domingo, 29 de septiembre de 2024

Ecos lejanos, 12

 



Las respuestas, siempre la obsesión por las respuestas, le digo con voz tenue. Un reclamo que no llega a ser atendido de manera completa nunca. El pasado es borroso y glacial como este paisaje. Para tener respuestas tendríamos que haber visto con claridad entonces lo que había en juego. No solo los huecos que se abrían en el enemigo sino la capacidad de este para taponarlos. Tampoco supimos ser conscientes de nuestras limitaciones. Lo peor en un combate es no calibrar los medios y adecuarse a las perspectivas. Así que no era posible, nos obnubilábamos con ideales que perseguían un buen fin pero que no podíamos convertir en algo estable. Y ellos, o bien eran más fuertes y resistentes que nosotros o nosotros más frágiles de lo que nos pensábamos. 

La mujer ha puesto su brazo sobre mi hombro, sus dedos bailotean con un compás relajante en mi cuello. No podíamos ignorar el momento, dice, ni mostrarnos insensibles antes las demandas de todo el mundo. Se exigían respuestas, era innegable. Acaso nos equivocamos al no conformarnos con soluciones a corto plazo o bien porque el campo enfermo que se había abierto no permitía pequeñas curas sino que urgía una cirugía radical. Una cirugía que se volvió contra nosotros, mujer. Pero solo en un sentido, me interrumpe. Sin aquella situación yo no me hubiese acercado a ti y tú no te hubieras dejado arrastrar como un curioso que se manifestó inseguro de sí mismo.

Hay un silencio más gris que el del exterior de la casa. La conversación adquiere un tono no menos ceniciento. Ya nada es lo mismo, dice de pronto ella. Los cuerpos son otros, las ilusiones ni siquiera son. Nos alejamos de personas que era decisivas en nuestras vidas. Tú y yo hemos sido un ejemplo. Pero ha existido un cordón umbilical secreto entre nosotros, le interrumpo. Te he recordado, te he deseado, te he invocado. No me cansaré de repetirlo. Lo que ha sido no podía ser de otro modo, dice. Y ya ves en qué hemos devenido. 

Sí, nuestras vidas han estado acompañadas de infinidad de individuos, interferidas, obligadas incluso. De personas y quehaceres. Bordeando la supervivencia con desplazamientos, trabajos precarios, cuando no sometidas a humillaciones y entre ellas, sin duda, la peor de todas, la privación de la libertad. Aferrándonos a recuerdos gratos para no perder la esperanza. Ha sido una vida ocupada todos estos años, muy tensa, ingrata. Una existencia transgredida por otros, anuladas para nosotros. Dime que no ha sido una vida de soledad en el fondo, porque no estábamos como referencia física el uno del otro, solo imaginaria. ¿Bastaba la memoria para consolarnos? Cuanto intentamos ser y hacer en su día quedó en el aire y lo hemos heredado como un castigo.

Se me han congelado las palabras. Una vena amarga me atraviesa y confunde. Ella se me planta de frente y me lo suelta. Por cierto, si hubiésemos tenido un hijo, ¿habría sido hijo de la revuelta?




*Fotografía de Inés González

viernes, 27 de septiembre de 2024

Baltasar Gracián, ese antiguo pero no viejo Criticón


Baltasar Gracián es antiguo, pero no viejo. Leer alguna de sus obras es como ampliar a un Marco Aurelio, por ejemplo, y enriquecerlo, y sumando una prosa castellana exquisita y precisa. Y aun pareciendo barroco, que no decadente, su pensamiento un tanto negativo, mas no equivocado, sobre conductas y pasiones de la especie humana está muy de actualidad. Dicen que influyó en La Rochefoucault, en Schopenhauer, en Nietzsche, y reconozco que resulta muy difícil negar sus puntos de vista.

No me aguanto comunicaros este trozo de la crisi octava (llama así a cada capítulo) de la primera parte de El Criticón


"—¿Quién es este monstruo coronado?—preguntó Andrenio—, ¿quién este espantoso rey ? 

—Este es—dijo el anciano—aquel tan nombrado y tan desconocido de todos, aquel cuyo es todo el mundo por sola una cosa que le falta; éste es aquel que todos platican y le tratan, y ninguno le querría en su casa, sino en la ajena; éste es aquel gran cazador con una red tan universal que enreda todo el mundo; éste es el señor de la mitad del año, primero, y de la otra mitad después; éste, el poderoso (entre los necios) juez a quien tantos se apelan, condenándose; éste, aquel príncipe universal de todos, no sólo de hombres, pero de las aves, de los peces y de las fieras; este es, finalmente, el tan famoso, el tan sonado, el tan común Engaño. 

—No hay más que aguardar—dijo Andrenio—. Vámonos de aquí, que ya estoy más lejos del cuanto más cerca. 

—Aguarda—dijo el viejo—, que quiero que conozcas toda su parentela. 

 Ladeó un poco el espejo y apareció una urca más furiosa que la de Orlando, una vieja más embelecadora que la de Sempronio.  

 —¿Quién es esta meguera? —preguntó Andrenio. 

—Esta es su madre, la que le manda y gobierna; ésta es la Mentira. 

—¡Qué cosa tan vieja! 

—Ha muchos años que nació. 

—¡Qué cosa tan fea!  Cuando se descubre, parece que cojea. 

—Por eso le alcanzan luego.

—¡Qué de gente le acompaña!

—Todo el mundo. 

—Y de buen porte. 

—Esos son los más allegados. 

—¿Y aquellos dos enanos? 

—El Sí y el No, que son sus meninos 

—¡Qué de promesas, qué de ofrecimientos, excusas, cumplimientos, favores! Hasta las alabanzas le acompañan. 

Torció el espejo a un lado y a otro, y descubrieron mucha gente honrada, aunque no de bien:

—Aquélla es la Ignorancia su abuela; la otra su esposa la Malicia, la Necedad su hermana; aquellos otros, sus hijos y hijas, los Males, las Desdichas, el Pesar, la Vergüenza, el Trabajo, el Arrepentimiento, la Perdición, la Confusión y el Desprecio. Todos aquellos que le están al lado son sus hermanos y primos, el Embuste, el Embeleco y el Enredo, grandes hijos deste siglo y desta era. ¿Estás contento, Andrenio?—le preguntó el viejo. 

—Contento no, pero desengañado sí. Vamos, que los instantes se me hacen siglos: una misma cosa me es dos veces tormento, primero deseada y después aborrecida." 



martes, 24 de septiembre de 2024

Ecos lejanos, 11

 


Me parece bien que proponga un tiempo de sosiego en medio de la vorágine, Else. Sobre todo por usted misma. A usted también le conviene, me interrumpe. Sospecho que detrás de esa imagen de ausente y concentrado, que transmite serenidad y distancia, hay una personalidad preocupada y probablemente inquieta. No concibo que alguien interesado en las ideas y en la vida misma en todas sus dimensiones, y usted como lector de novelas u otros escritos se mueve en el terreno de las ideas, gran parte de ellas imaginativas, sea capaz de permanecer al margen de lo más fructifero del pensamiento. 

Trato de esquivar el gancho que me ha tirado. ¿Ah, sí? ¿Cuál es ello? ¿Alguna teoría de la modernidad? ¿Un renacimiento de algún clásico? ¿No sabe que las ideas, incluso las más puras y no digo las más perfectamente elaboradas, tienen más de un rostro? O si prefiere, ¿que son como el retorno de un bumerán si no se cobran la pieza cuando se disparan? 

Else lleva camino de convertir la bonanza que proponía en un torbellino de emociones. Sé de sobra la capacidad que tienen de retorcimiento por sí mismas las ideas, dice. No creo en la pureza de ellas, ni en su perfección. Las ideas son recursos de utilidad. De ahí que el sentido que puedan tener y sobre todo transmitir estén sujetas a la interpretación de intereses diferentes. Los que siempre hay en conflicto en una sociedad. Los que responden al bienestar o al infortunio de unos u otros. Al conocimiento de unos privilegiados o a la ignorancia de la mayoría. 

Else se ha parado y yo no he movido ficha. Suspira. El ámbar de sus ojos es más agudo cuando se excita al hablar. A medida que frena su discurso se apagan y ella sonríe discretamente. Todas las ideas tienen un fin, Else, es obvio. El problema es cuando se desvirtúan o, como usted dice, cuando triunfa la utilización de ellas por el más fuerte. Y a la hora de la confrontación el más vigoroso no es el que más razona o invita a construir con las ideas claras un proyecto que beneficie, sino el más energúmeno, el que manipula más. Porque usted sabe que las ideas no son nada sin las palabras. Y estas pueden volver torticeras a aquellas, a anularlas e incluso a hacerlas desaparecer . 

Else afirma con la cabeza lo que digo. Ahora su tono de voz es moderado y hasta apacible. Creo que me está dando la razón sobre mi consideración sobre el usted secreto que se encuentra tras el usted simulador. Por eso le decía antes, amigo mío, que no le veo capaz de una quietud de caballero de orden ante los sucesos de estos días. Además ni los caballeros de orden lo mantienen, porque ellos optaron hace tiempo por el desorden, aunque ahora esta actitud se la achaquen a quienes no podían resistir más y han salido a la calle. 

Else me ha sujetado de la muñeca, tal vez como un modo de que no desconcentre mi atención en sus palabras. Pero a mí me sabe a caricia. Quiero corresponderla con una actitud conciliadora. No puedo quitar valor a sus pensamientos, que no creo que sean radicales. Palabras como orden o desorden, moderado o radical, verdad o falsedad, y otras tantas que se suponen opuestas están sometidas a intereses y a fuerzas que juegan a varias bandas. 

Por un momento he dudado si decir a Else: dígame claramente cuáles son sus intenciones en este encuentro de café, si busca solo diálogo o si pretende algo más de mí. Pero hace tiempo que aprendí a no forzar situaciones. Además me gustan las sorpresas. De pronto Else se manifiesta pragmática. Ha llegado un momento en que todo está tan claro, amigo mío, que usted mismo debe catar también la fruta del pensamiento que está en su sazón. ¿Me está invitando a que participe...? La sonrisa de Else tiene más poder que los pensamientos y las palabras. He temblado por la propuesta, que he percibido dual y, por lo tanto, arriesgada.



sábado, 21 de septiembre de 2024

Ecos lejanos, 10

 



Hoy he entregado a la mujer un texto que me rondaba desde hace días. Léelo luego, cuando nos hayamos ido, le he dicho. ¿Y si prefiero leerlo ahora?, ha replicado arrebatándome el folio. Se ha apartado. Me ha dado la espalda. No sé si ha repetido la lectura o contemplaba a las cornejas.   

Una vez bebí de la fuente y probé de la tierra. Deja que hoy esté también cerca de la materia transparente. 

De niño me acercaba a aquella roca en forma de plato por donde se filtraba el manatial, tan leve como prístino. Al ras de sus bordes sorbía una pureza hija de las entrañas de la montaña. Me empujaba la sed, me apremiaba el calor del estío. Me desbordaba la frescura que se deslizaba por el interior de mi cuerpo. Como un aborigen primitivo postrado ante la humedad natural estaba a mi alcance la posibilidad de saciarme. Pero siempre quería más, y volvía una y otra vez a aquel cuenco que filtraba su don oculto para mí. Solo mucho tiempo después sentí lo mismo contigo, un ejercicio no menos natural. ¿Echaste en falta alguna vez mi sed que no acababa de apagarse?

Una vez, también en la infancia, caté los frutos violáceos de los matorrales que crecían por las riberas. Haz que su dulzor asome ahora a mi boca que no ha perdido la memoria.

La maleza era espinosa. Su tejido, un laberinto. Las bayas competían en sabor. Del dulzor a la acidez enseñaban a la criatura a distinguir y encontrar su valor. Aprendía en cada sapidez. Me educaba en el gusto. Me reconocía en la medida y el tiempo porque para saborear lo frutal hay que detenerse y olvidar. Sentarse bajo la fronda, ahuecar el espinar, acostarse junto a los juncales. Solo el aire escurridizo. Los olores de la tierra. El murmullo del regato. La ausencia de sonidos humanos. Entonces abrir los labios al fruto y ser tomado por él. Cuando tú eras agua y tierra y brisa y parada para mí volvía a reencontrar la frutalidad en sus propiedades exactas. ¿Comprendiste que el apetito era el instinto que no cesaba de desbordarnos?

En la privación de ti quise renacer desde la memoria y me convertí en raíz.

Siempre serás tú, dice mientras se da la vuelta y sostiene el papel. Sabes cambiar y a la vez estar en el mismo sitio, ¿cómo es posible? Ven, y me señala la ventana, contemplemos a las aves que saben de inviernos más que nosotros. Acaso ellas tengan respuestas de las que nosotros carecemos.




*Fotografía de Inés González 

miércoles, 18 de septiembre de 2024

Ecos lejanos, 9

 



Ha entrado agitada. Se sienta delante de mí. Trata de reponerse del resuello que trae. Estos últimos días la he visto poco, Else. Y tampoco su tertulia ha sido muy frecuentada. Más bien ha estado diezmada. ¿Ha tenido que ver con los sucesos que ya no se le ocultan a nadie?  El rostro de Else se vuelve más severo. No son tiempos de tertulia, me corta categórica. Al menos no de chácharas ni contemplaciones. Y no debería estar ahora aquí.  

Sus facciones se muestran tensas, incluso poco amistosas, no hay asomo de sonrisa. Me preocupa, Else. Que no acuda a la tertulia y que se sienta reclamada por causas externas y acaso superiores me da que pensar. Ella reacciona molesta. No piense, no se complique conmigo. Usted está ahí entretenido en su rincón mientras el mundo se incendia, sin importarle la esperanza que ha saltado a la calle buscando otro mundo, que es también otra vida. Usted prefiere ignorar lo ajeno aunque también le incumbe, y parece no querer admitir que vivir al margen de los cambios puede arrastrarle al infortunio. Si le llega su ruido, ¿sigue pensando que es banal? ¿No cree que merece la pena prestar atención a las razones que hay detrás de las voces que se extienden? ¿Puede permanecer a un lado de las expectativas? ¿Teme correr el riesgo? Pero si no es ahora ¿cuándo? 

Else calla, apremiada por su propia combustión interior. Else, la digo, me crea o no yo deseo que haya otro mundo, pero me cuesta confiar en los que gritan sin que sepan de modo concreto a dónde van. ¿Son suficientes las consignas? ¿Basta con tomar los edificios de las instituciones? ¿Se conforman con concentrarse delante de los líderes y aplaudir sus bellas proclamas? Cambiar el mundo no consiste solo en una exhibición de protesta fragorosa, por mucho seguimiento social que tenga. ¿Se ha pensado cómo anular a la casta de los guerreros o en reducir a los poderes de la ley o limitar la influencia de los que alzan la cruz invocando que todo permanezca igual? ¿Saben cómo manejar la urdimbre de la producción y desafiar las leyes del mercado para que repercuta en un beneficio colectivo? Me espanta la masa que ayer siguió a unos, hoy a otros y mañana vaya a saber a quién. Me horrorizaría que el esfuerzo, loable por otro lado, de los bienintencionados no sea comprendido y antes o después dejen de ser respaldados. La apuesta posterior, tras un desencanto, podría tener un coste excesivo. Por supuesto que lo viejo tiene que desaparecer, incluyendo las cabezas más imperiales y los estamentos más belicistas, pero ¿tenéis claridad respecto a aquello que debe sustituirse y cómo ocupar con sensatez el lugar de lo caduco? 

La mujer duda entre afirmar o negar. Tampoco me lleva la contraria. Estoy en racha dialéctica con ella, pero bajo el tono impositivo. Y a propósito, Else. Si está tan comprometida con lo que usted misma denominó la acción decidida y transformadora, ¿qué hace hoy y a estas horas en este café y hablando con este ingenuo? Y no me diga que le pillaba de paso el Josty. Else parece haber perdido parte de su actitud severa y nerviosa. Ya ve, dice. Antes no me bastaba la tertulia, ahora me parece necesaria pero incompleta la toma de las calles, y sin embargo algo me dice que yo también sigo siendo insuficiente. Que no me basta la rebelión junto a los otros si no la compenso con alguna clase de estímulo menos épico. ¿Rechaza usted que ambos compartamos un rato de beatitud en medio de las convulsiones de estos días en nuestro país?




*Dibujo de Christian Schad.

lunes, 16 de septiembre de 2024

Ecos lejanos, 8

 


Ella bebe del frío como nosotros, dijo mientras contemplaba atentamente la corneja. Pero nosotros buscamos alimentarnos del calor, ¿no?, repliqué. Me pareció tan extremadamente dura su observación de doble sentido que me descompuse. ¿Tendría razón?

Había pasado demasiado tiempo y aunque seguíamos siendo en cierto modo nosotros, pues mientras uno no muere siempre sigue siendo una parte de sí mismo por mucho que el cuerpo haya mermado en sus potencialidades, no éramos los mismos de aquella madurez incipiente que nos parecía la cima. Porque uno es y no es el mismo a medida que los años modifican los sentimientos y los deseos, cuando no aminoran unos y se apagan otros. Ni siquiera físicamente somos los que fuimos. No hay discusión sobre los cambios que en el aspecto corporal tienen lugar. Ni tampoco sobre el interés en los temas de la vida que nos cautivaron antes y cuyo impacto se ha diluido. Y qué decir sobre cómo han ido cursando nuestros pensamientos, sus sinuosidades y confusiones, sus negaciones y bloqueos, tan alejados en muchos de ellos de lo que habíamos defendido antes. O incluso cómo ha ido transmutando la exposición de nuestras ideas. O las quebradizas maneras al utilizar las palabras para expresar nuestras opiniones.

¿Qué hay ahora, dijo ella de pronto, de aquella euforia y ganas de devorar lo que nos rodeaba porque, decías, había que cambiarlo? Aquel estilo que te hacía único, que te embellecía y suscitaba un margen de seducción en torno a ti. Aquellas propuestas ideales tal vez, pero que nos arrojaba a compartirlas contigo como si fueran alcanzables o incluso tangibles. ¿Dónde quedó todo? Ya no propones como antes, no arriesgas, no avasallas con tu carácter impetuoso pero en absoluto grosero que te caracterizaba, y que no solo yo sino personas de nuestro ámbito o que acababas de conocer admiraban.

La mujer se mostraba intensamente demoledora con su discurso. ¿Era la corneja y aquel paisaje frío y acuoso lo que sacaba su gelidez íntima y desapacible para atacarme? Nunca fue mi estilo responder a los ataques con ataques, ni elevar el tono de la voz, ni reprochar, una actitud esta que siempre me ha repugnado. Pero reconozco que las censuras bien fundamentadas hacen mella en mí y me anulan.

Las distancias alteran nuestra personalidad, dije para tratar de enderezar una conversación que amenazaba con un caos verbal o con el silencio. Las territoriales, sin duda, pero sobre todo la temporalidad. No haber sabido de nosotros durante tantos años, esa ausencia sentida o ignorada que nos ha privado mutuamente de afectos y de sentimientos, es suficiente razón para haber estado al borde del olvido. Su carcajada fue una bofetada. Se volvió hacia mí con ímpetu. ¿Y no ha sido olvido? Nos hemos encontrado al cabo del tiempo por azar, no porque nos hayamos buscado. ¿Has hecho tú algún esfuerzo? Porque yo sí. No te escudes en las situaciones fáciles, eso de las distancias y lo otro de los acontecimientos tras los que desaparecieron antiguos amigos y compañeros.

En su mirada no vi el templado y ambarino iris que la caracterizaba, en el que me reflejaba antiguamente. Solo cornejas bebiendo la pérdida glacial que yo no sabía cómo apartar.



*Fotografía de Inés González.

jueves, 12 de septiembre de 2024

Ecos lejanos, 7

 


No le veo interesado en los temas que tratamos en la tertulia, no pregunta nunca. Else jugueteaba con el vasito de licor. El Josty se iba cargando de un humo difícil de sortear. Imagino de qué habláis ordinariamente, le respondí con falsa frialdad. La situación explosiva que se está viviendo por todas partes en este imperio que se requebraja da para hablar y quejarse. Pero solo hablando, ¿qué adelantáis? Else se sintió molesta, no podia ocultarlo. Fue impetuosa. Qué sabe usted, entregado a sus lecturas de rincón, de si lo que nos inquieta se queda en la saliva o nos implicamos en una acción que es más arriesgada que nunca. Mientras, usted, ¿no se conforma acaso con el placer de sus libros y el desahogo de su pluma? La población sale a las calles, confusa pero expectante, y los pasivos como usted permanecen impávidos, aunque probablemente les pese más el miedo que la esperanza. 

Me gustaba su energía descarada, haberse arriesgado a venir hasta mi mesa para perorarme como si fuera un burgués insensible. Su firmeza no condenaba el contacto que ella trataba de establecer conmigo. Le diré más. En las ideas sobre arte o lenguaje que intercambiamos en aquella mesa hay más acción y catarsis de lo que usted puede imaginar, y no es un mero entretenimiento. ¿No se ha dado cuenta otros días que hay ciertos tipos que vienen a poner el oído y a apuntar quiénes venimos? ¿No le dice eso nada? Si lo nuestro fuera de meros charlatanes, coloquios de familia, ejercicios de distracción, ¿íbamos a inquietar a estamentos que se vuelven más férreos cuanto más se descomponen? 

Else, ¿sabe que su mirada iracunda la envuelve en una intensidad de juventud que permanece a salvo del tiempo? Ella me miró perpleja, sin tener claro si mi salida era ofensiva o complaciente. Luego volvió la cabeza hacia donde sus compañeros de fatigas polémicas seguían enrendándose con pasión. Pero no se levantó ni me dejó plantado. ¿Se ha sentido tocado en algún momento por la pintura que se hace en estos días y la subversión literaria que desfigura las imágenes de la vida que pretenden vendernos? Percibí que abría un nuevo frente de tertulia cara a cara solo conmigo. No me va a creer, le respondí tranquilo, pero de momento me sensibilizan y laceran más los movimientos de masas que están intentando ventilar la hediondez y poniendo patas arriba un sistema que no da respuestas. Y ya le digo que no me creerá. Pero me preocupa el río revuelto y las fogatas peligrosas que pueden prender en esta situación los iluminados.




*Grabado de Ernst Ludwig Kirchner

domingo, 8 de septiembre de 2024

Ecos lejanos, 6

 


¿Recuerdas tu aproximación a mí? Abandonaste la tertulia descaradamente. Else no aparta la mirada de la ventana dibujada de aguanieve. Tiene la espalda fría pero no se inmuta. Su piel sigue siendo resbaladiza. Su cabello, abundante. Los dedos, frágiles. Se acerca al cristal y con ellos traza lentamente signos abstractos. No dejabas de mirarme, dice. Pensé que eras uno de esos tipos solitarios y raros que se muestran anti grupo, antisocial y al que le patinan todos los acontecimientos de esta época y las actuaciones contradictorias de la gente. O quizá uno de esos soplones, que tanto cunden en estos tiempos revueltos. Me he echado a reír. ¿De verdad? ¿Tan mala pinta te daba? Simplemente era tu actitud prudente con los amigos lo que me llamaba la atención. Eras la que menos hablaba pero cuando lo hacías todos se volvían precavidos. ¿De qué ibas? ¿De musa, de madre protectora, de consiliaria ideológica, de escuchante de almas en pena? ¿Sentenciabas u obligabas a dirigir la conversación por otros derroteros? ¿Encendías calladamente el debate cuando parecía que solo quedaban rescoldos o encauzabas las veleidades oníricas del abigarrado clan?  Ahora la que ríe es ella. Digamos que ponía mi granito de ideas, pero reconozco que a veces cortaba los temas porque la visceralidad no es de mi agrado y las propuestas descabelladas no me llevan al huerto. Ya está demasiado complicado el panorama como para aguantar fruslerías o posiciones dogmáticas que no llevan a ninguna parte. Yo pensé, Else, que los artistas no eran tan políticos, es decir, tan agresivos como extensos en la manifestación de sus ideas. Tendrías que haber tomado parte de las tertulias, dice. Son gente más plural, que no se casan con nadie, y tal vez llegan más lejos en su visión crítica que los que pertenecen a una formación estrictamente política. Son menos unilaterales, digamos, y harto volubles. Estoy acostumbrada a escucharles ideas contradictorias o cambiantes de unos días a otros. Algunos hablan como pintan, en conflicto con sus propias temáticas plásticas. ¿A que desde tu rincón del café no te enterabas de casi nada de lo que hablábamos? Else, yo solo estaba pendiente de mi lectura y de mis apuntes. Hasta que te pusiste a leer en mí, ¿no? Hasta que me puse a escribir sobre ti, Else.




*Fotografía de Inés González.

viernes, 6 de septiembre de 2024

Propuestas ingenuas que debemos tornar ingeniosas

 



Propuestas para la supervivencia en tiempos seniles (y por supuesto para los no seniles) No ceder al atosigamiento. No conceder valor a la palabrería vana. No rasgarnos las vestiduras por situaciones y expresiones que han existido siempre y que hoy se tienden a sobredimensionar. Conceder una segunda lectura o escucha a lo que nos digan desde medios de noticias o desde personas cercanas. Quitar hierro a lo que es hojalata y ver la dureza de lo que nos quieren vender como suave y al alcance. Desconfiar de la primera intención, pues siempre hay otra u otras ocultas. Contemplar todo lo que se pueda pero sabiendo mirar. Huir del ruido (una vez más) Permanecer predispuestos pero no otorgar una entrega a cualquier precio. Percibir la bondad que llevamos dentro y compartirla (antes descubrirla, que puede estar muy oculta) Rescatar la prudencia a pesar de las presiones insensatas. Si aún nos entusiasma un atisbo de inocencia antigua, no desdeñarla, pero que no se imponga a la razón sesuda.

Y aquí, en todas estas propuestas que ya digo que ingenuas, pero bienintencionadas, ¿dónde está lo ingenioso? Seguramente en los márgenes y rincones del cerebro de cada uno. Siempre hay una tribu a la que hablar de la belleza de las ideas y a la que relatar con palabras ilusionantes, y ojalá que precisas, el poder de la palabra bien utilizada. Y si alguien dice que no conoce tribu, que escarbe dentro de sí mismo. Seguro que allí, en su profundidad, moran personajes que fueron o no han sido, pero a los que hay que escuchar y con los que también dialogar. 

Basta por hoy esta disquisición buenista (me temo)



* Dibujo de Ainslie Roberts

domingo, 1 de septiembre de 2024

Ecos lejanos, 5

 



Miré a Else desde el rincón donde acostumbraba a sentarme en en el café Josty. Debatía con un grupo de hombres, que se expresaban unas veces con risas, otras con vehemencia. No llevaba la iniciativa con comentarios estridentes ni parecía que fuera ella quien plantease los temas. Sin embargo, todos recababan su opinión. Tuve la impresión de que con cierta frecuencia se abstraía, ausentándose discretamente de la conversación. Ignorando las palabras gruesas con que sus acompañantes defendían causas estéticas o proponían ideas descabelladas. Huyendo de virulencias y malas caras. Ya se sabe, de esa actitud típica de artistas y escritores que necesitan apaciguar sus propias soledades alimentándose de ruidos externos de los que posteriormente van a disentir. Pero ella se mantenía serena. Y sus palabras, cuando venían al caso, se emitían con prudencia y a la vez con precisión. 

Y en una de esas abstracciones dirigió su mirada hacia mí. No podía ignorar que yo ponía el oído, aunque solo me llegara el tema de conversación cuando aquellos bohemios elevaban el tono. Simulé seguir entregado a mis lecturas. Pero aquella mirada aparentemente inexpresiva me intrigó. No pude evitar interrumpir con más frecuencia mi concentración, al principio de manera espontánea, luego más estudiada, buscando la coincidencia con uno de esos ojeos que ella me dedicaba. ¿Era así de anodina ella ante los desconocidos o se trataba de un estilo paciente?

La respuesta la tuve con su acción. De pronto se había plantado ante mi mesa. Nuestra troupe no le está dejando leer, ¿verdad?, dijo con prudencia. Somos demasiado ruidosos. Los artistas se pelean con los escritores y viceversa, y cuando aparece algún político se unen para atacarle a él. Así son nuestras tertulias. ¿A usted no le interesan las tertulias? Se ve que prefiere entenderse con los libros y con el silencio, ¿es así? No me haga caso, soy una rara avis, eso dicen, me gusta participar de las opiniones jugosas, pero en realidad deseo sentirme un robinsón en una isla como la suya. Y huyo en cuanto puedo de esos territorios donde se pontifica tanto y no se deja títere con cabeza. Porque, a ver, usted que nos habrá estado escudriñando, ¿me ha visto a mí erigirme en papisa de ideas o de facciones? Sin embargo es lo que les gusta a toda esta gente de las artes y de los shows, pretendiendo que están más allá de los mortales y, un error, a salvo de los peores de los mismos mortales. No, no diga nada. ¿Prefiere continuar con su lectura?

No supe abrir la boca. Aquella que me miraba casi tímida resulta ser un torbellino, pensé. Me siento a su lado y me invita a un café o, mejor, a un licor de cerezas, ¿está de acuerdo?, dijo.



Grabado de Christian Schad