martes, 1 de septiembre de 2009

Como una sombra



Un ángel me sigue
como una sombra

Anise Koltz



La otra noche soñé que te disfrazabas de mi sombra. Y que acompañabas mis pasos. Como no eras de verdad mi sombra, a cada movimiento brusco de mi cuerpo, tú, disfrazado de sombra, dudabas y estabas a punto de moverte hacia el lado opuesto. Cuando corregías la dirección, yo, que me había disfrazado de desnudez, ¿o me había desprovisto de los disfraces cotidianos?, dudaba porque tú dudabas, porque tú, sombra, interpretabas un sentido de la marcha contrario a lo que me pedía mi instinto de callejear. Con cada ejercicio de mi cuerpo, tú, trasuntado en sombra, te contorneabas intentando proyectar lo opaco de mis músculos, de mis extremidades, de mi perfil. Aligerado de mis disfraces al uso, pero oneroso por la desnudez a la que no estaba acostumbrado, traté de echar a correr. Entonces, mi sombra, tú, mi apariencia de sombra, menos pesada pero más ágil, porque a tu desnudez habitual se añadía tu incorporeidad de sombra, corría por delante de mi. De modo tal que parecía que yo, desalojado de hábitos y enseñas, perseguía una sombra veloz, que no esperaba, que no alcanzaba. En esa carrera, mi sombra, es decir, tú, simulando una sombra desnuda y grávida, se distanciaba y tomaba la iniciativa. Como no te alcanzara, tú, desde un lugar cubierto por las tinieblas, te paraste a esperar la llegada de mis pies menos veloces. Tú, mi sombra que no lo eras, no podía ser visto de lejos por mi, porque las tinieblas te protegían. El trote desenfrenado al que me sometí, me fatigó. Mis fuerzas me traicionaban. Tan pronto como llegué a aquel territorio umbroso, mi cuerpo se tornó invisible y el tuyo se reveló como el único, el existente. Por un instante pensé que yo no era ya el cuerpo que era, que mi disolución se trataba de un hecho irreparable, y no sólo un gesto, y no sólo una posibilidad, y no sólo un sueño. Pero al contemplarte por última vez a ti, ángel antiguo, enrolado como mi sombra, comprendí que la carrera no era una competición, sino un relevo. Fue en ese momento en el que sentí que de mi no quedaba nada, porque lo de atrás, yo, mi cuerpo, mi vida, mi desnudez, era una niebla que se alejaba. Nada más. Era tarde para comprender inútilmente en que me había convertido. Mientras, tú, liberado de la oscuridad y de la vigilancia, volvías a ser yo, mi imagen idéntica, en busca de otro ángel, en busca de otra sombra. Engendrado en un sueño.


(Fotografía de Anke Merzbach)

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