lunes, 30 de noviembre de 2009
Caracola
Caracola.
La tejida espiral
que imperceptiblemente
aloja en su entraña
el tiempo.
De allí procede el rumor largo
y el creciente aroma
de los sueños.
(Composición de Manuel Boix)
domingo, 29 de noviembre de 2009
Decimos
decimos silencio, y es el silencio, con su dudosa imagen, la que no posee, la que acecha pero se desaloja antes de advertirla, la que ha disuelto el eco en vaho, porque el silencio no tiene cara ni configuración ni anatomía, es como el vacío, donde se pierde la forma, el ser, la esperanza, y buscar rostro al vacío, como al silencio, es inutilidad, una torpeza, una pérdida de tiempo, un no llevar a ninguna parte, y sí que pueden volar en parábolas concéntricas las imágenes, sí que pueden tratar de atravesar ese espacio desértico entre lo que hubo y lo que creímos percibir, pero eso es memoria, una instancia desigual, sospechosa, un archivo que sólo late y ruge cuando se abren en canal sus entrañas, una sangría que hace enmudecer en cuanto nos impregna, eso es como renunciar, como vivir la imposibilidad del tiempo ya vivido, por eso recuerdos y nostalgia se aderezan y se nutren mutuamente, como una envolvente complicidad que asfixia, pero el tiempo del silencio, como el instante del vacío, no recuerda, no existen propiedades que nos hablen de su maleabilidad, de su consistencia, de su perdurabilidad, y ambos, vacío y silencio, se entrampan con la ausencia, se ratifican en las ausencias, se echan pulsos del que no saldrá triunfador alguno, porque su juego no lo es, porque nada hay palpable en esos territorios que se fugan de la ansiedad, de lo que no se entiende, de lo que no se alcanza, y la nada humedece con una extraña fertilidad el silencio, y la nada recubre de una densa oscuridad el vacío, y pueden sucederse extrañas presencias, pueden rondar espectrales presencias, sólo signos, sólo sombras, sólo azares cuya velocidad no es detectada, cuya tentación apenas nos roza, y la nada nos aleja de lo palpable, y no sabemos estar, y permanecemos como ausencias, aquellas corporeidades inmóviles que alguna vez se fijaban junto a una balaustrada o por los jardines o por los salones del castillo, permanecemos como figurantes de una escena que se copia de otra escena, la nada reproduce nuestra inmovilidad, mientras añoramos el silencio, mientras nos hundimos más y más en los vacíos
martes, 24 de noviembre de 2009
domingo, 22 de noviembre de 2009
Aminatou Haidar, saharaui
Aminatou Haidar resiste. Y exige. ¿Que pone en un brete a los políticos actuales que heredan el problema? Que les ponga. Los dirigentes del momento tienen que asumir las situaciones que afectan a nuestra historia y que traen aún cola. Nadie les culpa de lo que ellos se encontraron, pero tienen que posicionarse y buscar salidas dignas, y ojalá justas. No libro a la desleal oposición de sus responsabilidades y también deberían definirse y aclarar. Pero mucho me temo que esta oposición, inconsistente y revanchista, usa cualquier tema para el todo vale en orden al desgaste del gobierno actual. Al final, ni unos ni otros son generosos con Sahara. Ni unos ni otros son capaces de restituir la maltratada historia de Sahara a sus habitantes naturales. ¿Somos todos los españoles así? Ni quiero pensarlo ni aceptarlo.
España se mostró como una madrastra despiadada respecto a un Sahara al que mientras le vino bien explotó sus riquezas. Cuando no era ya posible, porque la geopolítica había cambiado, se abandonó a los saharahuis a su suerte, que es tanto como decir a merced del Reino de Marruecos. España, colonialista con Franco, no supo resolver ni con justicia ni con habilidad política la salida de sus colonias. El resultado, que Sahara fue engullido por los alauitas marroquíes sin ninguna dificultad. La rojigualda España les traicionó de mala manera.
España se mostró como una madrastra despiadada respecto a un Sahara al que mientras le vino bien explotó sus riquezas. Cuando no era ya posible, porque la geopolítica había cambiado, se abandonó a los saharahuis a su suerte, que es tanto como decir a merced del Reino de Marruecos. España, colonialista con Franco, no supo resolver ni con justicia ni con habilidad política la salida de sus colonias. El resultado, que Sahara fue engullido por los alauitas marroquíes sin ninguna dificultad. La rojigualda España les traicionó de mala manera.
Aminatou resiste pacíficamente. Perseguida por la monarquía marroquí, sigue con sus resistencia nada pasiva, por cierto, y en la que compromete su propia vida, como es el caso de la huelga de hambre que protagoniza en Lanzarote. Nada más que añadir por mi parte. En los infinitos digitales que pueblan el ciberespacio hay información de sobra. Yo, desde aquí, me limito a reivindicar la figura de esta mujer de la que los españoles, para variar, apenas sabíamos. Una mujer necesaria, a tener en cuenta y a respaldar. Un apoyo más desde un blog modesto que sólo cuenta como gota en el océano.
sábado, 21 de noviembre de 2009
Confusiones
Al pasar cada página, los dedos bailotean sobre el papel. Y lo soban, lo suficiente para ir dejando el espíritu de sus huellas. Es justo ese párrafo en que el sentido queda partido y el paso de la hoja descoloca al lector. Al iniciar la lectura que debería ser seguida el lector se confunde. La memoria del texto sufre un lapsus. Tiene que volver a atrás y el ejercicio no le funciona. Lo intenta nuevamente, pero aunque el movimiento de los dedos es rápido en realidad debe transcurrir bastante tiempo porque no consigue engancharse nuevamente a la comprensión de lo leído. El borde de la última página empieza a arrugarse, y con el dedo el lector lo alisa para dejarlo aparente. Remitirse a la última página leída implica comenzar de nuevo el párrafo, a media página, porque se siente inseguro. Cuando llega a las últimas líneas hace todo lo posible por concentrarse, pero al girar la hoja toma dos de una vez y pierde el ritmo. Sus dedos frotan el papel con cierto nerviosismo. Malhumorado, separa las dos hojas siguientes para abrir la que da continuidad a lo que ha leído. Cree haber retomado correctamente la continuación del texto, pero los verbos no le cuadran y los sustantivos le hacen pensar en que algo quedó dicho en la otra cara de la hoja que él no puede hilar ahora. No tiene prisa pero no le parece normal. La duda ya no se establece entre unas líneas y otras, sino entre su manera de leer y lo que la tipografía reproduce. No va a sacrificar a estas alturas su paciencia simplemente porque algo se le escapa. La historia es francamente interesante y cualquier incidencia merece la pena ser salvada. Pero al volver a la mitad de la página se da cuenta que ya no capta el comienzo del párrafo. Es condescendiente, y no tiene inconveniente en ir más atrás, sólo porque en algún lugar de toda aquella literatura debe retomarse la senda que conduce al secreto de la trama. Pero cuando se sitúa de nuevo ante varios párrafos tampoco está seguro. Lo lee y le suena, pero lo interpreta de otro modo, y eso le angustia porque piensa que acaso ha estado siguiendo una historia que o no ha entendido bien o ha cambiado. Hasta ahora él creía que los relatos estaban escritos de una manera definitiva y que la impresión estaba sometida a esa intención, y que no variaba, y que la servidumbre de los ojos que leían quedaba liberada por la satisfacción obtenida de lo que se contaba con pasión. Sabe que al retomar la lectura algo eclosionará como nuevo. Un matiz, una acepción, la construcción de una frase cuya sintaxis le parecerá más luminosa. ¿Y si no fuera tan malo perder el hilo argumental? Una extraña reconversión le susurra sarcásticamente que tal vez debería comenzar de nuevo a leer el libro. Y él se lo piensa.
jueves, 19 de noviembre de 2009
Vindicación
Cada día que transcurre lo hace entre dos luces.
Lo que te cuentan y lo que te crees.
Tienes derecho a la memoria y a no acabar desmemoriado.
Tienes derecho a ti mismo aunque intenten que seas otro.
Tienes derecho a no dejarte abducir por las tradiciones que acaso siempre fueron traiciones. Tienes derecho a que el ruido de lo catódico y a punto digital no te ensordezca.
Tienes derecho a que nadie llegue al fondo de ti.
Tienes derecho a permitir que quien tú desees llegue a saber lo más íntimo de ti.
Tienes derecho a que lo que vas sabiendo en esta vida lo digieras tú en libertad.
Tienes derecho a negar a los bárbaros.
Tienes derecho a no cumplir lo que te ordenan.
Tienes derecho a callar para que otros no malinterpreten.
Tienes derecho a ignorar la ignorancia.
Tienes derecho a transmitir emociones y dejarte regir por ellas.
Tienes derecho a que lo que te ofrecen como nuevo puedas rechazar por falsario.
Tienes derecho a comprobar tú que es lo nuevo.
Tienes derecho a preservar la amistad, sin confundirla con la convención.
Tienes derecho a descubrir la palabra que te explica.
Tienes derecho a pronunciar la palabra acogedora.
Tienes derecho a que las palabras sean plurales, porque de lo contrario serían mudas.
Tienes derecho a que las palabras sean abiertas, porque si no serían escupitajos.
Tienes derecho a creer en la naturaleza, incluida la naturaleza de las cosas.
Tienes derecho a transgredir la mentira.
Tienes derecho al amor, sea cual sea su representación.
Tienes derecho a la duda, que renueva los ciclos cotidianos.
Tienes derecho a la imaginación, base de la supervivencia.
Tienes derecho al fin, como lo tuviste al origen.
Entonces, echas mano de León Felipe, el poeta zamorano, olvidado por tantos, obligado a exiliarse de España por los bárbaros de casa, pero cuyas palabras que tú descubriste allá atrás te siguen pareciendo exactas y clarividentes:
Yo no sé muchas cosas, es verdad.
Yo no sé muchas cosas, es verdad.
Digo tan sólo lo que he visto.
Y he visto:
que la cuna del hombre la mecen con cuentos,
que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos,
que el llanto del hombre lo taponan con cuentos,
que los huesos del hombre los entierran con cuentos,
y que el miedo del hombre...
ha inventado todos los cuentos.
Yo no sé muchas cosas, es verdad,
pero me han dormido con todos los cuentos...
y sé todos los cuentos.
miércoles, 18 de noviembre de 2009
Reconquista
Hay ocasiones en que los ángeles caídos quieren elevarse de nuevo. La señal del Creador se lo prohíbe. Su orgullo les impide un gesto de contrición, que no les sería admitido. Y lo saben. Entonces se confunden con las ciénagas. Y escarban hasta horadar los cimientos de las viejas ciudades enterradas. Allí se transfiguran. Las capas de cantos rodados, de arcillas y de gredas los moldean. Paulatinamente, porque sepultados tras tantos años de oscuridad no tienen urgencias. Al menos saben muy bien que la eternidad también les pertenece. Una debilidad del Creador que les llena de gozo. Y mezclados con los ajuares de los enterrados en las necrópolis y arraigados entre los estratos de las casas de las culturas olvidadas se configuran en estatuas. Ellos tienen claro que su emersión es posible solamente por la intervención de la mano humana. La misma mano que mantiene el mito de Dios les hace revivir. Es una labor lenta. Pueden pasar siglos. El tiempo no cuenta para los ángeles caídos. Sólo su sed de venganza. O de reconocimiento. Cuanto más tarden los hombres de ahora en prospectar las ruinas más se moldearán ellos en esculturas hermosas, semejantes a las humanas. Venus, apolos, neptunos, matronas, próceres, caudillos, cristos, budas, las formas bajo las que se reencarnen no tienen importancia. Ellos necesitan sentirse piedra tallada o metal fundido para verse con rostro. Para palparse una anatomía. No ignoran que una vez sacados a la superficie tendrán sus altares. Nadie les molestará. Muchos les rendirán pleitesía. Cuanto más bellos sean, más serán reclamados. Cuanto más entidad tengan sus figuras, más expectación se generará en torno a ellos. Nada tienen que perder. Vienen del origen donde el Vencedor quedó huérfano. Pero ellos no le envidian ya. Sólo desean al hombre.
(Composición del ilustrador inglés David Mckean)
martes, 17 de noviembre de 2009
Secuestrados
Algunos opinan que desde que nos levantamos hasta que nos acostamos. Incluso durmiendo. Cada vez se instala más la comprobación de que somos vigilados, registrados, seguidos, interferidos, observados. Se puede elegir el tiempo verbal. Se puede optar por un verbo u otro, al fin y al cabo todos ellos son complementarios.
Las calles, los comercios, las estaciones, las autopistas, las salas de reunión públicas, los datos sanitarios, los fiscales, las cuentas corrientes, las compras, las preferencias de consumidores, ideológicas, la navegación por internet...todo se va incorporando al ojo que George Orwell denominó Gran Hermano, de cuyo término se apropió el estúpido programa televisivo, restando gravedad al concepto, frivolizando y desvirtuándolo para su propio provecho, haciendo cómplice a la propia ciudadanía espectadora que en tan poca estima tiene su libertad.
El control social tradicional no basta ya al Estado. Éste y cada vez más empresas de negocio particular, compinchadas con aquél, en nombre de todos los peligros supuestos, de todas las acechanzas aunque sean minoritarias, de todos las prestaciones, de agilizar servicios, de facilitar recursos, etc. va acumulando información de todos y cada uno de los ciudadanos. Estamos al descubierto.
Sobre este tema ha aparecido en la Editorial Pre-Textos un interesante ensayo titulado Defensa de lo privado, cuyo autor es el alemán Wolfgan Sofsky, antiguo profesor de Sociología que lleva años trabajando por libre. El libro no tiene pérdida; en realidad es un áspero canto a la libertad, no con invocaciones místicas, sino analizando precisamente los riesgos de ésta. Acompaño un par de párrafos:
"Todo ciudadano tiene algo que ocultar. Dónde se encuentra y con quién conversa, qué pasiones lo arrastran y qué enfermedades lo postran, con quién se divierte y de qué aficiones disfruta; nada de eso está destinado a ojos y oídos ajenos. Ninguna autoridad ni empresa está autorizada para abarcar y menos aún para dirigir los hechos de la vida privada. El grado en que los individuos disfrutan de libertad en la sociedad se mide por el modo como pueden encauzar su vida a su manera, sin injerencias indeseadas de terceros. La privacidad es el fundamento de la libertad, y esta libertad protege frente a todo poder.
"Todo ciudadano tiene algo que ocultar. Dónde se encuentra y con quién conversa, qué pasiones lo arrastran y qué enfermedades lo postran, con quién se divierte y de qué aficiones disfruta; nada de eso está destinado a ojos y oídos ajenos. Ninguna autoridad ni empresa está autorizada para abarcar y menos aún para dirigir los hechos de la vida privada. El grado en que los individuos disfrutan de libertad en la sociedad se mide por el modo como pueden encauzar su vida a su manera, sin injerencias indeseadas de terceros. La privacidad es el fundamento de la libertad, y esta libertad protege frente a todo poder.
La destrucción de lo privado se haya desde hace años en pleno apogeo. Cada vez es menor la indignación acerca de la usurpación de datos, vigilancia secreta de personas y teléfonos, búsqueda policíaca extensiva o controles de seguridad generalizados. Apenas si significa ya algo más que un breve sobresalto desde el sueño profundo de la comodidad colectiva. A la inmensa mayoría de los súbditos les resulta desde hace ya largo tiempo un hecho obvio ser controlados, espiados, tutelados y una y otra vez tranquilizados. Prefieren fiarse de manera incondicional de las promesas de las autoridades. So pretexto de cuidarse del sistema de la enseñanza pública, la formación profesional y la justicia social, las estancias superiores escudriñan a fondo a sus súbditos, controlan los casos fuera de lo normal y someten su existencia a prescripciones y prohibiciones. El ciudadano asume con gesto despreocupado las advertencias sobre “abstractos” peligros terroristas con que los aparatos de seguridad suelen justificar el espionaje cotidiano. La marcha hacia el Estado preventivo parece imparable. Contribuye a ello la torpeza y la pusilanimidad de los ciudadanos. La protección del parque humano, cerrado con alambradas, figura evidentemente entre los mayores anhelos de la ciudadanía."
(Las fotografías son de Misha Gordin)
sábado, 14 de noviembre de 2009
Revelaciones
He aprendido a hablar con las sombras.
No sólo con las mías, sino con las sombras que no llegaron a crecer
He aprendido a hablar con las sombras que me encontré por los caminos viajeros
Y con las que se habían quedado fijadas en un muro sangriento
Y con las que me observaban descuidadas desde el otro lado de la calle
Y con las que se entrecruzaban en un paritorio
Y con las que convertían todo en sombra
Y con aquellas que me acompañaban al anochecer
No sólo con las mías, sino con las sombras que no llegaron a crecer
He aprendido a hablar con las sombras que me encontré por los caminos viajeros
Y con las que se habían quedado fijadas en un muro sangriento
Y con las que me observaban descuidadas desde el otro lado de la calle
Y con las que se entrecruzaban en un paritorio
Y con las que convertían todo en sombra
Y con aquellas que me acompañaban al anochecer
Y con las que se agitaban entre el beso y la desnudez
Y con las que se movían dentro de mi conciencia rendida durante el sueño
Y he hablado
Con las sombras de los guerreros aún adolescentes desaparecidos al invadir naciones
Con las sombras magulladas de los albañiles caídos para que los templos resplandecieran
Con las sombras coléricas de las mujeres que fueron violentadas en edad núbil
Con las sombras ahogadas de los mineros que no llegaron a disfrutar del sol
Con las sombras desconfiadas de los que huyeron a través de los desiertos para sobrevivir a los bárbaros
Con las sombras tibias de los bárbaros que teníamos en casa
Con las sombras tambaleantes de los borrachos cuya ebriedad no se la dio ni el vino ni el placer sino la insatisfacción
Con las sombras curtidas de los labradores de Ur
Con las sombras disueltas de los gaseados en las trincheras
Con las sombras perplejas de los inocentes, aquellos que alguna vez debió haber y hoy no existen
Con las sombras mefistofélicas de los clérigos de todas las sectas patrimoniales
Con las sombras resistentes de los náufragos que perecieron sin alcanzar jamás Ítaca
Con las sombras coléricas de las nubes antes de la tormenta
Con las sombras de los pobladores engullidos cuando se abrió la tierra bajo sus miserias
Con las sombras altivas de las gárgolas de las catedrales
Y con las que se movían dentro de mi conciencia rendida durante el sueño
Y he hablado
Con las sombras de los guerreros aún adolescentes desaparecidos al invadir naciones
Con las sombras magulladas de los albañiles caídos para que los templos resplandecieran
Con las sombras coléricas de las mujeres que fueron violentadas en edad núbil
Con las sombras ahogadas de los mineros que no llegaron a disfrutar del sol
Con las sombras desconfiadas de los que huyeron a través de los desiertos para sobrevivir a los bárbaros
Con las sombras tibias de los bárbaros que teníamos en casa
Con las sombras tambaleantes de los borrachos cuya ebriedad no se la dio ni el vino ni el placer sino la insatisfacción
Con las sombras curtidas de los labradores de Ur
Con las sombras disueltas de los gaseados en las trincheras
Con las sombras perplejas de los inocentes, aquellos que alguna vez debió haber y hoy no existen
Con las sombras mefistofélicas de los clérigos de todas las sectas patrimoniales
Con las sombras resistentes de los náufragos que perecieron sin alcanzar jamás Ítaca
Con las sombras coléricas de las nubes antes de la tormenta
Con las sombras de los pobladores engullidos cuando se abrió la tierra bajo sus miserias
Con las sombras altivas de las gárgolas de las catedrales
Con las sombras agrietadas de los compañeros de Ulises
Con las sombras apocadas y huidizas de los asesinos
Con las sombras soberbias de las ciudades del desierto
Con las sombras huérfanas de los deshonrados por su tribu
Con las sombras repudiadas de los apestados
Con las sombras confusas de las doncellas poseídas en los callejones del reino de Asterión
Con las sombras de los varones reclutados forzosamente por las levas de los señores feudales
Con las sombras de los animales cazados alevosamente para recreo de los ociosos
Con las sombras sarcásticas de los toreros corneados
Con las sombras soberbias de las ciudades del desierto
Con las sombras huérfanas de los deshonrados por su tribu
Con las sombras repudiadas de los apestados
Con las sombras confusas de las doncellas poseídas en los callejones del reino de Asterión
Con las sombras de los varones reclutados forzosamente por las levas de los señores feudales
Con las sombras de los animales cazados alevosamente para recreo de los ociosos
Con las sombras sarcásticas de los toreros corneados
Con las sombras lascivas de los pedófilos
Con las sombras marchitas de todas las mujeres obligadas a parir a través de la historia
Con la sombra escéptica de Marx
Con las sombras ausentes de los suicidas
Con las sombras marchitas de todas las mujeres obligadas a parir a través de la historia
Con la sombra escéptica de Marx
Con las sombras ausentes de los suicidas
Con las sombras débiles de los energúmenos
Con las sombras luminosas de los amantes
Con las sombras trémulas de las alas de los pájaros
Con las sombras de aquellos a quienes les fue negada la luz y la mirada
Con las sombras indignadas de los ajusticiados en nombre de cualquier dios
Con las sombras y guiños de los relojes de sol
Con las sombras recurrentes de la luna sobre las noches sedientas
Con las sombras inútiles de los profetas cuyas denuncias nunca fueron escuchadas
Con las sombras iracundas de los edificios derribados por los bombardeos
Con las sombras quebradizas de los poetas tuberculosos
Con las sombras sin fin de los espejos
Con las sombras de aquellos a quienes les fue negada la luz y la mirada
Con las sombras indignadas de los ajusticiados en nombre de cualquier dios
Con las sombras y guiños de los relojes de sol
Con las sombras recurrentes de la luna sobre las noches sedientas
Con las sombras inútiles de los profetas cuyas denuncias nunca fueron escuchadas
Con las sombras iracundas de los edificios derribados por los bombardeos
Con las sombras quebradizas de los poetas tuberculosos
Con las sombras sin fin de los espejos
Con las sombras podridas de los condenados a galeras
Con las sombras de las tapias de los conventos
Con las sombras de las tapias de los conventos
Con las sombras envidiosas de los moradores de los conventos
Con las sombras perpetuas de las celdas de las prisiones
Con las sombras que protegieron de invasores a la ciudad de Machu Picchu
Con las sombras veloces y ávidas de los mercaderes de todos los templos
Con las sombras perpetuas de las celdas de las prisiones
Con las sombras que protegieron de invasores a la ciudad de Machu Picchu
Con las sombras veloces y ávidas de los mercaderes de todos los templos
Con las sombras ajadas de las prostitutas humildes
Con las sombras hieráticas y sin embargo mutables de las caravanas
viernes, 13 de noviembre de 2009
Raíles
jueves, 12 de noviembre de 2009
(Paréntesis: Mater et magistra)
Quien apoye, vote o promueva esta ley (la del aborto) está en pecado mortal público y no puede ser admitido a la sagrada comunión. Antonio Martínez Camino, portavoz de la Conferencia Episcopal Española. Leído en la edición de EL PAÍS de hoy.
¿Qué tipo de lenguaje es éste? ¿Dónde vive y en nombre de quién habla quien pronuncia estas palabras lejanas, extraterrestres, amenazantes e increíbles a estas alturas de la historia? A uno, a muchos, durante varias generaciones, los clérigos nos hicieron crecer en el miedo a la vida. Nos hicieron temer la vida. Ellos, que tanto hablan del respeto a la misma, nos mortificaron ofreciéndonos un panorama de sufrimiento, de resignación y de salvación sólo posible fuera de la vida presente. Nos inocularon el complejo de culpabilidad más hiriente que imaginarse pueda. Pero eso fue hace mucho, tanto que ya ni nos acordamos si no fuera por los exabruptos que gustan de practicar con frecuencia, y más cuando hay un gobierno en el Estado que aunque demasiado suave con ellos, no le consideran de su agrado. Simplemente, por la financiación que aún se les procura a cargo del erario público y por el Concordato deberían mostrarse más agradecidos. Pero no; son montaraces.
A su doctrina ideológicopolítica se le puede aplicar el modo hegeliano.
Tesis. La perspectiva del sufrimiento no hacía falta que la señalaran. El curso de la existencia se les muestra a los humanos, en mayor o menor medida, con diversos rostros, algunos más duros, otros más livianos, y algunos hasta acumulados. No era necesario que la señalaran tanto. Pero tenían que hacerlo para posteriormente justificar el siguiente paso.
Antítesis. Puesto que no hay manera, según ellos, de librarse de los sufrimientos, penalidades, frustraciones, miserias y desgracias múltiples, cotidianas u ocasionales, -intentar hacerlas frente con medios, recursos y valor generados hic et hoc por el ser humano que pretende ejercer su libertad es ya caer en el pecado- sólo es posible la resignación, el aguante y la consolación, orientados y dirigidos, eso sí, por la categórica, preceptiva e infalible consideración de los pastores morales (entiéndase ideología por moral, o la ética en el sentido de moral ideológica) De hecho a mi sólo se me ocurre que esta guía es simplemente artera.
Síntesis. La alternativa a la vida difícil y negativa no está en manos de los hombres, según ellos, por lo que la salida final sólo se encuentra en la no salida. En inventarse y creer a pies juntillas en una cosa extraña denominada salvación pero que se daría fuera ya de la existencia. Todo muy trenzado y dogmático. Y el cuento neohegeliano, versión católica, se acabó, como en el cartoon.
Después de escribir esto caigo en que se trata por mi parte de un simple desahogo. Que no debería ocuparme lo más mínimo por atender las palabras -aunque sus hechos sí me preocupan, por sus intentos constantes de obstaculizar el desarrollo de las leyes de un Estado laico- de una secta y unos clanes que viven al margen de la sociedad y de su evolución. Que no debería prestar atención a quienes jamás querrán sentirse ciudadanos -y menos libres- de una sociedad y de sus formas de regularla, porque ellos viven en su especial e interesado Reino ¿de bondad, de justicia, de amor...como preconizan cual falsarios? Que la gente quiere sentirse civil y librepensadora, y desea ser cada vez menos tutelada por cualquier entidad que trate de seguir sometiéndola bajo fines espurios (hay también formas laicas modernas y consumistas de intentarlo, pero es otro tema)
Recuerdo que en mi infancia las palabras pecador, pagano, hereje, apóstata o simplemente transgresor resultaban lacerantes. Eran arrojadas incendiariamente por los clérigos. Pero mientras ellos se regodeaban en el concepto pecador y lo salvaguardaban, porque implicaba entrar de lleno en el proceso hegeliano ya descrito, ser hereje, pagano, transgresor o apóstata significaba estar ya fuera de su control. Por cierto, sobre estos ejercieron violencias mil desde los primeros tiempos del cristianismo. Y no te cuento cuando mandaban con mucho poder en los estados y reinos europeos. Los individuos que incurrían en ese mundo de tinieblas exteriores tenían verdadero valor y amor a la vida, al pensamiento y al concepto de libertad. Aquí mi homenaje y mi reconocimiento a los disidentes.
Pues bien. Uno ya transgredió sus leyes y doctrinas hace mucho tiempo, simplemente al empezar a dudar. Uno ya devino hereje por causa de pensar por sí mismo. Ya sólo le queda a uno cumplir un objetivo sin el cual podría vivir con la misma comodidad, y es apostatar oficiosamente. De ellos, que les gusta oficiar tanto las cosas de su concepto de la vida con sus ceremonias, ritos y liturgias me queda, miren ustedes, una pizca. Y es ejercitar un ritual. Presentarme un día de estos en el Arzobispado oportuno para decirles que oficialmente me den de baja de la lista. Porque en mi fuero interno ya lo hice con plena y total felicidad en su momento. Pero quiero que ellos no manejen sus cifras con un nombre más. A través de mi familia ellos secuestraron mi nombre y mi honra, adjudicándome una adscripción que yo no podía elegir, por razones obvias. Hoy quiero negársela, que no trafiquen ni ideológica ni comercialmente en y con mi nombre.
Recuerdo que en mi infancia las palabras pecador, pagano, hereje, apóstata o simplemente transgresor resultaban lacerantes. Eran arrojadas incendiariamente por los clérigos. Pero mientras ellos se regodeaban en el concepto pecador y lo salvaguardaban, porque implicaba entrar de lleno en el proceso hegeliano ya descrito, ser hereje, pagano, transgresor o apóstata significaba estar ya fuera de su control. Por cierto, sobre estos ejercieron violencias mil desde los primeros tiempos del cristianismo. Y no te cuento cuando mandaban con mucho poder en los estados y reinos europeos. Los individuos que incurrían en ese mundo de tinieblas exteriores tenían verdadero valor y amor a la vida, al pensamiento y al concepto de libertad. Aquí mi homenaje y mi reconocimiento a los disidentes.
Pues bien. Uno ya transgredió sus leyes y doctrinas hace mucho tiempo, simplemente al empezar a dudar. Uno ya devino hereje por causa de pensar por sí mismo. Ya sólo le queda a uno cumplir un objetivo sin el cual podría vivir con la misma comodidad, y es apostatar oficiosamente. De ellos, que les gusta oficiar tanto las cosas de su concepto de la vida con sus ceremonias, ritos y liturgias me queda, miren ustedes, una pizca. Y es ejercitar un ritual. Presentarme un día de estos en el Arzobispado oportuno para decirles que oficialmente me den de baja de la lista. Porque en mi fuero interno ya lo hice con plena y total felicidad en su momento. Pero quiero que ellos no manejen sus cifras con un nombre más. A través de mi familia ellos secuestraron mi nombre y mi honra, adjudicándome una adscripción que yo no podía elegir, por razones obvias. Hoy quiero negársela, que no trafiquen ni ideológica ni comercialmente en y con mi nombre.
domingo, 8 de noviembre de 2009
Privación
Y es desde la superficie desigual de ese muro desde donde le llega el frío. La pintura desconchada, la cal que se desprende dejando al descubierto capas de grosores y asperezas diferentes, las finas ranuras que transmiten rugosidad a sus dedos. No hay nada más preocupante que sentir que los tactos se pierden, que son incapaces de matizar no sólo los objetos sino la materia misma de los objetos. Esa sensación de creciente insensibilidad le vuelve más débil. Livianamente van tocándole pequeñas espitas que poco a poco se transforman en bocanadas gélidas. Sutiles dardos que le rasgan la garganta, que le rozan la piel de los brazos, que se le incrustan bajo las tetillas, que le arañan las ingles. Como una premonición de la fragilidad que le aprisiona, se encoge en un gesto defensivo. Luego tirita. Quiere estirar sus piernas, pero tropieza contra la pared. Quiere apoyarse en el suelo sobre un codo, pero se ve inestable y no aguanta su propio peso. Mareado, no sabe dónde poner a reposar la cabeza. El piso está más frío todavía, y no tiene fuerzas para sujetarse ni sabría dónde hacerlo. No es la oscuridad lo que teme, está acostumbrado a ella. Ese frío es el que le desarma, sobre el que no sabe averiguar su procedencia ni puede traslapar ni le está permitido poner cara. Siempre los rostros. Toda la vida le han acostumbrado a poner imágenes a lo que dicen que existe, ya sea esto apenas intuido o falso o forzoso o no sentido. Nunca ha podido elegir adecuadamente, o acaso no ha dado con el procedimiento. Y ahora, en esta renuncia a advertir representaciones en su largo rosario de temores recibe el castigo. No puede instalar su cuerpo siquiera con una mínima comodidad entre aquellas paredes. No puede levantarse. No puede dejarse caer. Es como si hubiera extraviado cualquier referencia, o como si todas sus referencias hubieran quedado atrapadas en un pasado del que no desea ser esclavo. Anhela con angustia abandonarse de nuevo a los sueños, donde las imágenes son menos agresivas. Pero cómo dormir si no hay posición que le brinde el ejercicio del sueño. Cómo participar de la huída. ¿O acaso no está ya en ella? Tanto frío va cristalizando cada articulación, cada músculo, cada porosidad. Maldito el don de lo etéreo, clama quebradizo, mientras la última sombra de su cuerpo se congela en la atmósfera del cuarto.
miércoles, 4 de noviembre de 2009
Atosigante
No cesan. Si duerme se apoderan de él. Si permanece en vela se magnifican hasta confundirlo. En el sueño se deslizan gesticulando alocadamente. No las controla, pero llegan a divertirle incluso. En la vigilia se transfiguran y toman un modo de rostros y los rostros hablan y los rostros gesticulan y los rostros, algunos, se ponen máscaras, y los que no se ahuecan hasta estremecerle. Adustos, sancionadores, insaciables. Y tras esas caretas desmedidas aparecen los cuerpos, y estos, aunque distorsionados, se mueven agitadamente. Y los paisajes se materializan, y el aire se ausenta, y la lluvia se solidifica en púas, y los silencios se fracturan. La noche, aunque inescrutable en su soledad maltrecha, le hace asomarse a una cotidianidad enfermiza que él conoce demasiado bien, y le sobrecarga de excitación y desconcierto. Oye un griterío que no viene de fuera, oye acusaciones que no las trae el viento, oye reproches que no se filtran por las paredes. Sus sienes tienden a expandirse, y en torno a sus ojos le abrasan unas punzadas atravesando su retina. Hay como dos miradas, como múltiples miradas. Depende hacia dónde dirija un recuerdo. Hacia qué figuras abra su mente, o la cierre. Desde sus ojos entornados ve todas las situaciones posibles, ve la insatisfacción, ve la queja, ve el tiempo que no puede recuperar. Ve la vaciedad. Se siente impotente y toca la húmeda y pringosa herida que le incapacita para la retractación. Pero no sabe. No sabe de qué ni por qué debería hacerlo. Las sombras van tejiendo un hilo cada vez más denso en torno suyo. Ya no son protectoras, ya no juegan, ya no se limitan a desdibujar objetos para formar las amables apariencias chinescas. Los últimos colores de la bondad se diluyen y el muro es negro.
lunes, 2 de noviembre de 2009
José Guadalupe Posada, oficio de burlón
Con los muertos pasa como con todo lo inexistente. Se hace de ellos un icono cuya correspondencia real con la vida es relativa, ficticia e interesada. Se les rehabilita en el imaginario popular para paliar esa conciencia de culpabilidad cristiana que aparece por doquier en las sociedades tradicionales de Occidente. Son, por lo tanto, cómodos. Se les encierra en el templo de un culto anual que es más administrativo que sentido. Se puede hablar en su nombre, se puede despotricar de ellos, se les puede ensalzar. De manera inmediata no van a decir jamás nada. Otra cosa es cómo lo que significaron los vivos que ya no existen, y sobre todo sus obras, sigue cruzándose en las mentes de cada individuo que estuvo vinculado a ellos. En ese sentido podría decirse que los muertos tienen una larga mano. La que quieran los vivos que tengan.
Los muertos son objeto de fácil manipulación. Los humanos que les han sobrevivido pueden ignorarlos o traerlos a una presencia efímera e irreal para justificar una herencia, para actualizar un mensaje, para extorsionar con su recuerdo cualquier clase de interés. No se les resucita, salvo que por resurrección sólo se entienda la correspondiente metáfora. Los muertos constituyen en todas las sociedades una fenomenal coartada. ¿Para qué? Para exorcizar el miedo de los vivos, tal vez. Para mantener un vínculo con el pasado. Para meditar sobre el aprendizaje. Para creer en la cadena de una continuidad de la especie. Para fingir una eternidad cuyos límites son obvios.
Las ceremonias son también féretros del olvido. Se han montado siempre espectáculos, rituales, monumentos incluso. Podrían ser sencillamente motivos de reflexión sobre la condición humana. Pero las religiones interfieren y enajenan incluso los hechos más profundos. Si nacer es accidental, morir es la correspondencia de la propia biología. Son las circunstancias de cómo acontece el fin lo discutible, no la muerte en sí misma. ¿La memoria? Eso es otra cosa. No la dejemos a merced del culto religioso. Es más sagrada que eso. O acaso es más salvable. La memoria sirve para mantener la honestidad de nuestro pensamiento. Es el tesauro de los significados. Emociones, afectos, conocimiento, disfrutes y adversidades se acumulan dándonos sentido.
En todas las sociedades a los muertos se les dota de representaciones antropomorfas. Puesto que alguna vez fueron animales humanos se hace del esqueleto un ser movible y en constante actividad humana. El mejicano José Guadalupe Posada los convertía en unos eternos humanos. ¿O acaso convertía a los humanos pretenciosos, pendencieros, codiciosos, pudientes o viles en su más allá en vida? José Guadalupe Posada practicaba la ironía, la sátira y la risa compartida con sus paisanos. ¿Culto a la muerte? Guiño a la muerte, diría yo. Con sus dibujos sentenciaba a los vivos pero los proyectaba a un más allá con sus apariencias y deshonestidades, con sus defectos y vicios, con sus pasiones y violencias, con sus supersticiones y sus ignorancias. Posada burlaba la inexistencia. Los personajes de todas las clases sociales pasaron por las plumillas del dibujante, litógrafo y grabador. Con su impronta demoledora e irónica hace de los personajes calavera, y en general de todos los que reflejó en montones de hojas volantes y periódicos, unos tipos entrañables, risueños, dispuestos a proyectar la vida en la misma nada. Visualizar la obra de Posada es llenar de oxígeno de humor nuestras mentes. Tal vez la mejor arma, la menos sangrienta para desmitificar temores y la más curativa para paliar ansiedades.
domingo, 1 de noviembre de 2009
Recurrente
Últimamente sueña con sombras. Sombras que se estilizan o se expanden. Sombras que escalan sobre su cabeza o que se encorvan hasta rozar sus pies. Sombras que se desdoblan, que adquieren auras concéntricas, haciendo crecer extrañas figuras. Sombras que giran sobre sí mismas y elevan y dejan caer unas extremidades difusas, de difícil precisión corpórea. Sombras que le mueven el aire y sombras que le ahogan. Tal es la intensidad con que se despliegan que atraviesan su sueño ordinario y cree verlas en el lado de acá de la vida. No sabe de dónde provienen. Desconoce si surgen de un humo, de los últimos rescoldos de alguna hoguera aún no extinta. O si son proyecciones que los rincones difuminados de su calle deslizan a través del ventanal de su cuarto. Cuando ha considerado que alguna de las sombras adquiría proporciones desmesuradas se ha levantado de la cama y se ha asomado con cautela. Pero la calle permanecía brumosa, apenas sugerida por el menguante hilo de luz de la farola. Nada hay afuera. Cuando transita algún noctámbulo y se oyen sus pisadas él se tranquiliza. Si es una cuadrilla que habla alto o canturrea se relaja. Pero el silencio le desasosiega y hace que crezcan nuevas sombras. Hay un momento impreciso en que no sabe si está dormido o despierto. Y una visión que se multiplica en otras visiones semejantes le oprime. Entonces, la sensación de un terror incontenible le hace sudar. Tiene una reacción de autodefensa, que en lugar de hacerle saltar le bloquea. Su cuerpo permanece agarrotado entre las sábanas. Si sueña, las ve. Si se despierta, las sigue teniendo delante, más agitadas, como si hubieran perdido un territorio y le exigieran que les devolviera a él. La frecuencia recurrente de este sueño le preocupa. No se lo ha dicho a nadie.