Tras ver ayer por la noche un documental en Discovery Max sobre la verdad (¿cuánta seguirá oculta?) del bombardeo de Hiroshima hace setenta años uno puede sacar muchas conclusiones. Así, a vuelapluma, se me ocurren algunas.
Qué poco hemos sabido, y seguramente seguimos sin saber, sobre lo que había detrás de toda aquella monstruosa operación militar. Seguramente todo viene de mucho antes, con las implicaciones de los Estados en aquel statu quo bélico, incluido el japonés, que desarrollaron un curso de muerte y destrucción, llegando a dar lugar a masacres sin fin, como las de Hiroshima y Nagasaki (nos enteramos de que antes, en raids sobre Tokio habían llegado a morir cien mil personas, bagatela, vamos)
La repugnante obcecación del gobierno y los militares japoneses, con sumo desprecio a sus propios súbditos, que se resistieron a firmar la rendición antes de que tuviera lugar la barbarie del 6 de agosto (con un emperador muy dios, pero o inútil o cómplice total)
El interés del gobierno norteamericano y el especial empeño de los militares en sentar precedente mundial de poder con el arma atómica. La manipulación masiva de los medios de comunicación tanto en la sociedad japonesa como en la norteamericana. Difícil discernir en acciones tan extremas como las llevadas por los USA en aquella y otras contiendas qué parte de ellas son geoestratégicas, qué parte de negocio de los grandes fabricantes armamentísticos, qué parte de mantenimiento de una clase militar ávida siempre de poder y modus vivendi elitista
El cínico silencio durante años de los científicos padres de la bomba, más preocupados por sus grandes investigaciones y logros, lo cual eleva su propio ego por encima del común de los mortales, antes que conceder un criterio moral a lo que hacían. Es cierto que debieron darse cuenta antes del bombardeo de lo que podrían generar con su mortífero hallazgo; incluso en el reportaje se habla de una carta dirigida al presidente advirtiendo del daño que podría causar si se usaba (entonces, ¿para qué la fabricasteis, podrían espetarles las víctimas?)
El cinismo y desprecio de los jefes norteamericanos de la operación con la sociedad civil japonesa. Un ejemplo: cuando empezaron a barajar ciudades para el bombardeo pensaron en Kioto, la histórica ciudad, con esta especie de "razonamiento": "Porque los ciudadanos de Kioto estaban más culturizados y eran más inteligentes, y ese perfil se adecuaba mejor a los efectos de la bomba". (Lo contó un profesor norteamericano que participó en el documental) ¿Pretendían de esta manera la muerte simbólica de la cultura? ¿Despreciaban su extensión social, el desarrollo de la inteligencia y de la comprensión razonada, es decir, las luces en medio de las tinieblas?
La complicidad de la sociedad estadounidense y esos gestos aberrantes de celebración de la victoria en las calles, tras la explosión atómica y la consecuente rendición de lo que quedaba de los ejércitos nipones. Aunque muchos ciudadanos americanos admitieron en años posteriores que había sido una brutalidad, siempre justificaron la acción como necesaria para poner fin a la guerra (historiadores y testigos aún vivos mantienen que de haber querido se podría haber llegado a una paz pactada)
Naturalmente, la barbarie siempre tiene abundantes rostros y derivaciones. No ya la muerte instantánea de miles de personas. También las secuelas de la radiación. Un científico dijo que al desatar la radiación de aquella manera brutal se desencadena todo tipo de cánceres en los cuerpos. Y puesto que inmediatamente llegó la rendición japonesa, vino la segunda parte del horror: las ciudades devastadas, el hambre, la desposesión, las mafias, la carencia de organización estatal que fue aprovechada por el mercado negro, la desaparición de niñas...
Que el eminente físico nuclear Robert Oppenheimer se reconociera tras el crimen en una cita del Bhagavad Gita: "Ahora me he convertido en muerte, en destructor de mundos", ¿le exime de responsabilidades en la barbarie?
No estoy seguro de que aquella lección se aprendiera. Hoy mismo leo en El País que un 56 por cien de ciudadanos norteamericanos considera aún, a setenta años visto lo de Hiroshima y Nagasaki, que fue necesario arrojar las bombas atómicas. Y por otra parte, el actual gobierno halcón de Tokio anda considerando intervenir más directamente en el armamentismo nuclear del presente. ¿Toca el fin de la conciencia pacifista? ¿Permitirán, permitiremos, los ciudadanos del mundo que se repitan las aberraciones letales? Me quedo en estas preguntas.
(Fotografía tomada del blog Presencia de espíritu)