En tiempos de fenómenos naturales devastadores, consuela encontrarse en una tarde lluviosa con el arco iris. El arco iris es uno de esos entrañables elementos que me acompañan desde siempre. Podríamos decir que resulta un elemento domesticado, aunque los hombres no intervengamos. Pero le otorgamos un carácter simbólico importante, vinculado a nuestras vidas. Antes se decía que cuando aparecía el arco iris es que ya dejaba de haber tormenta o simplemente cesaba de llover. No sé qué hay de realidad física o de observación social, pero solía suceder así. El arco iris se traslada a nuestro mundo simbólico y reviste un carácter pacífico. Acaso el inconsciente colectivo de una Humanidad repartida en naciones y potencias lo anhele, más allá de fronteras, intereses y divisiones, tras tantos avatares y guerras. ¿Funde el arco iris todos los colores fundamentales y al hacerlo eclipsa todas las banderas? Los lábaros, los pendones, los estandartes, las banderas...trapos teñidos de colores a los cuales se les ha concedido un carácter de representación sacra y de poder cuestionable, ¿quedan desplazados por el arco iris? Lástima que sea tan efímero. Y no obstante, su contemplación paraliza siquiera por unos momentos el trasiego competitivo, de lucha por la vida y de estrés que la especie practica. Como decía Brassens, ni un himno patriótico ni una fiesta nacional me levantan de la cama. Pero el arco iris me convoca con su fugacidad. Animista que es uno.
(Fotografía de Tania Ruiz)
(Fotografía de Tania Ruiz)