Cuando se terminaron de esculpir los relieves del palacio de Nínive el rey invitó a toda su corte a contemplar la extensa obra. Los príncipes y funcionarios alabaron aquella narración de la vida y hazañas cinegéticas de Asurbanipal. ¿De qué se admiraban más, de la secuencia exuberante de escenas o de la perfección técnica de los bajorrelieves? La variada coloración impregnaba de un juego de luces y sombras a las figuras, manteniéndolas más vivas. La anatomía de los cuerpos, principalmente en los animales, dejaban con la boca abierta a los espectadores. Con ser altiva e imponente la representación de la figura real, y aunque nadie osaba decirlo, eran los animales heridos lo que suscitaban mayor entusiasmo. Frente a la representación de los cazadores, de posturas más hieráticas y firmes, los animales estaban dotados de una expresividad animada, naturalista. Atraía el detalle de la musculatura animal. Sobrecogían las posturas de retorcimiento de las bestias heridas. Y el conjunto generaba una tensión tan agitada, difícil de contener, que desembocaba en un choque de emociones del que nadie podía escapar. El mismo Asurbanipal enmudecía ante aquel paisaje de alabastro tallado con tanta armonía. Nunca se había visto un trabajo tan elaborado y expresivo y felicitó en público a los escultores que lo hicieron posible.
No hubo quien pusiera peros al impresionante desfile de imágenes. Todos los asistentes. pasmados ante tanta novedad y belleza, manifestaron su reconocimiento hacia aquel trabajo intenso y perdurable sobre la gloria del reinado del ilustrado monarca, que la posteridad agradecería. Surgían las preguntas en los corrillos. ¿Qué misteriosos artífices había traído el monarca para hacer aquello? ¿Qué técnicas habían utilizado para generar planos superpuestos que engañaban al ojo? ¿Qué conocimientos tenían de la talla del alabastro y la caliza que los relieves no mostraban fisuras? Y en definitiva, ¿de dónde procedía tanto saber, seguramente acumulado? Muchos consideraron que era el inicio de una nueva era del Imperio. Lisonjas hacia el monarca no faltaron. Envidias porque pudieran llegar extranjeros con sabiduría transformadora tampoco.
No hubo quien pusiera peros al impresionante desfile de imágenes. Todos los asistentes. pasmados ante tanta novedad y belleza, manifestaron su reconocimiento hacia aquel trabajo intenso y perdurable sobre la gloria del reinado del ilustrado monarca, que la posteridad agradecería. Surgían las preguntas en los corrillos. ¿Qué misteriosos artífices había traído el monarca para hacer aquello? ¿Qué técnicas habían utilizado para generar planos superpuestos que engañaban al ojo? ¿Qué conocimientos tenían de la talla del alabastro y la caliza que los relieves no mostraban fisuras? Y en definitiva, ¿de dónde procedía tanto saber, seguramente acumulado? Muchos consideraron que era el inicio de una nueva era del Imperio. Lisonjas hacia el monarca no faltaron. Envidias porque pudieran llegar extranjeros con sabiduría transformadora tampoco.
Durante algunos días Asurbanipal interrumpió sus compromisos habituales de gobernante, se alejó de sus recreos, ignoró a los científicos que había llevado a su corte, abandonó la lectura de textos a la que era tan aficionado y, lo que más alarmó, dejó de interesarse por sus esposas. Solo vivía para la contemplación en solitario de los grandes frisos donde él se veía reflejado en diversas facetas de su vida. Recorría las salas deteniéndose ante cada escena y recordando los riesgos soportados. También apuntando nuevos motivos que deseaba encargar para enriquecer aún más su palacio. Al frescor del anochecer, pensativo y ausente, se retiraba a escuchar los cantos dulces de sus esclavas y se entregaba a contemplar la nítida disposición del firmamento. No se supo si había rey. Nadie tenía claro por qué aquella relajación de deberes y costumbres. Tampoco podía pegar ojo por la noche. La imposibilidad de conciliar el sueño debía ser causada por una fijación que desequilibraba su mente. Ordenó instalar en varios puntos de la sala de los relieves unos hachones que iluminaban sobradamente el conjunto y dedicaba las horas de la noche a seguir repasando de manera minuciosa y calmada las escenas de las cacerías reales, las imágenes de sus campañas de sometimiento a otros pueblos, o simplemente se extasiaba ante su barbudo perfil egregio modelado a escala superior de la de sus súbditos.
Una noche se sorprendió a sí mismo hablando con los animales agónicos. Él, que los había atravesado con sus propias armas, tras darlos alcance al galope de los caballos, se sentía débil y culpable frente a aquellos padecimientos. Presintió un agudo dolor donde se aloja lo más íntimo de las emociones. Era la herida del sentimiento roto. Entonces, avanzando desde un rincón apareció Ella, la que nadie deseaba nombrar para sí mismo. No era ni humana ni animal, ni espectro ni hálito, ni clara ni oscura, ni chillona ni recatada. ¿Contemplas la vanagloria de tu reinado?, dijo la Muerte al monarca. ¿Qué ves en la obra que lo refleja? ¿El placer del entretenimiento o la danza macabra de los animales? ¿Los triunfos sobre el enemigo o las miserias de los sometidos? Asurbanipal, que no sabía bien quién le interrogaba, respondió altivo. Veo sobre todo la manifestación de mi poder. La Muerte no deseaba estar condescendiente. Eso es lo que quieres que vean los demás y para eso has traído a hombres de arte que saben de la vida y del sufrimiento, así como de la belleza y del desgarro. Y sobre todo saben de contar en la piedra lo que has exigido que cuenten. Pero tú, gran rey, no te puedes engañar. ¿Qué ves en estas imágenes magníficas y a la vez impactantes?, volvió a preguntar al monarca. Veo lo lejos que he llegado, respondió Asurbanipal. Esta obra está hecha para perpetuar la eternidad que se me brinda.
A la Muerte le siguió incomodando tanta soberbia, aun cuando reconocía que aquel hombre, con fama por igual de cruel como de ilustrado, había aportado avances considerables para los pobladores de su reino. Le interrumpió. Para contemplar este friso te bastaría con algunas horas del día, pero vienes aquí todas las noches porque no puedes dormir. ¿Qué te atormenta? ¿Qué te falta que no logras reposar en calma? Entonces Asurbanipal se dio la vuelta y se encontró cara a cara con aquel personaje que no se postraba ante él y que le miraba desafiante a los ojos. Vengo por las noches porque este friso me hace pensar más en la muerte que cuantas expediciones guerreras o cacerías he acometido. Crecí despreciando la sangre derramada. Era parte de mis designios primero y de mi condición de soberano más tarde. Siempre creí que el rey no puede temblar vea lo que vea y haga lo que haga. Pero en estas piedras los animales cobran vida, la sangre que emana de ellos me impregna, los rugidos de su dolor me ensordecen, el silencio que impone la muerte me espanta.
A la Muerte le siguió incomodando tanta soberbia, aun cuando reconocía que aquel hombre, con fama por igual de cruel como de ilustrado, había aportado avances considerables para los pobladores de su reino. Le interrumpió. Para contemplar este friso te bastaría con algunas horas del día, pero vienes aquí todas las noches porque no puedes dormir. ¿Qué te atormenta? ¿Qué te falta que no logras reposar en calma? Entonces Asurbanipal se dio la vuelta y se encontró cara a cara con aquel personaje que no se postraba ante él y que le miraba desafiante a los ojos. Vengo por las noches porque este friso me hace pensar más en la muerte que cuantas expediciones guerreras o cacerías he acometido. Crecí despreciando la sangre derramada. Era parte de mis designios primero y de mi condición de soberano más tarde. Siempre creí que el rey no puede temblar vea lo que vea y haga lo que haga. Pero en estas piedras los animales cobran vida, la sangre que emana de ellos me impregna, los rugidos de su dolor me ensordecen, el silencio que impone la muerte me espanta.
La Muerte observó al rey despojándole de sus atributos, como hacía siempre con los individuos que se revisten de signos de poder. Porque todo hombre nace desnudo, pensaba, y por mucho que oculte su desnudez no puede evitarla, y se consumirá en ella. Luego concluyó: si le espanta la muerte ajena es porque él también teme morir, y acaso pronto. Si ahora se muestra sensible al sufrimiento de una bestia, y no tanto al dolor de un humano, es porque se da cuenta de que hasta ahora no se consideraba humano. Pobre rey, que no obstante su miseria más profunda se cree divinidad encarnada, ¿Estará ahora dándose cuenta de que esta no le deja ser como el común de los demás hombres?
Asurbanipal no ocultaba cierto agotamiento. No es bueno que un rey no duerma, le aconsejó la Muerte. Ordena apagar estas teas y ve a descansar o a solazarte con alguna de tus amantes. Protégete de tus propios espantos, antes de que sea tarde. Y sobre todo defiéndete de tu crueldad. Pero el rey no dejaba de contemplar con languidez a la leona y la Muerte vio estupefacta cómo la real y ensortijada mano se elevaba hacia el animal y apoyándola en una zarpa pretendía ofrecerle la salvación.
Asurbanipal no ocultaba cierto agotamiento. No es bueno que un rey no duerma, le aconsejó la Muerte. Ordena apagar estas teas y ve a descansar o a solazarte con alguna de tus amantes. Protégete de tus propios espantos, antes de que sea tarde. Y sobre todo defiéndete de tu crueldad. Pero el rey no dejaba de contemplar con languidez a la leona y la Muerte vio estupefacta cómo la real y ensortijada mano se elevaba hacia el animal y apoyándola en una zarpa pretendía ofrecerle la salvación.
(Relieve asirio de la leona herida, en el Museo Británico)