Te creces en la ira. ¿Es traición la del marido aventurero o una muestra del estado natural en quien ha arribado con hambre y sed a tantas costas? Tú dices: pero yo le ayudé a conseguir su áureo trofeo. Mas, aunque así fue, ¿no cumplió él la promesa nupcial? Tú dices: mis dos hijos y el que viene no me compensan. Y sus presencias me remueven las entrañas. Yo quería al hombre a mi lado para siempre. Pero tu encono visceral no va contra él, pues al planear tu venganza las víctimas van a ser los inocentes. Te creces en la crueldad: si el objeto de mi venganza fuera acabar con la vida de él me quedarían unos hijos que también son los suyos y que se rebelarían contra mí. Vería en sus rostros el rostro del adúltero. Vería en sus labios los labios de aquellas mujeres por las que me abandonó. Vería en sus manos no las manos que me acariciaron a mí sino las de las intrusas. Vería en la fuerza de sus cuerpos crecientes el arma que podría aniquilarme. Vería en sus ojos la falta de perdón. Vería en sus palabras cotidianas el reproche cruel. Pero, ¿no crees que es un desquite desproporcionado lo que pretendes? Dices: para que a él le duela y sufra debe vivir. Matándolo a él no obtendría el placer que proporciona mis ansias de represalia. Pero, ¿no te enternecen las preguntas ingenuas de los niños? ¿No te hablan sus juegos traviesos de tu propia infancia? ¿No te hierve en tus senos la leche con la que también los nutriste? Elevas energúmena la voz. Es la sangre la que me reclama, no la leche. ¿Acaso no da más vida la sangre a pesar de que soy perseguida por la infelicidad? ¿Acaso no es mi sangre la que hace que mis pechos procuren el alimento? Pero si conviertes tu sangre en destrucción, ¿qué harás después? Contemplar el océano desde los riscos de la sangre derramada, respondes entristecida pero irrenunciable a tus propósitos.
* María Callas en el filme Medea, de Pier Paolo Pasolini