viernes, 11 de septiembre de 2009
Agente secreto
Podría tratarse de un infiltrado. Alguien que no ha sido convocado. Alguien a quien no se espera. Ronda, escudriña. Una sombra. Su apariencia es de otro tiempo. No es susceptible de sospecha. Es inefablemente sospechoso. Acaso resulta demasiado definido. Un juego de espejos le duplica en falso. O delata su presencia indeseada. Excesiva escenografía para una efigie vaciada. Habla con su propio porte. Haciendo de él otro espectro análogo. Pero nadie se fiaría de una representación tan siniestra, donde no hay rostro, ni mirada, ni músculos, ni aliento. Sólo existe un gesto que le derriba y le rebaja a humano. Su mano oferente, si es que se trata realmente de su palma y no de un mecanismo. Vengo en son de paz, parece decir. Pero esos dos planos diferentes, esas dos alturas, cuestionan una supuesta conversación de iguales. Puede estar impartiendo órdenes. Puede intentar persuadir a su doble. Puede indicar a la otra sombra cómo debe actuar. Actuar. Cuando un tipo se mira al espejo actúa. La primera observación es dual. Aceptarse y no aceptarse. Se muestra imperativo. Alza la cabeza, no ladees el tronco, esboza una sonrisa, aunque sea leve, se dice a sí mismo. Pensamientos veloces ordenados con palabras que pueden incluso emerger si el actor está solo. Vuelta al juego de los espejos. Mundo de reflejos. Mirarse para creerse lo que no se es. Un esforzado ejercicio de convencimiento. Una vez rompí un espejo porque no me era fiel. Es decir, porque no recibía respuestas satisfactorias a mis exigencias imposibles de satisfacer. Fui presa de una exagerada y enervante indisposición. Al contemplar la sangre abundante que chorreaba por mi brazo lo entendí mejor. La sombra de sospecha era yo mismo. Preguntar al espejo es encerrarse en un caparazón falsario. Me acurruqué en un rincón empapado en aquel manantial del rubí más salado que resultó más dulce. Me contaron después que si no es por la empleada de la limpieza (admítaseme el recurso) no hubiera despertado jamás de aquel desvanecimiento. Temo no haber aprendido la lección. Desde entonces sólo me contemplo en las puertas de los cafés, bajo tenues luces. Embozado en el disfraz de funesto agente secreto de mis días.
(Fotografía de Jorge Molder)
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