jueves, 29 de agosto de 2019

Naida y su resistencia a la oscuridad




Cuando era pequeña había un cuento en que la protagonista era la luz. ¿Tú crees que puede atraparse la luz? No contestes. A mi me lo contaban porque me daba miedo la oscuridad. No se puede decir que en nuestro país, a diferencia del tuyo, tengamos mucha luz solar, pero valoramos los tiempos y apreciamos también sus intensidades. En la guerra nos vimos privados muchas veces de la luz eléctrica así que cuando se producían apagones, para que no me angustiase, me decían que la luz había quedado atrapada en un cepo. Y que no tardando mucho se escaparía de la trampa y nos haría nuevamente compañía. Yo entonces ponía forma de mujer a la luz y me la imaginaba luchando con denuedo. Radiante, despachando haces luminosos a diestro y siniestro, iluminando lo que había en la superficie de la tierra y en el mundo subterráneo. ¿Por qué las narraciones, y esa es una de ellas aun siendo tan breve como efectiva, tienen categoría de mito, y los mitos precisan que reconvirtamos los elementos en figuras animadas? No importa que lo que nos aceche sea positivo o negativo, tendemos a dotarlo de cuerpos como los nuestros, que emitan gestos elevados o bien abyectos. La iconografía cristiana sabe de ello y en muchas naciones abunda ese modo de representar el bien y el mal desde hace siglos, ¿no? O el premio y el castigo, o el dolor y la salud, o lo yermo y lo fértil, o la felicidad y la desgracia, o la ley y el caos. Aquella luz de la que nos veíamos privados sigue siendo una obsesión para mí. El cuento me curaba del espanto. Podían pasar horas y horas, pero yo mientras me había quedado dormida. El relato y la imaginación que yo aportaba. La fabulación me trasladaba serenidad. También esperanza. ¿Será que la esperanza, que no se toca, pero que de alguna manera prende y se mantiene dentro de cada uno, proporciona la seguridad mínima para no caer rendidos ante el desespero? ¿Quién puede decir que no se sostiene en alguna clase de anhelo, al que se aferra en mayor o menor grado, como medio de superar el infortunio? ¿Quién no fantasea con una situación en que se ve libre del desamparo? No digas nada, simplemente divago. ¿Has visto?, dice Naida. La habitación se debate entre dos luces. ¿En que lado estamos nosotros? 




(Fotografía e Inés González)


lunes, 26 de agosto de 2019

Naida. Cevapi para dos





Huele bien a carne asada, digo en un impulso reflejo, puramente animal. Naida, sin esgrimir un gesto olfativo, me lo confirma. Estamos llegando a la Bascarsija, no te extrañe. Hace horas que venimos haciendo una buena caminata, así que el olor es como las campanas de tus iglesias o el vocerío de los muecines. Avisan. Los olores de comida son el toque de oración de nuestros estómagos. Ambos reímos, reconfortados por la complicidad, y no solo por la necesidad que nos apremia. En mi país, le digo sin saber si reír o llorar, hay una ostentación desmesurada por las comidas. Es el único tema en el que parece ponerse de acuerdo todo el mundo. Ponerse de acuerdo en hablar sin reñir, me refiero. Porque también hay discrepancias, pero las conversaciones sobre platos se escuchan con atención, y tanto la comida en sí como hablar sobre ella se imponen con categoría política, qué digo, superior a la política. Podíais elegir a los cocineros como representantes en vuestro parlamento, bromea Naida. Cocineros comunes, mujeres y hombres de hogares normales, no solo los profesionales de los restaurantes. Me gusta cómo entra Naida en una identificación que se me antoja entre culturas. No creas, ya lo he pensado más de una vez. Un parlamento nuevo sobre una Constitución nueva basada en la cultura culinaria. Eso tendríamos también que prever aquí, me interrumpe la mujer. ¿Por qué será, añade, que un olor como este es seducción instintiva por la que mataríamos si no nos saciásemos, y en cambio cuando hemos comido se vuelve hediondo y repulsivo? Si el olor sigue siendo el mismo. Cierto, ratifico. Se ve que es la máquina corporal, ya harta, la que rechaza seguir con la tentación. Ese rechazo también es un aviso de que no debemos forzar nuestra necesidad. Naida esboza un rictus pícaro, se desdobla, lo expresa. ¿Pasará también con otras necesidades humanas? Ah, todo es cuestión de probar, respondo siguiendo el juego. Ambos inhibimos la risa a duras penas, estamos ante los puestos de comida, se impone la ley del alimento. Un buen cevapi es una prescripción en esta ciudad, no te vale elegir otra cosa, decide Naida. ¿Cómo lo prefieres al estilo de aquí o de Tuzla? Ah, te advierto que en Tuzla le ponen bastante especie, pero de todo hay que paladear. Sí, y me sale lo extensivo. De todo habrá que paladear. Paladear es una palabra bonita de vuestra lengua, precisa Naida mientras nos acercamos como metales atraídos por el imán de los estofados. ¿Será el ejercicio del paladeo, ya me confirmas si se dice así, tan precioso como el término?   




(Fotografía de Inés González)

domingo, 25 de agosto de 2019

Art Spiegelman, autor de Maus, censurado




Parece que cada día que pasa más peligra el oficio satírico. ¿Será síntoma de algo más profundamente grave? Esta vez Art Spiegelman, autor de la célebre novela gráfica Maus, denuncia que la todopoderosa editorial Marvel le ha censurado por comparar a Trump con los villanos de Capitán America. Transcribo de Les inrockuptibles:

"A Art Spiegelman se le pidió en junio que presentara el libro Marvel: la edad de oro de 1939-1949 a The Folio Society. Este es un libro sobre la historia de los superhéroes. En su introducción, el autor pone en perspectiva el nacimiento de superhéroes, concebidos por 'jóvenes creadores judíos de superhéroes (que) han inventado salvadores míticos, casi dioses-laicos', para evocar la Segunda Guerra Mundial. Como recordatorio, Maus contó la historia del padre de Spiegelman entre 1930 y 1944, antes de su deportación. En conclusión de su texto, el autor escribió, con obvia referencia a Donald Trump: 'En el mundo de hoy, el mundo real, el villano más abominable de Capitán América, el Cráneo Rojo, aparece en vivo en la pantalla y una Calavera Naranja atormenta a América ".

El editor propietario de Marvel parece ser un donante generoso en la campaña presidencial de Donald Trump para 2020. Este dato, nada baladí, lo explicaría todo.  





viernes, 23 de agosto de 2019

Adan Kovacsics habla de Karl Kraus: estar atento al lenguaje




Que este personaje me inspirara el título del blog hace por ahora trece años no deja de sorprenderme. La razón es muy sencilla. Aunque el saber y la actividad de Karl Kraus me sobrepasaba entonces y sigue superándome ahora,  en aquella época yo leía cosas suyas, de las cuales me llegaban más los aforismos, pensamientos y glosas que los artículos más profundos sobre las circunstancias sociales y políticas de Centroeuropa y más en concreto de Viena y su sociedad. No era ajeno a aquel interés lo que también había escrito sobre Kraus mi amigo Paco Fernández Buey, a la sazón riguroso estudioso de las relaciones entre moral y política, además de sobre el papel de la ciencia y la técnica en el desarrollo del conocimiento humano. No en vano Fernández Buey publicó el libro Poliética en el que habla sobre el pensamiento y acción de Kraus, además de otros personajes tan influyentes como Hannah Arendt, Bertolt Brecht, Simone Weil, Primo Levi y Georg Lukács. Reconozco que lo que más me deslumbraba de Karl Kraus es que hubiera sido capaz de mantener a su costa, y prácticamente entera escrita por él, y con los riesgos y sinsabores consiguientes, la revista Die Fackel durante treinta y siete años. Hasta que una bicicleta que le atropelló le causó lesiones que acabaron produciendo su muerte. Era esa persistencia, tenacidad, heterodoxia, visión independiente y sin limitaciones externas, su interés preciso sobre el uso del lenguaje, y su capacidad fustigadora sobre la realidad de su tiempo lo que más me cautivó. ¿O se trataba además de un ejemplo y acaso un modelo que había que imitar a la escala personal por más pequeña que fuese?

La mitad del tiempo se la pasa resistiendo; la otra mitad indignándose, que adopté como lema e inspiración, es uno de esos aforismos que deja leve y flotante, casi metafísico, al microcuento tan repetido del, por otra parte, magnífico Augusto Monterroso, aquel que dice cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí. Expresión minimalista que tanto gusta a los partidarios de la abstracción etérea. Lo que sigue aquí, en este lado del sueño del dolor, de la explotación y de la mentira, es la capacidad confusa de la resistencia y el cabreo digno sin fin.

Aprovecho que este domingo 25 de agosto se cumplirán siete años del fallecimiento del profesor Fernández Buey (Palencia, 1943- Barcelona, 2012), para no solo vincularlo a Kraus sino homenajearlo con el recuerdo de las batallas pasadas -y perdidas- y la afectuosa atención e interés de colaboración que siempre mantuvo con nosotros, los viejos resistentes defensores de causas éticas que ya no se llevan.

Adjunto una entrevista interesante a Adan Kovacsics, importante traductor de nuestros días, sobre la personalidad de Karl Kraus. La editorial Acantilado tiene en su fondo un libro con una selección de artículos de la revista Die Fackel al cuidado de Adan Kovacsics. 







DECLARACIÓN
(Poema de Karl Kraus)


Sólo soy uno más entre aquellos epígonos
que en la antigua casa de la lengua han vivido.

Mas dentro tengo mi propia vivencia,
escapo por fuerza y destruyo Tebas.

Aunque tras los viejos maestros venga,
vengo a los padres de forma sangrienta.

Hablo de venganza y vengo la lengua
en todos esos que la hablan y mentan.

Sí, epígono: intuyo lo digno del pasado.
Mas vosotros sois los informados tebanos.




miércoles, 21 de agosto de 2019

Naida se pregunta sobre los primeros recuerdos




¿Sabes cuáles son los recuerdos más antiguos que tengo?, me espeta Naida. No sé, respondo por inercia defensiva. Ella pone cara soñadora, como si sus ojos se fugasen, y habla con parsimonia, haciendo recuento de imágenes. Los más antiguos tienen siempre para mí la forma de un sabor, la textura del aire, el tono melódico de una canción, el tacto firme de unas manos que me salvan generosamente de las manos imprudentes. Por ejemplo. Claro que si me hiciera mañana la misma pregunta acaso la respuesta fuera diferente. Pues la memoria es caprichosa cuando fluye, pero tiene algo de autenticidad, que no de fidelidad, porque está en esa línea en que lo deseado y lo vivido se confunden. Y entonces podría responderme de manera más precisa: cuando mi madre me llevó al cine, o cuando mi abuelo me acercó a la escuela, o la primera vez que monté en el tranvía a Ilidza donde vivía la tía Vesna, o la poca apetencia que tenía por la ensalada de tomate. ¿Quieres decir, intervengo, que unas veces te vienen de frente sensaciones y otras escenas precisas de la película de tu vida? Algo así, remata Naida, aunque a veces se encuentran por el camino, y añade con la sonrisa propia de su sagacidad: ¿crees que se borrará toda esa memoria de las vivencias primitivas? Dicen que son las que menos se pierden e incluso más se recuperan, digo ufano. Naida se afirma en su indagación. De todos modos no es algo que me preocupe demasiado, lo que siempre me ha inquietado es saber por qué determinadas experiencias, fueran las percepciones de los sentidos, o el calor de lo vivido con las personas, han pesado, y lo hacen todavía, sobre mis gustos o mis tendencias o simplemente en mi manera de conducirme. ¿Serán misterios perpetuos que nunca acabarán de explicarnos nuestra personalidad madurada? Tampoco me importa saberlo. Siempre es estimulante conservar una parte de los viejos enigmas. Ese viejo y revuelto desván que jamás clausuramos del todo. 



(Fotografía de Inés González)

martes, 20 de agosto de 2019

Pequeña anécdota




Mi madre me contaba que aquella mañana de estío, hasta el momento justo de sentir los dolores previos al parto había estado recogiendo la alubia verde en la huerta. Le gustaba relatar la anécdota para darnos a entender lo bien que había transcurrido todo a lo largo de los nueve meses de embarazo deseado. Luego, del instante de nacer uno no sabe más que lo que le han contado. Que no hubo incidencias, que la matrona lo hizo de perlas -con el consabido cachete al recién llegado que se resistía a llorar- en la venta de mis abuelos, y que enseguida fui un ávido e inquieto mamón. La sencilla narración de lo normal siempre me tranquilizó mucho. La normalidad tranquiliza. Espero que la narradora no me engañase. Aunque, ¿qué más daría? La vida es un sueño, cierto, pero también una verdad.


lunes, 19 de agosto de 2019

Coloquio nocturno al calor de la hoguera. Peter Fonda, Jack Nicholson y Dennis Hopper en Easy Rider




Se fue Peter Fonda. Recordando aquella película mítica de 1969, Easy Rider, encuentro la escena del coloquio al calor de la hoguera. Mientras Peter Fonda escucha, Dennis Hopper y Jack Nicholson platican con un interesante diálogo sobre la libertad. Ya pueden pasar los años -¡cincuenta nada menos!- que es un diálogo en pleno vigor. El anhelo de la libertad sigue estando vivo, acaso más urgente que nunca. Pero ¿quién sabe hoy mantener la hoguera imprescindible para ese diálogo?







viernes, 16 de agosto de 2019

Naida. Las marcas de la ciudad




Naida no me ha traído a esta calle a propósito. Además hay muchas calles cuyas paredes hablan y no olvidan. Es parte del paseo por el barrio de su niñez. Los impactos en los muros desaparecerán algún día, dice, pero me pregunto si lo harán las marcas profundas y dolorosas de los hombres. Las obras de construcción pueden eliminar vestigios antiguos e inservibles, pero para que en el corazón de los habitantes de la ciudad se eliminen estas huellas funestas hará falta más tiempo. No solo tiempo, sino también superar viejos recelos, converger intereses, ceder en las mentalidades obtusas en las que muchos creen protegerse. Ojalá todos pensaran como tú, la apoyo. Ella me ignora, se siente inspirada, motivada por la memoria. Junto a esta pared jugábamos de niños. Uno de nosotros se apoyaba ahí, se tapaba los ojos y tenía que contar diez o veinte, según, mientras los demás corrían a esconderse. Qué ironía, al que le tocaba solíamos decirle que era el muerto. Te toca ser el muerto. Yo creo que la frase hería a todos, y solo se reducía su afección cuando todos habíamos pasado por muertos. Mi amigo Edin era de los más torpes, repetía con más frecuencia que otros. Aunque yo tenía la impresión de que lo hacía a propósito para ir a buscarme al callejón trasero o tras los álamos y decirme algo en secreto antes de descubrirme a los ojos de los demás. Supe hace poco que un día quedó para siempre atrapado en el escondite tramposo y cruel que tendieron los que asediaron la ciudad. Su madre se echa a llorar cuando me ve. Naida suspira. Dos obreros en bicicleta que venían en nuestra dirección se apartan del muro, como un reflejo de espanto. Uno de ellos la reconoce y la saluda a distancia. Naida, apártate, es un lugar maldito, la grita. Los malos recuerdo siempre son malditos, murmura la mujer para mí.  



(Fotografía de Inés González)

martes, 13 de agosto de 2019

Naida y el cementerio inexistente




¿Crees en los misterios?, me pregunta Naida con intención. Creo que hay mucho conocimiento pendiente sobre muchas manifestaciones aún ocultas, o simplemente no explicadas, pero eso no me lleva a ningún acto de fe, la respondo. Naida sonríe malévola. ¿Recuerdas el cementerio que vimos hace unos días subiendo esta misma cuesta? No entiendo muy bien la pregunta, me parece demasiado simple para que no tenga trampa. Sí, claro, estará por aquí, y dirijo mi vista en varias direcciones. Avanzamos por una calle paralela a la Titova, subiendo desde el Memorial de los Niños. Un recorrido prácticamente idéntico al paseo que ya habíamos hecho antes, cuando vimos aquellas tumbas reposadas y antiguas. Cruzamos varias calles pero ni rastro del cementerio. De la supuesta confusión paso a la perplejidad y poco a poco al desasosiego. Naida, o nos hemos equivocado de camino o el cementerio no existe por ninguna parte o simplemente nos ha parecido verlo en otro lugar que ahora creemos que es este. No sé cómo argumentarlo y pienso, por ejemplo, en aquella ocasión en que aparqué el coche en un subterráneo y al ir a recogerlo no lo encontraba. Simplemente porque me había equivocado de planta. Se lo hago saber. Pero tú lo has visto el otro día como lo vi yo, ¿no?, insiste. Hemos vuelto sobre nuestros pasos, atravesado las mismas calles desde distintas direcciones, remontado una elevación. Naida advierte mi inquietud. Me observa con aire burlón. Se reserva algo. ¿Sigues sin creer en lo enigmático, en apariciones o visiones, como quieras llamarlo, que no se revelan a cualquier persona, que parecen elegir a los individuos adecuados? Me asombra que Naida haya entrado en una cápsula metafísica. Siento el azote desapacible de una ventolera fría que va descendiendo hacia la parte baja de la ciudad. No sé qué creer, digo con apesadumbrado escepticismo. Pero no quiero ni pensar que se trata de una de esas venganzas que una ciudad de muertos se guarda en la manga para propios y ajenos. ¿Te había pasado a ti antes? Naida mira para otro lado, se ha adelantado, ha chistado a un perro viejo y vagabundo que merodea como si tratara también de otear paisajes desaparecidos. Háblale a mi amigo de las visiones que él no quiere aceptar, dice con voz melosa al animal mientras rasca su cuello.




(Fotografía de Inés González)


lunes, 12 de agosto de 2019

Aforismo de la dignidad de los objetos





Cuánto aprecio la dignidad manifestada no solo en algunas personas sino sobre todo en serviciales y fieles objetos que nos rodean. Estos nunca nos defraudan, hagamos un uso prudente o desmedido de ellos. Digamos que están provistos de un virtuoso sentido de la fidelidad y del compañerismo que no siempre percibes en el género al que perteneces.




viernes, 9 de agosto de 2019

Caravaggio, la fabulosa recreación de Milo Manara




Nada que ver con el clic que conocíamos de Milo Manara, esa obra erótica impresionante y difícil de superar. Este otro clic es el de la Historia y el del Arte. El rescate de un personaje controvertido, el pintor Michelangelo Merisi, más conocido como Caravaggio, hace doblete sobre los trabajos anteriores y a la vez sobre la transmisión de episodios de la vida y obra del artista barroco. Dejemos a los historiadores del Arte que nos expliquen la influencia de Caravaggio sobre el Barroco en ciernes, la perfección de la anatomía de los personajes de sus cuadros, el estilo tenebrista, magistral, que desarrolló el pintor o la manera de concebir las escenas y la intención que concedió en sus representaciones. De estas unas fueron discutidas y objeto de escándalo -farisaico la mayoría de las veces- y otras reconocidas incluso por la alta clerecía que le proponía los encargos, aun a pesar de no estar siempre muy acorde con la doctrina de la Iglesia o con la manera como esta entendía que debían representarse los martirios, las vidas de los santos o las grandes figuras del entorno de Cristo. 

¿Dejamos solamente a los historiadores o nos entregamos a Milo Manara? Porque Manara se ha documentado extensivamente y nos habla de todo ello. Los dos álbumes, uno titulado El pincel y la espada y el segundo La gracia, ofrecen una síntesis del tiempo italiano del siglo XVI, del trabajo del pintor, de las vicisitudes tanto artísticas como emocionales padecidas por una personalidad tan enérgica y espontánea como la de Caravaggio. Qué bien reproduce Milo Manara en su cómic el carácter impetuoso del pintor, las reacciones de este ante el trato injusto de unos hombres sobre otros, el abuso y maltrato de los señoritos nobles respecto a la mujer. Cómo incide una y otra vez en los lances del personaje irascible y también bondadoso que era Caravaggio, aunque vivía en un sin vivir, como si estuviera reñido con el mundo. Qué bien muestra el aprecio por el arte que manifestaban los mandamases de la Iglesia, Papa incluido, y sus órdenes caballerescas. Cómo desarrolla la obsesión del pintor Merisi por hacer evidente la sangre de la violencia, sea del martirio, de la venganza. Con qué fidelidad nos cuenta la manera de trabajar rápida del pintor, la búsqueda de modelos, el estudio de los cuerpos y la observación de las posiciones del natural. Las escenas del cómic que reproducen paisajes, ciudades en la distancia, castillos o zonas de mercado callejero son insuperables. El tratamiento de la perspectiva aérea y el detallismo con que ejecuta sus viñetas hace que te pares delante del lugar que dibuja y te sientas poseído por el paraje. La reproducción de las ruinas de Roma que tan detalladamente fueron reproducidas durante siglos están logradísimas en el plumín de Manara, que parece tener como modelo al Piranesi de sus grabados apasionantes y precisos.  Los primeros planos -especialmente del propio Caravaggio- están cargados del realismo del personaje, hombre torturado por su angustia, en una eterna búsqueda de la gracia que es algo más que el concepto doctrinal al uso, que en la obsesión de Caravaggio va más allá que el necesitado perdón. Ah, y un detalle importante. Las mujeres del cómic de Milo Manara tienen los rostros típicos y los cuerpos cautivadores de sus otras obras, pero más impregnadas del realismo naturalista acorde con lo que pintaba Merisi. ¿Qué más se puede pedir?

Para mí ha sido un placer seguir ambas entregas del cómic Caravaggio. Cuando se tiene un cómic -como antaño sosteníamos los tebeos- entre las manos ¿qué se hace realmente? ¿Leer, visionar, escuchar, ambientarnos en otro espacio y tiempo? ¿Entregarnos al ensueño, a la aventura, al amor? ¿Todo ello o algo más? Solo sé que hacía tiempo que no me leía dos volúmenes de un cómic de cabo a rabo y con la atracción a la que me he abandonado. ¿Era por el personaje, la época histórica, el interés del arte o la calidad de Milo Manara? Creo que ha sido un cóctel que me ha embriagado, de cuya resaca no acabo de recuperarme.

Nota. No he podido resistirme a extraer de la red -que cada uno de sus procedencias me disculpe- diversas viñetas del cómic, unas en español, otras en italiano. Caravaggio bien vale un disfrute vía Manara. Con felicitaciones a la editorial Norma por la impecable edición. Aquí habría que decir aquello de Finis coronat opus.


















martes, 6 de agosto de 2019

Retorno a la inocencia con Naida




De niña jugaba por aquí, pero todo ha cambiado. Había calor en las relaciones entre las familias del barrio, no importaban los credos ni las ideas laicas que se tuvieran. También funcionaba la cooperación, dejando de lado ciertos asuntos difíciles sobre los que se podía discrepar pero que nadie pensaba en utilizar para enfrentarse.  Después, cuando todo aquello sobrevino, muchos vecinos abandonaron el lugar forzosamente. Otros, como yo, venimos de vez en cuando a recordar las edades de inocencia. Naida se esfuerza en hablarme del lugar o de otro tiempo, y procura hacerlo con distanciamiento emocional. Como si no la afectara. Como si se esforzase en una clase de comprensión que le permitiera ser equidistante, que le otorgara esa calidad superadora del sobreviviente.  Cualquier día, dice, derribarán las casas que quedan aún en pie. Por eso aprovecho para rescatar lo que se tuvo pero luego se detuvo, actualizando de ese modo mis recuerdos. Lo que se para se pierde. La memoria que guardo no es solo de personajes conocidos o de momentos que vivimos juntos, es algo más propio, más ¿cómo diría?, más íntimo y difícil de racionalizar para mí. Facultades de los sentidos. Y los sentidos no se pueden racionalizar así como así. ¿Ves, por ejemplo, aquellas moreras? Si nos acercamos cogeremos sus frutos, nos mancharemos, pero el tinte no será percibido de la misma manera por ti que por mí. A mí esas manchas me hablan, no te digo el gusto dulce o la forma apiñada de sus granos, y mientras nos concentramos en arrancarlas y comerlas tú lo verás como un gesto gastronómico, se podría decir, o como la actitud de acompañarme a cogerlas, pero yo lo siento como un ejercicio devoto de lo vivido. Cualquier detalle, la inclinación de la carretera, la angulosidad de las casas, el arbolado, el rumor de una acequia próxima tienen un sentido múltiple para mí. Sé que el día que venga y esto se haya transformado o acaso desaparecido del todo me parecerá una brutalidad. Aun aceptando que las obras pudieran ser necesarias para la ciudad, algo que habría que ver, yo lo percibiría como ataque a una ley no escrita, pero sí individualizada, de mi pasado. Me tocarían mis vivencias.

Naida calla, se adelanta unos pasos, mira en direcciones diversas. Nadie asoma. El silencio del lugar solo es rasgado por los ladridos estentóreos de perros callejeros que se buscan unos a otros. Naida indica con el dedo en dirección a su oreja. ¿Oyes los perros? Mucha gente los tiene miedo, corretean por estos barrios como viejos resistentes, pero cuando me ven aparecer se acercan, callan, se dejan acariciar, me acompañan. ¿Son ellos también parte de tus recuerdos?, digo. Naida se pone grave. Son la propia carnalidad de la memoria. Memoria perro, memoria voces, memoria juegos, memoria camaradería. Memoria inocencia. Ellos transportan en su orfandad el pasado. Como yo misma.




(Fotografía de Inés González)


lunes, 5 de agosto de 2019

Quien siembra odio recoge odio





Nuestro refranero, sabio, práctico, en ocasiones demasiado moralista, es además muy metafórico. Quien siembra vientos recoge tempestades, dice. Pero hoy día en que la realidad virtual no aclara muy bien si es la metáfora o el efecto real lo que impera en las vidas humanas no es muy usado el refrán por las nuevas generaciones. Traducido al lenguaje duro se podría decir: Quien siembra odio, recoge odio. Con todas sus consecuencias. Pero más allá de esta idea elemental no sabe uno qué pensar. En un caso y otro ¿se entiende que quien difunde ideas supremacistas, racistas o simplemente envenenadas contra otras personas y colectivos va a generar violencia entre espontáneos? Los que están en los púlpitos -me da igual que desde los gobiernos o desde la oposición- tiran la piedra, y cada vez dan pedradas más contundentes, y esconden la mano. Bueno, algunos ya no la esconden, porque se ha extendido -con ese ejemplo preclaro del presidente de los EEUU- entre mandatarios y opositores, en muchos casos, de unos países y otros. Ya no ocultan su vergüenza, se convierten en modelos de generar odio y sus consecuencias, se imponen como práctica común. Salvo que se les corte. ¿Sorprende, por lo tanto, a estas alturas la violencia larvada -ah la oscura sombra de la guerra civil en permanente acecho- que está teniendo lugar en la nación más rica y poderosa del planeta? Una violencia tanto centrípeta -esas matanzas cada vez más cotidianas dentro de la sociedad USA- como centrífuga -su proyección en la política internacional, de amenazas y medidas contra países competidores- que está destruyendo todo sentido ético en la Política y sentenciando la Democracia hasta ahora al uso. 

Tiempos vivimos de desentendimientos peligrosos. Las demagogias se mantienen, la animadversión contra el diferente se acrecienta, la visceralidad de palabras da paso a acciones de violencia, tanto de solitarios como de organizaciones o poderes de Estado. Las lecciones de las guerras -paradigma máximo de la violencia y el caos- se desaprenden. Acaso porque no se transmite de unas generaciones a otras una comprensión de los errores. Acaso también, o sobre todo, porque las viejas y constantes ambiciones humanas se siguen levantando por parte de unos hombres a costa de y sobre otros hombres y sociedades. Todo el mundo -principalmente los que están en mejores posiciones competitivas-  pretende controlar a su favor las leyes de los mercados. Si para ello se acompaña una desafortunada agitación de las ideas reaccionarias portadoras de odio el refrán triunfa.


Nota:




desentendimiento
1. m. p. us. Desaciertodespropósitoignorancia.

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domingo, 4 de agosto de 2019

Las moras ¿agraces? de Carmen Jodra Davó






Ayer, removiendo libros -los libros se mueven y remueven antes de acabar en ceniza- apareció. Carmen Jodra Davó, con su poemario Las moras agraces había ganado el premio de poesía Hiperión de 1999. Tenía ella diecinueve años y su aprendizaje de Clásicas la condujo al estilo de los poemas premiados. Releyendo ahora Las moras agraces uno respira -no solo lee- de autores griegos y latinos, pero también de sonetos gongorinos. ¿Cómo decirlo? Simplemente que esa inspiración es maravillosa y su ejecución, aunque no podría Carmen Jodra Davó entonces renunciar a sus diecinueve primaveras, y eso también se nota algo aunque no como inmadurez infantil, es clara, contundente, transmite la sensación de la experiencia y el consejo poético de aquellos grandes maestros. No se ve lo agraz en sus poemas sino un sabio proceso de maduración, cuando no madurez total, en muchas de sus conclusiones. Y un instinto de recreación de quien ha sabido beber en buenos manantiales. 

No llega ni a dos semanas que Carmen Jodra Davó ha fallecido, ¡dios!, con apenas treinta y ocho años. ¿Qué decir? Que es una barbaridad -de la vida, de la naturaleza, del azar- que una mujer, una joven y una poeta muera.

Un par de poemas de la obra citada.


DEFINITIVAMENTE PESIMISTA

La vida es desengaño y desengaño,
uno detrás de otro, nada más,
sin más consuelos que la cama tibia
y chispas de Belleza inmaterial.
Y detrás de eso siempre estará el mundo
con su hedor cadavérico y su faz
de horribles cicatrices, y este agónico
e implacable terror al más allá...


De EL CICLO SATÁNICO, IV

¿Cómo pude dudar? ¿Cómo he podido
vivir sin vida todos estos años?
Por evitarme daños, tuve daños, y huyendo penas,
penas me han venido.

¡Cuánto tiempo, cuánto placer, perdido
en virtud, muerte, ritos tan extraños
como inflexibles, místicos engaños,
humillaciones, Dios! ¡Qué buena he sido!

Me arrepiento del tiempo en que fui buena,
viviendo sin gozar el prodigioso
fulgor del mal, quebrando mi destino.

Y ahora que su goce me envenena,
¿cómo negarse, si es tan delicioso,
o cómo retornar al buen camino?



Nota. Adjunto un artículo que he encontrado de la Revista Letras Libres:

https://www.letraslibres.com/espana-mexico/literatura/carmen-jodra-madrid-1980-2019-memoriam

Y también:

https://www.youtube.com/watch?time_continue=384&v=R3II0UUT_nE



jueves, 1 de agosto de 2019

La Vijećnica y Naida




He soñado tantas veces con el incendio de este edificio, me confiesa Naida mientras atravesamos las salas de lectura reconstruidas. ¿Sabes que jugaba aquí de niña? Uno de los conserjes era tío mío. Pereció cuando lo bombardearon. Pero no por efecto directo de las bombas, sino porque el corazón le falló. No era toda su vida la que se le venía abajo al destruirse la Vijecnica, sino todos los saberes del mundo que, por un instante, él vio perdidos. Mi tío no era un conserje cualquiera. A lo largo de los años había adquirido conocimientos de restauración. Si se hubiera dedicado a la conservación le hubieran pagado más, pero él decía que eso no le importaba, que prefería tener una perspectiva variada. Que en uno de sus trabajos era el empleado y en el otro el sanador. Así llamaba a quienes recuperaban manuscritos y los mantenían a salvo de la incuria. La biblioteca era prácticamente su casa. Cuando algunos de la familia le decían: tienes abandonada a la tía Lamija, él respondía que su mujer era depositaria de los conocimientos a través suyo. Que él era intermediario no solo con el amor sino con el aprendizaje de la humanidad. Y dejaba enmudecidos a todos. En mi país dirían de la destrucción de la Biblioteca que es uno de los horrores de la guerra, le corto imprudente a Naida. ¿De la guerra?, dice ella con energía. Yo diría que de la ignorancia. No solo de la ambición o de la eterna obsesión de los poderes. Las guerras no surgen de un día para otro. Se incuban, germinan, todos colaboran a que tengan lugar antes o después. Por defecto o por exceso. Pero no te he traído aquí para hablar solo de las desgracias. Deleitémonos en la contemplación de la resurrección del edificio. ¿Otra vida tras la muerte?, digo con ironía. Por supuesto, otra vida nueva, porque nunca es como la vida anterior. Ni siquiera la de los libros.     




(Fotografía de Inés González)