viernes, 31 de agosto de 2007
¡Vuelve, Cassandre!
jueves, 30 de agosto de 2007
Brindis
miércoles, 29 de agosto de 2007
Schulz oferente
domingo, 26 de agosto de 2007
La virtud
“...Los hombres virtuosos son sencillamente aquellos que no han sido suficientemente tentados, porque viven en un estado vegetativo, o porque sus deseos se hallan tan concentrados en una sola dirección que no tienen ocio para mirar a su alrededor.”
Nunca fiarse de las apariencias. Nunca creer el discurso superficial de los predicadores. Nunca aceptar la firmeza hueca de los moralistas. Nos rodean. A veces podemos actuar como tales cada uno de nosotros. Incluso si se nos coge en un desliz o en un renuncio negamos, disimulamos. Nunca admitir las dobles imágenes como auténticas. ¿Quién certifica la virtud de un ser humano? ¿Las reglas? ¿Qué reglas? ¿Las que falsean la realidad para que ésta se eternice en función de intereses poderosos? ¿Las que reconducen hacia el redil del control social para que fluya generosamente la economía? ¿Por qué va a ser menos honesto consolarnos en las miradas sobre el sexo, en la concupiscencia que nos convulsiona, en el misterio que nos desorganiza, que en ese dejarnos devorar por las ganancias del dinero? ¿Qué delimita la virtud del vicio? ¿El objeto o el sujeto? ¿Quién se considera por encima de otros? ¿Quién tiene garantías de estar ungido por el toque de la virtud? ¿Es posible hacer de la necesidad virtud, como suele decirse? Preguntas para laicos risueños.
(Fotografías sugerentes de Rolfe Horn y de Daido Moriyama)
sábado, 25 de agosto de 2007
El alfabeto de Perec
Dejarse llevar por el desordenado orden de las letras del abecedario. No dar por hecho el plan de la costumbre. Preguntarnos. ¿Quién las dispuso así? ¿Por qué? ¿Fue algo aleatorio? Se sabe que no todas se formaron a la vez, que algunas llegaron después que otras, que muchas ha desaparecido víctimas del desuso y que otras son advenedizas, que unas apenas se han modificado a lo largo del tiempo y que otras se han recompuesto en función de la precisión de los sonidos o exigidas por razones de ahorro linguístico. ¿Es el triunfo de la repetición lo que impera tras el ordenamiento de las letras? ¿Valen más las primeras que las últimas? ¿Tienen más fuerza las que inician la escala lineal? ¿Tiran del carro unas más que otras? Obviamente no, al menos desde el punto de vista de combinarse para formar palabras. Y sin embargo, cuando se mira más allá, cuando se concede otro valor no exclusivamente gramatical, cuando se las dota de otros poderes y significados para uso y abuso de metáforas y calificaciones, la cosa varía. Esto es lo que acaba de ratificarme Georges Perec cuando leo lo que en su libro Pensar/Clasificar advierte claramente:
Muchas veces me he preguntado qué discurso lógico se siguió a la hora de distribuir las cinco vocales y las veinticuatro consonantes del alfabeto. ¿Por qué empezar por la A y seguir con la B, la C, etcétera?
El hecho mismo de carecer de una respuesta a esta pregunta resulta cuando menos reconfortante: el orden del alfabeto es arbitrario, impresionante y, por consiguiente, neutro. Objetivamente hablando, la A no es mejor que la B, el abecedario no es un signo de excelencia, sino tan sólo el de un inicio (el del propio métier)
A = excelente.
B = menos bueno.
viernes, 24 de agosto de 2007
El nacimiento de Venus
jueves, 23 de agosto de 2007
Viva la Memoria Viva
Un amigo que ha pasado sus vacaciones por zonas del nordeste español me escribe con cierta euforia. No me resisto a reproducir algunos de los comentarios de su periplo recurrente, pero que le sigue dejando atónito.
"...El retorno a las ciudades que le han sido dadas a conocer alguna vez a uno suele llevar implícita la búsqueda. Y con ella, la ilusión. Se puede pasear por los mismos bulevares, demorarse en los jardines conocidos o transitar por el casco antiguo de toda la vida. Y sin embargo, siempre hay una nueva visión sobre los paisajes ya conocidos. Claro que también suele acontecer que al torcer por una calle habitual y tomar otra que nunca se ha tomado te depare algo absolutamente nuevo, o que desplazarse hasta una zona diferente de la ciudad te ofrezca barrios que no conocías, o que traspasar el zaguán de un viejo palacio te muestre formas de poder y de vida que ignorabas. La ciudad siempre ha estado ahí, posiblemente desde hacía siglos. Sólo faltaba que te encarases con las misteriosas facetas de sus profundidades y con las inadvertidas perspectivas de sus extensiones para conocerla mejor.
...En las ciudades a veces la historia se manifiesta a simple ojo. Pero también ofrecen descubrimientos que sólo se les propicia a los curiosos, a los indagadores de raza y a los románticos empedernidos en busca de lo nostálgico e inexistente. A veces esos rastros revisten todavía tonos patéticos y te sitúan ante un revivir imaginativo pleno de emociones. Es el caso de la visita a un refugio civil contra los bombardeos de la aviación militar sublevada contra la República legítima, que tuvieron lugar oprobiosamente sobre la población indefensa en 1936. Todavía existen en Barcelona, y uno de ellos, el Refugi 307, en Poble-sec, se ha recuperado en buena parte para rescate empírico, testimonio y conocimiento de nuevas generaciones. El mero hecho de transitar setenta años después de su construcción por las galerías excavadas en la madre roca de gres sobre la que se asienta la ciudad hace meditar íntimamente. Indudablemente, la amplia y nítida información proporcionada por las guías, que me han parecido sólidamente preparadas para la comunicación ad hoc, ayudan a la comprensión y el razonamiento sobre uno de esos hábitat circunstanciales que sólo ciertas poblaciones y en ciertos momentos de la historia han sufrido en nuestro país. Pero más allá de los datos, el mero hecho de adentrarte en aquella cueva humana recaba todas tus dotes de observación, toda tu propia capacidad de identificación con el medio y te ves de pronto haciendo un ejercicio importante, solidario en la distancia, respecto a la actitud y el comportamiento de los ciudadanos que tuvieron que refugiarse, entre asustados y esperanzados, infinidad de veces allí adentro.
...Reconozco que se me puso la carne de gallina cuando al entrar empezó a sonar la sirena de alarma que avisaba de un raid aéreo, como lo que sólo habíamos escuchado en las películas. Afortunadamente aquí también es ficción, pero escuchar la sirena según das el paso hacia el interior del refugio te sobrecoge. Luego, te abandonas. Un refugio civil no era un lugar de caos precisamente. Todo estaba previamente organizado y había que cumplir unas normas a rajatabla. Algunas de ellas: prioridades para enfermos, mujeres y niños; no fumar ni realizar estiramientos, para mantener un buen sistema de ventilación; no hablar de política, ya que allí acudían gente del barrio con diferentes ideas...Sólo pensar que el refugio, construido por las manos de los vecinos de todo género y edad, ya que los hombres adultos estaban en el frente, y con arreglo a unos criterios de ingeniería perfectos, asombra. Recuerdo con especial desgarro otro momento en que, no por ser de menor ficción resultaba menos emotivo. Fue cuando el grupo de visitantes nos sentamos en unos bancos corridos junto al muro y nos quedamos en silencio. El sonido de las bombas cayendo al exterior y algunas voces de personas que se desasosegaban hacía que nos mirásemos unos a otros con perplejidad y cierto aturdimiento. La técnica virtual ayudaba a la comprensión real.
...No voy a marearte con informaciones detalladas, puesto que todo el que quiera enterarse hoy día de algo no tiene más que pinchar en internet. Sólo me urgía transmitirte algunas de mis emociones sobre un recorrido de más de una hora por un lugar que nunca debería haber existido de no haberse producido en 1936 lo que se produjo. En estos tiempos en que hay ciertas fuerzas nacionales que no desean que se saquen a relucir hechos acontecidos dramáticamente hace tiempo, simplemente porque no aguantan el peso de la verdad, resulta reconfortante que toda una labor de vecinos actuales del barrio de Poble-sec, apoyados por historiadores consecuentes, haya logrado la recuperación de un testimonio humano de primera como es este refugio."
Por mi parte, poco que añadir. Suena tan a ficción todo que diríase que a los que vencieron, pero no convencieron, este tipo de huellas no les habría gustado que resucitasen para memoria y conciencia de quienes quieran valorarlas. Viva la memoria viva.
(Fotografías de Tanya Ruis)
miércoles, 22 de agosto de 2007
Aerolito
martes, 21 de agosto de 2007
Sigue el vuelo
lunes, 13 de agosto de 2007
Envenenar
Escribir, para qué. A veces, pocas, surge la pregunta. Pero resulta tan inútil hacerlo como preguntarse: respirar, ¿para qué? Y sin embargo cuando la duda acecha de manera especialmente crítica o las tinieblas nos obnubilan, pretendemos bloquear la llegada del oxígeno al cerebro.
Henry Miller: “Un hombre escribe para expulsar el veneno que ha acumulado debido a su estilo de vida falso. Está intentando recapturar su inocencia, pero todo lo que logra hacer (escribiendo) es inocular el mundo con un virus de su desilusión. Ningún hombre pondría una sola palabra en un papel si tuviera el coraje de vivir aquello en lo que creía”
Es muy propio de la pedantería militante al uso cuestionar la necesidad de la escritura. O simplemente sospechar de su práctica. Vaciedad de vaciedades, todo vaciedad. La actualidad de los blogs, que está posiblemente inaugurando formas diferentes de escritura (se podrá discutir sobre sus logros) revela precisamente cómo crece la urgencia por descubrir lo pendiente que llevamos dentro. Aunque también hay mucho de pasatiempo sin más. Por otra parte, siempre me ha deslumbrado la capacidad de los autores tardíos, los que han descubierto sus habilidades en edades maduras e incluso de retiro laboral. Con frecuencia son los que más tienen que decir, si han sabido digerir bien sus experiencias. Digerir, digo, no domesticarlas ni mucho menos justificarlas. Pero el valor de lo literario, sea cual sea la forma que esto adopte, no es propiedad de la edad provecta como tal. Como tampoco es exclusiva de los advenedizos a la vida adulta. Simplemente es la posibilidad que se brinda a cualquiera de desafiar las arduas y en ocasiones lamentables maneras de vivir. O de fingir que se desafía, porque no resulta fácil renunciar a ellas. Si hay en la escritura un intento por recuperar la inocencia perdida, como sugiere Miller, resulta un intento frustrado. Porque la inocencia, si acaso, sólo nos fue dada de poseer una vez. Después, como mucho, nos pasamos la vida rescatando memorias, buscando claves y refugiándonos en la persecución de los enigmas. Y en competencia desleal con un mundo interior (y exterior) contradictorio, competitivo y desasosegante que nos envenena. Como un exorcismo, se escribe como dice Miller para expulsar el veneno y para contagiar de nuevo lo que nos rodea. Si más allá le espera al hombre que escribe una Metamorfosis, él sabrá.
(La foto es de Sylvia Plachy)
El recadero ufano
¿Qué mejor homenaje podría haber dedicado Cartier-Bresson al recadero desconocido? El chico, ejecutando un mandado, reacciona ufano y orgulloso ante las burlas del resto de la chiquillería. ¿Quién no ha hecho alguna vez de recadero en la infancia? Porque hubo una vez un tiempo en que no se tenían todavía frigoríficos ni había supermercados ni el volumen del género era amplio ni la disparidad de existencias abundaba ni las monedas fluían más allá de los límites de jornales exiguos. Una época en que te podían mandar de modo imprevisto y por parte del familiar que le diera la gana a por cualquier cosa: a por tabaco picado, a por gaseosa, a por vino, a por hielo, a recoger las medias que tu madre había dejado para coger los puntos, a por la capilla de la Virgen que se trasladaba de casa en casa, a visitar a los abuelitos, o simplemente a trasladar una cita enigmática de tu hermano mayor. ¿Suena hoy día todo esto? Supongo que, en estos tiempos de avituallamiento desproporcionado y de carga en masa del carrito de la compra, resultan difíciles de imaginar otras conductas más improvisadas. Ni se podrá comprender muy bien dónde comenzaba la colaboración familiar más o menos aceptada y dónde terminaba el abuso autoritario de la familia. Había infinidad de recados y supongo que variedad de recaderos. A muchos nos costó siempre ceder al mandado, y lo hacíamos de mala gana, presionados o chantajeados vilmente por los mayores. Pero había otros que estaban siempre prestos a cumplir una orden, bien por ganarse los favores de los superiores o porque tenían aptitudes para el oficio. Oficio de servidumbre que muchos no han conseguido superar ya de adultos. Se ve que le cogieron el gusto.
domingo, 12 de agosto de 2007
Pusilánime
El despertar ha sido amargo. Coronas tu sueños con desatinos. Son los sueños, piensas. El precio y la garantía de renunciar a ti misma durante unas horas. Amaneces repartida en cuadrículas que juegan a ocultarse y a descubrirse. Alternadamente. El blanco y el negro diezman tus perfiles. Es el precio de las indecisiones, piensas. Te contemplas abstraída. Es como si estuvieras parada y a la vez dispuesta a tomar carrerilla. Nadie advierte que estás observando la perspectiva, aunque no reacciones. Es como si la duda te bloquease y no pudieras activar tus sentidos. Eres lo más parecido a una máscara. Lo asumes. Las máscaras encubren y también defienden. Eso es lo que aprendiste. Y lo que entendiste de la sabiduría de las tribus africanas: proteger tu interior. Conjurar tus miedos. Espantar la acechanza púnica. Cuando estás débil, las usas. Te gusta deambular entre apariencias. No puedes negarlo. Lo real es siempre demasiado rudo. Y con frecuencia bastante brusco. Eso solías decirme. Y hay que alterarlo, para impedir que haga mella en nuestra piel. Convertir en ficción nuestros gestos, nuestros rostros, nuestros adornos. Eso me repetías con frecuencia. Te sientes atacada por las actitudes de otros, que te hieren. No siempre es lo que pretenden los demás, pero sí lo que a ti te llega. Y la simulación es esa alteridad que flota dentro de cada uno, sin llegar a ser jamás del todo nosotros. Y tú tan sensible, tan presta a ponerte en guardia. Como aquella vez que me peguntaste si me iba o me quedaba. Si me iba o me quedaba ¿dónde? ¿En tu territorio fronterizo? ¿En mi paisaje inestable? ¿En tierra de nadie? Uno siempre está y no está. El que lo capta de otra manera está aceptando lo tibio, la resignación, lo amorfo. Tú sabes que yo no. Que tú tampoco. Que la vida siempre es un ser y no ser. Se fija sobre capas tectónicas de duración limitada y de consistencia relativa. Cuando creemos disponer de lo certero, se nos va. Demasiado exigentes, sueles decir. Excesivamente vacilantes, insisto. En la diagonal de tu mirada no hay tristeza. Hay hastío. Te sospechas agotada. La ilusión fue sacrificada en el ara de la seguridad. Para qué. Los anhelos se extraviaron en el lento y deprimente transcurso cotidiano. No resistas. Cede ante tu pusilanimidad por una vez. ¿Qué puede suceder? ¿Que no despiertes?
(Bill Brandt fotografía)
viernes, 10 de agosto de 2007
Horizontalidad
(La fotografía es del artista norteamericano Bill Brandt)
martes, 7 de agosto de 2007
Severidad
lunes, 6 de agosto de 2007
Extravío
Y de repente los colores se extraviaron. Y donde había una gama que redimía al universo, todo dejó de ser opalino. Y donde los rincones abrían sus ángulos a los destellos más pronunciados, los vértices enmudecieron. Pero el caminante ve el perfil de la transparencia donde otros no levantan la vista del suelo. Y si bien la nitidez está ausente, mantiene la línea de su mirada. Y recibe a las nubes como aliadas. Y se recrea con el rumor del oleaje. Y se abandona a la caricia afilada del viento. Y siente el roce de la arena que llega a sus pies, desalojando los misterios del fondo del océano. ¿O se trata del mismo arcano que el de la vida? Distingue el haz y envés de la luz. Se entusiasma con la profusión de sus combinaciones, pero acepta el recato de sus velos. No está cabizbajo por el hecho de que los colores hayan volado hacia otros paisajes. Él también se reconoce en los quiebros de la naturaleza. Donde las estrías de las aguas y las muescas que tallan las nubes dotan de unidad a la laboriosa inquietud de los hombres. No tiene el corazón encogido. Ni teme los sonidos inusuales de la noche. Se sabe seguro hasta en sus ficciones más desproporcionadas. Se admite firme hasta en sus ensoñaciones más recónditas. Respira la brisa, aun a costa de otra luz. Un pulso entre ráfagas de tiempo.
domingo, 5 de agosto de 2007
Cenital
No eres sólo uno de ellos. Te han deslumbrado, te han sobrecogido. Es tanta su densidad que te desposeen. Y todo los colores convergen en la luz más virulenta. La que ilumina la hora cenital. La que funde el paisaje y la tierra y los cuerpos y las pasiones. La que te inquiere para que pertenezcas a su plenitud. Has ido a su encuentro, simplemente esperando. En la lentitud del día apenas te has movido. A partir de ahora sabes que ya nada es lo mismo. El recorrido desde aquella primera tensión hasta esta fulgurante disolución te tiene confuso. Y a la vez admirado. Si te palpas no encuentras tus músculos. Si te miras no ves tu contextura. Si tratas de escucharte no hay sonido que salga de lo más profundo de tu vocabulario antiguo. Eres todo ligereza y más allá tu pensamiento se torna áureo. Deseas alcanzar la cima. Ese hábitat que te espera al final de un sendero pajizo. Donde tu ser inquieto y la tierra se fusionan. Donde tus búsquedas y el viento se proyectan. Donde la calma y el deseo pactan tu longevidad.
(Al pintor Mark Rothko, agradecido)
Van llegando
Van llegando y los ojos se te abren. Y el olfato se te agudiza. Y los músculos se desperezan. Y extiendes las manos para dejarte tocar por ellos. Y todo tú eres expectante. No miras solamente los territorios físicos sobre los que te yergues. Desde tus pies hasta la línea ya perdida entre los últimos caseríos. Divisas también los recuerdos. Tras ellos resurgen lejanos colores. Luego imaginas cómo sería la concreción de lo deseado, de lo que aún no obtienes, de lo que apenas se insinúa en tu pausada senda. Y al esforzarte en ello los colores se te muestran más turbios y su imprecisión te desasosiega. Quieres estar donde estás. Te abstraes de la hoja del calendario, de los quehaceres, de los compromisos. Permaneces oferente a esas luces que se multiplican espectralmente. Que se deshacen cuando roza tu cuerpo. Hasta qué punto entran en tu percepción te sorprende. Hasta qué interioridad habitan contigo te asusta. Te mojan, te cubren de salinidad, te resecan, te aromatizan con la desinencia del tomillo, aletargan tus palabras. Lentamente se va imponiendo su plenitud un día más. Cierras los párpados para que no tengas que optar por ninguno de ellos. Y cuando te sientes tomado, cuando percibes cómo se infiltran por tus venas, cuando te duele el bisturí de su fuego, entonces los abres poco a poco. Abres también tu boca despacio. Expandes tu torso al máximo. No te importa salir de ti, dejarte arrebatar, convertirte en uno de ellos.
sábado, 4 de agosto de 2007
Espera
jueves, 2 de agosto de 2007
El guiño
Lo ve todo. Y lo que no ve, se lo apunta. Todas las miradas le parecen pocas. Todo el paisaje que le rodea se le queda estrecho. La máquina es su prolongación. Y un recurso. Lo que observa, le dice. Lo que no aprehende al principio, lo hace después. Cuando no le gusta lo captado, lo altera. Pocas veces. Le guste o no, es noble. Acepta lo que recoge. Si le sigue sin gustar el objeto, prueba nuevas tomas. Fotografiar el infinito. Es lo que se propone. El ojo se abre desmesurado, pero exigente. Se expande sin límites, pero con mesura. Con el objetivo atrapa la invisibilidad; justo ese instante que otros mortales no perciben. Contempla los territorios fugaces, y él se encuentra allí, para que no se vayan del todo. La altura de su mirador es la profundidad horizontal. Juega con las lentes como Dios con los dados. Rescata al caos de sí mismo. La virtud y el vicio se desnudan para él desde la normalidad. Nada de lo que hay de natural en el hombre le resulta ajeno. Nada de lo aparente le espanta. Atrae lo lejano, rasga lo ignoto, desvela lo recóndito. Y a la vez deja permanecer el orden deslizante de las cosas en su propio estado, para que siga aconteciendo. No se trata de transformarlo, sólo de ofrecerlo al observador sincero. No siente la necesidad de preparar la escena. Sabe que las imágenes se están mostrando de continuo. Tal vez se mueve leve. Tal vez permanece en un rincón. Tal vez se apoya en una esquina. Tal vez ejercita giros que buscan. Desearía que la luz fuera siempre su aliada. Pero no se deja vencer por las tinieblas ni por las sombras. Lo desdibujado también se puede atar. Lo amorfo se puede zarandear. Lo opaco se puede volver traslúcido. Jamás tantas dimensiones fueron atraídas como globos a la cercanía de un guiño.
(Cartier-Bresson fotografiado en un guiño)