lunes, 12 de septiembre de 2016

Aquellos estos árboles, 43





"Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, 
y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, 
se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, 
sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío".



Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, Primera parte, Capítulo XI. 



Antigua es la creencia ilusa entre los hombres, dice Max, y hay como un a modo de tradición de anhelar tiempos mejores que nunca existieron, lo cual deja claro lo incómodos que se sienten los hombres con el presente y lo inseguro que les resulta disponer de un futuro, y así añoran incluso lo que no han tenido, y así se recrean hasta en lo que no fue tan bueno pero que con la distancia del tiempo consideran que no fue tan malo, siquiera porque al recordar piensan en la juventud que tuvieron, en las posibilidades con las que soñaron, en la fantasía de continuar siempre briosos como si la potencia de los primeros años se mantuviera dinámica y apenas gravara, y es frecuente escuchar si yo pudiera volver a mis años jóvenes, si pudiera retomar lo que no supe entonces coger con acierto y decisión, y hay otros que aun mirándose al espejo con su rostro arrugado y grave no ven que su cerebro haya envejecido, aunque lo ha hecho, porque eligen la parte de su mente que les proporciona deseos y ensoñaciones, y viven cada día dejándose acompañar por innumerables guiños para si mismos solamente, guiños que en ocasiones vemos los demás, y los vemos y no debemos reírnos, porque aparentan fuerza impetuosa unas veces, otras solo son signos patéticos de los límites y las impotencias, y a medida que los hombres van alejándose de la vida, porque hacerse viejo es ir abandonando las posibilidades que se nos habían brindado anteriormente bien por la resistencia o por la perseverancia ante los elementos que vapulean, y ese ir despojándonos de las contingencias positivas no es otra cosa sino la riqueza de la existencia, el sustrato labrado por nosotros mismos, con el que no nacimos, aunque algunos ya fueran de nacimiento más marcados que otros por el favor o por la desgracia, y de ahí esta obsesión humana por trocar en mito lo que se ha tenido y se ha extraviado,  esa manía por disfrazar lo que no se tiene solamente con anhelos, ese recurso a un mundo de ficción que va trasladándose como costumbre en el cerebro defensivo de los hombres, que sirve para eludir la realidad y conduce a desdichas igualmente si no se distingue la realidad al no saber controlarlo, porque en el magma que sigue activo dentro del hombre hay una pelea permanente entre él mismo y los demás, entre el reflejo de un mundo que tiene que compartir y sus ansias de poseer ingenuamente todo, y esa lucha hacia afuera lo es también dentro del hombre mismo, y no hay nada tan peligroso como el hombre incauto, cuyo rostro y comportamientos risueños ocultan su carácter ominoso, dispuesto a ser él a costa de los demás, y cuando ese fuego ladino se extiende a otros hombres y se hacen compinches, montando su realidad por encima de la de todos, los riesgos crecen y el panorama de la confrontación y el dolor crecen, y es dramática la historia de los hombres, porque todos se reconocen tan próximos y semejantes desde un ángulo de sí mismos y sin embargo son capaces de alzar muros y alambradas y desiertos para entorpecerse y ser todos ellos, a la postre, infelices.




(Fotografía de Michael Wolf)


8 comentarios:

  1. Huy, acabo de llegar a la biblioteca para publicar lo escrito anoche y me encuentro con esta entrada. Lo comprendo, por eso y otros muchos motivos me mantengo apartada de una sociedad que me duele demasiado, no por ser mejor, en absoluto, sino por pura debilidad e impotencia.

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    1. Distancia y control, hermana. La sociedad no tiene por qué imponerse al individuo. Buscar el rincón siempre.

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  2. y sin embargo, qué necesario es la añoranza de un tiempo que no existió y de una mirada al futuro, siempre y cuando no nos lleven a la inacción. Tanto en lo biográfico como en lo histórico. No tanto por sí misma sino para instalarse en el presente y actuar desde allí con la esperanza de cambiar. Sin pasado y futuro todo sería demoledor presente sin dirección. El "fin de la historia" nos trajo esto, exactamente esto que tenemos ahora.
    Excelente reflexión la que nos propones.

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    1. Pensar el pasado es algo activo. Podemos recrearnos, aquilatar recuerdos, buscar significados. ¿Cómo hacer frente a un presente que tiene otros signos sin someternos a él? Del futuro, mejor ni mencionarlo, es una senda imprecisa y donde nada está escrito, obviamente. Bien sabes que no hay fin de la historia, sino de la visión de las cosas. Ya nos va costando entender los nuevos tiempos.

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  3. Soy de las nostalgiosas, aunque también tengo en claro que el recuerdo que tengo del pasado no se corresponde exactamente con el cómo fue, sino con la idea que tengo de lo que ocurrió. Además soy de los soñadores, esos que solemos andar por la vida permitiéndonos un mundo paralelo de fantasía en el que a veces nos inspiramos y otras, nos refugiamos.
    Ha sido un placer leerte, como siempre. Me pones a pensar, y eso se agradece!

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    1. Guardamos más o menos alterados muchos retazos del pasado, a los que damos por buenos, lo curioso es que a veces nos sorprendemos a nosotros mismos dudando, revisando con cautela, reconstruyendo pasos y paisajes, y lo mejor de todo es que nos creemos propietarios de algo que queremos creer que fue aunque lo hayamos rediseñado. No es un mero mundo de recuerdos, si algo más extenso, muy sensorial y, sobre todo, muy recreado. Es como dices: levantamos un mundo fantasioso donde estar. Yo agradezco el estímulo de ser leído para saber que uno no anda solitario y descaminado por el páramo.

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  4. No creo que el mundo, desde que hay humanidad, sea peor hoy que ayer o viceversa. Creo que estamos paralizados por nuestras pulsiones. Quiero decir que es difícil trascender de intereses personales que se proyectan en una idea colectiva asesina: sentir que somos mejores, más civilizados, más listos que el del territorio vecino. Lo más llamativo es que no aprendemos, no somos capaces de reconocer que el sentimiento de superioridad es más letal que las bombas atómicas.
    Y así nos va, guerras y horrores hasta la total auto aniquilación de la especie.

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    1. Además, y si me permites la coletilla, un sentimiento de superioridad muy socializado a estas alturas, algo que probablemente en siglos pasados no existía. Y ese complejo, más que sentimiento, de superioridad se da en todo el mundo, cada cual busca una esfera donde recrearlo, unos por vía de intelecto, otros por sus creencias y misiones, otros por el papel de gestor político que aun siendo de pacotilla se cree el mejor del Estado, y todos todos todos por su nivel de consumo. Cuando llegue eso llamado Navidades oásate por uno o dos grandes hipermercados (redundancia a posta) y disfruta viendo cómo los obreros (que los hay aunque ciertos politólogos pretendidamente alternativos no los nombren) y los parados y el lumpen si me apuras llenan los carros con la paga extra y más. Superiores todos. Incautos, acaso irresponsables. No digo más.

      Muy acertada tú, como de ordinario.

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