sábado, 28 de febrero de 2009

La máscara quebrada


Al contemplarte me pregunto
qué derrota te fue inflingida
qué expulsión se te dictó
qué alejamiento te perdonó la vida
qué significado dejaste de ser
para los tuyos.
Paseas por el mundo una sonrisa
cínica
o acaso es la alegría maltrecha
mostrando una hendidura: el precio
de tu apuesta.
De mano en mano
¿cuántos habrán observado con solicitud
tu quebrada lástima?
Yo que te tengo ahora ante mis ojos
escucho confidencias
y también silencios entristecidos.
Tus susurros me llenan de ternura.
No somos tan distintos.
Protégeme.


(Máscara africana; sus últimos depositarios catalanes me la hicieron llegar generosamente hace dos días)

viernes, 27 de febrero de 2009

Las dudas de Eva



¿Qué te hace desistir de morderla?
¿El temor a la condena que intuyes?
¿El riesgo de convertirte en mito
para siempre?
¿El abandono de la tutela imprecisa
por parte de un demiurgo infalible
e improbable?

Pero si no la catas,
si no das las dentelladas incisivas
que te trasladen su aroma al paladar,
¿de qué te servirá un edén inmortal
donde tu cuerpo apasionado
no ponga a prueba sus sentidos?

No renuncies al desafío
de la tentación
ni desproveas tu alimento.
El bien y el mal pueden esperar.
El conocimiento puede demorarse.
Aún el reptil no se ha consagrado
como símbolo.
Come y da de comer de tu mano
el manjar aplazado largo tiempo.


(Fotografía de Leonard Nimoy)

miércoles, 25 de febrero de 2009

Aparición


En esta improcedencia
que marca tus días
salvas
una aparición
una sombra
desalojando su enigma de verano
cuando los estampados del bosque
recubrían
la sangre muerta del extraño ser
que sólo tenía calma
y ojos asombrados
y oídos muy abiertos
y el calor que expulsó de su cuerpo
para ti

martes, 24 de febrero de 2009

Al pairo



Oscura navegación
Hacia costas inaccesibles.
Tus remos son aristas
Cuya frágil fortaleza está a prueba.
No ignores el oleaje
Ni cedas a la complacencia de la bonanza.
Al pairo de las acechanzas del océano
Resistirás una tras otra
Las pruebas.
Mas a la larga no podrás volver.
No sabrás.
Serás el último habitante
De su poblado olvido.




(Eikoh Hosoe, fotografía)

Estupor



No impidas que el paraíso
Aflore en tu mirada.
No ausentes tu sorpresa
Por la presencia que no tocas.


(Montaje de Eikoh Hosoe)

lunes, 23 de febrero de 2009

Permanencia


A veces tal parece que alguien
alguien que estuvo y nos ungió
y nos entregó un testigo difícil y acaso incomprensible
se va
y descubres
cuando aflora la desnudez de la memoria
y te agita una incierta desprotección
que está más que nunca


(para V.D.; composición de Jorge Molder)

domingo, 22 de febrero de 2009

George Grosz: entre un sí menor y un NO mayor


Muchas veces me he preguntado: ¿por qué me fascina Grosz? Y me respondo: por su obra Metrópolis, no me cabe duda. Pero esto inicialmente. Porque desde que hace muchos años la descubrí en el Museo Thyssen de Madrid, todo ha sido un arrebato. Cada vez que he vuelto al Museo he avanzado por las salas nervioso y excitado, buscando el cuadro como si se tratara de ir al encuentro de una pasión amorosa.

Difícil expresar lo que me significa Metrópolis, cuando las explicaciones se hallan en el propio subconsciente y en el mundo de emociones. Acaso se trata de un paso más, posiblemente complementario, de la otra Metrópolis, la de Lang. Me admira esa inteligencia en vertebrar la arista que genera la perspectiva -el milagro de la farola a dos aguas, el edificio angular que nutre dos arterias- como si fuera el canto de un libro cuya lectura se precipita vertiginosa e inversa desde el interior hacia nuestros ojos. Las calles se suman en la vorágine de la vida ordinaria, premonición de la forma de vida actual y también, cómo no, del infierno. El color rojo dominante, lejos de homogeneizar o volver impersonal la imagen, la multiplica en sus efectos tenebristas y agitados. Un rojo lleno de matices, capaz de desdoblarse en claridades y de ahondar en zonas umbrosas. El cruce y caída oblicua de las figuras -los transeúntes apresurados, los vehículos y sus luces, las banderas ondeantes, los neones, la acumulación de edificios de altura sobre edificios de más altura- transmiten la sensación de marasmo sobre lo que en principio debería ser sólo ajetreo y ritmo velocísimo en los quehaceres de la gran ciudad. Como un segundo efecto, al fondo a la izquierda, se reproduce en un amarillo intenso y contrastado el mismo edificio de cúpula bizantina del primer plano. Pero esa cegadora emulsión gualda entre el dominio del rojo produce el efecto del incendio que prende en la urbe de los prodigios. ¿Se extenderá? Los rostros y las manos de algunos viandantes tocados ya por la luz ardiente así parece indicarlo.



El símbolo de Grosz sobre la ciudad no sólo alegre y confiada, sino mercantil y dominadora, capaz de acaparar poder pero también de expresar contradicción y crisis, me resulta de lo más elevado en cuanto a simbología de la ciudad paradigmática y atroz del siglo XX que ha pasado al XXI. Grosz prescinde de cualquier visión figurativa para expresionar a su manera la sensación, las sugerencias, el significado del clima social, la vorágine de la vida cotidiana. Después de descubrir esta La Ciudad de Grosz empecé a interesarme por el resto de su obra, esa acumulación magistral de pinturas, acuarelas y dibujos donde la historia de Alemania y de los berlineses en el período de Entreguerras desborda sus pinceles, sus plumillas y sus carboncillos.

Nada mejor que hacer una pequeña selección de textos y obras. Los textos están entresacados de su libro Eine Kleines Ja und ein Grosses Nein (Un sí menor y un NO mayor), libro de memorias escrito ya en los años de exilio en Estados Unidos de América.



Confundidos entre el gentío, empujados por él a la vez que sosteníamos el plato de canapés y la copa de champaña, nos entregábamos al ambiente ruidoso y festivo. Saludábamos a los conocidos y señalábamos entre nosotros a los diplomáticos, estadistas y demás personajes presentes, cuyas caras conocíamos porque aparecían con frecuencia en periódicos y revistas. Los criados, ya mayores y de aspecto aristocrático, parecían muñecos bien entrenados y obedientes, casi asexuados, pertenecientes a otra época; pero nos servían con dignidad, sin que pareciera impresionarlos el cambio de los tiempos y las formas, sin levantar apenas la vista al ver cómo les arrebataban literalmente de las bandejas recién preparadas los canapés de caviar fresco.


Siempre que veo grandes concentraciones de masas pienso en los insectos. Es cierto que no soy el primero en observar la similitud , pero cada vez que las veo, me vuelvo a asustar un poco. Por ejemplo, una recepción oficial: ¡qué impresionante cuadro de un enjambre de insectos revoloteantes! Los vestidos de las mujeres se parecen a las alas multicolores de los coleópteros, los fracs de los hombres semejan el cuerpo oscuro del escarabajo estercolero. ¡Y cómo desarrollan todos ese apetito voraz propio de los insectos cuando se encuentran ante una mesa bien surtida! Lo más sorprendente es la imposibilidad de apartarse de ellos. Te atraen y te envuelven y, de repente, te transformas también en un escarabajo hambriento, como los demás...



No era sólo gente joven la que andaba de un lado para otro, ocupando las calles. Había muchos que se sentían incapaces de aceptar la derrota. Otros no podían volver al mundo normal del trabajo que habían abandonado. Ese mundo había desaparecido o se encontraba en estado de descomposición, y tampoco había trabajo regular como antes, aunque alguien hubiese estado dispuesto a trabajar. En todas partes había parados. Para tranquilizarlos les enseñaban a jugar al ajedrez en lugar de darles trabajo. De cien personas, ochenta vivían de la ayuda del Estado.



De repente se presentó, en compañía de una elegante mujer, el prototipo del alemán tal y como gustan de representarlo ciertos caricaturistas franceses: un hombre con el rostro hinchado, típico del antiguo estudiante perteneciente a una corporación, que después ha seguido hinchándose para convertirse en el rostro del director general alemán, probablemente de la industria pesada, un hombre de faz rubicunda y arterias demasiado gruesas, que padece de tensión alta y tiene los ojos pequeños y enrojecidos.


En todas las esquinas se veían inválidos de guerra, auténticos o no. Algunos dormitaban hasta que alguien acertaba a pasar: en ese mismo instante empezaban a sacudir la cabeza y a sufrir temblores espasmódicos. La gente los llamaba “temblones”:

- ¡Mira, mamá, otro temblón de esos!

Todo el mundo se había acostumbrado ya a un espectáculo que en otros tiempos se hubiera considerado vergonzoso y repulsivo. Algunos inválidos empezaban a ofrecer chocolate “Wan-Eta”, de origen norteamericano, que de repente apareció en grandes cantidades. ¡Dios, cuanto tiempo hacía que no habíamos visto un trozo de chocolate! En manos de los inválidos de guerra parecía una ramita de laurel, como el que la paloma llevaba en el pico cuando volaba hacia el Arca de Noé. Era un síntoma de que las cosas habían empezado a mejorar.




Se me cortó la respiración. Veía aquel cuerpo de mujer, robusto, lleno, plenamente desarrollado, que se desprendía poco a poco de su envoltura blanca. Todos los objetos de la habitación parecían estar interesados en el espectáculo. ¿Acaso la silla no enderezaba el respaldo para ver mejor? Y la lámpara, ¿no pestañeaba? Excitado y sin atreverme a respirar dejé que aquella imagen entrara por mis ojos y me llenara el alma. Estaba sofocado, pero también fascinado. De modo que así es la mujer: ¡un fruto hendido!



Tenía el cuerpo lleno, era un poco más alta que la mayoría de las mujeres, y su cabello no era negro azabache, pero sí bastante oscuro. Le rodeaba la cabeza formando un peinado parecido al de la princesa heredera...Yo estaba allí como petrificado. Todo cuanto me rodeaba se hundió en la niebla, mis ojos estaban pendientes de lo que sucedía en la habitación. La mujer estaba ya medio desvestida dentro del círculo de luz. Sus calzones blancos adornados con cintitas azules, le llegaban hasta debajo de la rodilla. Aunque eran de corte ancho, se tensaban en la parte superior sobre sus rollizos muslos. En torno al talle acababan en una jarreta fruncida con cordones. Pude ver sus pantorrillas sólidas, embutidas en medias negras que se perdían en unos botines abrochados -que me parecieron diminutos- bastante altos, con una abertura en la parte delantera.

sábado, 21 de febrero de 2009

Atisbo


O si las sombras
O si las luces
O si entre la penumbra
Oteas
Que tu vida diverge
Y al adentrarte
Atisbas
Que aún es posible
Cualquier dirección
Menos la que borraron las olas.


(Foto de Martín Stranka)

viernes, 20 de febrero de 2009

La cé


Muerde la cé. Déjala asomar a los sentidos furtivos. Apriétala antes de que se te escape. El arco de tu boca se eleva para sujetar la letra. Degusta su reposado zumbido. Asómbrate de su prudente arrebato. Disfrútala como un fruto que germina, crece y madura a un tiempo. Apenas una dentellada imperceptible. Como un prodigio de plenitud. Muerde el sonido que mana entre la sanguina fluyente de tu lengua y el carmín de los labios. Los colores de la cé. Entreabre lo justo para que lo cortante y lo dúctil se encuentren en un punto pactado misteriosamente. Sin perjudicarse, sin hacer más herida que la que cause la propia frontera antes de ceder. Ya es bastante hiriente esta letra y todas las que arrastra a continuación. Ese instante pasajero y veloz, cuando se configuran en un cuerpo superior y forman una palabra, un sentido, una intención. Te paras en la cé. No quieres avanzar. La esencia fonética duda en esa extroversión. Pero debe rendirse. Para que la expresión de los vocablos se articulen. Ya es un monumento la enunciación de la cé. Una manifestación que en tu rostro adquiere el valor de los gestos. Una tentación. Una aproximación. Un puente que convierte las palabras que desean ser emitidas en un territorio con fisonomía. La cé, divergente y rebelde. Más allá del alfabeto y sus recursos, prospectando otros mundos. Desde tu boca.


(Fotografía de Leopoldo Pomés)

jueves, 19 de febrero de 2009

Máximas mínimas



Evita que los hechos se impongan a las actitudes
Evita que la actitudes soslayen el ingenio
Evita que el ingenio burle las miradas
Evita que las miradas desplacen los gestos
Evita que los gestos eclipsen las palabras
Evita que las palabras coarten las intenciones
Evita que las intenciones marchiten los sentidos
Evita que los sentidos dobleguen las respiraciones
Evita que las respiraciones ahoguen los susurros
Evita que los susurros sustituyan a los latidos
Evita que los latidos suenen si no son sinceros.


(La autofotografía fue hecha por Jorge Molder)

miércoles, 18 de febrero de 2009

Telaraña




Epidermis en cuya red
Quedas atrapada por la confusión.
Viejos filamentos desprendidos de los deseos
Más extraviados.
Aún estás a tiempo de liberar las facciones
Del tedio.
No mires para atrás.
Abandona el sueño de lo simétrico
Antes de que te conviertas en estatua
De hastío.


(Dibujo de Manuel Boix)

martes, 17 de febrero de 2009

Insensibilidad



Al agarrar el racimo de estrellas
Tu mano ardió.
Toda la luz te parecía poca
Para llenar el pecho.
Después enmudeciste.
Y el dolor ni siquiera paría
Exclamaciones.
Tras el suceso la herida detuvo
Tus pasos.
Cada pisada era un gesto inmóvil.
Cada palabra nacía muerta.
Cada sonrisa, una mueca envenenada.
Ya no extiendes la mano
Hacia ninguna hoguera.
Ya no sientes.


(Dibujo de Manuel Boix)

lunes, 16 de febrero de 2009

La serpiente


No dejes que la sombra te circunde.
Una vez huída de ti
Jamás será ya la vieja compañía,
Sino la traición.
Apenas un reptil
Que acabará engulléndote en la oscuridad
De los días.
Y todo tú serás sombra,
Un lamento insalvable.


(Pintura de Johan Heinrich Wilhem Tischbein)

domingo, 15 de febrero de 2009

A Valeria


Veinte años, más o menos. Y hoy aparece al hacer una mudanza más, entre cajas repletas de papeles y fotografías entremezclados cuyo orden no pienso recomponer. Al dar el click, pensé que los rayones del ventanal iban a eclipsar tu marcha. La hicieron más oscura, eso sí. Puede que incluso más expresiva. No fue tan torpe fijar tu imagen de desaire y huída. Me habías dado la espalda, y espalda sólo había una por encima de todas, la tuya, me dije. Fue un atrevimiento y un símbolo. Ya ves, te inmortalicé en tu pose de cólera. Si lo hubieras sabido, te habrías vuelto para golpearme. O acaso ese paso atrás te hubiera hecho permanecer. Cada ademán tienes tantas posibilidades de desencadenar lo imprevisible, ¿verdad? Como no eras partidaria de chillar gesticulabas, pateabas, encorvabas el cuerpo como si fueras a caer. En la foto no sale, pero antes me habías empujado, habías clavado con agresividad tus dedos en mis hombros, además de desgarrarme con una mirada dañina. Con las mismas palmas que por la calle rozaban el aire, tal vez lo cortaban, tan afiladas y bruscas las tenías, habías desparramado los vasos y los platos fuera de aquella mesa donde no fue posible nunca la última cena. Para qué. Me encontrabas culpable y ya me habías condenado. Nunca creíste demasiado en los juicios justos. Yo tampoco me sentí reo de nada, si quieres que te diga la verdad, lo cual resulta algo inútil porque después jamás supe de ti; o sí, miento, me contaron, me insistieron, alguien trató de hacer de intermediario, ciertas señales pretendieron una puesta en contacto, pero no quise saber. O simplemente es que ya no sabía ni podía escuchar. Yo tampoco he servido nunca para hacer del tono de la voz un ariete, y menos una catapulta. Mis iras me las tragué siempre, no sólo las mías, sobre todo las tuyas. Tal vez por eso te crecías en tus desahogos, te precipitabas en el vómito de argumentos fantásticos, impositivos, contradictorios. En todos los conflictos hay mucho de sinrazón pero también de ineptitud para enfocar su solución por las partes. Esto es lo que más me pesa, la incapacidad. Y luego el temor a no ser entendido, y luego la indecisión, y luego la dificultad de hallar las palabras precisas. Pero aunque éstas se pronunciaran con cierta aproximación, aunque el esfuerzo por salvar una vez más el agujero que se abría bajo nuestros pies y hacía quebrar nuestros impulsos afectivos se hubiera llevado a efecto, ambos estábamos demasiado débiles. A estas alturas, probablemente, tú ya no te acuerdes. Alguien que nos conocía a ambos me ha contado que has tenido otros episodios de pareja posteriores, sin demasiado éxito. También que ahora te has vuelto taciturna, que la casa de techos altos del barrio viejo te viene grande. Ni siquiera he querido preguntar por ahí si tu cuerpo ha cambiado, si tu rostro podría reconocerlo. Me queda tu espalda, entre mis dedos, que acarician la fotografía, que arañan el envejecido papel mate, que lo aprietan, que lo estrujan.

sábado, 14 de febrero de 2009

Goethe


Te asomas, la luz
Se adhiere a tu cuerpo
Y tu mirada
¿dónde se dirige tu mirada
Sino a la luz?


(Dibujo de Johan Heinrich Wilhem Tischbein)

El necesario espíritu de Antoni Farrés



Hace ya muchos años, un antiguo compañero de trabajo que vivía en Sabadell, a propósito de su intención de voto cuando había elecciones me decía: para el Parlamento catalán voto a CIU (la derecha culta y civilizada catalana), pero en las municipales voto a Antoni Farrés (candidato comunista). ¿Y eso cómo se come?, le inquiría yo. Respuesta: Porque me parece que la gestión de la comunidad catalana la lleva mejor aquel partido -ya digo que esta conversación fue hace veinte años- , pero a nivel municipal la gestión es honesta y la hace muy bien y eficazmente el alcalde Farrés. Pues bien, Antoni Farrés murió ayer y la escueta noticia me hace pensar.

Cuando leo hoy el obituario de El País sobre Farrés, lo relaciono. Cuenta dicho obituario que en 1996 Farrés echó de su despacho a un constructor cuando le ofreció una cartera con tres millones de pesetas. Cuenta también que cuando anteriormente, en 1995, otro contratista le regaló un décimo de lotería de Navidad el alcalde lo entregó en la secretaría del Ayuntamiento. Curiosamente, el décimo fue agraciado con el segundo premio. ¿Era esta actitud moral de cuerpo entero la que hizo que los ciudadanos valoraran tanto a un alcalde que incluso le votaron cinco veces seguidas? Es para meditarlo.

¿Eran otros tiempos, era otro alcalde, era otra ética? Probablemente hoy haya gente así. Quiero pensar que la hay. El valor íntegro de Farrés se convierte así en un símbolo cuando durante estos días se llevan a cabo una serie de investigaciones judiciales sobre personas, personajes y cargos vinculados al PP por sospechas fundadas de corrupción. Por supuesto que, como se ha dicho, el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente. Yo añado: y si no, al menos se deja tentar y a alto precio. Lo que está saliendo a relucir en España desde hace años es que los negocios han utilizado al poder en cualquiera de sus vertientes, y que muchos poderes se han dejado corromper sin escrúpulo alguno.

Ahora bien, yo lo que quiero resaltar aquí es que no todos son iguales. Hay una expresión simplona y reductora en parte de la opinión pública de que todos los políticos son iguales. Es una frase peligrosa y negadora porque se traduce en que nosotros, los ciudadanos, somos también de ese estilo. Ya que los políticos son gestores y reflejo de la sociedad. Están gobernando los que la sociedad decide que gobiernen, sean cual sea la competencia administrativa que se elija. El tema sería: ¿por qué lo permitimos? No creo que todos sean iguales, al menos no quiero que todos sean iguales. Bueno, pues que cada ciudadano se mire a sí mismo y se reconozca íntegro o sometido a la tentación dispuesta en la que caer si se le propiciara.

Recordar en estos momentos a Antoni Farrés pasa por vindicar el espíritu de la ética de gobierno en tiempos y espacios en los que muchos gestores elegidos están para tratar de sacar provecho a cuenta del bien público. Este espíritu se debe de materializar -no dudo de que muchos alcaldes y concejales sufren lo suyo por ser buenos y honrados gestores-, a pesar de las acechanzas y presiones de los negocios inmobiliarios, industriales o constructores en general, y del amiguismo y el clientelismo partidista. Si las investigaciones judiciales sirven para sacar la porquería, bienvenida sean. Pero que los partidos y entes vinculados a esos personajes corruptos corrijan y reconozcan públicamente sus errores o sus delitos. ¿Es mucho pedir? Pues yo, un simple ciudadano, lo exige. ¿Quién se apunta?


viernes, 13 de febrero de 2009

Elección


Inconsistencia.
No sabernos nada sin la sujeción
De unas manos.
O sabernos todo sin que se apoderen
De nuestra debilidad.
Elección.


(El checo Roman Sejkot pone la fotografía)


jueves, 12 de febrero de 2009

Un poema de Rafael Cadenas



Ida, vuelta, subida, bajada, estiramiento, encogimiento, marcha, retroceso, paso, parada...exploración ilimitada o eterno retorno...y mientras, pasamos los días ejercitando los movimientos que nos justifiquen -¿no seremos todos peones del tablero blanquinegro en otras manos?- cultivando las débiles posesiones, acogiendo sueños que son flor de un día, sorteando espacios que nos descubran y nos oculten otros espacios, resistiéndonos a que las horas no pasen en blanco o no se tiñan de negro...a veces leemos, a veces sonreímos, a veces estallamos (en ira), medimos con frecuencia la distancia recorrida, con un efecto de vértigo pesaroso y desafiante, bebemos cerveza sin tino, acaso hasta rozamos una piel que no es la nuestra y que se deja rozar, y entre latido y bostezo, entre suspiro y carraspeo, entre gemidos y silencios atravesamos frondas que se precipitan como imágenes, como letras, como voces rescatadas el túnel del tiempo, y volvemos una y otra vez -y lo nombra el poeta venezolano Rafael Cadenas- a...

Esas escrituras invariables.

Siempre regreso al mismo idioma. Un cuero embrujado de animal. Inatrapable, pero presente como la vida de un antepasado.

Tejido sobre el tejido, la lengua muerta del amor, fuego que me ha hecho adicto a un culto insinuante.


(Fotografía de Michal Hustaty)

miércoles, 11 de febrero de 2009

Castigo


Dicen que las tinieblas ocuparon el silencio
Y que la superficie de la tierra quedó muda,
Mas yo te increpo:
¿crees haber dicho ya la última palabra?



(La imagen es del padre de la fotografía checa Frantisek Drtikol, Pribam 3/3/1883 - Praga 13/6/1961)

lunes, 9 de febrero de 2009

Habla Utamaro



Miro tu espalda. La palpo, la expando. Paso mi mano por ella y aprecio su urdimbre. De qué está hecha, me digo ingenuamente. Tacto sus espacios más cálidos y equilibro los más templados. Calculo sorteando con el giratorio oscilar de mis dedos su medida. Compruebo la dimensión de este pliego albo que se abre ante mis ojos. Pongo las puntas de mis dedos a cabalgar en sentido radial hasta sus márgenes. Aprieto mis pulgares sobre los puntos cardinales de tu lámina de seda. Aprecio sus hondonadas. Aliso con delicadeza los tendones que suben y bajan como olas. Todo tan preciso para disponer la obra. Incluso los movimientos imprevistos hay que tratar de adivinarlos. Sólo los años del artista permiten detectar los seísmos que oculta un cuerpo ajeno. Sólo la sensibilidad más receptiva puede escuchar la otra voz que se estremece desde su desnudez pasiva. Ni el papel de arroz posee la tersura de tu espalda, ni el washi tiene la maleabilidad que tú tienes. Acerco mis labios a tu piel para captar su grado de humedad. Deposito mi aliento a un palmo para sentir la capacidad de absorción de su atmósfera. Paseo por su perímetro el filo vertical de mi mano erguida como si pergeñara un esbozo invisible. Es entonces cuando deslizo los pinceles con firmeza y escribo. Y la caligrafía inicial se divide y se multiplica en letras ilustradas de la vida. Trabajo sobre tu superficie de porcelana con calma pero con seguridad. Me asombra la quietud que tu espalda pulida me brinda. Puedo llenarla de imágenes como las que tú saboreas en el recuerdo. Puedo proceder lentamente a dibujar contornos, y luego llenarlos de estampas en azul turquesa, y también verdosas, anaranjadas, níveas. Puedo rescatar los paisajes de tu infancia, revivir los amores frágiles de tu pubertad, traer rostros de desconocidos a los que reclamas cuando te instigan ferozmente los deseos y te agitan sus compulsiones. Puedo incluso desarrollar escenas del tiempo flotante que habitas. Me pides de pronto que grabe la pintura, que inmortalice el estuco del envés de tu torso. Y es entonces cuando convoco a las venas más superficiales de tu epidermis, y bajo el calor hiriente del fino punzón se convierten en cómplices. Me preguntas qué registro, y yo callo, y me enroco en la prueba. Sólo sé decir traeré el mejor espejo para que te mires; pero ambos sabemos que la imagen sólo está destinada secretamente a aquellos a quienes tú elijas. Y mientras persisto en la tarea me pregunto ¿qué es lo que de verdad refleja belleza en la escena que represento? ¿Mi mano o lo que emerge desde lo más íntimo de tu cuerpo y se funde con mi ejercicio? Como si me hubieras escuchado te inquietas. Ninguno de los trazos se desviarán, no temas; si lo hacen serán amortiguados por los colores. Ninguna de las líneas se hendirán en tu piel más allá de un punto superficial que se abre y se cierra a la presión. No temas tampoco si algunas leves gotas de tu sangre emanan de improviso; las lameré suavemente y con mi saliva cauterizaré cada sarpullido de oro. Mas los instrumentos de mi arte no suplirán jamás la habilidad de mis dedos ni la tersura de sus yemas ni el filo cortante de sus uñas, y eso lo sabe bien la recóndita energía que preservas y que duda en contenerse.


(Escena de la película Utamaro de Kenji Mizoguchi)


domingo, 8 de febrero de 2009

Mundo flotante



Yume No Ukiyo Ni Tada Kurue, Dejémonos llevar por este mundo flotante de sueños. Esta sentencia aparece en la obra Sozoro Monogatari (Cuentos ociosos), editada en 1641. Más tarde, el narrador Ihara Saikaku, desarrolla y explica algo más el concepto en su obra Ukiyo Monogatari (Cuentos del mundo flotante), publicado en 1661. “...Cantar una canción, beber vino, consolarse a sí mismo dejándose llevar mientras flota, no preocuparse por el último céntimo que uno gasta, y no permitir a tu corazón que se hunda, sino mantenerlo en alto como una calabaza flotando sobre el agua. Este es el modo de vivir en este mundo flotante”.

El sentimiento de un mundo flotante dio lugar a los genuinos grabados ukiyo-e desde finales del siglo XVIII y gran parte del XIX. Autores como Hiroshige, Utamaro, Hokusai, Kiyonaga, Sharaku y Harunobu configuran el sexteto de artistas más importante del género.




¿Una filosofía para la vida cotidiana? ¿Un carpe diem epicúreo versión cultura japonesa? En el mundo feudal japonés del período Edo muchos buscaban la salida a las dificultades de la vida cotidiana encarnadas en enfermedades, pestes, incendios, sojuzgamientos, acudiendo a las zonas de placer de las ciudades. El tránsito de la vida, plagada de tristezas (ambos conceptos definen el inicial sentido de lo uki) se convertía así en la búsqueda de lo alegre, la compensación, la ficción liberatoria. Y el concepto se trastoca, por lo tanto, se convierte en un mundo flotante. Se dirá que de alguna manera una actitud análoga ha impregnado la vida de los occidentales, y en concreto de las nuevas generaciones en las últimas décadas, a través de una sociedad consumista que se autofagocita y a la vez se procrea mercantil y ociosamente cada día.


Pero, ¿podríamos considerar de alguna manera mundo flotante también la lectura, la escritura, la audición musical, el disfrute del lenguaje cinematográfico, el embelesarnos con un paisaje no deteriorado, la contemplación del arte, la recreación en el silencio, la conversación amena y amistosa...? ¿Por qué no? A mi, particularmente, todo este tipo de ejercitaciones me hace también flotar; más, me hace volar, multiplicar las dimensiones de mis sueños. Uno piensa que mundos flotantes puede haber tantos...





(Los grabados son del creador de ukiyo-e Utamaro)

viernes, 6 de febrero de 2009

Afección


Deja que el silencio nutra tu extravío
antes de que la oscuridad te posea en su misterio.


(Martin Stranka, la foto)

miércoles, 4 de febrero de 2009

Ícaro bis


La arena de luz
Agasaja tu cansancio.
No habrá caída definitiva
Mientras la sombra te vigile.

Los días se desprenden dentro de ti
Y con ellos las palabras
Que sujetaban otros cuerpos, otras sensaciones.

Extraño territorio en el que te depositas
Con turbación y acaso hastío.
Donde no sabes medir ya los espacios
Ni calcular los recorridos.

Desvanece tu presencia
Recita la canción antigua
Y deja que el arroyo refresque tus pies.


(Foto de Martín Stranka)

martes, 3 de febrero de 2009

Ícaro


Vaivén de oleaje enloquecido
Al borde de tu furor
¿qué puedes ofrecerme
más allá de la espuma
y de ese constante golpear mi sangre?



(Fotografía: Martín Stranka)

lunes, 2 de febrero de 2009

Sortilegio bis


Deja que la última huella del paraíso
sea la que marque tu silencio.


(Fotografía del checo Martín Stranka)

domingo, 1 de febrero de 2009

Lectura de domingo



Leyendo a Fleur Jaeggy y su libro Los hermosos años del castigo...


“...Los copos de nieve flotaban inmóviles. Me atravesó la mente el pensamiento de que Frédérique se estaba inventando otra vida. De paso, mientras hablaba, me pareció captar en su mirada una extraña luz, como los copos de nieve, ligeros y efímeros, que parecen detenidos en el aire. Sentí miedo, quería decirle que se anduviera con cuidado, pero no sabía de qué. Mis pensamientos estaban suspendidos en el aire, tenía la impresión de que acechaba un peligro, el peligro de vivir lo que no existe. Luego todo volvió a estar tranquilo, ese resplandor de desorden se apagó”



(Fotografía de Gertrude Kasebier)