No, Käthe Kollwitz no dibujó ni trabajó la litografía y el grabado para que un aficionado al blog de casi un siglo después escriibiera florituras sobre una imagen suya. Käthe Kollwitz hacía representación de la vida que ella conocía. Donde Fackel ve la hermosura de la niña dormida, o donde simula sumergirse en el gesto placentero del sueño y envidiar ese estado casi irreal, Kollwitz probablemente reproducía otra cosa. Una niña famélica muerta de hambre o huérfana o acaso muerta del todo. Porque nunca dudó de la orientación de su trabajo. La vida de los trabajadores alemanes del último tercio del siglo XIX y principios del siglo veinte, que ella vivió de cerca, le impresionó profundamente, y de esa vida, de sus estrecheces, de sus miserias, de sus desgastes, de sus luchas y rebeldías, Kollwitz sacó el tema más vigoroso que pueda pensarse. Era como si se sintiera obligada a reflejar el estado de una clase y de una situación que con ayuda de su arte lograra trascender las propias desgracias.
“...La verdadera razón por la cual elegía para mis representaciones casi exclusivamente motivos de la vida obrera, fue que estos me daban simple e incondicionalmente aquello que yo consideraba bello. Bello era para mi el peón de Königsberg...Bellos, los movimientos generosos del pueblo. La gente burguesa no tenía atractivo alguno para mi. Toda la vida burguesa me parecía insípida. El proletariado, en cambio, tenía una gran pujanza.”Esta potente artista nacida en 1867 en Königsberg (actual Kaliningrado) fue estimulada por sus padres en sus capacidades, a pesar de que en aquel tiempo no se admitía a las mujeres en las Academias. Su trabajo lo realiza principalmente en Berlín, cuando a los veinticuatro años se casa con el médico Karl Kowitz.
“...Cuando, especialmente por mi marido, conocí lo profundamente doloroso y trágico de la vida proletaria, cuando conocí a mujeres que venían pidiéndome ayuda, y de paso también a mi, me fue conmoviendo con toda intensidad. Me atormentaban e inquietaban problemas no solucionados como la prostitución y la desocupación, que contribuían a que perseverara en la representación del pueblo humilde; el hecho de representarlo continuamente de nuevo , significaba una válvula de escape y hacía que la vida fuera soportable.”Su obra se lleva a cabo en tres etapas. Al principio hace aguafuertes, en la mejor tradición del estilo narrativo alemán. Posteriormente se siente atraída por la litografía, donde se centra en las figuras centrales y prescinde de elementos accesorios, pero de cuya técnica o mejor dicho, de cuyas realizaciones con esa técnica no acaba de sentirse a gusto. Por último penetra en el mundo del grabado en madera, un mundo magistral donde las figuras y sus contornos adquieren caracteres precisos y afilados, podría decirse que desgarradores. Y los temas, recurrentes, son verdaderas crónicas de las formas de vida de las clases desposeídas, con las que se siente moralmente obligada a entregar su obra.
“...Yo sentía que no debí sustraerme a la misión de ser defensora. Debo expresar el sufrimiento descomunal de los hombres que no tiene fin. Esta es mi misión, pero no es fácil. Dicen que el trabajo trae alivio. Pero, ¿cómo sentir alivio, si -a pesar de mis afiches- todos los días hay hombres que mueren de hambre en Viena?.” ¿Conocería Käthe Kollwitz la obra de Goya? No necesariamente, pero tampoco resulta sorprendente que de la misma manera que el pintor español reprodujo su serie
Desastres de la guerra, la Kollwitz se centrara en otros episodios terribles de la historia, porque motivos sobrados, desgraciadamente, los hay, tanto en el pasado como en el presente (citemos: Gaza, Congo, Darfur en Sudán, etc.)
Y así, Käthe Kollwitz desarrolla sus series en aguafuertes y litografías sobre asuntos como la guerra de los campesinos alemanes de 1524/25, la huelga y rebelión de los tejedores de Silesia en 1844 y lo más directamente sufrido por ella, los devastadores efectos de la guerra mundial de 1914/18, en la cual llegó a perder un hijo. La representación formal y estética de los personajes que representa no poseen la belleza insípida, armoniosa o sobrenatural de las pinturas clásicas. Su obra es adusta, fuerte, amarga. La fortaleza o la penuria o el dolor o la fraternidad o el amor o el calor humano, en fin, están ahí, pero muy hundidos; hay que pararse en seco antes sus obras, pero una vez que lo haces lo percibes todo, te vinculan, te llevan a su mundo.
“...A veces mis padres me decían: Con todo, hay cosas agradables en la vida. ¿Por qué muestras tan sólo el lado oscuro? A esto, nada podía contestar. Sencillamente no me interesaba. Pero quiero insistir nuevamente en lo siguiente: al principio prácticamente no fueron ni la piedad, ni la compasión las que me movían a representar la vida proletaria; simplemente, ésta me parecía bella. Como dijo Zola o algún otro: le beau c’est le laid.” Si esto parece poco, llega a ejecutar una serie sobre el tema de la Muerte (Tod) en la última época de su vida.
“Me había propuesto llevar a cabo mi antiguo proyecto de hacer una serie de hojas gráficas acerca del tema de la muerte y luego terminar con todo, dejar ya mi obra....En definitiva, éste es mi testamento: No hay que moler las semillas. Igual que aquello de ¡Guerra Nunca Más!, esto no es un anhelo, sino una orden, una exigencia." Sencillamente admirable que una mujer de extracción burguesa dedicara su habilidad y su capacidad creativa a las clases obreras que, en aquella época, eran las más numerosas junto a las campesinas. Fue este tema y su manera directa y honda de representarlos lo que a través de sus carteles y afiches la llevaran a ser reconocida popularmente. Por otra parte, su estética y sus técnicas influyeron en otros artistas del expresionismo como George Grosz y Otto Dix, por ejemplo.
* Citas del libro Käthe Kollwitz, Ich will wirken in dieser Zeit. (Voy a actuar en este momento). Pertenecen a una selección de sus cartas y diarios.