jueves, 31 de agosto de 2023
Aquellos días de Coyoacán
martes, 29 de agosto de 2023
Inscripción de un poema
domingo, 27 de agosto de 2023
Tactos
jueves, 24 de agosto de 2023
Cintéotl en mis manos
lunes, 21 de agosto de 2023
Abatimiento
"Con cierta parte de nuestro ser vivimos todos fuera del tiempo. Puede que solo en circunstancias excepcionales seamos conscientes de nuestra edad y que la mayor parte del tiempo carezcamos de edad."
Milan Kundera, La inmortalidad.
Dando tumbos el hombre anduvo unos pasos y contempló el umbroso vacío de su habitación. ¿Había estado con él alguien allí? Le recorria un sudor inhabitual y su cuerpo olía a aromas diferentes. En su mente se agitaban conversaciones pero también bullían silencios. Si hubo algo, se preguntó, ¿qué fue primero, el coloquio o el lenguaje silente y reservado? Se contempló en su vacilante abandono, advirtiendo marcas amoratadas en la espalda. Una ráfaga de temblor en los muslos le sacudió. Ducharme me vendrá bien, pensó titubeando, pero ¿debo o, mejor dicho, quiero? Se sentía complacido por mantener un calor que revolvía su piel. Acarició la reseca humedad de su abdomen. Aquel vello pegajoso contenía rastros que no eran suyos. Olfateó sus hombros y sus axilas, persiguiendo como un perro la señal del deseo. Luego hizo un movimiento rápido y desde toda la extensión de su cuerpo le llegaron aromas indistinguibles. Ni siquiera el suyo propio le era familiar. Pero no los rechazó. Más bien, sentado al borde de la cama, buscó el deleite y una inevitable desazón le dejó convulso. No soy el mismo de siempre, algo ha pasado esta noche, sea en forma de sueño o de un rapto cuyo rostro no se hace presente. Allí, frente al espejo del armario ropero, estiró hacia atrás los cabellos comprobando con asombro una cierta turbiedad en su mirada. No era el cansancio de unos ojos producido por el sueño que se demora, sino el deslustre de quien no ha cesado de contemplar con ansiedad una espera ajena. O la del hombre desenfrenado que quiere cubrir su desamparo con un encuentro ocasional. No había nadie más allí, pero no tenía conciencia clara de haberse encontrado solo. Palpó las sábanas arrebujadas, que le arañaron los dedos como si se tratasen de un prisma roto. Al acariciar los innumerables y desordenados pliegues le pareció estar recorriendo una piel interminable y caliginosa. En el espesor del jergón creyó revitalizar un cuerpo de mujer al que no ponía forma nítida pero que sus sentidos despiertos lo dotaban de sustancia. Estuvo esta noche aquí, tuvo el reflejo. Pero la memoria no le acompañó, como si estuviera disociada de las emociones que iban destacando abruptas en él. Ardía en su desnudez solitaria y desaseada, y el temor a la menesterosidad, él, que se tenía por intenso y dadivoso, le invadió. Emitió un grito salvaje, incontrolable, y hundió el rostro en la humedad de la cama. Respiró la fragancia impura y se desgarró.
* Fotografía de René Groebli.
sábado, 19 de agosto de 2023
Federico, Federico, siempre estás tan vivo
Hubo una vez un mago de las palabras que encandilaba a niños y adultos con su prestidigitación. En lugar del embuste agrio que vendían los mercaderes de humo él ofrecía fantasía reconfortante. No la abstracta, sino la que latía tras la vida común. La que ungía incluso al más humilde de los siervos. La fantasía que se revelaba purificadora y la que hacía arder la sed ansiosa de los abandonados del destino. Aquel guiñol para niños hacía soñar a los infantes. Aquella conjunción de los astros amorosos llevaba serenidad a las pasiones. Aquel teatro de la vida tradicional reivindicaba la posibilidad de la vida dichosa o al menos soportable frente a la oprobiosa condición esclava de esta. Fue un mago de las ensoñaciones. Y él estaba allí, tras cada niño, tras cada mujer marcada, tras cada ser hundido en un fatum que parecía inexorable. Federico, todo vida. Todo juego. Está tan vivo.
Celebremos al poeta y al hombre sensible. Cojo al azar un poema de Federico García Lorca, aparece en su Poeta en Nueva York (1929-1930)
* A los 87 años del asesinato alevoso de Federico García Lorca en Granada.
jueves, 17 de agosto de 2023
Brote
¿En qué momento brotó la mujer soñada? Las miradas libidinosas la querrían turbada. Miradas que solamente buscaban apropiarse de la belleza. Pero la belleza se resiste a ser poseída. Se ofrece como referencia para que cada mortal busque la propia, la que lleva dentro. No hay una forma única, dice la que sale del humedal. No hay un estereotipo ni una categoría, sino una percepción que siendo propia se alimenta de la pluralidad. Todos los sueños sobre la belleza están contenidos en esta ensoñación que llamamos vida. Alejaos, dice, de aquellos que destrozan las imágenes de la hermosura, porque en su negación conllevan el menosprecio de sí mismos. Esos son los que imposibilitan el disfrute y no reconocen otro goce que la lascivia desatada. Ellos son los belicosos que solo traen desgracias en su proximidad y justifican agresivos el mundo del no. Acercaos, dice, cuantos hacéis conducta de la sensibilidad. Los que fluis en la serenidad sin renunciar a la pasión. Los que os encarnáis en el cauce del reconocimiento de otros mortales sin ceder a la deriva de la defección. Allá donde brota la mujer soñada hay una fontana inédita para saciaros, que es tanto como decir para vuestra recuperación.
* Fotografía de Eric Kellerman.
lunes, 14 de agosto de 2023
Velada presencia
Fue como una presencia velada. Al principio creyó que se trataba del viento. Le pareció que le rodeaba un movimiento impetuoso. Imaginó una desastrosa ventolera y se levantó para cerrar cualquier ventana y evitar así que los papeles se extendieran desordenados por el piso. O que la impetuosidad de aquel fenómeno imprevisto derramara la copa de vino que solía situar sobre la mesa, entre los libros de consulta. Nada temo más, se dijo, que las manchas de vino sobre el papel.
No era bebedor de serie, sino escogido. El gusto impersonal de la adicción no le suponía una tentación irrefrenable. Bebía a sorbos, combinándolos al escribir con la elección de las palabras. Como un ritual, más que como una práctica común, paraba con frecuencia el tecleo para sujetar el tallo de la copa y sorber delicadamente. Entre un ejercicio y otro pensaba. O se abstraía, que consideraba una forma diferente de ceder al pensamiento. Pero ante aquella sacudida repentina se había levantado con brusquedad con el fin de detener el presunto caos en ciernes.
Para su asombro no había nada abierto en aquella habitación extensa. La recorrió a grandes zancadas, buscando la procedencia de una corriente, sin encontrar siquiera una rendija que explicara la sensación percibida.
Al volver a la mesa observó, alterado y molesto, que unas gotas oscuras se extendían sobre los pliegos escritos a máquina que había ido acumulando a su izquierda, ensuciándolos. Imposible, pensó repasando sus movimientos. Nunca llevo la copa al otro lado. Nunca bebo con nerviosismo ni agito mi mano para que revolotee el vino contra el cristal. Levantó los primeros pliegos y las gotas seguían calando los de más abajo. Se sintió confuso, ridículo. Estoy solo, nadie puede haber movido los papeles mientras he recorrido la habitación, se contrarió dejándose caer con abatimiento en la silla. La botella sigue en su sitio, mi copa permanece fiel a mi derecha, en la mesa no se advierte movimiento alguno. Ni siquiera tengo dado hoy el ventilador de aspas que pende del techo.
Su esfuerzo en racionalizar el máximo posible sobre la ubicación de los objetos y acerca de su propio comportamiento le estrangulaba. Una nueva y leve oleada de aire a su espalda, desplazándose en torno al cuerpo, le dejó perplejo. Giró la cabeza a un lado y otro. Observó la copa. El vino describía pequeñas ondas, mas el recipiente permanecía inmóvil. Hace un rato que no bebo ni escribo, advirtió con sobresalto. ¿Estoy aquí escribiendo como todas las mañanas o sueño que lo estoy haciendo? Tuvo la sensación de que su amplia camisa de lino blanco era rozada por un elemento invisible cuya procedencia no acertaba a adivinar.
Hizo todo lo posible por permanecer sereno mas en alerta. Si había aire no se manifestaba. Los papeles, quietos. La pluma de ave antigua que le habían traído de Florencia no movía ni uno solo de sus filamentos. Las hojas del ficus joven se mostraban pasivas. Solo la camisa se le pegaba a la piel. Creyó que una mano oculta presionaba su cintura. Percibió la calidez de un aliento ajeno. Otra vez vuelven mis fantasmas, los recurrentes espectros que me atosigan salvajes, gruñó tratando de familiarizarse con el acontecimiento. No refrenó el impulso de reír, sabiendo además que la risa en solitario puede tomarse la libertad más extensa que es la de no ser reprimida. Entonces escuchó una voz casi velada. Tal vez estés soñando. No distingues ya entre lo que escribes y lo que vives. Y a veces se sueña con risas de complicidad; los sueños son tan traviesos, acarició su oído aquella pronunciación taciturna.
El vino de la copa había mermado. Olió en su camisa un aroma que no era suyo. El bordado vertical lucía pequeñas lágrimas rojas.
* Fotografía de Eric Kellerman.
viernes, 11 de agosto de 2023
Mirando a los ídolos. Ah, los ídolos.
Dicen que aquellos humanos crearon los ídolos para que se parecieran a ellos. Pero los ídolos eran imperturbables. No tenían personalidad propia, si bien sus demiurgos les concedieron atributos superiores. ¿Tan frágiles como impotentes se sentían los humanos que fueron otorgando a aquellas representaciones propiedades y capacidades que ellos no poseían? ¿Proyectaban en las efigies las aspiraciones que no alcanzaban a realizar, los anhelos que no conseguían satisfacer y las obras que no estaban en sus manos levantar?
Felices como se las tenían aquellos hombres no se daban cuenta de que poco a poco las figuras que generaban se iban apropiando de ellos. Tenían forma de imágenes pintadas, de figuras esculpidas, de edificios alzados, pero sobre todo la efigie más poderosa era la idea. Cada ídolo valía tanto en cuanto se traducía en una o varias ideas. Y las ideas se desdoblaban a su vez en poderes que reducían la visión de los hombres, limitaban su campo de acción y obligaban a un culto ciego ignorando reconocer la fuerza interior con que la propia naturaleza les había dotado.
Los hombres fueron paulatinamente sustituidos por las ideas y los significados que se pretendían en los ídolos. De tal manera que muchos se comportaban más como reflejo de una idealización que como corresponsales -y corresponsables- de sus posibilidades y recursos. Así, durante milenios, los humanos capaces inicialmente de avanzar sin fin, no obstante tropezando y levantándose constantemente, pasando de la adversidad a una cierta gratificación y viceversa, cedían su papel al ídolo idea, al fetiche sustitutivo, al modelo envidiado.
Y toda aquella parafernalia fue pasándoles factura. Hasta nuestros días. ¿Era inevitable tanta dejación humana? ¿Fueron siempre conscientes de sus limitaciones? ¿Se sentían obligados a crear personalidades que representasen el logro de sus deseos? ¿Hasta qué punto los símbolos a los que pusieron rostro y cuerpo y ademanes de fuerza y de dominio les ayudó o frenó su impulso?
* Grabado de Pablo Picasso. Suite Vollard.
miércoles, 9 de agosto de 2023
Tu primer pensamiento al despertar: átomo (Recordando Hiroshima y Nagasaki)
martes, 8 de agosto de 2023
Cuando aprendí a correr en bici a la sombra de Bahamontes
No es que se muera Bahamontes, sino que se va una parte de la infancia de una generación, la nuestra, que también va mermando. Por supuesto, también nos posicionábamos por Coppi, Poblet, Loroño, Anquetil, Poulidor...Las bicis eran más imperfectas y completas que actualmente, y el pedaleo y el esfuerzo contaban más que la máquina. ¿Cuándo años tenía yo cuando empecé a coger la bici? No sé, a veces me asalta la ilusión vana de que soy un individuo sin tiempo y tengo que vincular este a imágenes para situar los años.
Fue un verano navarro. En aquella bicicleta de niño habían aprendido los demás chicos de la familia. Como me superaban en edad y nadie la cogía, en lugar de tirarla la había dejado colgada de una viga de la bodega de la venta. Oxidada y casi oculta por las telarañas alguien sugirió que podría rescatarse para que yo aprendiera. Y se llevó al taller donde arreglaban de todo. Para mí había quedado nueva. No tenía cambio de piñones, con el riesgo añadido de que bajar a velocidad una cuesta podía procurarme un percance. Qué verano de la bici a todas horas, qué descubrimientos. Tal vez el más vital: ser consciente de tu capacidad de equilibrio y ritmo y, por supuesto, hallar una nueva sensación de diversión. Porque la niñez, no obstante interferida y perturbada por obligaciones de todos conocidas, estaba poblada por la filosofía lúdica que, acaso, es la que mejor explica una de las esencias del ser humano.
Y cómo no ir con el recuerdo a aquellos años en que acudíamos en masa a ver pasar la Vuelta por nuestra ciudad, en que la actividad escolar se interrumpía para que todos pudiéramos disfrutar del evento. O cuando la primera televisión comenzaba a emitir el Tour. Recuerdo un compañero, fan del ciclismo practicante, con el que compartía pupitre que venía a clase con L'Équipe y/o Le Miroir des sports. Ignoro cómo los conseguía pero con qué ilusión nos los mostraba a los del entorno. Y cómo no recordar las colecciones de cromos de ciclistas -¿han desaparecido hoy día ante el avasallamiento del negocio más que deporte del fútbol?- o aquellas chapas de refrescos que decorábamos con nuestros ciclistas favoritos, para con el empuje de los dedos corazón y pulgar echar unas carreras sobre el pavimento.
Bahamontes. Su nombre evoca viejas emociones. Que tu pedaleo sea ahora tranquilo.
*Fotografía de Roger Viollet, tomada de la web de la SER.
sábado, 5 de agosto de 2023
La durmiente
La cautiva duerme. Sueña que hay otro paisaje más allá de aquellos muros. El prisionero mira. Desea soñar como ella y sobre todo entrar en sus sueños. La mujer, en su letargo, se ve saltando con su cuerpo ágil, vibrando en una danza, se deja caer a la orilla de un arroyo, activa con sus manos una obra de arte. Tal vez, aunque borrosamente, conoce el amor. Al bruto, asombrado por aquel rostro apacible, le enerva no poder saber qué está viviendo ella en la oscuridad del silencio. Ignora que para la mujer, en aquel instante, lo que vive es luminoso. Le pediré que me cuente sus sueños, piensa con avidez. Amaga con ternura una caricia que apenas roza el rostro de la cautiva. Pero respeta el estado de bienaventurada postración. Le pediré que me lleve a sus sueños, se le ocurre con alborozo. Pero ¿y si en sus sueños no quiere que esté yo? ¿Y si el valor de los sueños, de cualquier sueño, es librarse de las ataduras y obligaciones del cautiverio cotidiano y ahí no desea reconocerme? Si yo pudiera soñar...se dice con pesadumbre. Si yo supiera hacer de los sueños la forma de rebelarme contra mi condición...Mino se desplaza hacia atrás y desde su rincón observa, intentando traducir las sonrisas de la durmiente. De pronto le invade la apacibilidad.
* Pablo Picasso, de la serie Suite Vollard.
martes, 1 de agosto de 2023
El lazarillo del laberinto
Tanto vivir sin un horizonte que contemplar, la bestia se quedó ciega. El lazarillo le guiaba por los extensos corredores. De vez en cuando se paraban. Estamos ante un río caudaloso que recoge las corrientes que bajan de la montaña, le decía. La bestia sentía que sus pìes se calaban. Debe ser un curso poderoso que volverá feraz las tierras que baña, comentaba contenta. Volvían a detenerse en otro recodo. Y el niño le brindaba otra visión imaginaria. No sé si te habrás fatigado pero hemos subido a un monte desde donde se contempla la calma tanto de la cordillera como de los valles. La bestia, resoplando por el esfuerzo, se desahogaba. Cuánta belleza pones ante mi presencia, y su tono se advertía melancólico. Después de caminar un buen trecho el niño se paró en seco. ¿Oyes, Mino, la algarabía del ágora? El monstruo movía la cabeza a un lado y otro, tratando de situar los edificios y el trazado de las calles convergentes y el mercado animado donde se reunían gentes de otras urbes. Haces que me tenga, le dijo al lazarillo, por un comerciante más que intercambia mercaderías y también ideas y busque solazarse con uno de los jóvenes que trasladan la alegría sin nada a cambio. El lazarillo, incansable, le condujo por los vericuetos más intrincados del laberinto. La humedad salina impregna mi piel y mi vello, dijo de pronto la bestia. ¿Y este estruendo? Estamos al borde del océano, dijo muy quedo el niño. Lo que escuchas es la queja al unísono de todos los náufragos que se aventuraron a ir más allá de los límites del dédalo. El niño continuó llevándole de la mano hasta llegar a un espacio silencioso donde se olían los frutos más exquisitos. Disfruta de esta huerta que a la vez es jardín, le sugirió con dulzura. A ella llegan al atardecer las doncellas más hermosas y templan sus cítaras y declaman los versos más atrevidos que puedas imaginar. Mino, estupefacto, propuso. Esperemos aquí, pues, la hora del ocaso. Verás cómo sé distinguir los aromas más frutales que proporciona la tierra y la esencia que emana de la naturaleza de las vírgenes.
* Grabado de Pablo Picasso.