lunes, 13 de agosto de 2007
Envenenar
Escribir, para qué. A veces, pocas, surge la pregunta. Pero resulta tan inútil hacerlo como preguntarse: respirar, ¿para qué? Y sin embargo cuando la duda acecha de manera especialmente crítica o las tinieblas nos obnubilan, pretendemos bloquear la llegada del oxígeno al cerebro.
Henry Miller: “Un hombre escribe para expulsar el veneno que ha acumulado debido a su estilo de vida falso. Está intentando recapturar su inocencia, pero todo lo que logra hacer (escribiendo) es inocular el mundo con un virus de su desilusión. Ningún hombre pondría una sola palabra en un papel si tuviera el coraje de vivir aquello en lo que creía”
Es muy propio de la pedantería militante al uso cuestionar la necesidad de la escritura. O simplemente sospechar de su práctica. Vaciedad de vaciedades, todo vaciedad. La actualidad de los blogs, que está posiblemente inaugurando formas diferentes de escritura (se podrá discutir sobre sus logros) revela precisamente cómo crece la urgencia por descubrir lo pendiente que llevamos dentro. Aunque también hay mucho de pasatiempo sin más. Por otra parte, siempre me ha deslumbrado la capacidad de los autores tardíos, los que han descubierto sus habilidades en edades maduras e incluso de retiro laboral. Con frecuencia son los que más tienen que decir, si han sabido digerir bien sus experiencias. Digerir, digo, no domesticarlas ni mucho menos justificarlas. Pero el valor de lo literario, sea cual sea la forma que esto adopte, no es propiedad de la edad provecta como tal. Como tampoco es exclusiva de los advenedizos a la vida adulta. Simplemente es la posibilidad que se brinda a cualquiera de desafiar las arduas y en ocasiones lamentables maneras de vivir. O de fingir que se desafía, porque no resulta fácil renunciar a ellas. Si hay en la escritura un intento por recuperar la inocencia perdida, como sugiere Miller, resulta un intento frustrado. Porque la inocencia, si acaso, sólo nos fue dada de poseer una vez. Después, como mucho, nos pasamos la vida rescatando memorias, buscando claves y refugiándonos en la persecución de los enigmas. Y en competencia desleal con un mundo interior (y exterior) contradictorio, competitivo y desasosegante que nos envenena. Como un exorcismo, se escribe como dice Miller para expulsar el veneno y para contagiar de nuevo lo que nos rodea. Si más allá le espera al hombre que escribe una Metamorfosis, él sabrá.
(La foto es de Sylvia Plachy)
Querido amigo (te lo digo porque me identifico muchas veces -ésta- con tus palabras), querido alter ego, pues: "lo pendiente que llevamos dentro" no va a salir (no nos engañemos), convertido en tigre de papel. Experiencia digerida o -tal vez- pujanza "domesticada". Creo que cada uno digiere su propia domesticación (reconducir la fiereza a un recinto habitable). Qué pena el animal domesticado (no el doméstico). Pero, a estas alturas, en esta sociedad, el hombre qué posibilidades (civilizadas) de fiereza posee (Henry Miller o Bukovsky...D.H. Lawrence, quizás). Escribir puede que sea escribirse (experiencia tortuosa de introspección), narrar (experiencia gozosa de "extrospección"), o simplemente escribir (enamorarse de las palabras, de su sonido...). En los tres casos, el mundo (mi mundo) se amplía y -deseablemente- la realidad se enriquece.
ResponderEliminarJó, Francisco, no es poco lo que expones. Me apunto a tu argumento sobre las razones del escribir (se podrían añadir más, supongo) Pero lo que llevamos dentro, insisto, también puede exudorarse en forma literaria, sea o no tigre de papel. Manifestar de manera directa todo lo pendiente dentro de nosotros nos llevaría probablemente a esquizofrenias y desquiciamientos varios (escribir es una de sus variantes, pero al menos contenida) Y cruzar la frontera siempre es arriesgado y tal vez letal. ¿No te ha pasado alguna vez? Uf, largo tema de indagación. Saludos y buenas noches de verano raro.
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