viernes, 1 de septiembre de 2006
Vivir es ver volver
Los álbumes son caprichosos, tanto que a veces las olvidadas fotografías se escurren de ellos y hay que perseguirlas por cajones y carpetas, o desbocadas entre papeles caóticos donde se han ido refugiando, huyendo acaso de la clasificación o bien de su destino testimonial.
Ésta apareció por casualidad a la par que leía LA CASA ENCENDIDA, el sorprendente y tal vez olvidado poema de Luis Rosales. Hacerse una foto en décadas perdidas del siglo veinte era una ceremonia. Y el rigor podía romperse con gestos amables o con sonrisas. Pero el quid de una ceremonia está siempre en el significado que tal constituya para los concurrentes.
Las viejas fotografías, como los poemas no leídos, aparecen justo cuando los años comienzan a ser objeto de peregrinaje del propio sujeto. La otrora búsqueda elemental de la substancia física de la vida se torna ahora comprobación exigente. Y lo que parecía evidente y claro en los tiempos más jóvenes se puebla ahora de enigmas y claves de difícil descifrar. Pero en esas estamos. Leemos las fotografías en blanco y negro mientras nuestro cerebro se puebla de colores, y también de sabores, de sensaciones vagas, de aromas impregnantes. Miramos los textos con la expectación con que sólo las palabras saben invitarnos a descifrar lo arcano y lo inseguro de nosotros mismos. Y Rosales nos cuenta en el prólogo a su poema:
"Quiero decir una cosa tan sólo: que creo en la poesía, y lo diré, y lo seguiré diciendo siempre -delante de esta yerba, delante de estos niños, delante de esta vida-, sabiendo que la palabra con que lo digo es sólo una impalpable y adherente traducción de ceniza. Y sé también que lo que quede de esta hora, si es que algo queda, en la ceniza de mis palabras, será también poesía. Vivir es ver volver. El tiempo pasa; las cosas que quisimos son caedizas, fugitivas, se van. Y esto es morir: borrarse de sí mismo, borrarnos de nosotros y sentir que se nos va secando, poco a poco, la tierra o la raíz donde fueron creciendo aquellas cosas que nos hacen el alma, aquellos seres que amábamos un día y a cuyo amor debemos lo que somos. Pero vivir es volver. Preciso y justo es conservar las cosas como fueron, y sujetarlas a la ley de permanencia; saber que están aún como diciéndose para nosotros mismos."
Uno, absorto, sigue contemplando la imagen. No quiere ver los rostros devenidos ahora mismo. Sólo aprehender aquellos días y ponerse de nuevo ante la vieja Leika para no dejar escapar más el tiempo, esa recurrente obsesión con que se encubre y justifica la ley de la permanencia.
Bello libro el de La Casa encendida.
ResponderEliminarLa viejas fotografías son auténticas historias.
Me gusta tu incipiente blog. Parece que tienes cosas que contar
Saludos
Gracias por el ánimo, Álvaro. Hago lo que puedo, obro como se me ocurre. Resisto y persisto.
ResponderEliminarSaludos.