Y en su caída se precipitó hasta lo más hondo de lo creado. Donde no hay luz ni retorno. Y las tinieblas que él habitaría a partir de aquel instante no tocarían fondo jamás. Y al igual que acontecería más tarde con la mujer y el hombre, él también fue víctima de un desafío. Y en su caída imparable desparramó por la tierra el grito atroz de su prometida venganza (...) Comprendió tarde que no es posible el pulso al Único. Que no se puede disputar ni el poder, ni el conocimiento, ni la capacidad hacedora del Único. (...) Mas éste, a su vez, quedó apartado para siempre en su soledad. Y ni los hombres que durante siglos creyeron en él pudieron salvarle de su abandono por más templos que erigieran en su nombre, por más conquistas de países que le ofrecieran, por más palabras que articulasen para justificar su existencia, por más ritos que celebraran en su nombre. Y mientras el Caído decidió que, puesto que nunca más podría aspirar a compartir las alturas, dedicaría su eternidad a arriesgar la vida de cuanto fuera creado por el Único. (...) Y estos son los tiempos en que el viejo mito sigue ofreciendo el rostro de una dualidad insalvable, donde los hombres se pierden sin tener claro dónde reside el Bien ni dónde el Mal, y por más que
(Hasta aquí llega el texto, por destrozo del resto del manuscrito hallado en una de las cuevas de Haram Sat, en el desierto. Los paréntesis (...) indican que faltan partes perdidas del texto.
Sólo el Barroco español era capaz de representar con esa viveza antropomórfica tan exquisita al Caído)