jueves, 25 de febrero de 2021

El que alardea

 


Flavio Sulpicio alardea en los banquetes de sus hazañas. A aquellas que  tienen que ver con campañas militares las adereza con un apasionamiento épico, tras asegurarse de que no hay nadie entre los presentes que pueda llevarle la contraria. No obstante insiste con mayor ahínco en sus conquistas amatorias. Y para que tenga mayor verosimilitud invita a la ceremonia del ocio a experimentadas meretrices a las que él presenta como cariñosas amantes de toda la vida. Ellas se dejan llevar. Entran en el juego y con diversas artes hacen lo posible por volver crédulos a los invitados. Yo soy un sirviente entregado y no tengo queja del trato que me depara mi amo. Mantengo el tipo en las reuniones públicas, le soy fiel en cada encargo y, principalmente, le escucho. Él sabe que a mí no me engaña. No obstante, soy el campo de experimentación para sus jactancias, que yo apruebo o sobre las que me manifiesto crítico si son escasamente creíbles. Eres el confidente favorito de mis historias vividas, me dice como si me convenciera, siguiendo en su papel de hombre aparente. Naturalmente, amo Flavio, le respondo, lo imaginado también es algo vivido. Con lo que le dejo clara mi actitud comprensiva y él agradece el consenso que se establece entre ambos.  

Pero ni las heridas ficticias de la guerra ni las desgarraduras exageradas del amor habían hecho mella en las narraciones de Flavio Sulpicio. ¿Volverías a enrolarte en el mando de las legiones?, le preguntaba con ironía alguno de los comensales. Por el César lo que fuera, no obstante la edad que grava mi cuerpo, respondía convencido de vivir verdades. Y otro: mejor elegir el campo de batalla del placer, ¿eh, Flavio? A lo que este argumentaba: no creas, es un dominio peligroso, donde el riesgo acecha de continuo y puedes perecer en cualquier momento. Además ahí no hay sacrificio alguno por un César, ni cabe esperar laureles ni nombramientos. Aquellos subterfugios hacían reír a todos, pero para mi amo se trataba de mantener un pulso, sin que jamás dejara entrever cuánto de cierto o de falso había en sus afirmaciones. 

Mi asombro había crecido extraordinariamente desde que entré a su servicio. Flavio Sulpicio vivía en un mundo fabuloso donde sus quimeras no adquirían formas monstruosas ni le inducían a temer las iras de los dioses. Apoyado en su grandilocuencia difundía a diestro y siniestro historias que a unos les creaban dudas, a otros les arrebataba si las tomaban en consideración y se sentía seguro en ese juego, alejado de familiares con los que no convivía y de quienes se había distanciado hacía mucho. Y aquellas recreaciones que él se esmeraba en componer y constantemente en remodelar para cautivar a sus oyentes se habían convertido en el principal ejercicio de su existencia. Yo no vacilaba respecto a su comportamiento. Quien vive en lo imaginario con todas las consecuencias puede llegar a padecer los estragos o a disfrutar los deleites que ello conlleva. Su mundo era el que era y disponía de suficientes recursos para vivir en ese ámbito paralelo y mantenerse a salvo.

Aquella noche, estando todos los convidados acomodados y medio ebrios, por qué no decirlo, en sus triclinios, Flavio Sulpicio hizo con énfasis un brindis por todos los presentes y avisó de improviso que tenía que comunicarles algo. No tengo familiares directos y salvo a mi fiel Vetonius, y yo me ruboricé desde el rincón desde el que estaba pendiente del servicio, a nadie tengo que agradecer atenciones y mucho menos los bienes que la fortuna me ha proporcionado. Sé bien cómo debo cumplir con Vetonius, empezando por declararle liberto y proporcionarle una cantidad considerable para que viva sin agobios el resto de su vida. Hubo un murmullo aprobatorio y me sentí gratamente afectado. Luego continuó. Ahora bien, el montante que suman mis fincas y la liquidez de mis modestas finanzas no deben acabar algún día apropiados por la Hacienda pública, que de sobra grava y diezma nuestros bienes de ciudadanos romanos. Así que he decidido dejar la herencia en vida a mis amantes del pasado y acaso de la actualidad. El brinco de los presentes pareció borrar por un momento la huella de los humores del vino. Cundió la alarma. Se cruzaron preguntas vagas. ¿Estará enfermo irrecuperable? ¿Tendrá un conflicto personal con el César y temerá por su vida? ¿Pensará en alejarse a regiones extremas del Imperio para gozar sus últimos años de una visión diferente de tierras y gentes? ¿Se habrá dejado cautivar por alguna secta de misticismo influyente de las que cunden en estos tiempos? Pero tal anuncio, y más teniendo en cuenta la edad avanzada de mi amo, no indicaba que se tratase de una decisión precipitada y mucho menos provocada por amenaza alguna.

Las meretrices contratadas para la ocasión hicieron el paripé, como si a ellas también les tocara su parte de beneficio. Valerio Régulo, uno de los pompeyanos más cabales, le inquirió. Flavio, se hacen locuras en edad juvenil, pero sería un despropósito que a tus años dilapidaras la fortuna de ese modo. ¿Acaso crees que vas a encontrar a estas alturas a tus viejos amores? Incluso aunque dieras con alguna de las mujeres, ¿estarías dispuesto a poner en aprietos a honradas madres de familia? Y siempre más que de amor tú has hablado de conquistas efímeras. ¿Vas a molestarte en reconstruir un pasado irrecuperable? Porque indudablemente, todo esfuerzo por realizar tu... ¿cómo llamarlo? ¿Generoso acto? te obligaría a enfrentarte con lo que hoy no serán sino fantasmas. ¿Y has previsto cómo puedes sentirte si no logras llevar a cabo tal intención?

Flavio Sulpicio permaneció concentrado, fingiendo sobre lo fingido. Hubo cuchicheos, movimientos de unos asientos a otros, voces apagadas. Como si el eco de las palabras cuerdas hubiera rebajado la diversión que estaban teniendo aquella noche. Yo sabía que mi amo había llevado al extremo una representación más. Y que probablemente no era sino el anticipo de otras que podrían llegar en siguientes convites. Me dirigió una mirada cómplice y se recompuso. Saliendo de su aparente mutismo incitó a todos a un brindis. Dejemos los proyectos de lado, no era mi intención aguar la noche, mis queridos amigos. Dioniso no permitiría que la alegría se malgastara con manías y caprichos de anciano. 

Al ponernos en pie para animar de nuevo la velada sentimos una vibración inhabitual y de cierta intensidad bajo nuestros pies. Alguien comentó: el vino de Flavio nos produce temblores a todos. Mi amo no dudó. Escancia del más añejo que has subido de la bodega, Vetonius.      


 



(Fresco pompeyano)

 

26 comentarios:

  1. Histriónismo a través de civilizaciones muy bien narrado.

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    1. Defectos y supuestas virtudes de toda la vida en todos los clubes humanos. ¿No crees?

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  2. Tal vez había presentido el final que estaba por estallar. Excelente r3lato. Nos metes en la época y en las ment3s de los personajes sin que pueda uno negarse. Un abrazo

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    1. Sería apasionante -y acaso muy peligroso- que existiera un túnel del tiempo. Pagaríamos un precio caro pero podríamos saber de verdad. Todo lo que nos cuentan los historiadores es relativo y para saber un poco, algo aproximado, hay que elegir y dudar.

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  3. Dejar en herencia lo que sea, siempre es fuente de conflictos. Me gusta cómo nos trasladas a ese e época romana, de intrigas palaciegas, cuadrigas y guerras.

    Un abrazo.

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    1. Yo creo que algunos o muchos de los invitados a la última cena de ese relato acaso esperaban verse beneficiados de un solterón adinerado, pero él les tomó el pelo. Quién sabe si alguno no se la tendrá jurada después, pensando que iba a haber un después.

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  4. A Vetonius le quedará también la duda de si su posible manumisión es una simple representación teatral de su amo, fruto del desvarío producido por los vapores del vino. Mientras tanto, más le vale obedecer las indicaciones de Flavio. Por si las "muscas".
    Cura ut valeas.

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    1. Podría ser, pero ya sabes que los esclavos favoritos, como los mayordomos, se las sabían todas. Cuando estaban ausentes sus señores se disfrazaban como ellos para imaginar la vida de ellos. Pero sí, más le vale al tal Vetonius (las crónicas no han especificado de dónde procedía pero intuyo su origen)

      Cuidémonos con constancia y claridad mental.

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  5. Los Frescos dan para mucho. Decoran y nos inspiran historias. Tú lo haces estupendamente, el relato es para leerlo acompañada de una copa de vino en la mano.
    Gracias por tus relatos, a mi me gustan mucho.
    Abrazos y feliz fin de semana.😊

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    1. Gracias, Berta, pero el caso es muy simple, y es que me lo paso muy bien imaginando ocurrencias. Y descubro que cualquier escena es o sería multiplicable y multiplicadora, como la vida misma.

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  6. Me da que el Vesubio va a cortar de raíz tanta generosidad. Vetonius, el pobre, acabará sus días aburrido de tanta jactancia, y esclavo, por supuesto.
    Un saludo y enhorabuena por el relato.

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    1. O cenizas, si no sale de estampida. Saludo, Ángel.

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  7. Creo que Flavio Sulpicio era de la misma querencia que el Conde de Romanones dos mil años después. Dijo en una ocasión: Cuando yo digo nunca me refiero hasta esta misma tarde.
    Salut

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    1. Debe ser una imposición muy recurrente en la Historia.

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  8. Anda que no sabía nada Flavio, cuántas veces no habré escuchado la promesa del testamento a favor de unos y otros. Una manera muy mezquina de atraer el interés y las atenciones de los más jóvenes. Casi siempre es nada, y algunos ni siquiera han testado.

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    1. De lo que se deduce que o se testa con claridad o se lo dejas al fisco si no haces testamento y no tienes descendientes.

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  9. Los Frescos, son muy frescos, este, me suena a herencia sin heredar pero de sobra disfrutada, pasada por el arco de triunfo de la desfachatez y la cara dura. No todo el mundo tiene un servidor leal y sincero como Vetonius, más le hubiera valido. Perros y gatos no sé, pero ya temblamos todos en el volcán de la indignación.

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    1. Los leales también pueden rascar lo suyo, pero a veces solo se llevan una patada en el trasero.

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  10. Hay que ver lo que inspira un fresco. Nada más apasionante que imaginar la Historia a través del Arte.

    Los romanos fueron , sin duda, una civilización muy interesante que conocer. Quién pudiera trasladarse en el tiempo y conocer las antiguas culturas de primera mano....

    Me gustó leerte.

    Besotes.

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    1. A primera vista los frescos pompeyanos parecen representar escenas de vida cotidiana, de gente bien o sencilla. Pero detrás de ellos hay muchos significados mitológicos, misterios, etc. Pompeya, gracias al terrible acontecimiento del año 79, ha proporcionado una información extraordinaria a través de sus calles, viviendas, monumentos, objetos, pinturas. Ya que no podemos trasladarnos al tiempo pasado al menos podemos aproximarnos un poquito a aquellas formas de vida y admirar la ingente obra que la cultura romana puso en marcha a lo largo de varios siglos. Y de la que tenemos herencia también en España, afortunadamente.

      Gracias por acercarte y comentar, Dafne.

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  11. Esta serie de relatos me recuerda un episodio de Doctor Who, Los fuegos de Pompeya. He tenido la intención de dejar un enlace, pero no está el capítulo en castellano.
    https://www.youtube.com/watch?v=6VtyP5rmuQ0

    Interesante el personaje con pose de guerrero y disoluto, desde el punto de vista. de su sirviente. Un contador de historias.
    Parece que está llegando el final.

    Toda una obra de arte, que ha persistido.

    Saludos.

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    1. Me miro lo del Doctor Who para ver de qué va, Demiurgo. El personaje era un personaje de poses, su sirviente le tenía bien calado, pero ojo que muchas veces tras individuos que aparentan una cosa los hay que quieren que se crean otra de ellos y puede que al final sean manipuladores de todos. Si se les logra.

      Saludos.

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  12. Todo: mentiras de fanfarrón, gestos generosos, todo, queda sepultado. Irremediablemente. Solo hay una posibilidad de que no ocurra: que alguien lo escriba tan bien.

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    1. Habrá cronistas fiables por algún lado, supongo, habrá que indagar.

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  13. En una reunión de amigos y de vino, alardear y prometer atrae la atención, sobre todo cuando, a una cierta edad solo hay dos caminos, o dejar al fisco los bienes o repartirlo entre los amigos, que te crean.
    Siempre habrá un servidor leal y sincero como Vetonius, que pueda esperar algo, pero si no lo pones por escrito en testamento, todo es humo. Brindar se puede, pero allí acaba la noche y el suelo se mueve.
    Mucha imaginación le pones a cada fresco pompeyano. Te revela como gran relator, más que el propio Flavio.

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    1. A veces, ¿sabes?, me pongo en plan ensoñador, trato de percibir situaciones, temores, manifestaciones de los sentidos, emociones varias, de otro tiempo y lugar. Me pasa cuando visito ruinas de poblaciones desaparecidas, aquí mismo, en la península, incluso de culturas anteriores a los romanos, o de la prehistoria, y siento un estremecimiento. Es simple imaginación, claro, pero las piedras heredadas también invitan a reflexionar. Alguna vez he contado, creo, que en cierta ocasión pasaba solitario en mi coche por tierras aragonesas y en un cruce de caminos me encontré dos letreros: uno, dirección Azaila, otro dirección Belchite. Ambos nombres me sonaban: Azaila porque recordaba haber estudiado sobre su cultura prerromana y su cerámica. Belchite, por la destrucción de la guerra civil. Como no poseo la propiedad ubicua de los dioses me veía obligado a elegir. Ambos lugares me atraían. Pesó más mi afición arqueológica y me fui a Azaila. Belchite era otra historia que había que ver de otro modo y en otro momento. Llegué al poblado ibérico de Azaila en la tarde avanzada, la amenaza de una tormenta descomunal se aproximaba, apenas una familia visitaba las ruinas y se iban. Permanecí solo y la tormenta llegó desatando un aguacero considerable y un aparato eléctrico serio. Pero me había concitado en el magín con la vieja ciudad, imaginé a sus habitantes, me creí en el deber de tener con aquellas ruinas un reconocimiento porque ese pasado es también nuestro pasado, mi pasado, no importan las mezclas y los avatares anteriores y posteriores, y ya sé que impregnado por un hálito romántico aguanté el tirón, sin que me afectasen rayos, y salí crecido, más natural. Supongo que me ofrecí al azar de la tarde y me sentí materia, y en efecto, un componente puramente imaginario ayudó a mi empresa. La emoción de visitar antiguos poblamientos siempre me ayudó a sacar conclusiones. Otro día contaré de Ulaca, un casto vetón impresionante, ciclópeo, de la provincia de Ávila. Me ha significado mucho.

      Un abrazo.

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