miércoles, 14 de septiembre de 2011

meditación sobre la vergüenza ( y su antítesis)



En un pueblo de la Castilla profunda persiguen y matan todos los años a un toro a garrochazos. Es un pueblo que vive -es un decir- de las pobres rentas renombradas de la historia, que no de rentas económicas producto de industrializaciones modernas. En esa villa las oligarquías de su tiempo de España y Portugal (hace más de cinco siglos del evento) firmaron un importante tratado por el que se repartían los territorios americanos. En ese lugar mencionan con frecuencia también la prisión de una reina que no se avenía a la política del momento y de la que dijeron que estaba trastornada (ignoro si de paso también lo estuvo o fue parte de la ignominia), puesto que dentro de la denominada industria del turismo interior cualquier reclamo y leyenda con olor a pasado vende. Las verdades no venden pero las leyendas sí, aunque no se beneficien del asunto más que los hosteleros.

Las gentes de ese pueblo no mencionan otros acontecimientos importantes de su pasado como la revolución de los comuneros de Castilla, un pulso, no sé si aclarado del todo, entre los burgos de pueblos y ciudades castellanas y el Emperador por excelencia que llegaba de Flandes con dos coronas hegemónicas de la Europa de aquel tiempo. Algunos historiadores ven también algo del enfrentamiento entre los residuos del poder feudal y el recién fundado Estado español. Probablemente hubiera algo de todo. Un capítulo donde es posible que se jugaran para siempre los castellanos su futuro, perdiéndolo: su organización, su sistema fiscal, sus fueros y los reconocimientos de sus ciudades de villa y tierra adquiridos frente a la prepotencia de los monarcas de la Baja Edad Media. No, de ese tema otrora crucial los actuales pobladores de esa villa no saben , no contestan, no se interesan. Por el contrario, lo suyo es otra cosa y alegan que perseguir con caballos a un toro por el campo, estresarlo a tope, clavarle lanzas una y otra vez, y ponerle la puntilla es una tradición. Sublime palabra para ellos, sagrado concepto que seguramente al tenerlo tan sacro como etéreo ignoran su significado amplio y civilizado. Bien de interés cultural, tienen denominada también a esa fiesta de sangre, pero ahí en nada los diferencia de todos los rituales taurinos que tienen lugar en España bajo la denominación de corridas.

Refugiados en una costumbre cuya dudosa autoridad reside en el propio consenso que la gente del pueblo y alrededores concede, no deja de ser sino un show, un espectáculo de pan y circo más, un entretenimiento en el que la bestia no es el toro sino los perseguidores de la especie humana. La razón está ausente, el carácter salvaje de la práctica se ignora. Pero atención, lo que realmente se persigue por el campo, se sangra y se extermina no es sólo un animal. No es sólo el animal simbólico por excelencia del mito antiguo. Animal que no nació y se crió para padecer escarnios y padecimientos y cuyo símbolo no puede perecer en el acto de una corrida u otras barbaridades. Lo que se persigue y se asesina es la cultura en sí, el propio concepto de cultura. Porque cultura no es tanto lo antiguo ni lo tradicional ni el espectáculo ni el comercio de lo viejo, y mucho menos lo selvático y criminal, sino sobre todo la evolución de las ideas, el avance en el conocimiento, la invención permanente de la estética y el fortalecimiento de la representación democrática. ¿Qué el concepto de cultura está en crisis? Probablemente. Pero desde luego, fiestas como las de esa villa donde masacran a un toro no son precisamente representativas de un concepto moral y superviviente de la cultura. Porque si la cultura es lo que emana de ese tipo de comportamiento habría que decir aquellos versos de César Vallejo...más vale que se lo coman todo y acabemos.

Especial mención para el heroico y solemnemente engreído ganador del rabo del toro. El valiente especimen que derribó a muerte al toro fue felicitado, homenajeado y reconocido como objeto de admiración por todos los que corearon el espectáculo y las autoridades pertinentes. Expresó su emoción y su gesta de manera muy gráfica: se sentía como un Cristianoronaldo. Efímera y débil comparación, pues el personaje, en su embriaguez tonta, no pensaba en los millones que gana ese cristianoronaldo por amplias ventas de su propio producto, lo cual le distancia kilométricamente. Para reafirmarse más llegó a decir también que se sentía como un dios. Y esa expresión, ¡voto a Odín!, me gustó. Me gustó ese idealismo desorbitado, ese coraje celestial, ese misticismo arrebatador. No andaba descaminado, aunque no tuviera ni idea de lo que sienten los dioses. Los dioses eran feroces, terribles, capaces de hacer la vida imposible a otros dioses y a los humanos. ¡Pero cuánta prepotencia compararse con un dios! ¿Lo permitirán los dioses obsoletos o le pasarán factura? Desde luego, sospecho que el dios monoteísta de la cultura de su pueblo, tan obsoleto o más que los otros, hará la vista gorda. Por eso mismo, porque es parte de esa cultura y la bendice.




(Pintura del argentino Daniel Merlin)

6 comentarios:

  1. Según Joaquín Araujo somos grandes simios, aunque creo que ni eso.
    abrzo.

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  2. Si alguien quiere ver cómo se transforma una persona tranquila y sonriente a un ser absolutamente iracundo, solo hay que mencionar un tema como el que acabas de hacer. Coas como esta son, entre otras muchas, las que me ha ofrecido sobradas razones para mandar el mundo convencional a hacer puñetas y muy muy gordas. Beso.

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  3. Y sin embargo, los de dicho pueblo castellano, están muy satisfechos y orgullosos de su fiesta.

    También, como emejota, mandé el mundo convencional de paseo hace mucho tiempo.

    Saludos

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  4. Tula, si los grandes simios supieran de las atrocidades humanas...

    Me alegro saber que sobrevives.

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  5. Emejota. Acaso tras las sonrisas felices y aparentes se oculta un basurero de detritus culturales que sólo son detritus, ergo basura.

    El mundo convencional es tan falso que según con quién hables bordeas el enfrentamiento civil. Te recomiendo la descripción del acto aquí mencionado en el periódico Público de ayer. Verás qué personajes tan bravíos, cuenta el periodista, envueltos en rojo y gualda acometían la barbaridad.

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  6. Aquí, y tanto. Y la Junta de Castilla y León no va a hacer nada por evitarla, ha dicho. Señas de identidad. ¡Por Belcebú y todos sus acólitos! ¿Qué mierda de señas de identidad puede tener cierta gente? ¿Por qué no las tienen para hacer algo positivo sobre acontecimientos también tradicionales como lo de la revuelta d elos Comuneros?

    Ah, ya, lo de ahora es patrimonio, turismo y tradición. Lo de 1521 es política.

    Gracias por pasarte.

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