lunes, 11 de abril de 2011

Malena S. / 3




Habíamos dejado atrás el Olsany y el Zidovské nuevo, lugares a los que no me hubiera planteado ir jamás de no haber aparecido Malena en mi vida. No es que tenga especial prejuicio sobre los cementerios, y menos en esta ciudad en que las mayorías y las minorías de distintas creencias han configurado a su aire las necrópolis, muy semejantes, por cierto. Estos espacios son lo que son, y están para justificar un punto final que sólo se encarna en la memoria de los vivos. No había tenido nunca interés alguno por los cementerios. Recuerdo que, al poco de conocerla, Malena me llamó por teléfono al bar donde yo trabajaba de camarero. Era a finales de mayo, la primavera estaba siendo fría y muy húmeda. Sin darme opción alguna, me lo espetó. ¿Quieres venir mañana conmigo a las casas de los muertos de Zizkov? Dicho así, no supe qué pensar ni qué contestarle. Se dio cuenta de que había caído en la trampa y echó a reír. No temas, Michal, los muertos están muy muertos y algunos desde hace siglos. Pero si te inquieta, decide tú mismo, eres libre, mas te advierto que por esa zona hay varios establecimientos del ramo. Puedo ir sola, ya lo vengo haciendo desde hace tiempo. Reconozco que la propuesta me dejó perplejo. Lo que no suponía yo es que Malena ejecutaba por su cuenta un particular ritual en torno a esas fechas. No, no es que ella creyera en las obras de los muertos, sino solamente en las de los vivos. Principalmente si esas obras habían dejado sus huellas en el mundo y, sobre todo, dentro de ella misma.

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