domingo, 8 de noviembre de 2009
Privación
Y es desde la superficie desigual de ese muro desde donde le llega el frío. La pintura desconchada, la cal que se desprende dejando al descubierto capas de grosores y asperezas diferentes, las finas ranuras que transmiten rugosidad a sus dedos. No hay nada más preocupante que sentir que los tactos se pierden, que son incapaces de matizar no sólo los objetos sino la materia misma de los objetos. Esa sensación de creciente insensibilidad le vuelve más débil. Livianamente van tocándole pequeñas espitas que poco a poco se transforman en bocanadas gélidas. Sutiles dardos que le rasgan la garganta, que le rozan la piel de los brazos, que se le incrustan bajo las tetillas, que le arañan las ingles. Como una premonición de la fragilidad que le aprisiona, se encoge en un gesto defensivo. Luego tirita. Quiere estirar sus piernas, pero tropieza contra la pared. Quiere apoyarse en el suelo sobre un codo, pero se ve inestable y no aguanta su propio peso. Mareado, no sabe dónde poner a reposar la cabeza. El piso está más frío todavía, y no tiene fuerzas para sujetarse ni sabría dónde hacerlo. No es la oscuridad lo que teme, está acostumbrado a ella. Ese frío es el que le desarma, sobre el que no sabe averiguar su procedencia ni puede traslapar ni le está permitido poner cara. Siempre los rostros. Toda la vida le han acostumbrado a poner imágenes a lo que dicen que existe, ya sea esto apenas intuido o falso o forzoso o no sentido. Nunca ha podido elegir adecuadamente, o acaso no ha dado con el procedimiento. Y ahora, en esta renuncia a advertir representaciones en su largo rosario de temores recibe el castigo. No puede instalar su cuerpo siquiera con una mínima comodidad entre aquellas paredes. No puede levantarse. No puede dejarse caer. Es como si hubiera extraviado cualquier referencia, o como si todas sus referencias hubieran quedado atrapadas en un pasado del que no desea ser esclavo. Anhela con angustia abandonarse de nuevo a los sueños, donde las imágenes son menos agresivas. Pero cómo dormir si no hay posición que le brinde el ejercicio del sueño. Cómo participar de la huída. ¿O acaso no está ya en ella? Tanto frío va cristalizando cada articulación, cada músculo, cada porosidad. Maldito el don de lo etéreo, clama quebradizo, mientras la última sombra de su cuerpo se congela en la atmósfera del cuarto.
No había caído en la cuenta de lo que llevan esas siluetas en la mano.
ResponderEliminarSon crucifijos ¿no?
Sutil… y ¿dice usted que su intención primera no era asustar?
Sagaz colega, el subconsciente nos traiciona, jaj. No soy yo el que asusta, qué va. Mire, mire para atrás.
ResponderEliminarCuervos, esqueletos, calaveras, siluetas terrorificas, relatos de oscuridad obsesiva...
ResponderEliminarNo soy el único a quien el otoño no le sienta.
Salud y ¡AAAAAAAAH!
Pues te juro, Aragónico, que el último post no tiene que ver con todo esto de las sombras. Aunque hable de un mundo de tinieblas también.
ResponderEliminarSalud y sarcasmo.
Querido Fackel. Desde luego que todos pasamos del tema Iglesia, en cuanto a que sus preceptos no nos afectan lo más mínimo. Ni su doctrina ni sus iras ni sus manías persecutorias sobre la sexualidad y el amor. Lo que nos molesta, verdad, es lo que dices. Que sigan intentando influir permanente sobre la política y la sociedad españolas. Que sigan recomendando barbaridades, como la abstinencia o el no al condón, a continentes enteros víctimas del SIDA y otras lacras. Esos sepulcros blanqueados no se dan cuentan de lo que nos deben. Ya dijo el Otro: por sus obras los conoceréis. Bien sabidos y conocidos están, desde luego.
ResponderEliminarUn abrazo en la distancia.
Te disculpo, Juanjo, porque hayas colgado la opinión en el post que no es, pero te acepto el argumento.
ResponderEliminarSobre el asunto, nada nuevo bajo el sol que no se haya manifestado en el largo mandato de esa institución. Bueno sí, qe el largo mandato ya no es tan denso como fue. Aunque tengan tan bien montada su multinacional.
Hominum res.
Salud y buen hacer, hermano.