miércoles, 18 de septiembre de 2024
Ecos lejanos, 9
lunes, 16 de septiembre de 2024
Ecos lejanos, 8
Ella bebe del frío como nosotros, dijo mientras contemplaba atentamente la corneja. Pero nosotros buscamos alimentarnos del calor, ¿no?, repliqué. Me pareció tan extremadamente dura su observación de doble sentido que me descompuse. ¿Tendría razón?
Había pasado demasiado tiempo y aunque seguíamos siendo en cierto modo nosotros, pues mientras uno no muere siempre sigue siendo una parte de sí mismo por mucho que el cuerpo haya mermado en sus potencialidades, no éramos los mismos de aquella madurez incipiente que nos parecía la cima. Porque uno es y no es el mismo a medida que los años modifican los sentimientos y los deseos, cuando no aminoran unos y se apagan otros. Ni siquiera físicamente somos los que fuimos. No hay discusión sobre los cambios que en el aspecto corporal tienen lugar. Ni tampoco sobre el interés en los temas de la vida que nos cautivaron antes y cuyo impacto se ha diluido. Y qué decir sobre cómo han ido cursando nuestros pensamientos, sus sinuosidades y confusiones, sus negaciones y bloqueos, tan alejados en muchos de ellos de lo que habíamos defendido antes. O incluso cómo ha ido transmutando la exposición de nuestras ideas. O las quebradizas maneras al utilizar las palabras para expresar nuestras opiniones.
¿Qué hay ahora, dijo ella de pronto, de aquella euforia y ganas de devorar lo que nos rodeaba porque, decías, había que cambiarlo? Aquel estilo que te hacía único, que te embellecía y suscitaba un margen de seducción en torno a ti. Aquellas propuestas ideales tal vez, pero que nos arrojaba a compartirlas contigo como si fueran alcanzables o incluso tangibles. ¿Dónde quedó todo? Ya no propones como antes, no arriesgas, no avasallas con tu carácter impetuoso pero en absoluto grosero que te caracterizaba, y que no solo yo sino personas de nuestro ámbito o que acababas de conocer admiraban.
La mujer se mostraba intensamente demoledora con su discurso. ¿Era la corneja y aquel paisaje frío y acuoso lo que sacaba su gelidez íntima y desapacible para atacarme? Nunca fue mi estilo responder a los ataques con ataques, ni elevar el tono de la voz, ni reprochar, una actitud esta que siempre me ha repugnado. Pero reconozco que las censuras bien fundamentadas hacen mella en mí y me anulan.
Las distancias alteran nuestra personalidad, dije para tratar de enderezar una conversación que amenazaba con un caos verbal o con el silencio. Las territoriales, sin duda, pero sobre todo la temporalidad. No haber sabido de nosotros durante tantos años, esa ausencia sentida o ignorada que nos ha privado mutuamente de afectos y de sentimientos, es suficiente razón para haber estado al borde del olvido. Su carcajada fue una bofetada. Se volvió hacia mí con ímpetu. ¿Y no ha sido olvido? Nos hemos encontrado al cabo del tiempo por azar, no porque nos hayamos buscado. ¿Has hecho tú algún esfuerzo? Porque yo sí. No te escudes en las situaciones fáciles, eso de las distancias y lo otro de los acontecimientos tras los que desaparecieron antiguos amigos y compañeros.
En su mirada no vi el templado y ambarino iris que la caracterizaba, en el que me reflejaba antiguamente. Solo cornejas bebiendo la pérdida glacial que yo no sabía cómo apartar.
*Fotografía de Inés González.
jueves, 12 de septiembre de 2024
Ecos lejanos, 7
domingo, 8 de septiembre de 2024
Ecos lejanos, 6
viernes, 6 de septiembre de 2024
Propuestas ingenuas que debemos tornar ingeniosas
Propuestas para la supervivencia en tiempos seniles (y por supuesto para los no seniles) No ceder al atosigamiento. No conceder valor a la palabrería vana. No rasgarnos las vestiduras por situaciones y expresiones que han existido siempre y que hoy se tienden a sobredimensionar. Conceder una segunda lectura o escucha a lo que nos digan desde medios de noticias o desde personas cercanas. Quitar hierro a lo que es hojalata y ver la dureza de lo que nos quieren vender como suave y al alcance. Desconfiar de la primera intención, pues siempre hay otra u otras ocultas. Contemplar todo lo que se pueda pero sabiendo mirar. Huir del ruido (una vez más) Permanecer predispuestos pero no otorgar una entrega a cualquier precio. Percibir la bondad que llevamos dentro y compartirla (antes descubrirla, que puede estar muy oculta) Rescatar la prudencia a pesar de las presiones insensatas. Si aún nos entusiasma un atisbo de inocencia antigua, no desdeñarla, pero que no se imponga a la razón sesuda.
Y aquí, en todas estas propuestas que ya digo que ingenuas, pero bienintencionadas, ¿dónde está lo ingenioso? Seguramente en los márgenes y rincones del cerebro de cada uno. Siempre hay una tribu a la que hablar de la belleza de las ideas y a la que relatar con palabras ilusionantes, y ojalá que precisas, el poder de la palabra bien utilizada. Y si alguien dice que no conoce tribu, que escarbe dentro de sí mismo. Seguro que allí, en su profundidad, moran personajes que fueron o no han sido, pero a los que hay que escuchar y con los que también dialogar.
Basta por hoy esta disquisición buenista (me temo)
* Dibujo de Ainslie Roberts
domingo, 1 de septiembre de 2024
Ecos lejanos, 5
Miré a Else desde el rincón donde acostumbraba a sentarme en en el café Josty. Debatía con un grupo de hombres, que se expresaban unas veces con risas, otras con vehemencia. No llevaba la iniciativa con comentarios estridentes ni parecía que fuera ella quien plantease los temas. Sin embargo, todos recababan su opinión. Tuve la impresión de que con cierta frecuencia se abstraía, ausentándose discretamente de la conversación. Ignorando las palabras gruesas con que sus acompañantes defendían causas estéticas o proponían ideas descabelladas. Huyendo de virulencias y malas caras. Ya se sabe, de esa actitud típica de artistas y escritores que necesitan apaciguar sus propias soledades alimentándose de ruidos externos de los que posteriormente van a disentir. Pero ella se mantenía serena. Y sus palabras, cuando venían al caso, se emitían con prudencia y a la vez con precisión.
Y en una de esas abstracciones dirigió su mirada hacia mí. No podía ignorar que yo ponía el oído, aunque solo me llegara el tema de conversación cuando aquellos bohemios elevaban el tono. Simulé seguir entregado a mis lecturas. Pero aquella mirada aparentemente inexpresiva me intrigó. No pude evitar interrumpir con más frecuencia mi concentración, al principio de manera espontánea, luego más estudiada, buscando la coincidencia con uno de esos ojeos que ella me dedicaba. ¿Era así de anodina ella ante los desconocidos o se trataba de un estilo paciente?
La respuesta la tuve con su acción. De pronto se había plantado ante mi mesa. Nuestra troupe no le está dejando leer, ¿verdad?, dijo con prudencia. Somos demasiado ruidosos. Los artistas se pelean con los escritores y viceversa, y cuando aparece algún político se unen para atacarle a él. Así son nuestras tertulias. ¿A usted no le interesan las tertulias? Se ve que prefiere entenderse con los libros y con el silencio, ¿es así? No me haga caso, soy una rara avis, eso dicen, me gusta participar de las opiniones jugosas, pero en realidad deseo sentirme un robinsón en una isla como la suya. Y huyo en cuanto puedo de esos territorios donde se pontifica tanto y no se deja títere con cabeza. Porque, a ver, usted que nos habrá estado escudriñando, ¿me ha visto a mí erigirme en papisa de ideas o de facciones? Sin embargo es lo que les gusta a toda esta gente de las artes y de los shows, pretendiendo que están más allá de los mortales y, un error, a salvo de los peores de los mismos mortales. No, no diga nada. ¿Prefiere continuar con su lectura?
No supe abrir la boca. Aquella que me miraba casi tímida resulta ser un torbellino, pensé. Me siento a su lado y me invita a un café o, mejor, a un licor de cerezas, ¿está de acuerdo?, dijo.
Grabado de Christian Schad