¿Qué ofrece el sirviente Bruno Schulz a los personajes de su entorno? ¿Qué nos ofrece a todos? ¿Corona real o corona de espinas? ¿Obra rediviva u obra desaparecida? ¿La complejidad de su vida interior o el desprecio a las apariencias? ¿El arte como testimonio o como revelación? ¿Cómo ratificación de lo ya prefijado o como indagación recreadora? ¿Cómo exorcismo o como prospección? Sólo su mirada, llevada aguda y casi mefistofélicamente al límite del ángulo de sus ojos, tiene la respuesta. Esa inclinación servil queda traicionada por unos ojos despiertos que miran diagonalmente con el poder de la intención. No hay disimulo ni falsedad. Schulz ofrece su visión, se da a sí mismo a través de sus aguafuertes. En ellos se adivina la conciencia de un pathos que escudriña los territorios del sadomasoquismo, de los desprecios, de las dependencias, de los ofrecimientos a cambio de nada, de las rendiciones a cambio de todo. Schulz invita tal vez a penetrar en sus propias obsesiones, en sus canalizaciones sexuales más íntimas, en sus mitificaciones traducidas a la sensorialidad, en las sugerencias más instintivas que sólo quien abre su obra El libro idólatra va a poder percibir. El gesto oferente rinde tributo a la reafirmación de la existencia de lo malévolo, al retrato de lo abyecto, a la representación del prototipo del sátiro, a la morbosidad sexual más arraigada en cada alma, a la veneración sin freno de cuanto sugiere placer, a la entrega incondicional, a la exaltación de la diosa mujer, a lo onírico como parte cotidiana de nuestra conciencia despierta. En una carta a su amigo Stanislaw Witkiewicz, Bruno Schulz comenta en este tono su El libro idólatra: “Se habló de la tendencia destructiva del libro. Tal vez sea así desde el punto de vista de algunos valores admitidos. Pero el arte opera en un trasfondo premoral, en un punto donde el valor sólo está in statu nascendi. El arte en tanto que expresión espontánea de la vida impone tareas éticamente contrapuestas. Si el arte sólo hubiera de confirmar lo que ha sido determinado en otra parte, devendría inútil. Su papel es ser una sonda lanzada en lo desconocido. El artista es un aparato que registra los procesos que intervienen en las profundidades donde se forma el valor”. ¿Alguien se resiste a estas alturas a echar una ojeada a las imágenes de su obra?
Alguien me descubrió a Bruno Schulz hace ya un par de años y siempre se lo agradeceré.
ResponderEliminarTe aconsejo visites esta página, creo que es un buen artículo.
http://www.letraslibres.com/index.php?art=9469
Gracias por traerlo aquí.Buenas noches
Pues a mi me lo descubrió la inercia, con una pizca de olfato y cierta dosis de curiosidad...Al final, un librero fiable -de los que casi ya no quedan- me lo acabó de decidir, y no me arrepiento, aunque reconozco que el Schulz literario no es nada fácil ni accesible. Tampoco sus dibujos son puro figurativismo, pero la expresión tiene otra accesibilidad y llegas a ella de otra manera. Schulz es un misterio en cierto modo (se perdió ¿o está oculta? mucha de su obra escrita y sobre todo pictórica) Y su vida acabó siendo maldita. Gracias por la recomendación del artículo de la Montmany, que es una crítica sagaz y erudita, y sin remilgos ni exhibición además. Lo leeré ávidamente. Buenas noches.
ResponderEliminar