jueves, 25 de febrero de 2021
El que alardea
lunes, 22 de febrero de 2021
Triste fotografía, sin días azules ni sol de la infancia
viernes, 19 de febrero de 2021
El director de la compañía exhorta a sus actores
No, no es así. Con más énfasis. La máscara hará el resto. Pero primero tenéis que empaparos de lo que escribió el griego. El director de la compañía se esfuerza con voz enronquecida en las explicaciones a los actores. Estos sudan, se agitan. Algunos ponen caras contrariadas. Por enésima vez se detienen en el ensayo y vuelven a repetir. El director no les da tregua.
Captad el sentido de lo que habéis memorizado. De este modo la memoria dará paso a palabras análogas, si habéis olvidado las originales, que mantendrán el significado del texto. ¿Decís que solo se trata de recitar coralmente una obra que ha quedado anticuada? En absoluto. Cada obra reclama un cuidado especial, aunque sea antigua. Además ninguna de las tragedias ha perdido valor. ¿Acaso ya no existen las ambiciones humanas? ¿Han mermado las pasiones? ¿Ya no existen los defectos? ¿Se ha conjurado para siempre la muerte? ¿No se padecen ya infidelidades y traiciones? Si no entendéis, preguntad. Debéis comprender bien el alcance de las palabras. Porque son mucho más. Un actor que no percibe el significado de las palabras no es un actor, aunque se mueva por la escena o vocee o gesticule.
El director bebe de un cuenco un trago de agua fresca y mira sin acritud a toda la compañía. Varios actores comentan entre sí. ¿Es una reprimenda o una lección?, tratan de dirimir, sabiendo que ambas actitudes suelen ir vinculadas y ya están acostumbrados a ellas. El director ha hecho la parada a propósito para que ellos intercambien puntos de vista y se ayuden en comprender lo que les dice. No es mi estilo destapar la caja de los truenos contra esta gente ducha en el oficio, piensa. Pero no puedo permitir que relajen el esfuerzo y menos el interés por la perfección. Puede que quien aspire a la perfección nunca la alcance, pero al menos es un acicate. La vida, y en este caso el espectador, es muy exigente y no perdona fracasos. Decide volverse más didáctico hacia el auditorio de actores. Como si estuviera reescribiendo y a la vez interpretando un monólogo solo para ellos.
Vosotros sois intermediarios entre la historia narrada y el público. El público no ha leído nada y muchos han visto poco, así que viene aquí para leer y ver la vida que hay tras una historia con nosotros. Y lo hace de dos maneras. Siguiendo vuestra entonación y no perdiendo de vista cada uno de los ademanes y quiebros. De ello depende que lo que dice la obra influya y sea valorada por los espectadores. Además, y aquí ensalza la labor de los intérpretes, vuestra interpretación va a empujar la calidad de la obra que el autor escribió. Las palabras tendrán valor para el público si a vuestra dicción la acompañáis con un tono adecuado. Y entonces, sí, el ejercicio de vuestros cuerpos ocupando el proscenio rematará la fuerza de la representación. El público quiere identificarse con lo que decimos. Esa es siempre la intención de un autor y nosotros no podemos traicionarla.
Se escuchan murmullos y afirmaciones de cabeza. El orador continua enardecido por su propia disertación porque además percibe que es seguido y lo que dice está teniendo eco. Pero el público no es tonto. A veces también se entera, por lo que cuentan anteriores espectadores, de qué va la obra y se muestra exigente. Espera no quedar decepcionado. Muchos llegarán condicionados por lo que les han dicho o por lo que ellos imaginan. No hay que darles margen para que interfieran con sus quejas. Tomad la iniciativa siempre. El tiempo de la representación de una obra es solo de nosotros los actores. Mientras la llevamos a cabo el resto del mundo se detiene. Ni el César, si apareciera por aquí un día, tendría licencia para imponerse en este recinto. Con esta ocurrencia el director ha logrado arrancar una carcajada curativa a todos los comediantes. Tiene recursos o los genera sobre la marcha. Son muchos años de mal vivir por los caminos del Imperio y se sabe inmerso en un aprendizaje sin fin. No quiere insistir más en la arenga.
Además, mis queridos y admirados histriones, ¿vais a dejar a los pompeyanos insatisfechos? ¿No se merece el autor el reconocimiento de la gente de esta ciudad? Si fallamos, ¿qué irán diciendo de nosotros por ahí? ¿O preferís enfadar al monte soberbio que preside esta ciudad?
La carcajada general sonó a blasfemia. La obra iba a representarse al día siguiente y aquella tarde los animales de patios y corrales se mostraban desconcertados.
(Fresco pompeyano del Museo Arqueológico de Nápoles)
miércoles, 17 de febrero de 2021
Zaki en su paraíso
Siempre recordaré tus tés y tus sensibilidades palestinas. Nuestras distancias -esos afanes tuyos discretos como imán de la comunidad musulmana y mis incredulidades sobre cualquier tipo de fe- nunca dificultaron las amigables charlas. Todo lo contrario, pues tu actitud apacible y prudente lo facilitaba. Aún me parece verte descansando en uno de los bancos de la vecindad o camino de la compra a la tienda. Espacios callejeros en los que en tantas ocasiones pegamos la hebra. Te reclamaban las autoridades de la ciudad para cualquier mediación o evento conciliador, potenciado desde la Asociación Avicena que habías creado. Fomentaste el dar la cara cuando el terrorismo islamista agredió a ciudadanos inocentes. Ahora te ha tocado partir para tu paraíso. Celebro haberte conocido, Zaki Mahmoud Ivrahim, Zaki Zayed para los amigos, y haber disfrutado de tu bonhomía y una mente abierta y dialogante. La aversión y el rechazo que mostraste a cualquier manifestación de violencia fanática, cada vez que la barbarie sacudía las sociedades, la aprecié mucho y me ayudó a distinguir un poco los ámbitos complejos de las creencias y de las culturas que desconocemos.
Te dedico un cuarteto de Omar Jayyam, al que acaso leíste alguna vez, que dice:
Los de mayor saber y mejores maneras / la reunión de sabios con su luz alumbraron; / no hallaron un camino hacia el día en la noche, / solo contaron cuentos y después se durmieron.
Hondo y a la vez claro el pensamiento del científico y poeta persa. Es la vida misma.
domingo, 14 de febrero de 2021
Los rostros de la fascinación
¿Fue la sorpresa o el espanto? ¿Fascinación o estremecimiento? ¿Y por qué no ambos? La presencia imprevista del joven Vibio me turbó. ¿Desde cuándo entras así, sin previo aviso, en la estancia de una matrona?, me molesté, obligándome a pararle los pies. Si pretendes poner en duda mi virtud errarás. Si vas a ir difundiendo por ahí que contemplaste mi cuerpo de noche, correrás el riesgo de caer en la difamación. Vibio se quedó entonces lívido, limitándose a mirarme, pero yo veía que en sus ojos no había mera curiosidad. Se trataba de una expectación más tendenciosa, que acaso pretendía llegar cual lejos yo le permitiera. Opté por la regañina, obviando su formada constitución viril. ¿No te basta con aproximarte a las chicas de tu edad?, le dije enfadada. ¿O ellas son poco para ti? Me sentí mal por reprender a Vibio, al que había visto crecer y jugar con mis hijos. Y mis propios argumentos eran un tira y afloja, como si por una parte me sintiera halagada por su actitud osada y por otra buscara frenarle para evitar la catástrofe. Al cuestionar sus tendencias hacia la mujer madura, ¿no le estaba provocando? Al recomendar que se limitara a los cuerpos más acordes a sus aún tiernos años, ¿no le menospreciaba? Su actitud pasiva me intranquilizó. No dio muestras de turbación alguna. Permaneció en el umbral, sujetando con sus manos las jambas, advirtiendo a través de su hercúlea postura que se ofrecía como un don que no debía ser rechazado. Vibio descarado, le increpé, ¿por qué tratas de torturarme con tu oferente porte? Yo era consciente de que mi irritación no la respaldaba con un rechazo contundente. Me manifestaba blandengue y dubitativa, algo que él podría interpretar como una lenta cesión. La corriente de la habitación, abierta de par en par para paliar el bochorno de la noche, agitó la gasa que me envolvía. Me sentí más leve pero me aturdí. Arrastrada por el viento ligero que se había levantado permanecí en silencio, sabiéndome mirada con toda la aguda intensidad con que un joven fija sus ojos en una mujer, mientras me acercaba a la ventana. A lo lejos la montaña, grandiosa y me pareció también que más petulante que nunca, brindaba una belleza mistérica. Hablé a Vibio de espaldas, como solo hablan los pensamientos entre sí cuando nos rondan interiormente. ¿Por qué lo más bello es lo más enigmático? ¿Por qué desconocemos lo que hay en el interior de la hermosa y complicada manifestación de la naturaleza? ¿Por qué las fuerzas ocultas se contienen hasta un límite en que no es posible impedir que broten desmesuradas? ¿Por qué solo la desnudez nos vincula como ninguna otra cosa a la materia y a sus elementos?
La vi a distancia al fondo del pasillo. La puerta permanecía entreabierta y me acerqué. No sé si fue descuido o intención por su parte. Es verdad que la noche no había traído frescor al interior de las casas. Lucrecia permanecía de perfil, apenas cubierta por una seda casi transparente. Se había deshecho el moño y era como una vestal a la que los años no la habían ajado en absoluto. Al adivinar con tanta claridad aquel cuerpo soberbiamente moldeado daba la impresión de ser la modelo de un tallista heleno. Nadie diría que hubiera paridos tres hijos, los cuales se contaban entre mis amigos. Sé que abusé de la confianza en que me tenía la familia recorriendo la vivienda que había conocido desde niño. Puedo asegurar que no tuve mayor pretensión que contemplar aquel ejemplar de belleza perenne. No se había merecido por parte de los dioses sino una considerada preservación que, sumada a su particular talante amable y comunicativo, prolongaban una especie de activa madurez juvenil, si es que ambos términos pueden manifestarse al unísono sin repelerse. No sé si Lucrecia comprendió mi entregada pasión o si desvirtuó mis pretensiones. Sobraban las explicaciones porque mi quietud en la puerta de su cuarto solo era observadora o, mejor dicho, admiradora. Yo sabía mirar, no lo hacía como muchos, que dirigen su vista hacia todas partes pero no captan nada. Conocía la casa, pero quería conocer, siquiera prudentemente, a la mujer de la noche. Quería ver el rostro oculto de la exultante madurez de aquella matrona cuidadosa y circunspecta. Quería indagar en la armonía entre un cuerpo atemporal y una sabiduría floreciente. ¿Que yo tenía sublimada a Lucrecia? No digo que no, pero bien saben los lares de aquel hogar que me acerqué a su presencia como un devoto respetuoso. Como un peregrino llegado desde los orígenes de la ignorancia. En ningún momento me molestaron sus justos reproches. Hablaban a favor de ella. Pudo haber llamado a un vigilante, pero no lo hizo. Aprecié su discreción, alabé su disposición a ceder a mi búsqueda. Cuando ella reflexionó en voz alta mientras contemplaba a Vesubio sentí el estallido de una satisfacción íntima. Me sentí incitado a estar a su nivel, aun abusando de la pedantería ordinaria de los años jóvenes La belleza tiene varios rostros, dije arriesgando una opinión que ella, culta y experimentada, podía echar por tierra. No se encuentra solamente en un cuerpo o en la manera de ser o en el mundo de las ideas. Pero a veces coincide en todo ello, mostrándose como el triunfo del azar. Como cuando atraviesa un cometa el cielo y nos sorprende con sus presagios. Entonces, una efímera circunstancia nos hace ver de un golpe cegador, aunque no lo interpretemos, toda la potencia contenida en el alma humana. Y caemos fascinados.
(Fresco de la Casa del Poeta Trágico, en Pompeya)
jueves, 11 de febrero de 2021
El viviente llama a mi puerta
Este dulce individuo se ha presentado ante mi casa, ha llamado a la puerta y me ha extendido la patita. Creo que se ha dado por satisfecho cuando yo le he ofrecido mi mano. No me ha mirado con languidez sino con satisfacción. Yo también he condescendido. Como saldando una deuda pendiente. Quiero que sepas que no soy mascota de nadie, le he escuchado decir, sino perro avenido al mundo de los hombres. Si te lo pido en algún momento, ¿me acogerías?
Yo he pensado: ¿hablará solo por él o por todos los de su especie? Como he permanecido perplejo y no solo callado ha esbozado un movimiento de boca que a mí me ha parecido risa. Como aquel can de no recuerdo qué dibujos animados. Luego le he dicho: ¿a ti te parece bien pedir asilo en este mundo neurótico y contradictorio de mi especie? No del todo, ha saltado, pero nos habéis contagiado un poco con tanta domesticación y hemos cogido gusto a vuestros hábitos. Varios compañeros míos vienen comentando desde hace mucho, ha añadido, que solo hay que esperar al tiempo oportuno en que os sustituyamos. Ya hemos aprendido bastante, para bien y para mal, de los humanos.
Después ha seguido su camino, sea cual fuere. No me ha dado tiempo a invitarle a entrar. Será que tendría recados. O saldar otras cuentas con gente tan pejiguera como yo.
(Recordando a Cipión y Berganza, los perros humanos de aquel coloquio tan jugoso de Miguel de Cervantes)
lunes, 8 de febrero de 2021
La que reflexiona
viernes, 5 de febrero de 2021
El que recita
Me llaman el rapsoda de los mil versos. Otros, el loco de las palabras. Algunos el sátiro, a secas, porque persigo a los oyentes como Fauno a sus ménades. Sería ingrato por mi parte ignorar a los lejanos vates griegos, de los que mamé. Siguen siendo para mí un modelo. Pero no basta con responder al eco del pasado sino que, como observador del presente siento y vivo la influencia de cuanto me rodea. ¿Son de tu interés los humanos?, me preguntan con frecuencia. ¿O solo cantas los paisajes y las lecciones de la historia? Yo les respondo que los paisajes, que también son cambiantes, van a seguir ahí. Pero que el conocimiento de lo que nuestros ancestros vivieron siempre es diferente, y que a las cosas y a los hombres, con ser difíciles de explicar, se les puede conocer mejor. Los mitos que perviven de otras culturas y que la nuestra ha readaptado siguen siendo expresión rica de la naturaleza de las pasiones. Y ahí un poeta que se precie de fusionar la musicalidad y el contenido de las palabras debe ser ante todo un intérprete de los hombres.
En cierta ocasión fui solicitado por los Popeos para que declamase durante un banquete en una de sus casas, al que asistían invitados ilustres de Roma. Me sentí honrado pues me habían informado que en uno de los salones estaba representada la imagen del ateniense Menandro, del que conocía alguna de sus comedias. ¿No era como si un poeta de unos siglos antes y de otra región del mundo convocara de manera oculta a un poeta actual? Menandro había cultivado en sus obras el conocimiento de los individuos, esto es, sus defectos, sus vicios, sus maldades, sus ambiciones. Como yo lo comentara me pusieron a prueba. Recítanos algo de aquel griego. Yo eché mano de una poesía muy breve que había corrido generación tras generación entre los navegantes de nuestro mar, que a mí me resultaba soez e injusta, pero que podía condescender en aquel ambiente de comilones ebrios. Recitaré algo sencillo para no interferir vuestras digestiones, les dije. Se titula Los tres males, y con parsimonia, tono preciso y gesto exagerado solté aquello de:
El mar, / el fuego / y -el tercero de los males-, / la mujer.
Una sucesión de risas y pataleo exigía que declamase más, pero me invadió una vergüenza extrema por haberme prestado a hacer reír a aquellas alimañas. Pensé: un poeta no está para hablar mal de nadie y a mí, Celso, nunca se me hubiera ocurrido escribir contra una de las fuentes de mi inspiración. Las musas, que son expresiones femeninas, ¿acaso encarnan lo perverso? La mujer, aun poco considerada por nuestras instituciones y las normas al uso, ¿debe concitar la fama abyecta por el hecho de ser mujer? Y todos estos que están aquí, ociosos y gandules, pero muy atentos a sus negocios, ¿son precisamente ejemplos del buen obrar? Permanecí, pues, en silencio y ellos expectantes. Luego añadí: ¿sabéis, ilustrísimas, que Menandro murió ahogado en el puerto de su ciudad? ¿Cuál de los tres males que él había imaginado en un poema se lo llevó?
Temí que me expulsaran, pero un senador me echó una mano. Nos gustaría escuchar algo tuyo, ingenioso Celso. Una rapsodia épica, por ejemplo, pues motivos tienes para loar las hazañas de nuestros próceres. Esta sugerencia me puso en un brete, ya que algunos sabían que había combatido en las campañas septentrionales de nuestro emperador Claudio y no obstante los éxitos logrados por este mi espíritu no salió fortalecido. De hecho, ni siquiera llegué a escribir nada exultante de los hechos del César ni de sus generales, habiéndome limitado a algunas crónicas que nunca difundí demasiado pues en ellas el enemigo no salía malparado. Lejos quedan los tiempos de juventud ardorosa en defensa del Imperio, me justifiqué y, sinceramente, ya olvidé el oficio de las armas, que es tanto como decir el oficio de la sangre. Leves murmuraciones. No obstante mi tono templado no pude evitar definirme y hubo entre los convidados quien se exaltó. No debe dar vergüenza a un soldado haber batallado por su patria, dijo un duunviro responsable del mantenimiento de la flota, pues de antemano sabe que no hay sangre vertida en vano. Y además un soldado que estuvo en ejercicio sigue siéndolo siempre a lo largo de su vida aunque no participe en batallas, afirmó con dureza. Estos argumentos ya los había escuchado infinidad de veces y ante su mirada, entre despreciativa y condenatoria, opté por callarme. Uno de los anfitriones salió en mi defensa, si bien de manera sarcástica. El otrora guerrero es hoy un bucólico cantor de la paz y del amor, dijo un sobrino de la discutida Popea Sabina, de cuya belleza así como de su mala suerte nadie se había olvidado. Lo único que sabe verter son palabras que seducen a las ninfas y que aderezan con melancolías los recuerdos de los ancianos, apuntilló.
El efecto del abundante vino y la lujuria que algunos de los presentes manifestaban, pues ya se les veía urgir la asistencia de favores, bien femeninos o masculinos, me hizo ser precavido. Para que no se precipitase la tensión que yo había propiciado, el culto senador Lucilo Terencio encauzó la conversación. Poeta pompeyano, ¿te consideras acaso un intermediario entre todo lo que hay en la naturaleza y los oídos que exigen la interpretes? ¿No te parece que cualquiera de las cosas que existen, sean movidas por el bien o por el mal, deben ser objeto de la exposición de un rapsoda? ¿Ves la poesía como un grado de perfección en lugar de una expresión de los sentimientos más profundos? Aquí todos piden con avidez de ti otro tipo de palabras para que les entretengas, pero creo que han llegado a un punto en que tampoco te entenderían.
Esto no es el foro y menos el senado, tronó una voz aguardentosa al fondo de la sala. Más invitados asintieron con aspereza. Mejor que se dé paso a otros cuyos entretenimientos placenteros hacen pensar menos y actúan más sobre nuestros cuerpos. Aquella voz me salvó de entrar en polémica y todos, desde sus triclinios, extendieron con euforia las copas chorreantes.
(Estatua de Fauno en la Casa del Fauno, de Pompeya)
martes, 2 de febrero de 2021
Moreau y la trompeta de Davis me dejan sin palabras