"Pero cuando Zaratustra estuvo sólo, habló así a su corazón: ¡Cómo es posible!
¡Este viejo santo aún no ha oído nada en su bosque de que Dios ha muerto!".
Friedrich Nietzsche, Así habló Zaratustra.
Lo más dificultoso de haber nacido es acostumbrarte a los otros hombres, al principio piensas que es solo durante los años en que parece que estuvieras en desventaja, en que los mayores que tú, los muy adultos, los ancianos o simplemente los otros niños más espabilados que tú se imponen en algún grado determinado, y te marcan, cierto es que percibes de todos ellos un intercambio de toma y daca, recoges como referencias para ti elementos que te dan a conocer con su mera presencia, luego con sus actitudes pausadas, más tarde con palabras y reglas indescifrables pero que te repiten una y otra vez, pero a cambio van exigiéndote, despacio unas veces, imperceptiblemente en ocasiones, con cierto apremio también, y descubres pronto que ellos lo llaman consejo, a veces son sibilinos y lo nombran como opinión, pero es frecuente su intención de imponerlas, es obvio cómo quieren ir haciéndote uno de los suyos, porque tu libertad fue ese rato deslumbrante e indeciso en que te parieron y estabas en terreno de nadie, un tiempo veloz, corregido inmediatamente porque la biología de la especie dice que tiene que proteger al recién nacido, y tienes suerte, porque ya en tu tiempo sobrevivía la mayor parte de los nacidos, en tiempo de tus abuelos de una región u otra de la geografía no, aquellas familias abundantes en que las mujeres habían parido de forma multitudinaria, podría decirse, pero que en breve tiempo la enfermedad se cebaba en crías de hembras y de machos sin apenas tiempo de llorar ni de reír o, mejor dicho, inclinados a lo primero, a un lloro que se les llevaba de este mundo, porque morían a lloro partido, morían con el llanto de la inanición, el frío, el virus del que entonces no se hablaba, cualquier mal que pillara sin cuidados, porque era imposible prever todos los riesgos, y demasiado hacían las hembras paridoras, demasiados tragos y esfuerzos limitados, demasiado cansancio incluso que condicionaban su existencia, y tú tuviste suerte, era escaso el número de fallecidos de tu tiempo y ámbito al poco de llegar al planeta, así que ahora que lo piensas te da por discernir sobre el margen de libertad que fue la inconsciencia, una libertad ficticia también, si tu madre te hubiera dejado sin su entrega, si no se hubiera ocupado de ti con suma preocupación de que salieras adelante, ¿de qué libertad podría hablarse?, así que disciernes otro paso más y te das cuenta que no se puede pedir lo que la condición humana no puede dar, que perseguir la libertad es un deseo tan insatisfecho como otro cualquiera de los sentidos, y como cualquier otro que late dentro de ti, conocer algo más, por ejemplo, tener placer sexual indefinidamente, por ejemplo, gozar y recrearte en las descripciones que te parecen que llegan a ti y las denominas bellas, y retomas el principio, vuelves a enarbolar lo más biológico, la protección de tu mente frente a un mundo hostil donde cada día te cuesta más soportar a los otros hombres, donde te abruman las obras de los otros hombres, donde defiendes el no siempre claro ejercitar de tu pensamiento, teniendo claro que el combate con las ideas está primero dentro de ti, porque los otros hombres que moran en ti son trasunto de los ajenos, pero también los has hecho parte de ti mismo y gimes y jadeas por el esfuerzo de mantener una línea de pensamiento que no se enturbie del todo, y te dolería tanto tener que decir un día, remedando al filósofo, el pensamiento ha muerto...
(Fotografía de René Groebli)