgada de Malena nos polarizó a Jan y a mi sobre ella. Continuó. Hace dos noches tuve un sueño pegajoso, del que no podía librarme. Las autoridades estaban a punto de descubrir a los autores de un crimen cometido hace bastantes años. Un crimen que primero creía que habíamos cometido Michal y yo. Di un respingo y me encaré con Malena: no me habías hablado del sueño. Bueno no ha venido a cuento, dijo ella. Y tampoco estoy obligada a contar cada pesadilla o deseo fantaseado. Su cara delataba cierto malestar por mi torpe indicación y, no obstante, siguió relatando. Pero luego el sueño matizaba: ni tú, Michal, ni yo habíamos sido los ejecutores directos del crimen, pero sí cómplices. Cómplices porque sabíamos quiénes eran los asesinos y habíamos callado. De hecho, habíamos permanecido años silentes, tanto que prácticamente habíamos olvidado el suceso que nos había involucrado. Pero el descubrimiento por la policía de los restos de una o varias personas (el sueño resultaba un tanto confuso respecto a la cantidad de asesinados) nos volvía sospechosos. Y sorprendentemente, de los verdaderos criminales nadie sabía nada. Jan la escuchaba muy pendiente y yo bastante confundido, como si el sueño de Malena me implicara de manera vergonzante a los ojos del anticuario. Malena prosiguió. Ante lo difícil que se ponía el cerco que se tejía sobre nosotros, intentaba zafarme del sueño y tirar de Michal hacia el mundo de los despiertos. Pero según pasaba a otro nivel no tan onírico arrastraba conmigo el obsesivo crimen y la angustiosa persecución que nos veíamos venir. Incluso llegó un momento en que me pareció estar ya despierta y sin embargo seguía viviendo la angustia. Michal había desaparecido del sueño y el horror me atosigaba y me hacía sentir más sola. Di un paso más en el despertar y sucedía que o no estaba despierta del todo o me invadía la certidumbre rayana en la certeza de que el crimen era cosa de este lado y habíamos estado envueltos en él. ¿Por qué no lograba desprenderme de la pesadilla ni siquiera cuando me estaba vistiendo? ¿Querréis creer que en apenas unos segundos hice un repaso de mi vida buscando en mi memoria cegada aquella acción perversa?
martes, 19 de abril de 2011
Malena S. / 9
Malena y yo nos miramos con complicidad y, no obstante, sorprendidos. Jan nos estaba ofreciendo la ciudad desde su vivienda en la zona alta. ¿Mero goce visual o había mensaje oculto? Lo estaba haciendo por partida doble, mostrándonosla físicamente y utilizando una metáfora. Y nos estaba tentando. Pero, ¿qué querría obtener a cambio? Jan es un hombre que, tras su aparente campechanía y su corrección, oculta un ser atormentado. Sé que hace tiempo mantuvo un vínculo con Malena y que todo había terminado. ¿Qué podía pretender ahora? Hay seres que solo pretenden la tentación por sí misma. Poner en un brete al otro, hacerle dudar, provocar que se desajuste. Tal vez fue eso lo que intentó el demonio con el profeta mesiánico o lo que el doctor Faustus sufrió en sus carnes por el acecho de Mefistófeles. Pero, ¿no es acaso ésa la historia cotidiana? ¿Lo que sentimos en nuestro interior, tomando un camino u otro, sucumbiendo o no a las propuestas contradictorias que se nos brindan? La tentación, ¿persigue conseguir un fin material, la riqueza, pongamos por caso, el amor, el poder...o su objetivo es ponernos a prueba para decidir sobre nuestra resistencia? Malena me miraba inquieta y con unos ojos que delataban cierto horror. Malena sabía mucho de Jan y yo, simplemente, era un advenedizo. Pero su mirada pedía socorro. Creo que en la que yo le devolví percibió mi apoyo. Entonces, Malena no quebró. Me agarró del brazo, me llevó hasta el borde de la barandilla y trenzó sus dedos en los míos. Es bello el perfil que traza el Vltava con sus meandros, ¿verdad?, dijo con firmeza y cierto aire de enajenación. Jan permanecía distante, como absorbido por la perspectiva, acaso fingiendo que había sucumbido un día más a la belleza de la visión. El Hrad destacaba al otro lado entre las brumas que se extendían descendiendo hasta Malá Strana, aquella ribera donde la humedad y la calma hace que te evadas de la imponente tiranía de los días.
lunes, 18 de abril de 2011
Malena S. / 8
Jesucristo adoró al diablo, dice Jan con voz templada en la que no se adivina sarcasmo alguno. Sorprende el tono prudente de un individuo que oculta con dificultad tras su constitución asténica a un ser nervioso. Malena y yo no sabemos por dónde va a seguir. Nos invita a salir a la terraza de la casa donde vive en lo alto de la colina. La heredó de su abuelo y, aunque no tiene aquí su tienda de antigüedades, yo diría que sin esta perspectiva él no sería el anticuario de Stare Mesto. ¿Conocéis aquel pasaje del evangelio de Mateo en que es tentado por el demonio?, continua el anticuario. Pues bien, si es cierto lo que cuenta el cronista de que el diablo le ofreció el esplendor de las ciudades más hermosas, no me cabe duda de que el tal Mesías acabó adorando a Satán. Naturalmente, no es la versión que ha interesado a los ideólogos. A los ideólogos siempre les ha horrorizado la belleza. De ahí que presenten de Jesucristo una imagen de resistencia a lo bello. O mejor dicho, de negación de lo bello. En lo hermoso hay referencia, hay sentido, ganas de ir siempre más allá, dentro de esta vida, naturalmente, que es la única posible. No, el demonio no ofreció a Jesucristo tesoros, bienes o poder. Simplemente le mostró la posibilidad del disfrute. La belleza es objetiva siempre, pero incompleta. Si no se produce la aproximación del individuo no se consuma del todo. Su significado no tocaría el alma humana. Y ya digo que el profeta sucumbió. Tal vez fue el precio que tuvo que pagar para que nadie le salvase.
sábado, 16 de abril de 2011
Malena S. / 7
La amistad de Malena con Jan viene de muy atrás. A Jan no le gusta ser anticuario. Dice que es como si fuera un secuestrador de obras de arte, afirma Malena. Pero se justifica con que lo lleva en la sangre. Ni él ni yo nos lo creemos, pero es su excusa divertida. Su abuelo sí que lo era, concienzudo y experimentado, al menos hasta que duró el Protectorado funesto. En aquel período no lo pasó bien. Los nazis pretendían que para dedicarse a ese comercio tenía que ser necesariamente judío. Pero su abuelo tenía pedigrí, ya lo creo. Pudo mostrar partidas de nacimientos familiares, aclarar sus raíces…y hacer algunos regalos valiosos a algún que otro jerarca alemán. Jan tiene la impresión de le presionaron para que consiguiera obras de arte o para facilitarles rutas de comercialización, incluso a espaldas de los mandos de la Wermacht. El abuelo de Jan sobrevivió, pero con el nuevo régimen tuvo que cerrar el negocio definitivamente. Pero, ¿de dónde le viene a Jan la materia gris para dedicarse a esa actividad, Malena? Me has dicho que tu amigo es un simple licenciado en Artes. Malena parece conocer casi todo de Jan y no para de informarme. Por supuesto que Jan no vivió directamente la actividad de su abuelo; ya no había tienda. Pero Jan cree que siempre siguió realizando de tapadillo algún tipo de labores. Pequeñas incursiones en lugares abandonados por la administración, visitas secretas a domicilios donde atesoraban bienes de herencia familiar, suministro de pistas a burócratas que aprovecharon su influencia para mover obras de arte, incluso sacarlas fuera del país. El abuelo de Jan estaba muy considerado por sus conocimientos, pero, sobre todo, por su olfato, su capacidad para distinguir la calidad de una obra, incluso para descubrir lo falso. Yo creo, sigue diciéndome Malena, que Jan vio en su infancia algo de esto. Más los consejos, opiniones y experiencias que el abuelo le transmitiera como si se tratara de una red de comunicación secreta entre ambos. El abuelo debió ver un Jan sensible, receptivo y con sumo gusto estético y, a cambio, Jan aceptó sus admoniciones. Pero se reservó una carta, digamos moral. Jan se prometió a sí mismo que si alguna vez se dedicaba de pleno al comercio de las antigüedades sería honrado. ¿Honrado, Malena? ¿Te imaginas a un anticuario íntegro? Sí, ya sé que cuesta creerlo, dice Malena. Pero Jan es otra cosa. Un visionario, una especie de salvador. No tienes idea de cómo trata una obra de arte. La creación artística es para él una suerte de religión.
viernes, 15 de abril de 2011
Malena S. / 6
Malena no ha leído toda la obra de su escritor mítico. El enterrado en el Zidovtské al que hemos estado visitando. La lee con lentitud, dejando reposar, eligiendo al azar, tomando lo que le pide su inquieta latencia. Malena suele decir que un libro en el que desde su primera página intuyes interés no debe leerse corriendo. Michal, me dice, un libro que te atrae es como una seducción. Sus primeras páginas son un tanteo con el lector y éste decide si se deja cautivar o lo rechaza. Por supuesto, siempre es una sorpresa leer un nuevo relato, pero cuando uno pide algo más, necesita que tenga lugar un cortejo del texto con el lector. Sólo en ese instante empiezas a sentirte atrapado. Y en ese juego, Malena, ¿dónde queda el autor? ¿No es lo mismo texto que autor? Sólo a medias, Michal. El autor es una especie de observante, agazapado detrás de lo que ha engendrado, seguramente reconcomiéndose por la historia que dio a la imprenta. No me digas que el escritor es un vulgar voyeur, Malena. ¿Por qué no, Michal, por qué no puede serlo? Se ve devorado aún por la incertidumbre de haber dirigido el relato en una dirección y no en otra. Está obsesionado con las puertas que ha cerrado o con las estancias que ha dejado sin ocupar. Algunos autores se sienten obligados a escribir otra novela por esa causa. La última nunca les deja satisfechos, sienten que no han logrado su objetivo sino circunstancialmente. Malena siempre me desborda, agota primero mis recursos pero enseguida fomenta mi capacidad sugerente. El autor, me dice, es el tercer hombre, alguien que está en el fondo de la historia pero que te suelta ésta para que te mantengas distante de él. Y sin embargo, cuántos autores no estás tocando en lo más hondo al leer cada línea de sus textos. A mi me pasa con el hombre enterrado ahí abajo. Tan pronto me parece un hombre distante como el hombre textual por excelencia. Eh, Michal, ya estamos cerca de la casa de mi amigo Jan, el anticuario. ¿Nunca te he hablado de él?
jueves, 14 de abril de 2011
miércoles, 13 de abril de 2011
Malena S. / 5
¿Sabes lo que más me gusta del cementerio judío, Malena? Que es una alfombra vegetal, uniforme y selvática desde que entras por la puerta. Los árboles tan frondosos, las enredaderas que suben por sus troncos, la hiedra que cabalga entre las tumbas. Podríamos venir un día a comer al estilo campestre y seguro que sentiríamos las mismas sensaciones que en uno de esos parques naturales. Malena me miró socarronamente y echó a reír. ¿Y qué diría el guardián de las esencias finitas que te puso la kipá a la entrada, Michal? Ahí hay muchos miembros enterrados de las clases pudientes de la ciudad. Los granitos y los mármoles que adornan sus sepulturas les delatan o mejor dicho, hace evidente lo que fue su condición social. Y que conste que tampoco me gusta hablar de esta manera de vecinos que fueron perseguidos solo por su pertenencia a una estirpe considerada maldita, y eso que muchos no se reconocían en ella. Yo seguía iluminado por la imagen deslumbrante del Zidovtské. Pero es verdad, le dije, cuando me traes cada año a tu particular homenaje salgo con la misma idea. Las tumbas pasan a segundo término y más allá de los muros no existe ni Zizkov ni Vinohrady ni el resto de los viejos municipios que han nutrido la ciudad moderna. Tengo la impresión de estar en cualquier bosque de Bohemia. Antes de que la lluvia ácida los maltratase, ¿no?, me interrumpió Malena con una de sus salidas radicales. Oh, no me hagas caso, Michal, tengo que ver siempre el lado oscuro de las cosas. Debe ser por eso que me cuesta tanto ver la belleza, y no es que no la vea, no es que no se me plante delante, es que me cuesta dar un paso y entregarme a ella. Lo sabes muy bien, Michal, la belleza me hace infeliz, porque no creo que tenga un único rostro. O porque yo misma no sepa percibirla. Intuyo que sus dimensiones superan mi capacidad de llegar a ella.
martes, 12 de abril de 2011
Malena S. / 4
Y tú no querías venir al principio, me dijo Malena chinchándome, a la vez que tomábamos una de las calles que llegan a lo más alto de la colina. Nadie me hizo caso cuando yo se lo proponía. Tú podrías haber sido uno más y de aquel día no hubieras pasado. Pero caíste en la trampa; no sé por qué no te parecí una loca, pero apenas dudaste. No me digas que no fue una prueba propia de la Esfinge. Claro, una prueba a ciegas, le dije yo, sin pistas, sin detalles, con ventaja. Malena es contundente cuando tiene claro algo que le ha costado averiguar: la belleza no admite pistas, Michal. No avisa, no llama, no se ofrece previamente. Es una revelación. Y cuando estás ante un objeto, un paisaje del bosque, una estatua o un palacio, por ejemplo, o simplemente una calle que es diferente, y sientes que algo te paraliza en ese ámbito, entonces puedes considerar que se te muestra y tú te descubres a su vez. Es como un encuentro. La gente habla del encuentro como una manifestación entre dos o más personas, que muchas veces resulta pasajero, insuficiente, tenue. Pero sólo hay encuentro auténtico si alguien te habla desde su silencio y tú escuchas ese silencio. O bien cuántas veces hemos disfrutado del encuentro con un perro y hemos jugado con él y nos hemos entendido. Ah, la gente no percibe fácilmente que existen encuentros más profundos, donde lo que cuenta no es tanto una ubicación física, una aproximación, como algo que se pronuncia en tu interior y te desarma.
lunes, 11 de abril de 2011
Malena S. / 3
Habíamos dejado atrás el Olsany y el Zidovské nuevo, lugares a los que no me hubiera planteado ir jamás de no haber aparecido Malena en mi vida. No es que tenga especial prejuicio sobre los cementerios, y menos en esta ciudad en que las mayorías y las minorías de distintas creencias han configurado a su aire las necrópolis, muy semejantes, por cierto. Estos espacios son lo que son, y están para justificar un punto final que sólo se encarna en la memoria de los vivos. No había tenido nunca interés alguno por los cementerios. Recuerdo que, al poco de conocerla, Malena me llamó por teléfono al bar donde yo trabajaba de camarero. Era a finales de mayo, la primavera estaba siendo fría y muy húmeda. Sin darme opción alguna, me lo espetó. ¿Quieres venir mañana conmigo a las casas de los muertos de Zizkov? Dicho así, no supe qué pensar ni qué contestarle. Se dio cuenta de que había caído en la trampa y echó a reír. No temas, Michal, los muertos están muy muertos y algunos desde hace siglos. Pero si te inquieta, decide tú mismo, eres libre, mas te advierto que por esa zona hay varios establecimientos del ramo. Puedo ir sola, ya lo vengo haciendo desde hace tiempo. Reconozco que la propuesta me dejó perplejo. Lo que no suponía yo es que Malena ejecutaba por su cuenta un particular ritual en torno a esas fechas. No, no es que ella creyera en las obras de los muertos, sino solamente en las de los vivos. Principalmente si esas obras habían dejado sus huellas en el mundo y, sobre todo, dentro de ella misma.
domingo, 10 de abril de 2011
Malena S. / 2
Por supuesto que la gente siente. Sentir es algo tan antiguo. Te dan palmaditas y sientes, te riñen y sientes. Pero la gente percibe ese sentir como una regla, Michal. Es un sentir como comprobación de que no se les excluye o de que se comportan. Como un reflejo más de las normas al uso que de lo que te dice en sí una sensación. Tantos han perdido la noción de la estética. No se sabe ya hacer las cosas por gusto, por placer. Incluso las que hay fuera de ti, que parecen ajenas, pueden tocarte de manera que las hagas tuyas. Y entonces llegas a saber más de ti. Pero, ¿quiere la gente saber más de sí misma? Todo lo que acabamos de ver tú y yo ahora, Michal, lo llevamos dentro. Si no, esta conversación no existiría. Fíjate que apenas hemos hablado dentro del recinto. Nos quedamos mudos porque todo lo que había a nuestro alrededor hablaba extraordinariamente por nosotros. Era…¿cómo te lo diría, Michal? Sí, una mudez expresiva. Nos bastaban gestos con la cabeza o con las manos para mirar aquel verdor que tapizaba el suelo, aquellos árboles, aquellos poliedros tatuados. Y nosotros, Michal, escuchábamos todo aquello. Adoro la contemplación, algo que la gente apenas sabe hacer.
sábado, 9 de abril de 2011
Malena S.
Si sólo hubiera fealdad en el mundo seríamos más felices, me dijo Malena mientras subíamos por las calles de Zizkov. Sería una felicidad sin contrastes, añadió. Como si tuviera un terciopelo de consenso. Nadie aspiraría a sobrevivir por encima de ese ámbito anodino. Eso proporcionaría felicidad, de hecho ya se la proporciona a mucha gente. Aquellos que solo viven pendiente de procurarse el jornal y la alimentación de cada día. Escaso ejercicio físico, ninguno mental. Se trataría de subsistir en una especie de reposo indolente. Sin alicientes especiales, pero también sin riesgos. Ni siquiera el amor pasaría de ser la mera y ocasional ejecución que deshace tensiones sanguíneas. Y, por supuesto, ajustado a las necesidades de cubrir numéricamente la especie. La gente, convéncete, Michal, hace tiempo que dejó de explorar las sensaciones.
miércoles, 6 de abril de 2011
LOS SIN EXPECTATIVAS, A LA CALLE
¿Servirá para algo? Los años le hacen a uno escéptico y bastante descreído. Pero a la vez acontecimientos sorprendentes le llenan de ilusión y de expectativa emocionada. ¡Por qué no va a servir este gesto movilizador! De momento es una llamada cívica que por el mero hecho de convocarse tiene mérito. Si hay una presencia de jóvenes numerosa y de no jóvenes que valoran el hecho y apoya será un toque de atención importante. Para un gobierno que está concediendo demasiado a los poderes fácticos y para una oposición reaccionaria que sólo desea el control del poder para ajustar más aún las tuercas. Tal vez luego suponga algo más este primer ejercicio de protesta colectiva, pero ahora se trata de que la calle de Madrid se llene mañana de gente y sea un grito. Que tengan éxito. No tienen nada que perder.
martes, 5 de abril de 2011
Un crimen del fanatismo
Me sobrecoge lo excluyente y atroz que resulta la violencia fanática. Ayer fue asesinado el actor de televisión y cine israelíes y también director de teatro Juliano Mer-Khamis, a manos de asesinos enmascarados. Hace años su madre había levantado el llamado Teatro de las Piedras, y luego de la Libertad, para niños de Jenin, en la Cisjordania, con objeto de apartar a los chicos de la ocupación israelí y del conflicto, y encauzar sus inquietudes y talentos. Con ello se trataba de devolverles la confianza, un sistema de terapia útil en la adolescencia, y utilizar este proceso creativo como modelo de cambio social. El teatro fue destruido por los tanques israelíes y en algunas otra ocasión sufrió incendios. En su espacio no sólo se ponían en pie obras teatrales sino que tenían lugar encuentros sobre los derechos humanos de los palestinos.
Leo que Juliano declaró en cierta ocasión: “Yo he elegido el lado de la justicia, no el de la nacionalidad o el de la religión. Políticamente soy palestino y lucho con los palestinos. No soy un judío bueno que ayuda a los pobres árabes. La lucha por la liberación de los palestinos es nuestra lucha como israelíes porque compartimos un futuro común”. Se cree que le han matado palestinos, aunque Juliano era alguien que caía mal a ambos lados. A los israelíes, obviamente, porque denunciaba su política y la combatía a su manera, y los conservadores no podían soportar su posicionamiento. A algunos palestinos islámicos porque acaso consideraban que su tarea era excesivamente pacificadora. Si es cierto, como sigo leyendo en pasajes de prensa, que los integristas no aguantaran su representación de “Rebelión en la Granja”, de Orwell, o que no admitían que niños y niñas hicieran actividades mixtas de teatro, todo era posible. Estaba marcado. Juliano Mer-Khamis pasaba de las amenazas que había recibido últimamente, pero no pudo detener las balas.
Leo que Juliano declaró en cierta ocasión: “Yo he elegido el lado de la justicia, no el de la nacionalidad o el de la religión. Políticamente soy palestino y lucho con los palestinos. No soy un judío bueno que ayuda a los pobres árabes. La lucha por la liberación de los palestinos es nuestra lucha como israelíes porque compartimos un futuro común”. Se cree que le han matado palestinos, aunque Juliano era alguien que caía mal a ambos lados. A los israelíes, obviamente, porque denunciaba su política y la combatía a su manera, y los conservadores no podían soportar su posicionamiento. A algunos palestinos islámicos porque acaso consideraban que su tarea era excesivamente pacificadora. Si es cierto, como sigo leyendo en pasajes de prensa, que los integristas no aguantaran su representación de “Rebelión en la Granja”, de Orwell, o que no admitían que niños y niñas hicieran actividades mixtas de teatro, todo era posible. Estaba marcado. Juliano Mer-Khamis pasaba de las amenazas que había recibido últimamente, pero no pudo detener las balas.
lunes, 4 de abril de 2011
Triomphant
Hoy no tengo ganas de poner de mi parte letra alguna. Encuentro en la red la Marche en Rondeau de Marc-Antoine Charpentier, con una interpretación soberbia del organista húngaro Xaver Varnus. El acompañamiento de trompetas es sobrecogedor. Simbiosis con la envolvente cadencia intimista del órgano al que Varnus saca destellos. Que el espacio donde se interpreta sea la sinagoga de Budapest le da un aire abierto. Que nadie se llame a engaño. Las kippas en las testas de los hombres no significa que necesariamente sean judíos observantes. A mi mismo me la puso el venerable anciano guardián del cementerio judío moderno de Praga. Cuando visité, inevitable y ansioso homenaje, la tumba de Franz K.
sábado, 2 de abril de 2011
Hay días en los que no sabe si ponerse o quitarse la máscara. Es muy fácil. Es reversible. Y, como todo aquello que se puede dar vuelta, varía si se contempla desde un lado o desde el otro. Eso es lo que protege, la percepción que tengan los demás de ti. Que es la que tú les mandes a ellos. La máscara, y sobre todo la inherente, la de quita y pon, es francamente útil. Permite seguir paseando entre otros individuos sin que estos adviertan la diferencia. Pero hoy no la pone a prueba, hoy no se somete al acertijo de otras miradas. Anda tirado en el rincón. Ha probado a quitarse la ropa, a ver si así expurgaba sus obsesiones. Pero a veces la desnudez exterior no basta. No se ha lavado, no ha comido, se ha rascado la piel todo lo que ha podido, se ha mesado y desorganizado los cabellos infinidad de veces, no ha escrito una simple línea, no ha leído la prensa, ha chasqueado los nudillos con frecuencia, no ha recordado nada del pasado, no le ha dado la gana de repasar ninguna tarea pendiente del presente, no ha mirado obscenamente ningún cuerpo, ni lo ha imaginado, no ha tenido un solo pensamiento generoso, ni tampoco de placer, ni tampoco de ganancia, ni de culpa. Se ha hurtado a sí mismo cualquier posibilidad de reconocimiento. Tirado en silencio y en la oscuridad se ha hartado de palparse para asegurarse que seguía allí mismo. Ha tenido momentos en que perdía el sentido de la ubicación, incluso creía flotar. Todo un ejercicio de desalojo de sí. Cuando los vecinos, al oírle chillar, han entrado derribando la puerta se ha limitado a contestarles: apagad la luz, que me destruye. (Imagen del artista Xue Jiye)