viernes, 29 de septiembre de 2006

Aforismo entre líneas



"Solamente es feliz cuando lee. Más feliz es todavía cuando escribe. Pero el colmo de su felicidad consiste en leer algo que aún no sabía"

(Elías Canetti, El corazón secreto del reloj)

martes, 26 de septiembre de 2006

Confines de la poesía



Decía Wallace Stevens en uno de sus aforismos, que "en poesía debes amar las palabras, las ideas y las imágenes con toda tu capacidad de amar lo que sea".

Tal vez la poesía exige, más que cualquier otra forma de expresión literaria, una voluntad de amar. Todo lo contrario al seguimiento lineal de un relato, a la ejercitación del razonamiento, a la aventura de dejarte llevar por el desarrollo secuencial de una historia. La voluntad de amar se manifiesta por el impulso. No sé sabe por qué. La poesía, como el amor, no pregunta. Te va o no te va. Te arrebata. Dejas de estar en ti. Entras en ella o la ignoras. Si te atrae inicias el compromiso del descubrimiento. Rige la intuición, el afán, una sensorialidad de las palabras. Hay una especie de actividad de feromononas también en la relación entre la poesía y tú. Cuando entras en ella, te sientes como el guijarro que has tirado y que traza círculos concéntricos sobre las aguas del arroyo. No flotas en un plano único, sino que te sumerges en todas las dimensiones que van superponiéndose o infraponiéndose en sus trazados misteriosos.

Has entrado y nunca saldrás. Como en el amor, perderás la voluntad pero enriquecerás en percepciones. Éstas pueden suponer goces, pero también malestar, contradicción, enfrentamiento. La poesía resulta ilimitada: tú, lector, pones los límites. Ni siquiera el autor ha considerado todos los significados de su redondez, de su pretendido acabamiento. Más allá de lo estrictamente formal, la expresión poética se nos muestra como los fuegos ocultos en el sotobosque que, cuando el fuego exterior parece ya apagado, se transmiten bajo la tierra de tu alma y reverdecen con ígneos bríos prendiendo nuevas arboledas. La poesía, como el amor, no sólo te habla de la vida, de la experimentación, del compartir. Habla también del fin, y de cómo pones a prueba tu propia capacidad para adaptarte al acontecer de las edades y finalmente al ocaso.

El poeta español Arcadio Pardo opina que "alguna vez ocurre que uno se pregunta por qué y para qué y para quién escribe. Y sus respuestas le llevan a palpar, a presentir, a materializar lo que es lo único cierto, su propio morir. La poesía se alza a la suprema pretensión de superar el morir y de sobrevivir más allá de las lápidas borradas...Puede ser que por eso mismo, la poesía sea una ambición de conocer, de buscar, de investigar en las claridades y en la oscuridad. En suma, una exploración y una interpretación que se ejerce sobre los horizontes presentes o pasados, o aún no sidos, pero también sobre su propio lenguaje. Otro misterio: de quién hereda el poeta, de dónde procede su lenguaje mutante, siempre actual y vivo, de semántica múltiple y cambiante, subversivo y a menudo rebelde a la norma, liberado de la conciencia, narrante, significante, que se funde y confunde con lo que es poesía."

Y nada mejor, que decían los didactas, que un botón de muestra de este poeta, un poema extraído de su libro Travesía de los confines (Ediciones Tansonville, 2001)

TE TENGO DEVOCIÓN

Te tengo devoción que me humedece.

Creo que te venero desde un lejano instinto.

Presumo entre renglones tu espeso sufrimiento,

más que la ruina del amor, más que eso.

Más que saber que te morías, más.

Pero subiste al carro tu ya casi agonía.

Sacaste fuerzas para firmar aquello. Y fue

firmar tu sepultura, también desvanecida.

He ido a verte a esa charca de tierra para muertos,

al pesebre roído, al destruído suelo.

Debes ser una muerta sin sitio. Y me regreso

como si todo el cielo se encapotara.

Ahora me parece que te vienes, te acercas,

merodeas, me miras y no sabes quién soy.

Me ves en el zaguán de tu casa y me miras

quién es éste y de dónde que se ha venido aquí.

Me espías y me quieres y no sabes por qué.

(Se acompaña, porque sí, la impresionante fotografía de Tina Modotti. ¿Poesía visual? El hombre de la otra foto es Arcadio Pardo)

lunes, 25 de septiembre de 2006

El caos, según Caraco (I)


"La masa de perdición, he aquí el pecado del orden y si la masa ha invadido todo, contaminado todo, marchitado todo, infestado todo, ofuscado todo, lo ha vuelto todo peor que el caos mismo hasta el punto de volver el caos más deseable, es porque el orden tenía necesidad de ella"

En estos tiempos de masa más diversificada, polifacética y urgida que nunca las palabras de Albert Caraco toman un carácter directo y hondamente profético. La masa a través de la historia ha cumplido disintos papeles: un papel de mano de obra barato, otro de votantes susceptibles de ser arrastrados a las más lacerantes aventuras , otro de composición sangrante de ejércitos y ahora uno neurótico y competitivo de consumidora sin límites. La masa existe para ser utilizada en todo aquello que vaya en la línea de producir y proteger beneficios, no tiene otro fin. La masa es la otra cara del Becerro de Oro. Para Caraco, no hay duda de que está consagrada al Orden:

"El orden, al que nosotros servimos y que nos envía al suplicio, el orden necesita productores y consumidores, no hombres enteros, los hombres enteros lo incomodan, preferirá siempre los engendros, los sonámbulos y los autómatas, su crimen está ahí, el orden es a la vez pecador y criminal..."

Ha sido un descubrimiento intenso y cautivador de fin de semana. Echarse a la coleta una primera lectura (inmediatamente el cuerpo exige una segunda exégesis, aunque no es cosa de hacerlo de inmediato) de su Breviario del caos (Editorial Sexto Piso) fue una manera para este blogero de limpiar la mancha de mora con mora, arriesgado ejercicio del que puedes salir más pesimista o tal vez purificado.

Albert Caraco es uno de esos pensadores con vida forzadamente viajera, erudito y con su punto francés, que prácticamente desconocemos en España. Como en el cuento, se puede decir que de Constantinopla (Caraco nació allí en 1919, pero es uno de los hijos de la diáspora del siglo veinte) viene un barco cargado de...epigramas pesimistas, de aforismos deseperanzados, de remates existencialistas radicales. Su Breviario del caos podría ser objeto de convertirse en una guía de nuevos jóvenes rebeldes, pero ¿estarían hoy los jóvenes por la labor? Porque el radicalismo de Caraco, aunque en la forma diríase que es provocador, machacón, que recuerda constantemente el perfil del animal político susceptible y salvaje, no es un radicalismo de antes de la revolución, sino de la vuelta de la vida, de la comprobación y de quien no quiere que le engañen más. En este sentido lo sugiero como faro para viejos rebeldes, que no rendidos.

Son objeto especial de crítica por parte de Caraco la familia, la natalidad y su consecuencia desmesurada, la superpoblación, la masa irredenta, que él llama muy inteligentemente la masa de perdición, las religiones, los valores morales, los intelectuales que entran al juego de estos o no saben responderles con contundencia, los nacionalismos, el Estado, la ignorancia, ladestrucción del planeta...

"Ninguna espiritualidad prevalecerá sobre la biología y sobre la ecología, todos los religiosos están superados, no hay ninguna diferencia entre los hechiceros y los sacerdotes, somos tan despreciables por ir a consultar a unos como por tener respeto hacia los otros. Las leyes de la naturaleza se burlan tanto de los exorcismos como de de las oraciones y ahora que se aprende a conocerlas mejor, se vuelve criminal infringirlas y doblemente si es por amor a los segundos. La negativa de hacer sacrificios a los dioses y de honrar a sus sacerdotes, en realidad ya no hará morir a nadie, pero la ignorancia de la ecología y el desprecio de la biología preparan a la especie entera el futuro más trágico. Nuestras religiones son pestes y los poderes que los apoyan conspiraciones de envenenadores, nuestra espiritualidad no es más que una masturbación de las facultades mentales, en adelante necesitaremos todos nuestros recursos si queremos reconsiderar el mundo, un mundo donde el hombre sea el único amo de la vida y de la muerte, el único, digo yo, que se me entienda bien, ya que la coartada metafísica acaba de expirar y no podemos ocultarnos tras nuestra impotencia"

Lo que puede parecer un Breviario de la desesperanza, donde el caos y la muerte se citan y recitan hasta hartar, resulta un acicate y un estímulo. No puede haber contemplaciones con las falacias, lo improbado y lo superado por las demostraciones. La obra puede parecer, en fin, obsesiva, recurrente, a veces reduccionista (aunque creo que formalmente a propósito) Es el subconsciente colectivo el que queda abierto en canal por la cuchilla de Caraco. Establezca cada cual las conclusiones cuando se haya aproximado a su lectura.

"No lo guardo rencor al hombre común, cada vez más indiferente y que se estima satisfecho porque la industrialización le procura las apariencias de la felicidad, aunque sea de manera provisional."

(Las pinturas de aspecto tribal son de Louis Soutter)

domingo, 24 de septiembre de 2006

¿Qué, si no?



El hombre es un eterno principiante.

(Adagia, Wallace Stevens, 1879-1955)

¿Qué, si no?

sábado, 23 de septiembre de 2006

Tinta al viento



Hoy sí, hoy hay más sospechas de que el otoño empieza a ser un hecho. Esta mañana había hojas amarillentas sobre el asfalto, y el viento hace encogerse el cuerpo y las nubes impiden la mirada lejana. Huele a humedad. Los árboles se sienten ufanos todavía, carcajean neciamente desde su frondosidad ya tocada. Y hacen como que no lo saben. Y luego, el espíritu, es decir, la actitud. Un comportamiento quebradizo, el entumecimiento que causan ciertas dudas irresueltas, alguno de esos despiste cíclicos que han acompañado al hombre toda su vida.

El hombre, en su madurez, recuerda siempre con sarcasmo algunos de sus indescifrables episodios de desorientación que han jalonado sus edades. Recuerda uno especialmente manchoso. Infancia en un colegio de una ciudad de provincias hacia los últimos cincuenta. Varios niños, bajo la indicación y tutela de un profesor religioso llenan los tinteros de loza de cada pupitre. Nuestro hombre niño va volcando la botella de tinta. De pronto se abstrae, desaparece de su mente el acto, sigue llenando un tintero que rebosa y la tinta escurre por el pupitre. En aquel momento descubre que su mundo, aun siéndolo, no es de este mundo. Un lapsus para algunos, un arrebato misterioso para él mismo. Hoy, sus deslices siguen manifestando su naturaleza arcana. Sus errores no entrañan intención. Sólo que a veces vuela. Hoy, muchos años después, cuando la tinta derramada por todos los hombres sobre el mundo es superior y más densa que la volcada por su leve irresponsabilidad, descubre un texto del inclasificable Cioran y lo recita:

ORACIÓN AL VIENTO

Líbrame, Señor, de ese gran odio, del odio del que brotan los mundos. Calma el agresivo temblor de mi cuerpo y afloja mis agarrotadas mandíbulas. Haz que desaparezca este punto negro que se enciende en mí y se extiende por todos mis miembros, haciendo nacer de la infinita negrura de mi odio una mortífera llama de las brasas. Líbrame de los mundos nacidos del odio, sálvame de la negra infinitud bajo la que mueren mis cielos. Enciende un rayo de luz en esta noche y que salgan las estrellas perdidas en la densa niebla de mi alma. Muéstrame el camino hacia mi mismo, ábreme una senda en mi espesura. Desciende en mi con el sol y da comienzo a mi mundo.

La luz es tenue en este atardecer lento. Queda conjurar las melancolías con ayuda de las palabras. Queda salvarse del naufragio con el razonamiento, por muy esforzado que éste sea. Y mantener ágil la intuición. La misma que nos descubre la intrínseca belleza del otoño.

viernes, 22 de septiembre de 2006

Coloquio de ventanas


Éranse que se eran unas ventanas encopetadas. De sus marcos solemnes podría inferirse que pertenecían a un edificio noble o acaso sólamente predispuesto a la imitación. Si no fuera por las troneras abiertas que nacen del propio ventanal, diríase que la vieja y augusta Europa desfila ante ellas. ¿Y no era así?

Esos ventanucos modestos y sorprendentes les ponen un toque de desenfado que les hace más callejeras. Porque viéndolas de tal guisa, solitarias y circunspectas, cabe hacerse tantas preguntas... ¿Hubo alguna vez gente asomada? ¿O acaso la gente sólo permaneció agazapada tras ellas? Ese aire señorial, ¿oculta tras su severa linealidad un palacio? Ese gigantismo aparente de las molduras, ¿revela una presuntuosa oficina pública? Las ventanas observan y, aunque altivas en su compostura, escudriñan también. ¿Qué han contemplado estos ventanales? ¿Paradas militares, protestas cívicas, paseos de transeúntes pacíficos, algarabías infantiles? ¿Qué se han negado a mirar, muy a su pesar, estas ventanas? ¿Prendimientos, quemas de libros, masas tribales emitiendo consignas ciegas? ¿Qué repele al espíritu abierto de ellas? ¿El tráfago insolente de los vehículos, las discusiones violentas, el basurismo estético de las modas y los tiempos? ¿Se han exaltado estas ventanas con el paso de héroes, de exploradores, de realezas? ¿Se han enternecido con los arrumacos de los jóvenes amantes? ¿Se han conmovido con la miseria de los mendigos y entrañado con las desventuras de los proletarios de otros tiempos? ¿Se han emocionado con la ilusión hermanada de los viejos luchadores? ¿Han quebrado junto a la frustración de los sueños rotos de los hombres? ¿Se han desgastado con el silencio de los huidizos?

Hay un coloquio quedo entre ellas. Hoy hablan en azulete y alba. Como en una coyunda pactada con el cielo, la cristalera adquiere su tinte, y captura y retiene la imagen de los edificios de enfrente. La casa no es una nave varada. Las ventanas alternan sus lenguajes y según las vas dejando atrás amagan al viajero un guiño cómplice.

martes, 19 de septiembre de 2006

No morir


...hay personajes en nuestra vidas que resisten, no saben ya hacer otra cosa que resistir y contemplar el cielo y los árboles mutantes por las cuatro estaciones. Ah, no es verdad, saben también evocar, soñar en que una vez tuvieron una madre y que la tierra era húmeda y que las ovejas parían y se las ordeñaba. Personajes con una capacidad de adaptación tal que la vivieron como aventura. Tal vez su vida fue novedad por eso mismo, porque nunca nada fue de igual manera, porque los cambios formaban parte de aquella supervivencia, un intenso y tenaz objetivo por superar los malos tiempos, allá cuando el esfuerzo se premiaba con pequeñas conquistas materiales y la dignidad era una actitud reconocida, y la ilusión no dependía de una posesión obsesa de los objetos, y la calma existía, a pesar de la tierra dura. Hay personajes que viven todavía, desapercibidos y silenciosos, que parecen expulsados antes de tiempo de este mundo, que hablan ya poco, que apenas pontifican, que ya no dan consejos ni se imponen, que vuelan en recuerdos y se sienten perplejos por haber llegado a viejos, y ponen cara de sorpresa cuando quitan cada hoja del calendario...


El poeta norteamericano Mark Strand tiene un hermoso poema titulado NO MORIR que no puedo evitar trasladarlo aquí:

ESTAS arrugas no son nada.
Estos pelos grises no son nada.
Este vientre descolgado
de vieja comida, estos henchidos
y amoratados tobillos,
mi oscurecido cerebro,
no son nada.
Soy el mismo muchacho
a quien su madre besaba.

Los años nada cambian.
En las noches tranquilas de verano
siento aquellos besos
resbalar de sus oscuros,
distantes labios.
En invierno vagan
sobre escarchados pinos
y llegan cubiertos de nieve.
Ellos me mantienen joven.

Mi pasión por la leche
sigue incontrolable.
Me empuja la inocencia.
Gateo de la cama a la silla
y vuelvo a regresar.
No moriré.

La más grave consecuencia
y prueba de mi nacimiento, mi cuerpo,
recuerda, rechaza y permanece.

domingo, 17 de septiembre de 2006

Sueño con serpientes


Me importa un pito que las religiones anden a la gresca. Que el del solideo blanco critique al del turbante negro. Que uno quiera ir de bueno señalando que el otro va de malo.

No me deja de importar la simplificación de los problemas, la falsedad de las teologías de las castas y la persistencia de la parte oscura de los mitos.

Podría respetar el mundo etéreo de las creencias en medio del mundo indagador de las ideas, siempre que aquéllas trataran de ser no ya razonables, que sería pedir peras al olmo, sino al menos respetuosas y cooperadoras con las reglas de las sociedades civiles. Allá cada cual si quiere tener su visión del mundo con argumentos de ficción e incomprobados: pero por favor, y soy consciente de mi ingenuidad, ruego que desistan de tratar de imponerlos. Sospecho que, como tantas veces a través de la Historia, tras las religiones se solapan pugnas de poder, extensión de dominios e imposición de intereses clasistas. En connivencia con otros poderes fácticos con los que concuerdan. Da igual la religión que sea.

No deja de ser paradójico que el alto representante católico de Dios en la Tierra condene la yihad de los musulmanes. ¿Cuántas yihads cristianas han existido? Al menos, y por no remontarnos más atrás, desde las Cruzadas a Tierra Santa impulsadas por reinos cristianos medievales hasta la Guerra Civil Española, abiertamente titulada con igual suerte Cruzada, la hoja de ruta de la Iglesia está teñida de color sanguino. Sin olvidar ese fenómeno colonialista de las Misiones que las órdenes religiosas expidieron e implantaron, en ocasiones a sangre y fuego, por los territorios de los otros cuatro continentes. El currículum de la Santa Madre no es precisamente ejemplar y de ética reconocida.

Lo terrible e hipócrita de los conflictos interreligiosos es que ocultan problemas mucho más graves, como por ejemplo, la situación endémica de subdesarrollo, la negación de las libertades y los derechos humanos, la infravaloración de la mujer, la persistencia de regímenes autocráticos. Que no nos vengan unos y otros tirándose los trastos de sus divinidades y de sus libros sagrados a la cabeza, porque las disputas entre fes no pasan de ser riñas familiares, donde todos comparten la primogenitura pero riñen por el plato de lentejas.

A mi me pasa un poco últimamente como a Silvio Rodríguez, que todas estas historias me hacen soñar con serpientes. ¿Recordáis la canción? Su texto decía así:

Sueño con serpìentes, con serpientes de mar,
con cierto mar, ay, de serpientes sueño yo.
Largas, transparentes, y en sus barrigas llevan
lo que puedan arrebatarle al amor.
Oh, la mato y aparece una mayor.
Oh, con mucho más infierno en digestión.

No quepo en su boca, me trata de tragar
pero se atora con un trébol de mi sien.
Creo que está loca: le doy de masticar
una paloma y le enveneno de mi bien.
Oh, la mato y aparece una mayor.
Oh, con mucho más infierno en digestión.

Ésta al fin me enguye, y mientras por su esófago paseo,
voy pensando en qué vendrá;
pero se destruye cuando llego a su estómago
y planteo con un verso una verdad.

Me voy a la cama, a ver si al menos hoy sueño con sílfides.

sábado, 16 de septiembre de 2006

Desolación



Es lo que queda y lo que no queda,
un espectro,
una agonía indefensa, un desaliño de marchitas
memorias traicionadas
donde nadie mira sino con ojos de repulsión:
las gentes son olvidadizas e inclementes con las huellas perdidas
y por más que pregunto
nadie sabe qué hubo allí, sino abandono.
Y cuando bajo la calle me resisto a seguir,
me hechizan
las mohosas cancelas, la severa armonía de las puertas,
el austero plano de una fachada que quiso ser diáfana
en trasnochados tiempos de silencio
y campanadas
a las horas de los transeúntes muertos.
Se me clava a mi también la noble corona que pregona
la propiedad en clave desteñida.
Y pienso: una vez más a la ruina la salva la palabra,
como siempre, como a todo.
El cartel desmesurado airea la aristocracia de los tipos
y su grafía perdurable
atraviesa como una flecha mística
el ambiente huidizo de la vieja ciudad de provincias.
La grandeza de la desolación
huele a humedad rancia mojada en alfabeto.


(Suena Miles Davis a mi lado, desliza su armónico Bye Bye Blackbird, acompañándole en su plegaria musical John Coltrane, Red Garland, Paul Chambers y los Jones)


viernes, 15 de septiembre de 2006

Apariencia


las cosas no son como parecen
sino más divertidas


(foto de Chema Madoz)

jueves, 14 de septiembre de 2006

Alejandra, Alejandra



Puede ser el efecto otoñal, ese reflejo de nubes y de brisas que contrastan los cuerpos y las conductas, y que acaso obra también sobre las lecturas. El caso es que vas a los estantes y crees tomar un libro a ciegas. No sabes por qué lo haces, por qué tomas ése y no otro. Te sientes caprichoso. Sospechas de un sexto o séptimo sentido, el que te orienta sin saber dónde diriges tus pasos. Tratas de racionalizar y piensas que es el subconsciente sabio el que te guía, porque algo permanece rondándote del sueño desde la noche, o porque algún comentario suelto se ha mantenido en un rincón de tu memoria sin mayor esfuerzo, o porque el cuerpo te zahiere y te echa un pulso y tú buscas la pócima que comparta contigo desasosiegos.

Hoy puede que haya cogido el volumen de la poesía completa de Pizarnik por simple azar. Puede. No tienes un acceso especialmente intenso de melancolía, te dices, no te consume la desesperanza, te repites, no buscas la fraternidad del marcado por su propia sentencia, devaneas. Simplemente ocurre que hace tanto tiempo que no lees algo de Alejandra. Y sin embargo temes encararte con sus letras. Y te pones en guardia a las primeras páginas que hojeas. Y algo agrio te sube desde las zonas hepáticas cuando percibes la dureza de su particular encono con la vida. Pero luego te entregas y te enajenas con Alejandra porque lo dice todo con esa especialísima belleza de la síntesis...

"No el poema de tu ausencia,

sólo un dibujo, una grieta en un muro,

algo en el viento, un sabor amargo."

Y luego te contagia ese aire de plegarias malditas que invoca para sus propias conjuraciones y exorcismos:

"Del combate con las palabras ocúltame

y apaga el furor de mi cuerpo elemental"

¿No tienes la sensación de tener delante un libro de horas laico que abras por donde lo abras te hace meditar sobre esa extraña mixtificación llamada existencia y sus dudas?

"la muerte se muere de risa pero la vida

se muere de llanto pero la muerte pero la vida

pero nada nada nada"

Una fragua, un magma, un infierno, úsese la metáfora que se quiera, el mundo de palabras de Alejandra Pizarnik te mellan, te vinculan y prenden tus débiles rescoldos, y la lees en alta voz, para que los pulmones y la garganta se impliquen en sus quejidos, para que interpreten sus palabras los tuyos...

"Escribir es darle sentido al sufrimiento. He sufrido tanto que ya me expulsaron de otro mundo. Escribir es darle sentido a nuestro sufrimiento"

Estas letras del final de su vida las deja en herencia a todos los sucesores del agobio.

Aparición



Hoy el otoño ha aparecido al atardecer.

martes, 12 de septiembre de 2006

Maryna y Alena


Para ellas era un juego de tarde de verano. La casona en silencio. Todos los mayores habían desaparecido entre sus quehaceres. La vieja aya Salvia dormitaba su cansancio de toda la vida sobre la mecedora del atrio. Maryna y Alena se citaban entre excitadas y sobresaltadas en la estancia grande. Se sentaban sobre sus piernas compartiendo un cuadrado del suelo donde se concentraba la luz en un misterio cotidiano. Aquel rayo de transparencia purísima caía en diagonal sobre sus cuerpos. Todo su intento consistía en capturar el máximo de luz. Bañarse en ella. Las niñas, envueltas en sus camisetas blancas y en su faldones de algodón, se disponían para un ofertorio místico que sólo se les revelaba a ambas. El alargado haz del sosticio rasgaba la habitación. Se expandía por sus cuerpecitos concentrados y expectantes. Como una gran mena de cal, las niñas manipulaban a su antojo el flujo diáfano. Tomaban la luz a puñados, se la tiraban con efecto lento, se la extendían la una a la otra por sus hombros, por sus brazos, por sus caras. Nunca les parecía que estuvieran suficientemente llenas. Se querían siempre más blancas, más luminosas. Podrían haber salido a la huerta a efectuar el ritual, allí donde la claridad era más densa y rebosante. Pero ellas la deseaban más secreta. Querían verla nacer, solían decir. Cuando por la noche contemplaban la luna, la blancura intensa de ésta era la referencia en que pretendían mutar. También su encantamiento, su extasiante calma. En medio del cuarto recibían al resplandor como a un visitante cómplice que viene a hablarlas de la vida y, quizás, a transformarlas. La alegoría estaba pactada, sin apenas palabras. El aposento se convertía en una cámara obscura, como la máquina de fotografía que el tío Peppin trajo de la guerra como botín. A través de un diminuto agujero quedaba fijada la memoria. Los acontecimientos nunca morían. Y así las niñas se sabían como parte de un argumento inventado donde la luz filtrada y proyectada sobre sus cuerpos se presentaba a sí misma como una conjura contra el paso del tiempo. Y también contra el temible olvido. Los cuerpos rilaban hasta conseguir una acariciante simbiosis. Allí, entre aquellas abluciones níveas, se tanteaban observaciones, confidencias, silencios y prospecciones herméticas que no se podían compartir. Una de aquellas tardes cálidas, Maryna y Alena no supieron si la luz entraba o salía. Tal era su destello y su fuerza de acumulación sobre el espacio elegido, que las niñas se quedaron absortas. De pronto, perdieron su consistencia y la sólida y acogedora tarima dejó de ser su planeta visible. Unas camisetas albas permanecieron huérfanas por el suelo. Desde aquel día, Alena y Maryna entran y salen a través de la cristalera y nadie pregunta.

(Fotografía del autor checo Jan Reich)

lunes, 11 de septiembre de 2006

El milagro de Dios


Incluso en los días obligatoriamente señalados por la religión mediática conviene leer (otros textos) contemplar (otro paisaje) ignorar (la publicidad de las conductas) advertir (otras perspectivas) Y humedecer la sequedad de los cerebros con otros sarcasmos. Es lo que hago cuando me siento asqueado o inquieto o simplemente desanimado: cojo las palabras ingeniosas de Ambrose Bierce, o los aforismos lacerantes de Karl Kraus, o las exageraciones malvadas de Max Aub o las greguerías surrealistas de Gómez de la Serna, y me baño en ellas. Héte aquí que hoy sonó la flauta por casualidad del demoledor vienés, Kraus (inter pares) y me regodeo hasta la oxigenación total con este texto:

"En un cuarto con vistas al mar, me despertó un coral la primera mañana. Un ruido de resaca y sermones; ya no sé cómo volví a dormirme y soñé con cruzadas. Abajo arrebataba al pueblo Bernardo de Clairvaux. Sonaba repetidas veces algo así como Spondeo y Benedicamus Domino. Luego, sorda e incomprensiblemente, como en el día del juicio final, la exclamación <¡Porelebá, Porelebá!>, que me sacó del sueño. Era como el puño alzado de una multitud fanática entre ayes y furias. Y sin embargo una voz, penetrante y entonada, se quejaba sin cesar , tal la de un niño que en la aglomeración santa ha perdido a su madre. Era como si la humanidad estuviese peregrinando. Escuchaba en tensión y creí distinguir algo así como <¡Lömatän, Löschurnal!> . En un arrebato de éxtasis, gritó alguien con inaudita decisión, excitando a la acción: <¡Sésonostánd!> Pero se lo tragó el estrépito, y la respuesta fue de nuevo <¡Poréleba, Poréleba!>, y, con la voz del alma, un poco acobardada, subía al cielo una acción de gracias, y una voz cantó <¡Excelsior!> De pronto -no sé qué me pasó- soltó alguien <¡Salchichas de Frankfurt!>, y exclamó, como si apartase de mi frente las tinieblas de la Edad Media: <¡Nueva Prensa Libre, Nuevo Diario de Viena!>. Abrí la ventana y dejé entrar a chorros el milagro de Dios."

Disfrútenla ustedes, de análoga manera a como yo lo hago, que no paro de regocijarme. El estilo formal que tenía Kraus de plantear los temas, incluso con la excusa onírica que hay en este texto, hace que sus argumentos se refuercen en el calado de sus contenidos. Es como si los tiempos (no sólo los de la imbecilidad, sino también los del ingenio y los de la clarividencia) no pasaran. Yo, ahora mismo, no me creo estar leyendo un comentario irónico anterior a 1936. A Karl Kraus me lo imagino incluso clickeando y enviando por email su contribución, eso sí, a su propio periódico, La Antorcha.

domingo, 10 de septiembre de 2006

El espíritu en el armario

Leer a Thomas Bernhard siempre es un ejercicio esforzado, donde densidad y genialidad se combinan para sorpresa del lector. Su estilo, o te gusta o no te gusta. Pero como te haya cautivado una vez te arrastra para siempre. De paso por su obra El malogrado me topo con este párrafo apasionante:

"Hemos encerrado a los grandes pensadores en nuestros armarios de libros, desde los que, condenados para siempre a la ridiculez, nos miran fijamente, decía, pensé. Día y noche oigo los lamentos de los grandes pensadores, que hemos encerrado en nuestros armarios de libros, a esos ridículos grandes del espíritu, como cabezas reducidas tras el cristal, decía, pensé. Todas esas gentes han atentado contra la Naturaleza, decía, han cometido el crimen capital contra el espíritu, y por eso son castigadas y encerradas por nosotros para siempre en nuestros armarios de libros. Porque en nuestros armarios de libros se ahogan, ésa es la verdad. Nuestras bibliotecas son, por decirlo así, establecimientos penitenciarios, en los que hemos encerrado a nuestros grandes del espíritu, a Kant, como es natural, en una celda individual, como a Nietzsche, como a Schopenhauer, como a Pascal, como a Voltaire, como a Montaigne, a todos los muy grandes en celdas individuales, a todos los demás en celdas colectivas, pero a todos para siempre jamás, mi querido amigo, hasta el fin de los tiempos y para la eternidad, ésa es la verdad. Y ay de él si uno de esos criminales capitales se da a la fuga, se escapa, inmediatamente se le liquida y se le deja en ridículo, por decirlo así, ésa es la verdad. La Humanidad sabe protegerse contra todos esos, así llamados grandes del espíritu, decía, pensé. Al espíritu, donde quiera que aparece, se le liquida y se le encierra y, como es natural, siempre se le tacha enseguida de falta de espíritu..."

sábado, 9 de septiembre de 2006

Salón del Calzado (Publicidad)

Ha abierto sus puertas la última edición del Salón del Calzado, donde se pueden contemplar las más recientes y asombrosas creaciones. En el mismo se ofrecen cómodos modelos para la próxima temporada, no exentos de originalidad y fantasía. Inspirados en las tradiciones orientales, los ejemplares mostrados nos hacen llegar su practicidad, aunando comodidad y capacidad de transpiración. La estética, inspirada en las históricas abarcas, rezuma sentido de la modernidad y multiplicidad de colorido plástico, incorporando nuevos y osados materiales de última generación.
Una de las últimas genialidades de los diseñadores artesanos, que han pasado varios meses en India trabajando con su colegas locales, consiste en que han generado un modelo único de horma y consecuentemente una medida adaptable a los pies de cada cliente. Sumamente adaptables, este tipo de calzado está pensado no sólo para el paseo o la exhibición, sino también para la holganza, en un intento prometedor de ampliar la capacidad de consumo igualitario a todas las capas sociales.
Enhorabuena al mundo del diseño, al de los fabricantes de calzado y a la buena vista de las autoridades que estimulan con las subvenciones a la inventiva estas extraordinarias creaciones.

viernes, 8 de septiembre de 2006

Si una noche de verano un blogista...


Esto de mantener un blog se está convirtiendo en algo adictivo, pero no me importa, es algo muy raro, es como mantener una disciplina sin que nadie trate de disciplinarme, como hacer unos deberes sin que nadie me los ponga, y pasan cosas raras, por ejemplo hace dos noches me sentí vacío y no colgué nada, tampoco me esforcé demasiado, no quiero que esto parezca una obligación, no quiero sentir la obligación, sería como tener una amarra más a la costa de las exigencias ajenas, el caso es que no tenía una idea clara, no sabía bien de qué hablar, claro que siempre habría podido colocar una foto y dos líneas, sic, una tras otra, o sólo la foto, o un retazo de algún escritor, eso se lleva, yo mismo lo llevo, pero no lo hice, naturalmente podría haber recurrido a hablar sobre alguna noticia citada en la prensa o en la televisión, pero no quiero hacer blog, es decir diario, basándome en la influencia mediática, de la que no se puede escapar, obviamente, porque ya veo que muchos blogs toman como referencia a los medios periodísticos, bastante blogs incluyen o cifran sus comentarios sobre noticias acontecidas, las que salen en los telediarios o se dicen en las gacetillas radiofónicas, con lo que un blog se convierte en una prolongación de los media, y es inevitable de alguna manera, ya lo sé, pero me parece que eso es dar más cancha de la debida y reconocerles excesiva ascendencia a la prepotencia mediática, que no se merecen más allá de unos límites mínimos que ellos, esos medios, pretenden máximos, y el blogista que acompasa esa repetición de lorito mira lorito di lorito desmerece bastante de sus propios fines que, yo pienso, deben ser más íntimos, quiero decir más auténticos, más sinceros, y si es así, la distancia con el dominio mediático ya queda marcada, y ningún territorio de nuestro poderío personal tiene por qué ser transgredido por esa largo mano de los voceros de la noticia y de la opinión, así que en la medida de lo posible y, salvo fuerza mayor, salvo debilidad febril, salvo bajada de listón y pérdida de norte, uno no quiere seguir la onda informativa como línea de autoescucha y menos de expresión, sería más inteligente inventarme las noticias, es una posibilidad, no es difícil, también los profesionales practican esta recurrencia, pero cómo distinguir entre hechos y noticias, eso es poco menos que imposible, porque los hechos son tales, los interpretemos o no, de ellos nunca se puede escapar, son la misma bola que rueda, que decía mi padre, una elaboración continua con repercusiones constantes, pero nunca sabemos muy bien su verdad particular, yo diría que apenas distinguimos su verdad particular, porque la verdad concreta existe, a diferencia de la absoluta o de la abstracta que son improbadas y constituyen una moneda de cambio para compraventa de conciencias pusilánimes, sólo que la verdad del hecho es tan plural que muchas veces nos resulta difícil de traducir, nos desborda, nos maniata, nos confunde incluso, la fuerza de los hechos siempre es poderosísima porque está dotada de lo auténtico, de lo que es, nos guste o no, pero de los hechos nos llega lo que nos cuentan los que viven de hacer noticia de los hechos, que es otra cosa, los que viven de la noticia nos dicen siempre que nos la sirven, que trabajan para que estemos informados, sublime y falaz argumento absolutamente reduccionista, pero los hechos son complejos, a menudo indescifrables, lo que nos llega es la capa superficial de los acontecimientos, eso que podría llamarse suceso y que, con frecuencia, tampoco llega a
ofrecerse con verdad, como verdad concreta, y es que las dimensiones de un hecho tiene tantas dimensiones, tantos ángulos, tantas aristas, tantas prolongaciones, que parecen más bien geometría en estado puro, y en cierto modo tal vez lo sea, porque lo fractal se reproduce también en las conductas humanas, y es que las dimensiones de los acontecimientos no siempre reconocen a los sacerdotes y a los exégetas y a los intermediarios mediáticos, porque el periodismo o como se le quiera denominar, ya nos entendemos, es el intermediario en el momento de la supuesta hora verdadera, la de proporcionar a los ciudadanos el acceso a un cierto conocimiento, a una cierta aproximación, pero lo que acontece se nos concede como el eco de las noticias, así suelen llamarlo los periodistas, he ahí la diferencia entre hacerse eco de un hecho y hacerse eco de una noticia, parece lo mismo, parece una consecuencia lógica, y puede que lo sea, pero alterada, en ocasiones modificada, en ocasiones brutalmente adulterada, se crea un mundo de noticias sobre un mundo de hechos, pero la norma es sustituirlo, hay un filo de intereses que corta y trocea y arroja la visceralidad de los cadáveres que son los hechos ya sucedidos, justo allí donde está la verdad se deja fuera, siempre queda algo entre los dedos de los carniceros de la información y claro, algo se huele, algo se intuye, el adeéne de la historia puede ser ocultado pero no destruído, en las vísceras de lo que ha tenido lugar hay demasiada información de verdad, y algunos periodistas lo entienden, o lo sospechan, o lo olfatean, pero no se les deja, porque en la percepción de los hechos hay una cuestión innegable, conceptual: su complejidad, su formación sobre la base de múltiples factores que se atraen o repudian, que generan colisión, pero suele ocurrir que es preferible para los propietarios de las carnicerías de la información no prospectar, no desarrollar la verdad de los hechos, no interesa su proyección, se alicorta su vuelo, y se muestra tan sólo su exhibición ritual y consensuada, al fin y al cabo el oficio y el beneficio se confunden, y detrás está la influencia política, el marcaje social, porque ni siquiera las modas hoy no son nada, hoy menos que nunca, sin la intervención pontifical de los mass media, y todo esto viene a cuenta de la crisis de una noche, hace dos noches, en que no sabía de qué hablar, visto así uno prefiere no ser prolongación de nada, y mira que es difícil, uno prefiere aullar en soledad bajo el manto de las estrellas y sobre la cabeza de los hombres durmientes, éstos que lo son de noche o lo son de día o lo son de noche y de día, y en vez de localizar una foto típica relacionada con el tema voy y encuentro una de la gran fotógrafa mejicana Tina Modotti, porque quién puede negar el enorme efecto y significado de dos manos agrietadas sujetando una pala...

jueves, 7 de septiembre de 2006

Borges en nuestro laberinto


Un laberinto conduce a otro laberinto, ¿o se trata siempre del mismo? ¿Hay salida de él? ¿Alguna vez solicitamos entrar? ¿Fue nuestro pasaporte aquellos primeros vagidos perdidos en la urgencia de la vida? No siempre son los vericuetos del laberinto tan verdes ni tan modelados ni tan suaves como los de la fotografía. Las representaciones artísticas de los laberintos han sido con frecuencia bastante lineales y esquemáticos. Los locos los imaginan mejor: revueltos, insondables, perturbadores, procelosos, deconstruidos. Allá cada viajero en su laberinto. Borges:

No habrá nunca una puerta. Estás adentro
Y el alcázar abarca el universo
Y no tiene ni anverso ni reverso
Ni externo muro ni secreto centro.
No esperes que el rigor de tu camino
Que tercamente se bifurca en otro,
Que tercamente se bifurca en otro,
Tendrá fin. Es de hierro tu destino
Como tu juez. No aguardes la embestida
Del toro que es un hombre y cuya extraña
Forma plural da horror a la maraña
De interminable piedra entretejida.
No existe. Nada esperes. Ni siquiera
En el negro crepúsculo la fiera.

miércoles, 6 de septiembre de 2006

La hora tierna

La hora no existe ya. Se quedó colgada ahí, como una calcomanía testimonial. La hora fue exactitud mientras el jefe de estación medía la puntualidad o el retraso de los mercancías. De manera semejante quedaron los raíles que desfilan a sus pies, cubiertos de yerbajos y oxidándose por causa del abandono paulatino e inclemente. Los raíles fueron siempre un acero duro, dotado de sonido y de eco propio, mientras el roce de los trenes los pulía hora tras hora.

No me cabe duda de que el tiempo mora en su peculiar orfandad, de manera paralela a como lo hace en el pragmatismo de cada día, que damos como lo único real, identificando erróneamente una vez más lo visible, y sobre todo lo visible que se considera objeto de triunfo, con lo real existente. El tiempo habita más allá y más acá del pragmatismo y del reconocimiento de lo medible. Vive en la misma memoria, en lo marginado, en lo desusado, en lo olvidado. Ángel exterminador unas veces, usurero de vidas las más de las ocasiones, el tiempo retuerce los esquemas de los individuos y desmonta las débiles aunque presuntuosas estructuras de las vanidades.

Hay muchos paisajes, espaciales o temporales, que nos transmiten nostalgia, pero ¿existe alguno que a cierta gente nos torne más melancólicos que una estación de ferrocarril abandonada? Hoy nos sentimos traicionados por un pasado que no se supo o no pudo defenderse. Trenes y viajeros se han conjurado siempre para deslumbrar con la mística del viaje, conectando los lugares profundos con los territorios lejanos. Pero de eso, ¿qué queda? Sólo la incuria, apenas disputada por los fantasmas testigos, como los raíles, como el reloj.


Y uno, para romper el punto de debilidad que no conduce sino a la angustia y a la nada, va a la estantería, toma un libro y se estremece una vez más con la belleza del poema de Cernuda, aquel DONDE HABITE EL OLVIDO, buscando reconfortarse y sentir la calma.

Donde habite el olvido,

En los vastos jardines sin aurora;
Donde yo sólo sea
Memoria de una piedra sepultada entre ortigas
Sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.
Donde mi nombre deje

Al cuerpo que designa en brazos de los siglos,
Donde el deseo no exista.
En esa gran región donde el amor, ángel terrible,

No esconda como acero
En mi pecho su ala,
Sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.
Allí donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya,

Sometiendo a otra vida su vida,
Sin más horizonte que otros ojos frente a frente.
Donde penas y dichas no sean más que nombres,

Cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;
Donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,
Disuelto en niebla, ausencia,
Ausencia leve como carne de niño.
Allá, allá lejos;

Donde habite el olvido.

El reloj, los raíles cubiertos por la nieve del invierno, el particular himno de Cernuda, el momento tierno y quebradizo en el que el blogista se sumerge esta noche...Disculpen mi hora tierna; fue un desliz protector.


lunes, 4 de septiembre de 2006

La pequeña ciudad de Hrabal

¿Por qué me resulta tan entrañable Bohumil Hrabal? Me lo pregunto cada vez que leo una novela del autor checo. Y aún no lo sé. ¿Por sus personajes? ¿Por la ingenuidad aparente de que los dota? ¿Por la descripción de tipos familiares, vecinales, cotidianos que pueblan los ambientes como si vinieran de siempre y fueran a estar ahí para siempre? ¿Por el desarrollo de la trama, donde parece que no ocurriera nada y cuando suceden las cosas estuvieran desprovistas de los acostumbrados dramatismos de otros autores? ¿Por la pacifidad observada al reflejarse el paso de los ciclos históricos? ¿Por una latente nostalgia activa que nunca desemboca en melancolía?

Siempre tengo la sensación de que el espíritu burlón y la sorna desenfadada que el escritor Hasek recrea al narrar las aventuras del valeroso soldado Schweik subyace en las situaciones de los protagonistas de Hrabal. Y se apura en un estoicismo latente y silencioso, que se muestra más cínico y sutil en Hrabal. Y así, leyendo La pequeña ciudad donde el tiempo se detuvo uno se deja llevar por la magia del narrador infantil, donde los ojos del niño charlatán y metomentodo se proyectan en una descripción de adulto y levantan un rico universo desde el territorio supuestamente diminuto donde cohabitan unos personajes familiares que son un reflejo de espacios más amplios.

En la cotidianidad nunca hay tiempos estancos, pero los individuos sí pueden vivirlos. Son justamente aquellos en que los hombres comprueban que las etapas de la vida en que fueron o se creyeron ser algo se diluyen, por la manifestación inapelable de los acontecimientos históricos que se van sucediendo, y los nuevos tiempos no les dan cobijo ya, al menos no de la misma manera. La edad ya es en sí misma una desubicación.

"...Y en ese momento glorioso mi padre sentía que había vivido toda su vida para ese instante preciso, que haber sido contable, luego gerente y al final director general de la fábrica había sido un error, desde el principio debería haber sido chófer, su entusiasmo por los motores tomaba ahora una dimensión profesional, se sentía como alguien que durante treinta años escribe poemas y novelas sólo para guardarlas en un cajón, un escritor de domingos por la tarde, que decide acabar de golpe y porrazo con su trabajo para dedicarse plenamente a su vocación..."

domingo, 3 de septiembre de 2006

¿Subimos o bajamos?



La vida es helicoidal, sin duda. Aquí las gentes ¿suben o bajan? Posiblemente, suben y bajan. Es decir, que todos y cada uno de los peregrinos se ejercitan en las dos direcciones. Ah, pero la vida ¿no era una dirección única? Tal vez ahí resida la clave de esta especie de zigurat en movimiento: que aun sabiendo los humanos que la translación de la existencia real en materia de tiempo es inapelablemente monodireccional, se ejecutan este tipo de exorcismos o de tientos puramente simbólicos. Lo cual nos lleva a reflexionar sobre la necesidad que los individuos y sus sociedades tienen de estar continuamente representando, soñando, fingiendo. Y lo hacemos no sólo sugiriendo rituales y ceremonias y espectáculos de todo tipo, sino diseñando laas ciudades y los hábitats y las instituciones y las artes y los más insignificantes objetos con tal fin.

El parecido con aquel monasterio dibujado por Cornelius Escher es obvio. Escher creaba imágenes con truco, donde la sensación de subidas y bajadas se confundían en los pasos de los monjes encapuchados que van y vienen hasta no saber muy bien si vienen o van, a base de generar el movimiento sobre un mismo plano y jugar con él y con el ojo del espectador. ¿Tomaría Escher como referencia los comportamientos que la humanidad viene teniendo desde el principio de los tiempos? Sin duda. Los humanos de la fotografía de la torre helicoidal prefieren sentir físicamente el desafío del esfuerzo, del aire y del vacío que aparece a su vera. No les basta una estampa, necesitan convertirse ellos mismos en una foto fija, algo tan viejo como los significados de los laberintos. Sólo que estos tienen una proyeccción más rica iconográfica e intencionalmente. La idea del combate con la vida, es decir con la temporalidad y los elementos dificultosos, en el significado del laberinto rompe la linealidad de la torre de los musulmanes y del monasterio de Escher. Pero el tema es suficientemente precioso y enriquecedor como para dejar el devaneo sobre el mismo para otra ocasión.

sábado, 2 de septiembre de 2006

Tocando Deià


Escucho Le voyage de Sahar, con las afinaciones acostumbradas y embargantes de Anouar Brahem, en esta ocasión más minimalista. Y contemplo el Mediterráneo de nuevo, tal que si fuera aquel día. Amparado por la sierra de Tramuntana, el mar se manifiesta como la prolongación del valle y de las calas. A la línea del cielo le hacen guiños las nubes y convierten el piélago en más terrenal. Quiere quedarse con los olivos y los cipreses y las higueras y el manojo de casas de Deià.

He subido y bajado las cuestas del pueblo, después de husmear por la vieja casa de Robert Graves, convertida al fin en museo, tras la bendición del cacique oficial de las Baleares y la imagen márketing de los Douglas. Deià es un lugar que se mira en un espejo. Si lo contemplas desde fuera, cuando llegas, el caserío te parece hermosísimo. Si miras el entorno campestre desde la población su belleza te supera. Todas las poblaciones tendrían que ser así, se me ocurre de pronto en un arrebato ingenuo. El finito lo pone la llegada a lo alto, donde adjunto a la iglesia el cementerio te recibe recoleto y humilde, y a la vez desplegado como un sencillo y espléndido mirador. Fue desde este punto desde donde fotografié el espacio que abandonaron los dioses cuando se saciaron. Antes, una emoción. Toda la vida oyendo hablar de Graves, leyendo a su Claudio, a su Mesalina, ensoñando con su vulgarización de los mitos griegos, divirtiéndome con la serie televisiva de la BBC en la que el actor Derek Jacobi era un Clau-Clau-Claudio redivivo, intrigándome con su larga e interrumpida (por la Guerra Civil) estancia en Deià. Y ahora, Graves estaba allí in corpore sepulto. Sencillo cuadrado de cemento, su nombre escrito a mano, unas plantas colocada por peregrinos anónimos.

Contemplo la sierra y el mar desde un cementerio casi marino casi terrestre casi divino. La sorpresa de encontrar allí mismo modestas tumbas de artistas, de músicos, de pintores, de ímprobos buscadores de la armonía o de simples romeros en pos de su paz interior. Tomé una flor de la tumba de Graves. Arranqué una rama de olivo. Me traje una hoja de una fértil higuera. Pequeños símbolos que cuando mis dedos los tocan palpan algo del cielo.

viernes, 1 de septiembre de 2006

Vivir es ver volver


Los álbumes son caprichosos, tanto que a veces las olvidadas fotografías se escurren de ellos y hay que perseguirlas por cajones y carpetas, o desbocadas entre papeles caóticos donde se han ido refugiando, huyendo acaso de la clasificación o bien de su destino testimonial.

Ésta apareció por casualidad a la par que leía LA CASA ENCENDIDA, el sorprendente y tal vez olvidado poema de Luis Rosales. Hacerse una foto en décadas perdidas del siglo veinte era una ceremonia. Y el rigor podía romperse con gestos amables o con sonrisas. Pero el quid de una ceremonia está siempre en el significado que tal constituya para los concurrentes.

Las viejas fotografías, como los poemas no leídos, aparecen justo cuando los años comienzan a ser objeto de peregrinaje del propio sujeto. La otrora búsqueda elemental de la substancia física de la vida se torna ahora comprobación exigente. Y lo que parecía evidente y claro en los tiempos más jóvenes se puebla ahora de enigmas y claves de difícil descifrar. Pero en esas estamos. Leemos las fotografías en blanco y negro mientras nuestro cerebro se puebla de colores, y también de sabores, de sensaciones vagas, de aromas impregnantes. Miramos los textos con la expectación con que sólo las palabras saben invitarnos a descifrar lo arcano y lo inseguro de nosotros mismos. Y Rosales nos cuenta en el prólogo a su poema:

"Quiero decir una cosa tan sólo: que creo en la poesía, y lo diré, y lo seguiré diciendo siempre -delante de esta yerba, delante de estos niños, delante de esta vida-, sabiendo que la palabra con que lo digo es sólo una impalpable y adherente traducción de ceniza. Y sé también que lo que quede de esta hora, si es que algo queda, en la ceniza de mis palabras, será también poesía. Vivir es ver volver. El tiempo pasa; las cosas que quisimos son caedizas, fugitivas, se van. Y esto es morir: borrarse de sí mismo, borrarnos de nosotros y sentir que se nos va secando, poco a poco, la tierra o la raíz donde fueron creciendo aquellas cosas que nos hacen el alma, aquellos seres que amábamos un día y a cuyo amor debemos lo que somos. Pero vivir es volver. Preciso y justo es conservar las cosas como fueron, y sujetarlas a la ley de permanencia; saber que están aún como diciéndose para nosotros mismos."

Uno, absorto, sigue contemplando la imagen. No quiere ver los rostros devenidos ahora mismo. Sólo aprehender aquellos días y ponerse de nuevo ante la vieja Leika para no dejar escapar más el tiempo, esa recurrente obsesión con que se encubre y justifica la ley de la permanencia.