viernes, 10 de agosto de 2007

Horizontalidad


Hay días absolutamente horizontales. Días en que te ves engullida por los estratos más recónditos. En que apenas emerge tu nariz para respirar. En que estás más desnuda, pero no llegas a advertirlo del todo. En que la nuca pesa y no encuentra reposo grato. En que los ojos apenas se mueven entre el circuito oval de los párpados. Y la boca sólo sabe recitar monosílabos. Las ventanas han sido golpeadas en repetidas ocasiones por un viento repentino del atardecer. No te has inquietado. Juegas con el edredón una partida de cubos. Demasiado planos. Y sin embargo, cuando los percibes reducidos desde un lado te parece que se proyectan hacia otro. En tu flojedad has olvidado todos los compromisos. Apenas notas tu vientre. No has tenido ganas de comer. Cuando el teléfono ha sonado lo has ignorado. Y no te hallas mal así. Deseas hacer de esa postración un arma contra ti misma. No te agrada pensar que te estás castigando. No es eso lo que pretendes. La mera idea de infligirte tortura te rebela. Quieres prolongar tu lasitud hasta extremos en que no sientas hostigamiento de nada ni de nadie. Ni las fluctuaciones desazonadoras de tus propias venas. Sólo deseas que los recuerdos no te alteren. Que los pensamientos no se enhebren para llenarte de coseduras. Que las intenciones pierdan su fuerza hasta fundirse en la horizontalidad. Ni siquiera te convence el sueño. Sería demasiado fácil. Con ese desmayo controlado te pones a prueba. Desafías el riesgo de otras opciones que podrían acecharte. Simulas que ya no existes para nadie. Flotas en tu desposeimiento. Simplemente, son días, te dices. Cierras los ojos para imaginar una ubicuidad imprecisa. Dejas que las horas trascurran. Ensalivas una y otra vez tu garganta reseca. No reparas en que la noche es el último ápice horizontal.


(La fotografía es del artista norteamericano Bill Brandt)

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