jueves, 29 de septiembre de 2011
la crisis de los axiomas
Desde que se levantó temprano hasta el tardío anochecer estuvo pensando en los neutrinos y en los fotones. No sabe casi nada de física, y menos de física de altura, pero las pequeñas comprobaciones siempre le deslumbraron. No cree fácilmente en cualquier suceso que se relate, pero a veces se queda como un niño, boquiabierto ante los hechos sorprendentes que narran los vendedores de noticias. Sabe que los medios ofrecen con frecuencia la piel del oso antes de cazarla, pero todo descubrimiento que tiene el marchamo de revolucionario le atrae al abismo de la curiosidad. Es harta costumbre ya que las noticias duren brevísimas horas y escasísimos días. Lo que salta hoy multicolor caerá mañana en la opacidad de las tinieblas. Pero esa especie de juego divertido entre mensajeros del tiempo le hace mirar con entusiasmo de miope la carga poderosa de la materia y de la luz. Esa carrera que los hombres provocan en la búsqueda de una ligera comprensión de las cosas, de la que seguramente la naturaleza permanece al margen con pleno desdén, le reconforta a su manera. No tanto por los presuntos descubrimientos, pendientes de verificarse una y otra vez. Sino por lo que tienen de cuestionamiento permanente de los conocimientos que la humanidad ha ido obteniendo. Y piensa en la relatividad de cada paso. En que los axiomas nunca son definitivos, entran en crisis y se aferran al caos. En que se sepa o no más y en la mejor dirección posible sobre lo que los hombres han dado en llamar las leyes naturales, todo resulta siempre limitado. La prudencia debería erigirse en norma y la humildad en herramienta paralelas a la investigación. No obstante, los hombres siguen siendo eternos buscadores del fuego. Constantes apropiadores de las energías, a su modo y manera, y conociéndolas aún muy parcialmente. Por un día, las teorías de Einstein y las nuevas revelaciones que corregirían o afirmarían aquellas han desplazado algo de su melancolía. A veces hay que levantarse y acostarse creyéndose un Prometeo que se libera de las cadenas. Aunque al día siguiente no tenga nuevas opciones ni ganas de levantarse de la cama.
(Fotografía de Jorge Molder)
domingo, 25 de septiembre de 2011
metamorfosis de La metamorfosis
¿Leeríais alguna vez un libro en que las letras tomaran carta de naturaleza independiente del resto del texto? ¿Os imagináis que, en su entusiasmo, las vocales y consonantes se declararan soberanas en un territorio con texto paralelo? ¿Seríais capaces de someteros a su audaz golpe de mano? ¿Os perderíais por la reconstrucción formal de párrafos enteros de una narración? ¿Os dejaríais sucumbir por su atracción fantástica? ¿O más bien utilizaríais su arquitectura para introduciros en el conjunto del texto? Hasta ahora había visto diversas ediciones de La metamorfosis de Kafka iluminadas por extraordinarios dibujantes. Pero nunca una en que la ilustración sean los tipos de imprenta, generando espectaculares proyecciones. Cuando la caligrafía se erige en avanzadilla del mensaje, sin renunciar a la integridad corporal del texto, se duplica la belleza. A diferencia de los libros ilustrados, en que los ilustradores ponen rostro a los personajes y ubicación a los paisajes, con riesgo de invadir la capacidad inventiva del lector, en este libro la abstracción lineal de la tipografía no desvía la imaginación. No obliga al lector a ver los personajes como recreaciones que el ilustrador quiere. El lector sigue imaginando a su aire. Las letras que saltan del texto juegan, acompañan y sugieren. Una edición genial de la editorial Nórdica. Me limito a colgar algunas imágenes relacionadas con el libro de Kafka. Los textos de Borges son para otro momento.
viernes, 23 de septiembre de 2011
sin estrellas
El smog y la contaminación de la luz eléctrica, que se desparrama por todas las zonas de la urbe, le aparta de la terraza y le conduce a su rincón abúlico y reconcentrado. Recuerda entonces haber leído algo en el libro Las medidas imposibles, del olvidado Tadeo K. Johan, y lo busca.
"(…) En las grandes ciudades ya no se contemplan fácilmente las estrellas. Una desventaja para los soñadores. Pero, ¿quién sueña más con ese mundo hasta ahora inalcanzable? ¿Los que las miran o quienes pasan sus noches sin tener la oportunidad de verlas? Las estrellas siempre fueron una referencia para la curiosidad infantil o para el adulto que trata de liberarse de las cuitas y los agobios mediante su observación. Sus destellos han fascinado siempre a los hombres. Probablemente también a los animales, a las plantas, al curso de los ríos, a las mareas de los océanos. Y ese dinamismo de las estrellas, esas emisiones radiales pergeñadas por intensidades variables de luz, compuestas de aproximaciones y alejamientos, manifestándose continuamente en un juego de apariciones y ocultaciones, ha cautivado desde los primeros tiempos de la humanidad. Desde el pastor más sencillo hasta el príncipe elevado, desde la criatura más inocente hasta el guerrero más feroz, desde el hombre más indolente hasta el más activo, el cielo estrellado ha sido para ellos objeto de admiración y de temor reverencial. Basta con quedarse absorto ante un firmamento poblado de planetas de distancia más o menos imprecisa para sentirse empequeñecidos. Tanto las gentes más bondadosas como las más soberbias dedican al menos un instante de reflexión y de reconocimiento. Qué poco somos, suelen decir, ante esa inmensidad. Pero los hombres van a lo suyo, la reflexión es efímera y vuelven a comportarse como propietarios y ombligo del universo. Vuelven a imponerse las leyes del dominio, de la sumisión y de la competencia agresiva. No deja de ser sorprendente la simplificación exagerada de las formas de las estrellas por parte de algunos artistas. Una tradición muy antigua, no exenta de invención, que nutre el imaginario simbólico. No discuto que ese tratamiento reduccionista sirve para generar nuevos caracteres que en su abreviación se instalan también como iconos de culto, de respeto o de obligado cumplimiento. Pero admitamos, a su vez, que esa conversión en símbolos humanos ha hecho que el cielo estrellado pierda la referencia primigenia, sublimemente animista, sacrificándose a la parafernalia de los signos y las representaciones que hablan de los intereses sociales. Estrellas rígidas y desfiguradas a los pies de una virgen, estrellas manipuladas por las religiones del Libro, estrellas jerárquicas de cinco o más puntas que recuerdan el acero, la disciplina y la muerte, estrellas de revoluciones fallidas, estrellas alentadas por la publicidad, estrellas para designar calidades de los frigoríficos y de los hoteles…¿Cuántos humanos oprimidos y maltratados por otros humanos que enarbolaron estrellas no tendrán una idea odiosa del firmamento? Acaso no; éste es demasiado bello y protector como para que los hombres pierdan su sentido y dejen de admirarlo. Una representación simbólica que ha acabado siendo adulterada y prostituida por el negocio y por algunas ideas no puede sustituir jamás lo inmenso, a lo cual aún recurrimos siquiera como invocación. También hay elementos que se salvan y que van vinculados a la lengua coloquial. La simbología del lenguaje, que puede ser también suave o igualmente agresiva, proporciona imágenes como tener buena estrella, que suele decirse de los favorecidos por la vida. (…)"
(Fotografía de http://joachimmalikverlag.blogspot.com/)
jueves, 22 de septiembre de 2011
extravío o desvarío
Hay noches en que no tiene ganas de escribir y escribe. O prueba a intentarlo. Le preocupa, por cuanto tiene de osado caminar sobre la rigurosa línea entre la vaciedad y lo perogrullesco. Forzar lo que no debe no es la mejor manera de decir algo cabal y útil. Ocupar el espacio de la red tecnológica tal vez constituya un despilfarro. Golpear el teclado a una hora intempestiva en que la vecindad puede sentirse molesta suena a incívico. Garabatea para sentir la dosis letal -él cree vital- de las palabras. No sabiendo si éstas entran o salen o simplemente deambulan por los rincones de su cuerpo inquieto. En esos resquicios donde habitan como inquilinos adoptados, las palabras se retuercen cuestionando los conceptos. O simplemente patinan y se hacen añicos o se evaporan antes de tocar el suelo. Enigma de las palabras rotas; misterio de las voces nonatas. ¿Extravío o desvarío? Hay algo de rizoma en él que le lleva a pensar que crece desde cualquiera de sus estancias y se fecunda en cada uno de sus brotes, que él considera hallazgos. Puede ser error de noctámbulo irredento. ¿No sería mejor abrir la ventana y contemplar las estrellas? Ah, ya, el smog (como el que en ocasiones flota en su mente)
(Fotografía de Sara Saudková)
miércoles, 21 de septiembre de 2011
homenaje a los enseñantes
El movimiento de protesta y huelga razonadas de los maestros y profesores de Madrid y Galicia durante estos días nos devuelve un poco la esperanza. La esperanza de que todavía es posible la resistencia frente al avasallamiento. De que aún hay gentes que no se dejan amedrentar por burócratas partidistas actuando de políticos. De que vamos hacia una nueva etapa donde los ciudadanos nos jugamos no solo las ideas o el lenguaje, no solo el modo y la manera de vivir y el esfuerzo a realizar, sino sobre todo los conceptos mismos de las cosas. Los políticos de la derecha empiezan a descubrir sin pudor, aunque con sumo cuidado para no arriesgar el triunfo electoral cómodo, algunos de sus puntos de vista tradicionales. Como, por ejemplo, propugnar una privatización descarada de bienes y servicios, y mira por dónde justo sería ahí donde la enseñanza pública se vería más afectada.
Como homenaje a la resistencia de los enseñantes recupero una cita de Juan José Coy, autor del espléndido libro biográfico titulado Antonio Machado. Fragmentos de biografía espiritual. En ese párrafo está la clave y secreto del fundamento de cualquier pedagogía que se precie.
“Sed modestos: yo os aconsejo la modestia, o, por mejor decir: yo os aconsejo un orgullo modesto, que es lo español y lo cristiano. Recordad el proverbio de Castilla: «Nadie es más que nadie». Esto quiere decir cuánto es difícil aventajarse a todos, porque, por mucho que un hombre valga, nunca tendrá valor más alto que el de ser hombre. Así hablaba Mairena a sus discípulos. Y añadía: ¿Comprendéis ahora por qué los grandes hombres solemos ser modestos?” Y es que este dicho castellano, que Machado repite una y otra vez a lo largo de su prosa, es la verdadera raíz de toda pedagogía. La autoestima con la estima a los demás: ésta es exactamente la raíz misma de la que surge una de las virtudes cívicas que en tantas ocasiones falta, la tolerancia. Porque la tolerancia no está hecha de dejación de las propias convicciones, sino de un ahondar en esas mimas convicciones personales. Y cuanto más se ahonda en ellas, más y mejor se comprenderá el derecho que cualquier otra persona tiene para ahondar, igualmente, en las suyas. Nadie es más que nadie: pero tampoco menos, en consecuencia.”
martes, 20 de septiembre de 2011
huele el otoño
El calor del final del verano es pegajoso. También ambivalente. Tumbarse sobre la hierba de la arboleda enfría la espalda. El rumor del río es constante, no cesa. Nunca ha entendido por qué llaman río a un arroyo sencillo y de poca profundidad. Simplemente porque los del lugar, a toda corriente de agua que fluye y acaba en otra, le otorgan el título genérico. Sus lejanos amigos de verano que vienen cada año a no perder las raíces de sus orígenes se ríen. Nada que ver con aquel río que desciende atravesando el norte de la Pampa húmeda buscando el océano. Donde las orillas, le cuentan, no se distinguen. Él se asombra, pero prefiere su río. Por su río se puede caminar, algo que no se puede decir de todos los ríos. A los grandes ríos se les nombra navegables, pero él, que ha visto muchas películas, no acaba de hacerse a la idea. Ese tipo de río de envergadura puede estar al lado o sentirse debajo si se navega en barcaza, pero no se puede caminar por él. A él le gusta pisar el fondo de cantos rodados y resbaladizos, sentir el filo refrescante de la corriente en sus muslos, caminar en dirección opuesta a la leve y acariciante fuerza del agua. En los tramos mansos ensaya sus lanzamientos de piedrecitas planas, que recorren la húmeda planicie de cristal y la salvan hasta el otro lado. ¿Será una metáfora de la existencia? El arroyo de su infancia ya no es lo que era. Recoge deshechos de algunas industrias que descaradamente vierten en sus humildes aguas. Pero hay días y zonas en las que el agua no es opaca y da gusto verla pasar. También hay pozas en su río. Lugares oscuros que todo el mundo procura evitar. Diámetros que hacen sospechar que preservan bajo su turbia superficie no sólo trampas, sino antiguos secretos. ¿O será lo mismo? Nadie ha sabido nunca la profundidad de esas pozas. El cieno impide sumergirse y bucear, y no se contiene la respiración con seguridad. Cuando ve pasar lo que los chicos llaman la patada, esa hilera de patos que se deslizan sin aspavientos, que se desplazan corriente abajo y corriente arriba, sin premuras ni ruido alguno, sabe que el agua aún es aceptable. Él se sienta con la chica junto a la ribera de juncos. Se miran, se callan. Ambos sienten dos paisajes. Pero al atardecer, el rumor de los chopos y el anochecer más temprano trasladan un escalofrío a los cuerpos. Los suyos se resienten. Sin el calendario delante sabe lo que llega. Pero él no puede desasirse de los dones que ha recibido. Se ha quedado para siempre en lo más impenetrable y protegido de la cella que su corazón puede brindar a la vida. Y ella, él, no pueden ignorarlo.
(Fotografía de Sara Saudková)
lunes, 19 de septiembre de 2011
¿clamor o silencio?
"Señor, pensad que no nos entendemos nosotros mismos y que no sabemos lo que queremos, que nos alejamos infinitamente de lo que deseamos".
Teresa de Jesús
La naturaleza nunca se pregunta
y sin embargo actúa
somos ella también
una especie de afinamiento complejo
¿más o menos intrincado que otras formaciones?
una pregunta para no perder de vista
no solucionada no concluida e inagotable
para responderla tendrían que hablar otras especies
otras manifestaciones otros comportamientos
posiblemente hablan lo hacen sin parar
pero no entendemos sus lenguajes que nos parecen desbocados
y hay infinidad de ellos en el llamado universo
incluso la palabra universo
tan asépticamente humana
se queda coja e insuficiente cuando se utiliza para mirar
en una dirección única
porque eso que llamamos universo es el poliedro con más caras que cabe imaginar
desbordando nuestra imaginación y nuestros cálculos
son rostros ocultos rostros a media luz rostros aparentemente visibles
superficies sobre las que se acumulan planos y planos
entre los que crecen nuevas vidas
cuantificar simplemente sus dimensiones y límites
no pasa de resultar un acertijo
ejercicios para noches insomnes o tertulias
de ociosos que se creen ilustrados
unas preguntas generarán siempre otras
porque la naturaleza nunca permanece
su quietud es sinónimo de muerte
premonición de muerte
prueba a arrancar una flor y observa
e incluso en su desarraigo letal será otra cosa
es la condición humana preguntarse
pero ¿por qué hacerlo encumbrándonos?
para obtener partículas de respuesta de la naturaleza
nuestra herramienta efectiva debe ser la modestia
nuestra actitud tiene que consistir en ir hacia ella y sentirnos dentro de ella
sé que predico en el desierto y vamos cuenta atrás
pocos parecen darse cuenta
¿o no son pocos pero tampoco suficientes?
cuestionamos según nuestra percepción y es inevitable
pero hasta nuestra percepción debe cambiar
percibir es el vestíbulo de nuestros primeros pasos de supervivencia
a veces no pasamos de los primeros pasos
siempre estamos dando primeros pasos
y cuando realmente hay un atisbo de avanzar dentro de la naturaleza
aliados con la naturaleza reconociéndonos en nuestra filiación constante con ella
lo paramos
a los hombres nos guía la torpe inclinación a preservar la ignorancia
la incomprensión la disociación con el mundo del que procedemos
y que no identificamos
reconozcamos que no podemos independizarnos de él
porque cualquier apartamiento de ese mundo
de la Tierra de nuestros espacios interiores de las circunstancias siderales
cualquier hacer y cualquier visión dándole la espalda
profetiza nuestro fin
la naturaleza nos ignora
y no obstante actúa
los objetos que consideramos tales son en realidad sujetos
debemos entender que aquello que creemos que existe para nuestro beneficio
existe sobre todo por sí mismo y en simbiosis con otras instancias
debemos aceptar que los comportamientos dispares, los paisajes, la luz,
los elementos, los individuos de todas las especies, incluso
las que tiene menor volumen y habitan en las profundidades de todo
en cada uno de los agujeros y de las pieles con su forma y su ámbito acogedor
viven sin que sepan que vivimos
y no permanecen jamás repetidamente
dos luces no son iguales
dos colores no son iguales
dos semillas
dos estrellas
dos manos
dos amantes
dos caricias
dos instantes
dos miradas
no se repiten
se impone recuperar el pacto roto con los otros mundos
y corregir el ultraje
o nuestras vidas serán solamente espejismos
y un fatigoso y cada vez más enredado bucle que nos acabará estrangulando
¿veis? al final pienso como un humano más
de la sociedad perdida de nuestro tiempo
como si uno fuera el corazón de la vida
torpe y necio de mí
el clamor se parte contra el silencio
demasiado vívido.
domingo, 18 de septiembre de 2011
¿dónde estás, Jung?
Despertar con la intriga del sueño. Se encuentra en la parte vieja de una ciudad portuguesa. Se ha bajado de un tranvía y pasea por las calles. Ve que una chica se sienta cansada bajo un soportal. Se recoge sobre sus piernas. Un hombre de edad se acerca a ella y le habla. Estás mal, le dice. El hombre se distancia de ella y va a buscar algo. Trae un vaso. Lo pone debajo de la chica. Ella sonríe como agradecida. El hombre vuelve a apartarse. Entonces la chica se levanta para buscar también otra cosa, acaso pañuelos de papel. Mientras, el hombre aprovecha y coge el vaso en cuyo fondo hay sangre oscura. Lo eleva con las dos manos como si se tratara de un cáliz y bebe el contenido. Lo apura, lo deja y se va. Él, que lleva un rato contemplando la escena de la chica y el viejo se asombra pero no reacciona con asco. La chica ha vuelto y ve el vaso vacío; no dice nada pero le mira como diciendo: me han hurtado algo. Vuelve a sentarse, recogida sobre sus rodillas, encogida sobre su vientre. Él se dice a sí mismo, pero en voz alta: debo interpretarlo simbólicamente; tiene que significar algo. La chica le ha oído. ¿No lo entiendes?, le pregunta. Y él: no. ¿No entiendes lo que buscaba? Y él: no. Se queda un poco aturdido y la chica le pide que se marche, que necesita estar sola. Pasa un tranvía y se sube en él. Sigue contemplándola, con emoción contenida, según se aleja, hasta perderla de vista. ¿Qué buscaría el viejo?, piensa.
(Fotografía de Anders Petersen)
sábado, 17 de septiembre de 2011
reflexión ambarina
El milagro del ámbar. O cómo llamamos milagro tontamente a todo aquello que aún no conocemos y nos supera y nos sorprende. El ámbar es la Tierra dentro de la Tierra. El abrigo, la preservación, el registro de la memoria de los seres vivos. ¿Quién que aprecie las piedras y los fósiles no ha tenido alguna vez un trozo de ámbar con mosca dentro? Si los fósiles ya suponen toda una fuente de información, en ocasiones riquísima y nada alterada, ¿qué maravillas no nos proporcionará el ámbar? Lee que han encontrado un trozo con plumas de alguna especie de dinosaurio. ¿Quién dijo que la fragilidad aparente es débil? Aunque lleva meditando sobre ello desde que ha leído la información, no está convencido. Se debate fuertemente por asumir su condición. Trata de tapar los agujeros por donde se le va la vida. Pero él no quiere instalarse en el ámbar.
viernes, 16 de septiembre de 2011
día de botín (que no saqueo)
A veces hay que salvar libros. Salvarlos es liberarlos. Rescatarlos de estanterías donde llevan décadas sin que el público los haya pedido. Libros casi vírgenes. La vida como paradoja. Muchos de esos libros pasaron por sus manos hace tiempo. Llegaron de su elección a ciertas bibliotecas a la par que se estrenaba eso que llamamos democracia y no lo es (más que formalmente) o sí lo es porque no puede ser de otra manera, limitada. Uno de esos azares de ida y vuelta ha hecho que se los encontrara en liquidación, no sabe por qué. Ni lo pregunta. Si nadie los quiere, él sí. No va a permitir que se pudran. No lo ha pensado y ha seleccionado algunos títulos que no le parecían nada mal. Se los ha llevado a su casa. Los ha repasado. Dice que están en condiciones óptimas. El canto de sus páginas tiene una leve pátina amarillenta. Dentro están impolutos.
Piensa en Gutenberg o en Juan Párix. En qué dirían si supieran que se liquidan relatos interesantes por una cantidad simbólica. En el desmerecimiento que algunas gentes manifiestan acerca del trabajo de escritura y de edición. Es curioso y traicionero este país. Si alguien dice que se regala algo (un sindicato agrario, con las patatas, por ejemplo) se forman colas y la gente se mata por conseguirlas aunque no las necesite. Si se pone un precio siquiera representativo, mínimo, a algo de valor la gente no se acerca. Salvo los entusiastas de los libros, como él. Ha cogido incluso alguna obra que ya tenía. No podía permitir que Blas de Otero o León Nikoláyevich Tolstói o Machen o Gide se murieran de asco en anaqueles olvidados. Está triste y alegre. Alegre por el botín obtenido, por haber estado en el momento justo y en el lugar oportuno. Triste por el sacrificio alevoso a que someten algunos a la obra escrita. La historia no absuelve nada. La literatura sirve para que te golpees con ella hasta hacerte sangre.
jueves, 15 de septiembre de 2011
el rumor al oído
Son tan hermosas estas palabras de Adonis que le permiten abstraerse de la calidez rigurosa y extrema de la noche.
Él se vierte, como el agua de las alturas
múltiple, incapaz de unificarse
ardiente, incapaz de apagarse
alegre, incapaz de tensarse
como tú, él se pregunta: ¿Cómo podré recoger mi desorden?
¿Abstraerse? Tentado a analizar cada verso como si fueran parámetros, siente que se desparrama dentro de sí, y nadie lo advierte. Arrojado a disgregarse más todavía sabe que sólo esa condición le convierte en uno, no obstante el riesgo. Sospecha que el fuego sólo se extinguirá cuando sea ceniza, ya consumido por su propia ignición. Le duele que la alegría primigenia, la que le explicaba naturalmente desde los años sencillos, se haya rendido a la tensión. El desorden no se recoge fácilmente. Persigue su recorrido sin renunciar al hermoso viaje. Acerca una caracola al oído y espera una señal. Mientras, sueña con la espuma.
(Versos del poeta sirio Adonis en su libro Singulares)
miércoles, 14 de septiembre de 2011
meditación sobre la vergüenza ( y su antítesis)
En un pueblo de la Castilla profunda persiguen y matan todos los años a un toro a garrochazos. Es un pueblo que vive -es un decir- de las pobres rentas renombradas de la historia, que no de rentas económicas producto de industrializaciones modernas. En esa villa las oligarquías de su tiempo de España y Portugal (hace más de cinco siglos del evento) firmaron un importante tratado por el que se repartían los territorios americanos. En ese lugar mencionan con frecuencia también la prisión de una reina que no se avenía a la política del momento y de la que dijeron que estaba trastornada (ignoro si de paso también lo estuvo o fue parte de la ignominia), puesto que dentro de la denominada industria del turismo interior cualquier reclamo y leyenda con olor a pasado vende. Las verdades no venden pero las leyendas sí, aunque no se beneficien del asunto más que los hosteleros.
Las gentes de ese pueblo no mencionan otros acontecimientos importantes de su pasado como la revolución de los comuneros de Castilla, un pulso, no sé si aclarado del todo, entre los burgos de pueblos y ciudades castellanas y el Emperador por excelencia que llegaba de Flandes con dos coronas hegemónicas de la Europa de aquel tiempo. Algunos historiadores ven también algo del enfrentamiento entre los residuos del poder feudal y el recién fundado Estado español. Probablemente hubiera algo de todo. Un capítulo donde es posible que se jugaran para siempre los castellanos su futuro, perdiéndolo: su organización, su sistema fiscal, sus fueros y los reconocimientos de sus ciudades de villa y tierra adquiridos frente a la prepotencia de los monarcas de la Baja Edad Media. No, de ese tema otrora crucial los actuales pobladores de esa villa no saben , no contestan, no se interesan. Por el contrario, lo suyo es otra cosa y alegan que perseguir con caballos a un toro por el campo, estresarlo a tope, clavarle lanzas una y otra vez, y ponerle la puntilla es una tradición. Sublime palabra para ellos, sagrado concepto que seguramente al tenerlo tan sacro como etéreo ignoran su significado amplio y civilizado. Bien de interés cultural, tienen denominada también a esa fiesta de sangre, pero ahí en nada los diferencia de todos los rituales taurinos que tienen lugar en España bajo la denominación de corridas.
Refugiados en una costumbre cuya dudosa autoridad reside en el propio consenso que la gente del pueblo y alrededores concede, no deja de ser sino un show, un espectáculo de pan y circo más, un entretenimiento en el que la bestia no es el toro sino los perseguidores de la especie humana. La razón está ausente, el carácter salvaje de la práctica se ignora. Pero atención, lo que realmente se persigue por el campo, se sangra y se extermina no es sólo un animal. No es sólo el animal simbólico por excelencia del mito antiguo. Animal que no nació y se crió para padecer escarnios y padecimientos y cuyo símbolo no puede perecer en el acto de una corrida u otras barbaridades. Lo que se persigue y se asesina es la cultura en sí, el propio concepto de cultura. Porque cultura no es tanto lo antiguo ni lo tradicional ni el espectáculo ni el comercio de lo viejo, y mucho menos lo selvático y criminal, sino sobre todo la evolución de las ideas, el avance en el conocimiento, la invención permanente de la estética y el fortalecimiento de la representación democrática. ¿Qué el concepto de cultura está en crisis? Probablemente. Pero desde luego, fiestas como las de esa villa donde masacran a un toro no son precisamente representativas de un concepto moral y superviviente de la cultura. Porque si la cultura es lo que emana de ese tipo de comportamiento habría que decir aquellos versos de César Vallejo...más vale que se lo coman todo y acabemos.
Especial mención para el heroico y solemnemente engreído ganador del rabo del toro. El valiente especimen que derribó a muerte al toro fue felicitado, homenajeado y reconocido como objeto de admiración por todos los que corearon el espectáculo y las autoridades pertinentes. Expresó su emoción y su gesta de manera muy gráfica: se sentía como un Cristianoronaldo. Efímera y débil comparación, pues el personaje, en su embriaguez tonta, no pensaba en los millones que gana ese cristianoronaldo por amplias ventas de su propio producto, lo cual le distancia kilométricamente. Para reafirmarse más llegó a decir también que se sentía como un dios. Y esa expresión, ¡voto a Odín!, me gustó. Me gustó ese idealismo desorbitado, ese coraje celestial, ese misticismo arrebatador. No andaba descaminado, aunque no tuviera ni idea de lo que sienten los dioses. Los dioses eran feroces, terribles, capaces de hacer la vida imposible a otros dioses y a los humanos. ¡Pero cuánta prepotencia compararse con un dios! ¿Lo permitirán los dioses obsoletos o le pasarán factura? Desde luego, sospecho que el dios monoteísta de la cultura de su pueblo, tan obsoleto o más que los otros, hará la vista gorda. Por eso mismo, porque es parte de esa cultura y la bendice.
(Pintura del argentino Daniel Merlin)
puesta en pie
Sus espectros dijeron:
Tú dormías con la última estrella
te despertabas con el primer pájaro
Adonis.
Es probable que al levantarse hayan pasado cosas. Cosas que no quedan reflejadas, debido a su aislamiento. Se levanta con la idea de que nada se mueve, posiblemente bloqueado por el ruido. El ruido que menciona al movimiento, a las cosas, a los individuos. Las palabras se convirtieron hace tiempo en ruido. Y los pensamientos en silencios. Y el movimiento tiene una doble faz, donde la parálisis acecha a la vuelta de cada ejercicio. Propende a imaginar lo irreal, lo que ya no se da en su vida. El alba de la expectación y el sueño de la ilusión. Adonis se lo explica de modo muy preciso y acertado. Hace una excepción y se rinde a la evidencia de sus versos.
(Fotografía de Jorge Molder)
martes, 13 de septiembre de 2011
tardío
lunes, 12 de septiembre de 2011
el día siguiente a la noche
…tirarte de la cama somnoliento y pesado, sentarte al borde, sin tener claro si ese borde es físico o el mismo en el que te contemplabas en el sueño, permanecer absorto e indeciso, entre dos fuegos, la lasitud que te agarrota y la urgencia del quehacer, debatirte entre el cuerpo reclamándote que lo atiendas y el horario que te sujeta de nuevo a una obligación pasajera, no tienes fe ni ganas, ni te seduce la indolencia ni te motiva la disciplina, eres equidistante en una situación donde no hay punto medio, y ése es tu error, pero sabes que si dudas estás muerto, y acaso no te importe esa sensación de vivir al margen definitivamente, vivir te dices, esa ubicación nebulosa que no sabes si es efecto de tu puesta en pie o de tu disolución, así que asfixias tus pulmones y sonríes al destino, volcado como estás en la pura consecución de un gusto menor e inmediato no te interesa nada que no sea abstraerte de lo que tienes al alcance, el tabaco, el vino, unos textos cuyo hermetismo buscas como un aliento extraño, como un salvavidas que te abduzca, y en cada recuerdo te destrozas un poco más, por eso intentas aniquilar el proceso no sólo lógico sino instintivo y reflejo de la memoria, tratas de aislarla, y cada fogonzazo que proyecta en el vestíbulo de tu cerebro, porque se resiste a rendirse, lo esquivas, que no permanezca un segundo más, alzas la voz interiormente, pues la duración te perjudica, que no me roce, te defiendes con frenesí ciego, pero no consigues evitar su recurrencia obsesiva y vengadora, y tu mirada se vuelve más cínica, y prepararás el café, se te ha caído una parte del contenido de la cafetera porque tus manos se agitan, desearías haber permanecido un rato más en la cama, no hubieras dormido, así que la necesidad de tener que partir inmediatamente a cumplir tus días de condicional impide que seas pasto de la turbulencia, debes tomar ya el café, lo más cargado posible, la lengua, ya de por sí agria tras el insomnio se reviste de un tapiz más amargo, pero buscas el estímulo fácil, echas mano al bolsillo para sentir la pastilla por si la ocasión lo requiere, qué bajo, eh, te oyes a ti mismo criticarte, y la mañana no ha hecho sino empezar…
(Fotografía de Michael Ackerman)
domingo, 11 de septiembre de 2011
Muertos del mundo: ¡uníos!
¡Muertos del mundo, uníos! Un grito sordo, pero clamoroso. Ciego, mas clarividente. Deberían poder hablar los muertos del mundo y de la historia. Simplemente para decir a los vivos: ¡callad! O bien: ¡hablad, pero con cordura y sentido de la verdad!
Llevo muerto hace tiempo, pero a veces en este mundo no-mundo se infiltran informaciones de los vivos. Hasta ahora no podíamos hacer nada, pero acaso si los muertos nos organizamos podemos lograr algo. Los muertos no vamos a volver para ejercer Némesis alguna. Pero sí para denunciar la infamia de muchos humanos. De aquellos que merecerían o no haber nacido o estar muertos, en lugar de tanta gente sencilla o bondadosa que no se ha merecido una muerte prematura. Y menos sangrienta.
Y denunciar lo que es inocultable. Que hay muertos de primera, de segunda, de tercera y de los últimos de la cola. Contar contar sólo cuentan los de primera. Los de familias con posibles, los de países number one, como el avión del Presidente, y no todos los habitantes de ese tipo de países. Ni por el forro. Pero de los muertos, cotidianos, frecuentes y elevados, de los últimos de la cola ni se sabe. Ni se sabía su existencia ni se sabe su desaparición. Luego de lo que no se sabe no se habla. Luego no existen: ignoremos la miseria del mundo y seremos felices, dice la canción.
Nunca sabemos si han muerto porque nunca hemos sabido que han nacido. Hay una sucesión de vivos y una sucesión de muertos. Vivos que mueren por exceso y vivos que mueren por defecto. La muerte de los primeros es ridícula y la de los segundos injusta. Estos días no dejan de hablar de los muertos de hace diez años en un atentado en un país one, en una ciudad one y en un standing de vida one (permítaseme esta especie de redacción spanglish) Y todos los años la misma cantinela. Y esto no significa dar la razón a los abyectos que causaron sus muertes, sino tirar de la máscara de los que siguen recordando aquello como si solo les hubiera pasado a ellos la historia. Los mismos que ocultan las vidas deplorables y muertes desastrosas de tanta población del mundo que no es mundo one. Montan parafernalias para justificar y ocultar con ellas sus políticas destructoras por el planeta.
Como estoy muerto, y no les voy a decir de qué, bueno sí, de asco, me permito hablar así. No tengo grandes propuestas al respecto. Los que morimos de asco tenemos mala muerte, pero al menos nos miramos las manos en el estertor y no las vemos con sangre. O sí: porque la sangre puede ser visible o transparente. La mía, en su transparencia, la veía al final, y me dio más asco todavía. Era producto de mi inacción.
Muertos del mundo y de la historia: ¡uníos! (Una voz lejana y sarcástica, no obstante su opacidad, dice tímidamente: pero si ya lo estamos)
(Montaje fotográfico de Giorgia Napoletano)
viernes, 9 de septiembre de 2011
Cuarteto
Supón hecho a tu gusto el mundo; y al fin, ¿qué?;
supón leído el libro de la vida; al fin, ¿qué?;
supón que has realizado cien años tus deseos;
supón que te quedaras otros cien; y al fin, ¿qué?
Cuando las respuestas son las preguntas, ¿qué argumentación puede hacerse a continuación? Hay algo de alfa y omega, o mejor dicho de aleph y ya, en este rubaiyat de Omar Jayyam. Este cuarteto no está tocado por la tradición monoteísta de ninguna de las culturas del Libro. Va más allá de ellas y más acá de nuestro envoltorio de ficción. Su escepticismo laico resulta más moderno que cualquiera de las ideologías y religiones que pretenden ponerse al día sin lograrlo. Y si lo lograran solamente serían nuevas máscaras sobre viejas figuras. El cuarteto, el rubaiyat, seguirá teniendo vigor. Y más autenticidad, más verdad, más eficiencia. Qué gran enseñanza y qué sabiduría tan humilde. Desdén del afán desmesurado por las vanidades y los orgullos cotidianos. No precisa de las alharacas de los discursos de autoayuda tan en boga hoy día ni de los malos remedos de las filosofías orientales. Ese al fin, ¿qué? tiene más carga de profundidad en su sencillez que ningún sermón de la montaña ni ninguna promesa de mundo feliz ni ninguna ostentación publicitaria. Brindo por ti, humano Jayyam.
(La fotografía es del texto en árabe del rubaiyat que aparece en la edición de Hiperión, colección Poesía Hiperión)
lunes, 5 de septiembre de 2011
Los buscadores
Hubo algunos textos del Libro del Desconcierto que circularon independientes de la edición íntegra de la obra, como si fueran otros relatos. Se trataba de aquellos escritos de contenido amoroso o claramente erótico que fueron desgajados del conjunto porque gustaban de manera especial a los funcionarios y a los religiosos, aunque estos no lo reconocieran en público. Los censores de la moral ajena siempre han tenido doble rasero. Y aprovechando su influencia han reservado en beneficio propio lo que ellos han considerado interesante para sus placeres y sus diversiones. Al desconocerse el autor del libro resulta un enigma entender cómo aquel supuesto erudito mongol que lo escribió pudo desarrollar tantos enfoques, y hacerlo desde perspectivas y estilos culturales y narrativos tan diferentes. Acaso no se trataba de ningún nativo sino más bien de algún árabe o de un persa acogido en sus territorios por razones que no podemos saber. Tal vez había sido un viajero que tras recorrer regiones distantes y tocar también costas occidentales decidió retornar a sus orígenes. Incluso la variedad de estilos y géneros que cultivaba hace pensar en que pudiera haber existido más de un autor y hay estudiosos que concluyen que todo consiste en una recopilación fidedigna de textos de tiempos y culturas transversales. Pero tampoco hay suficientes elementos de comparación por los que se pueda deducir y aseverar que ese agrupamiento de historias es un hecho. Todo son conjeturas y periódicamente se organizan encuentros de estudiosos de literaturas antiguas, incluyendo las de civilizaciones perdidas, promovidas por la Comisaría de las Artes y las Letras de Estambul. Desgraciadamente, los congresos sirven más para el ocio que para el estudio. Y así se impone recorrer determinadas rutas al interior del país y a las naciones próximas, efectuar opíparas cenas y después asistir a algún espectáculo de derviches en plan privado y más riguroso con el contenido de la mística sufí. No falta tampoco el animado deambular por la noche secreta de la ciudad, donde todo es posible. Hasta se puede experimentar en propia carne algunos de los episodios que la narración antigua parecía haber confinado exclusivamente a su impresión. Al final, las conclusiones de esos debates no resuelven nunca ningún enigma, sino que generan otros nuevos, pero eso permite establecer una nueva cita de futuro para los especialistas. Uno de los asistentes al último congreso, hombre de apariencia taciturna y de avanzada edad, hizo hincapié en el doble e incluso triple sentido de muchos de los relatos incluidos en el libro. Afirmaba que los textos del Libro del Desconcierto juegan objetivos paralelos y que unos podían permaneces latentes y soterrados por los otros. Contra su criterio se manifestó una mujer joven y perspicaz, no con demasiada experiencia pero sí con bastante intuición. Esta mujer, especialista en culturas del Asia Central, mantenía además que la esencia de los mensajes era en todos los casos de carácter fundamentalmente erótico y que, cuando éste resultaba demasiado evidente a los ojos de la censura se desviaba hacia un canto a la naturaleza en general. Pero el hombre taciturno aseveraba que en extraños rincones de aquellas historias sobre la naturaleza humana se refugiaban sutiles críticas a la naturaleza de las cosas públicas, es decir, de la gobernación y sus abusos. Realmente, los criterios del hombre y las valoraciones de la mujer no eran contradictorios. Ambas opiniones eran posibles y en privado se reconocían el uno a la otra que lo que manifestaban eran hipótesis y que, si bien bastante fundamentadas, no alcanzaban el grado de demostraciones que el resto de profesionales esperaba obtener.
(Ilustración de Norberto Guillermo Gandini)
domingo, 4 de septiembre de 2011
El poeta pobre
Es probable que si algún arriesgado lector, y por lo tanto ilustrado y poseso, de la corte de los sultanes otomanos no hubiera escondido un ejemplar del Libro del Desconcierto jamás hubiéramos sabido de sus narraciones. A los funcionarios de la corte les debió parecer que aquellos textos antiguos eran demasiado actuales o demasiado bárbaros o simplemente que incitaban a costumbres que no encajaban con sus preceptos. No solamente esta obra sino otras de las que no se han encontrado ejemplares, pero que cierta tradición oral menciona, tales como Los espejismos benevolentes o el Libro de los Premios y Castigos del Azar, desaparecieron debido a que sus ediciones fueron ordenada y obsesamente perseguidas por las castas que vigilan la supuesta pureza de los hombres y sus conductas. Se entiende que a los clérigos religiosos y a los gobernantes no les interese jamás que los individuos adquieran por sí mismos capacidad de pensamiento, porque saben sobradamente que la capacidad de pensar conduce a la de obrar. Y ambas conductas cuestionan tanto lo anterior y obsoleto, como lo establecido en base a la injusticia. Lo que no se entiende muy bien es que todos los episodios del Libro del Desconcierto fueran censurados y no se libraran de la desaparición. Uno de esos episodios habla de la historia de un poeta pobre que recorría caminos más allá del territorio mongol. No se trataba de un poeta en el sentido moderno ni de un versificador al uso, pero sí de alguien que escribía de una manera tan fluida y concisa que se encontraba más cerca del ritmo que de la escritura farragosa. Sus cantos no iban dirigidos a los cargos públicos, ni a los vigilantes de la fe, ni a los cortesanos, ni siquiera a los funcionarios de provincias de las vastas regiones que visitaba. Él escribía y recitaba para los viajeros, los habitantes de las aldeas, los moradores de los caravasares, los pastores, los modestos artesanos y los seres tirados por la calle de las ciudades pequeñas donde le estaba permitida la entrada. Tenía especial predilección por enseñar cortos versos a los niños y deleitar con seductoras palabras rimadas a las muchachas jóvenes de cada lugar de parada. Se llegó a correr por diversas ciudades el rumor de que una vez habían escuchado al poeta pobre, las jóvenes cambiaban de actitud. Se manifestaban insumisas, se negaban a realizar los trabajos a los que se las relegaba por su condición. Tanto preocupó a algunas autoridades esta actitud rebelde de las jóvenes que prohibieron la entrada del poeta en las ciudades más pobladas. En algunas ocasiones fue prendido por los guardias, pero como no podía demostrarse la existencia de edición alguna de sus cantos ni llevaba encima bien alguno que no fuera suyo, quedaba en libertad no sin ser amonestado severamente. Pero sus cantos corrían de boca en boca, los niños canturreaban musicalizando sus palabras y las jóvenes los entonaban como invocación. Aunque los perseguidores de la palabra, con la cooperación de los progenitores, trataron de acallar aquellos mensajes, que fueron considerados obscenos y que removían la base de las conductas dóciles, alguno de ellos consiguió traspasar fronteras. También fueron preservados con sigilo y complicidad por las generaciones púberes. Al atardecer eran entonados en voz baja en sus corros, a la par que crecía en ellas el desdén por las labores domésticas y el desprecio creciente al mandato familiar. Uno de aquellos cantos quedó registrado en el Libro del Desconcierto y decía:
Ven a mi ámbito, hembra herida,
abandona tus obligaciones inútiles:
ven hasta este recinto impío que te ofrezco
para que lo purifiques con tu presencia:
huye del sopor de las carencias
pues te esperan los dones de la vida:
no padezcas más sed con tu silencio
pues aquí encontrarás el agua fresca.
(Imagen de Manuel Boix)
viernes, 2 de septiembre de 2011
La búsqueda afanosa
En el Libro del Desconcierto, anónimo mongol con más de cuatro siglos de existencia, y hallado no hace mucho en unos anaqueles ocultos de la Biblioteca Mayor de los Sultanes de Estambul, se habla de un viajero que se dedica a buscar una ciudad amarilla. Nadie sabía darle razón de dónde se encontraba tal ciudad. Ni siquiera podían ayudarle a situarla en alguno de los puntos cardinales, para que pudiera orientar su partida. ¿Una ciudad amarilla? Nunca hemos oído mencionar tal prodigio, le espetaban. Un experimentado caravanero le informó que había conocido una ciudad ocre, en los confines del desierto del Taklamakán; otro que si había llegado una vez hasta una ciudad azul, a orillas de un agitado mar oriental; hubo quien le habló incluso de una ciudad ambarina, en las laderas de un valle apartado de las rutas tradicionales. Muchos le informaban que había multitud de ciudades blancas que habían perdido el brillo original de su cal y adquirían una pátina grisácea por el azote de las lluvias y de los vientos opuestos. Un extranjero llegó a relatarle cómo había entrado ocasionalmente en una ciudad verde, que era tal por efecto del ladrillo refractario del que estaban hechas las fachadas de los edificios suntuosos, pero la cual tampoco sabía ya ubicar. Y quien te ha hablado de la existencia de esa ciudad amarilla, ¿no te ha señalado al menos qué dirección hay que tomar?, le preguntaban asombrados. No, respondía él. Fue un hombre maduro, no demasiado anciano, pero curtido por los climas más diversos y agotado por el esfuerzo de los viajes. Me habló de haber habitado en la ciudad y de conocerla al dedillo. Tales maravillas relató que hizo que prendiera en mí el afán por encontrarla. También me dijo que en cierta ocasión, atraído equívocamente por tentaciones y azares varios de fortuna que agitaron su vida, salió de aquella urbe magnífica, lo abandonó todo y ya no supo volver jamás. De lo cual siempre quedó arrepentido y se sentía por ello muy apesadumbrado. Los hombres a los que preguntaba insistían entonces curiosos: ¿Y dónde te encontraste a ese hombre? Y él les contestaba con naturalidad: Fue en un sueño. Esta respuesta produjo tal hilaridad entre los caminantes que le tomaron por loco. Pero él seguía convencido de haber tenido una revelación y seguía inquiriendo a todo el mundo una pista sobre la ciudad de sus sueños. Si ha sucedido en un sueño, les argumentaba a los que se burlaban, es que tiene que haber ocurrido también fuera de él.
(Pintura de Kazimir Malévich)