viernes, 2 de septiembre de 2011

La búsqueda afanosa




En el Libro del Desconcierto, anónimo mongol con más de cuatro siglos de existencia, y hallado no hace mucho en unos anaqueles ocultos de la Biblioteca Mayor de los Sultanes de Estambul, se habla de un viajero que se dedica a buscar una ciudad amarilla. Nadie sabía darle razón de dónde se encontraba tal ciudad. Ni siquiera podían ayudarle a situarla en alguno de los puntos cardinales, para que pudiera orientar su partida. ¿Una ciudad amarilla? Nunca hemos oído mencionar tal prodigio, le espetaban. Un experimentado caravanero le informó que había conocido una ciudad ocre, en los confines del desierto del Taklamakán; otro que si había llegado una vez hasta una ciudad azul, a orillas de un agitado mar oriental; hubo quien le habló incluso de una ciudad ambarina, en las laderas de un valle apartado de las rutas tradicionales. Muchos le informaban que había multitud de ciudades blancas que habían perdido el brillo original de su cal y adquirían una pátina grisácea por el azote de las lluvias y de los vientos opuestos. Un extranjero llegó a relatarle cómo había entrado ocasionalmente en una ciudad verde, que era tal por efecto del ladrillo refractario del que estaban hechas las fachadas de los edificios suntuosos, pero la cual tampoco sabía ya ubicar. Y quien te ha hablado de la existencia de esa ciudad amarilla, ¿no te ha señalado al menos qué dirección hay que tomar?, le preguntaban asombrados. No, respondía él. Fue un hombre maduro, no demasiado anciano, pero curtido por los climas más diversos y agotado por el esfuerzo de los viajes. Me habló de haber habitado en la ciudad y de conocerla al dedillo. Tales maravillas relató que hizo que prendiera en mí el afán por encontrarla. También me dijo que en cierta ocasión, atraído equívocamente por tentaciones y azares varios de fortuna que agitaron su vida, salió de aquella urbe magnífica, lo abandonó todo y ya no supo volver jamás. De lo cual siempre quedó arrepentido y se sentía por ello muy apesadumbrado. Los hombres a los que preguntaba insistían entonces curiosos: ¿Y dónde te encontraste a ese hombre? Y él les contestaba con naturalidad: Fue en un sueño. Esta respuesta produjo tal hilaridad entre los caminantes que le tomaron por loco. Pero él seguía convencido de haber tenido una revelación y seguía inquiriendo a todo el mundo una pista sobre la ciudad de sus sueños. Si ha sucedido en un sueño, les argumentaba a los que se burlaban, es que tiene que haber ocurrido también fuera de él.


(Pintura de Kazimir Malévich)


7 comentarios:

  1. La pintura me atrae como la flor ahíta de polen a la abeja.
    En cuanto a la historia, idem. Lo del sueño..... aunque parezca de locos..... resulta de lo más natural; claro indicio que el soñador sigue vivo. Beso.

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  2. El soñador sigue vivo, claro, pero maltrecho, ya ves que le tienen por loco. Buen día, Mjota.

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  3. Bueno es el día, sin duda. Je,je, ¿por qué será que me suena tanto tu comentario? A mi me salvó una idea reiterativa que me rondaba el coco desde bien pequeñita: "Si es que los mayores son tontos". Y ahora que ya lo soy: "De acuerdo, seré tonta.... pero al menos me consta y ello no deja de tener su gracia." Buen día también para ti.

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  4. Me gustan las historias en las que un sueño sirve de eje para construir la narración. Muchos autores como Borges, Coelho, ... lo han utilizado.
    Y si además tiene un toque de misterio y un escenario oriental, bienvenido microrrelato.

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  5. Y como apunta Unamuno en Niebla, ¿qué está más vivo: el sueño o el soñador?
    ¿No vivimos en un Universo soñado?

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  6. Emejota. No es poco ser conscientes de que somos tontos. Lo peor es ser tonto, actuar como tal y no darse cuenta.

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  7. CMG. Hay tantas maneras de escribir (o mejor dicho, de intentarlo)...Universo humano: suma de sueños, de ensueños...y de desvelos. A mi siempre me han cautivado las narraciones en que no sabes si habla de territorios oníricos, no oníricos o simplemente imaginarios.

    ¿Conoces a Marcel Schwob? No es lo mismo, tiene sus variantes, pero es un gran escribiente. Para mí, de los grandes (grande no quiere decir más conocido por la masa)

    Un abrazo, gracias.

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