lunes, 29 de septiembre de 2008

Sacrificio consumado



Y Abraham oyó en sueños la Voz y despertó alarmado y la Voz le dijo: toma a tu hijo Isaac y ofrécemelo en sacrificio, parte rápidamente a la meseta que se yergue sobre el poblado, reúne sarmiento, levanta una pira y prende en ella el cuerpo de tu hijo, sé que él es tu heredero, aquél a quien más quieres porque con su existencia se garantiza la continuidad de tu casta, pero debes demostrarme que me amas todavía más a mi, no debes afligirte por ello, puesto que con ese sacrificio pones a prueba la fidelidad que siempre me has mostrado, y eso te permitirá ennoblecerte aún más ante mis ojos, y yo te resarciré como no imaginas, sé que la prueba es dura, pero no lo es tanto porque sea tu hijo, puesto que tienes otros, tanto legítimos como ilegítimos, sino porque es el primogénito y sin él sabes que queda cuestionada tu herencia, quiebra la seguridad de tu patrimonio y se disuelve la línea de descendencia que tus mayores tardaron tanto tiempo en consolidar, pero Abraham dudaba y se resistía ante la solicitud despiadada y dijo: Voz, siempre me he manifestado entregado y firme a tus preceptos, siempre he hecho valer ante otras tribus tu soberanía, siempre he mantenido la tradición de los ritos y he ordenado cumplir las leyes morales que hacen posible el equilibrio de nuestra estirpe, y a todo esto le hemos llamado siempre Amor a ti, ¿por qué me exiges ahora este ejercicio descomunal de ferocidad con mi propio hijo?, ¿quién es el ambicioso?, ¿quién está poniendo en riesgo a sus propios fieles con semejante requerimiento?, ¿por qué pretendes destruir lo que hemos construido bajo tu protección?, pero la Voz no se perturbó, ni rebajó su tono, ni mostró compasión alguna, por el contrario volvió a hablar con carácter enérgico: Abraham, no dudes ni cuestiones, no estás aquí para poner en entredicho mis designios, no te ha sido dado el poder por tu propia capacidad, ni tus riquezas han llegado a tus manos por habilidad de los tuyos, sin mi jamás serías el patriarca de las tribus que he elegido para su salvación, ni siquiera tu vida está asegurada si yo no lo deseo, y entonces Abraham se estremeció, sintió un miedo axial, temió por todas las pérdidas que el desaire manifestado a la Voz podría acarrearle más que por la muerte de su propio hijo, y sollozó amargamente, y depositó a Isaac sobre el montón de piedras, y luego prendió el sarmiento y se echó hacia atrás, y en vano esperó Abraham el gesto de indulto de la Voz, y en vano esperó la palabra que detuviera la atrocidad, y la columna de humo se extendió en espiral hacia la ciudad y la Voz no volvió a hablar.


(Fotografía de Misha Gordin)




sábado, 27 de septiembre de 2008

Octavio



Le desbocan las letras de Octavio Paz. Pero también le nombran. Cuando él se aproxima, Octavio está de vuelta. Le matizan. Cuando él cree haber hallado una clave, Octavio dispone varias. Le sujetan. Cuando él pretende su dispersión, Octavio le ciñe con todas las visiones. Si el día le ha golpeado con la tenacidad de los elementos, el poeta allanará su camino. Si la noche le empapa de congoja, el poeta le calma la sed. Entonces su pecho palpita, su silencio clama y se rubrica en el redescubrimiento de sí mismo. Y escucha la voz de Octavio...

Soy hombre: duro poco
y es enorme la noche.
Pero miro hacia arriba:
las estrellas escriben.
Sin entender comprendo:
también soy escritura
y en este mismo instante
alguien me deletrea.

(Fotografía de Javier López Rotella)

Despegue



¿Planeas a favor o en contra del viento? Te da igual. No te arredra el vuelo. Sabes que las nubes te acogen. Que buscas un paisaje nuevo. Que tu energía habla por tu ser. Que no hay sueño que te desvíe ni trampa que te haga disuadir. Que atravesarás las tormentas que salgan a tu encuentro y hallarás la claridad. Con ese impulso convocas a los elementos de los que eres materia. ¿Tierra, fuego, agua, aire? Lo primigenio y universal se despliegan en torno tuyo. Entonces se muestra tu sustancia profunda. Sabes que madera y barro te han conformado y te nutres de ellos para volar. Has dispuesto un arranque donde la luz deslumbradora o las sombras no son óbice para tu osadía. En la propulsión tú mismo prendes. En el erguimiento enfilas la dirección. En el avance tus ojos emiten destellos infantiles que te hacen más receptivo. Hay más que un cuerpo, que una urgencia, que un tiempo, que un territorio, que una reconstrucción, que un ser, allá en el horizonte. Travesía.

(Sobre fotografía de Louviere + Vanesa)

jueves, 25 de septiembre de 2008

Convulsiones



Enredado en sus propios movimientos, el ser convulso no cedió en su transformación; cómo saber si se dirigía hacia una emersión pujante o si sólo se precipitaba hacia la nada; nadie pudo comprobar si sus inquietos pasos aclararían alguna vez sus orígenes o si manifestaban el desgaste de un destino imprevisto; nadie pudo discernir si renacía exultante de su propio espectro traicionado o si todo era un retorcerse sobre el furor que emanaba de sus entrañas; nadie pudo aseverar si retrocedía o si progresaba; cómo estar seguros de que una imagen renovada crecía sobre su piel o si él sólo trataba de desprenderse de las tiras de lo residual; cómo apreciar que lo que ejecutaba era una danza salvadora y no un quiebro malherido; cómo convencerse de que luchaba con todas sus fuerzas por desasirse de lo enajenante y no que se había convertido en un poseso revolviéndose inútilmente contra las trampas de sus limitaciones; cómo demostrar que vivía un momento prolongado de germinación y no que se trataba de los estertores de la consumación; cómo apreciar si portaba el inicio de un cuerpo magnífico o si se cebaba contra su pretensión el ictus secreto y desmesurado del ajamiento; cómo diferenciar si aquel ejercicio de espiral turbia le hacía crecer o si le hundía; cómo comprender si se consolidaba una pátina muscular delicada o si se aposentaba pesadamente en él la masa de las sombras; nadie certificó nunca que fuera el equilibrio lo que le mantenía en pie o si acaso tan sólo la energía desesperada con que resistía los embates; nadie tuvo constancia de si era víctima del temblor eruptivo de su pecho o si el viento de las acechanzas externas le golpeaban inclementemente contra las rocas; nadie le vio jamás erguirse del todo como jamás le vieron caer; fue un instante, una ausencia de tiempo, una desfiguración; una metamorfosis incompleta.


(Sobre una fotografía de Louviere + Vanesa)


domingo, 21 de septiembre de 2008

Equinocial


La miraste entre perplejo
y lánguido.
Desplegada a tus pies
apenas respiraba.
Suspiraste.
Hondura.


(Fotografía de Talbot)

sábado, 20 de septiembre de 2008

Además



Al abrirla, ¿qué esperas encontrar? De momento, la tienes a mano. No es poco; jamás habías dispuesto de ella antes. Además, te acucia la curiosidad. Un diluvio de preguntas se precipita sobre tu capacidad de sorpresa y te hace vacilar momentáneamente. Además vibras de emoción por el rescate de un objeto perdido en tu evocación silenciosa. Además te paras ante el tejido concéntrico de los círculos que la forman. Los observas, los acaricias lentamente, buscas la diferencia entre roce suave y fricción. Además te recuerda algo, tal vez el río. La mansedumbre que alterabas al arrojar la piedra. El movimiento violento y rompiente del que te creía factor. Además aparecen rostros dispuestos a desviarte de tu intención; rostros muertos sobre memorias vivas. Además surge, como un fantasma arcano, la prohibición: nunca deberás tocarla; eso te dijeron. Además, desprende un olor de paisajes que no has vuelto a ver: el manantial que calmaba provisionalmente tu sed, los juncos que te escondían, las zarzamoras que saboreabas, el sorgo que veías aventar. Además, su forma, ante la cual capitulas, cuya convexidad te enajena, cuya concavidad temes. Además, el silencio que preserva. ¿O acaso son voces acalladas largo tiempo que en cuanto abras el cesto van a invadir la atmósfera? Además, tu decisión.

martes, 16 de septiembre de 2008

Fecundación



En la penumbra
los rayos la fecundan.
Quietud del jardín.

(Fotografía de Robert Mapplethorpe)

domingo, 14 de septiembre de 2008

Aforismos habitados


Aliviar lo incierto. Hacer de aquello que parece que jamás se podrá probar una tentativa. No hay nada que perder en ello. Si no se logra, al menos habremos disfrutado de un hermoso sueño. El del esfuerzo y el de la imaginación. Eso sí, que sean creativos. Es el precio de cierta satisfacción. La duda: ¿despertar será soportable?


Ser o no ser no son la cuestión. Ni siquiera estar o no estar lo son. La disyuntiva no es elegible, mal que le pese al Príncipe de Dinamarca. Entre la nada del origen y la nada del fin transcurre la vida. Ésa es la verdadera cuestión. Acontecer, manifestarnos, sentirnos en tránsito, disfrutar, tomar la esencia de los días, vivir ahora y siempre. Carpe diem, digamos una vez más, que es un eslogan antiguo pero sigue teniendo actualidad.


Frente a los que proclaman el soplo divino como realización reivindico el barro. El barro de las chozas, el adobe, el limo de las vegas fluviales, las vasijas útiles, las tablillas con los primeros textos, las canicas. Imagen de la condición humana, frágil y sólida a la vez. Indestructible y capaz de rehacerse si se rompe. ¿El soplo divino? Una metáfora, que como tal, me gusta, es ilustrativa. Sirve de manera tan generosa para elaborar poesía...Pero los que pregonan ese soplo desde el interior de sus catedrales y de sus estancias episcopales, ¿acaso no están también creyendo fielmente en sus propias metáforas? Metáforas de poder e influencia, naturalmente.


Además, desde que Prometeo robó el fuego a los dioses griegos, ¿qué han hecho todas las religiones, sucesivas o no? Me temo que pretender robárselo a los hombres. Sin conseguirlo.


Poder, poder, poder. Es lo que quieren decir pero no dicen abiertamente los que invocan: Sanctus, Sanctus, Sanctus. Cuánta perseverancia tienen los mercaderes del Templo.


Sarabande, de Händel. ¿Qué parte del corazón te atraviesa cuando la escuchas? ¿Qué caminos emprendes? ¿Qué arde dentro de ti? ¿Qué velo de sangre cubre tus ojos? ¿Cuánto de lo superfluo abandonas para entregarte a lo nuevo? ¿A quién te hace amar intensamente y te arroja fuera de ti? Tanta belleza en su compás ternario que no sabes si recogerte o estallar en los mil ritmos de fuego que se te acumulan dentro.


No te refugies en las ruinas de las ciudades antiguas como huída. Déjate acoger en ellas como búsqueda. El túnel del tiempo funciona. Sólo tienes que poner de tu parte la entrega. Ellas emiten significantes; tú escucha el silencio. Luego recoge significados.


Meditas sobre aquella frase de Octavio Paz: cuando penetro en mi me deshabito. Tanto saliste a contemplar el mundo que olvidaste las estancias de tu sangre. No es fácil encontrar sentidos claros en medio de las direcciones perdidas. Te alegras de desprenderte de lo accesorio y de abrir tu interior. Decides deshabitarte para llegar a tu profundidad.


(Dibujo de François Schuiten)

sábado, 13 de septiembre de 2008

De muertes y esperanzas


Canta Altazor...

Eres tú tú el ángel caído
La caída eterna sobre la muerte
La caída sin fin de muerte en muerte
Embruja el universo con tu voz
Aférrate a tu voz embrujador del mundo
Cantando como un ciego perdido en la eternidad
Anda en mi cerebro una gramática dolorosa y brutal
La matanza continua de conceptos internos
Y una última aventura de esperanzas celestes
Un desorden de estrellas imprudentes
Caídas de los sortilegios sin refugio
Todo lo que se esconde y nos incita con imanes fatales
Lo que se esconde en las frías regiones de lo invisible
O en la ardiente tempestad de nuestro cráneo



(De Altazor o el viaje en paracaídas, Poema en siete cantos, de Vicente Huidobro. Autorretrato del expresionista alemán Otto Dix)

jueves, 11 de septiembre de 2008

Al otro lado


Al otro lado de la gran muralla estaba la ciudad perdida. Cómo llegaron allí, ni ellos mismos lo saben. No había hueco, no había intersticio alguno. Ni siquiera conocen cómo se juntaron por el camino. Sólo saben que un mediodía caluroso se encontraron en algún lugar del valle y que por la noche se echaron a dormir al borde del paredón. Al amanecer estaban en la otra parte. Nunca está claro cómo se llega a los lugares inesperados. Como jamás se dilucida el porqué de la coincidencia en los encuentros que acaban incidiendo axialmente en la vida de los seres. La gente pretende siempre una explicación lógica, ya se sabe: si hay efectos es que hay causas. Pero la realidad sólo habla con asiduidad de lo que es e ignora las motivaciones. Ellos huían del mundo que ya no les decía demasiado y se lanzaron a la búsqueda de aquello que necesitaban. Las búsquedas siempre son esfuerzos individuales, pero la conjunción es hija del azar. La ciudad era una ruina y una desolación, mas su arquitectura estaba dotada de vida. Al entrar por el barrio del puente no se sintieron solos. Sospecharon que una multitud de ojos ocultos advertía en silencio su presencia. Pero las miradas no se hallaban allí, sino que estaban escondidas en el paisaje del tiempo perdido. Ellos sabían también mucho sobre ese tipo de paisaje, que existía en otras zonas de la inmensa región de donde procedían. El tiempo extraviado es más denso que el espacio abandonado. El espacio siempre puede volverse a ocupar; no así el tiempo cuya carencia de significado gravita sin recuperación sobre los ciudadanos inquietos que se persiguen a sí mismos. ¿Por qué alguien ordenaría levantar aquel muro enhiesto e insultante para separar la ciudad pujante del desierto? ¿Fueron gentes de esta parte o de la otra? La tradición oral no es acorde ni definitiva al respecto, aunque de alguna manera resultan coincidentes y complementarias las versiones . En las comarcas próximas a la ciudad yerma decían que el muro fue obra del tirano que gobernaba con mano de hierro al otro lado, porque no quería que el ejemplo de la ciudad pujante y moderna se extendiera en sus dominios. En el territorio de las extensas llanuras se contaba que fue la soberbia de los dignatarios de la ciudad la que decidió la gran pared con objeto de que nadie de la otra parte la copiara. Al avanzar por la ciudad devastada los viajeros sólo piensan en un concepto: reconstrucción. Pero ellos saben que, aunque semejante esfuerzo no reside sólo en su propia capacidad, sí pueden aportar el bagaje de la ilusión y de los sueños. Con frecuencia se relacionan estos términos con la ambigüedad o la abstracción, como si ilusionarse y soñar fueran arquetipos de ficción, esquemas irreales. Para los viajeros no hay duda: tal tentativa está vinculada a la necesidad, y cualquier dimensión que permita encarar la realidad para salvar los escollos de las dificultades está justificada. Se saben poseedores de la ciudad del encuentro. Se adentran lentamente por ella, observando, tanteando el trazado. Pero eso es secundario. Lo fundamental es que ellos están allí; sólo les apetece disfrutarla.

(Dibujo de François Schuiten)

miércoles, 10 de septiembre de 2008

Haiku del tacto


Tocas la noche:
allá donde las sombras
nos iluminan.



( Fotografió Leonard Nimoy)

martes, 9 de septiembre de 2008

Preludio






Escuchas la Suite Nr 1 für cello de Bach, estás solo, estás dentro de una habitación que crece a medida que el cello se dispersa, creces con él, giras a su compás, crepitas como un rescoldo que no se apaga, que sigue alimentando la música que aún mana dentro de ti, sientes el vaivén que te sigue moldeando, las subidas que escalan y mantienen en vuelo sus arpegios, cierras los ojos, escuchas el ramaje denso y preciso que te embriaga, vuelas la mirada lejos de tu extensión, las geografías no se dirigen entonces sólo hacia el este ni hacia el sur, están en tu propia vertical, te atraviesan como la tormenta que te despertó violentamente esta madrugada, el oleaje del preludio te arrastra, pero no es un horizonte desconocido el que te acosa, es el hallazgo de ti mismo lo que te seduce, nada estuvo jamás tan lejos de la ignorancia tras la que te resguardabas para no asumir responsabilidades, las tormentas acaban trayendo claridades, envuelven como la suite de Bach, te desbordan, empapan y revuelven, pero acaban centrándote, nunca te arredraste ante el movimiento oscilante de los acontecimientos, en él veías la nave, era tu nave, se adaptaba a la travesía, Bach te lo hace comprender en una composición de apenas unos minutos, una descarga de altibajos y sonidos que te estructuran, pero estás solo, y esa soledad es decisiva para sentir, y te temes y no te temes, y aunque aúlles hacia vientos lejanos sabes que está en tu raíz, sabes que tu raíz despliega el tallo de tus ganas de vivir intensas, sabes que flotas como las calas acuáticas y te nutres de la levedad licuosa, sabes que la música que antes te consolaba ahora te recrea, te hace renacer, y sus sones llegan desde muy adentro, porque has interiorizado lo soñado, has llevado a tu médula la sustancia que perseguiste siempre sin rostro ni voz, pero que ahora se materializa, se apodera de ti, te fortalece, te roza, te susurra, y danzas entre los planetas sabiendo que al bailar también se pisa la tierra, se asienta uno en ella con más realidad que la realidad de las dudas, y en esa calidez con que la aproximación de la música te posee hallas la encarnadura que siempre deseaste comprobar en ti, sobre la vertical inerte y ardorosa de tu cuerpo emerge la horizontal de tu sentido, te funden como los elementos antiguos que formaron nuestro suelo, y te sabes ahíto de perplejidad una vez más, tal el poder de la sorpresa, tal la consistencia con que te recoges.

(Las calas son obra fotográfica de Tina Modotti)


lunes, 8 de septiembre de 2008

Al borde



El borde de la nocturnidad es como el de la empalizada. Puedes sentarte en el extremo y esperar. O puedes imaginar que cantas. La ronda de la memoria sonará para ti imparable, como todas las noches. Pero no deseas su estridencia. No quieres mirar para atrás ni sortear el día siguiente antes de tiempo. No te apetece la épica de los días. Si te inquietas, puedes leer. Y las lecturas en ese labio ya abierto de los sueños son imprevisibles. La calma que necesitas conquistar te pide apenas la fragancia de un capítulo, de una anécdota, de un poema. Qué importa el esquema. En apenas unas líneas hay tanta emoción como sentido. Qué más quieres. Y echas mano de unos versos de Los surcos de la sed, de Eugenio de Andrade, aquel poema titulado...

En la luz a plomo

Si las manos pudieran (las tuyas,
las mías) rasgar la niebla,
entrar en la luz a plomo.
Si viniera la voz. No una cualquiera:
la tuya, y en la mañana volara.
Y cantara de júbilo.
Con tus manos, y las mías,
pudiera entrar en el azul, cualquier
azul: el del mar,
el del cielo, el de la humilde canción
del agua que corre. Y con ellas subiera.
(El ave, las manos, la voz.)
Y fueran llama. Casi.


A partir de ese momento ya no ves ni sientes ni piensas. Te quedas en el borde, esperando.


De lejos


Urna de mimbre. Hallazgo en las tinieblas del desván. Apenas un soplo y desalojar el polvo. Bajarla. Al tacto, un flujo de recuerdos desordenados. Olor tardío a urdimbre fresca. Ves de pronto aquella cómoda elevada sobre la que reposó desde la vuelta de la colonia. Lo anterior, lo viejo, lo olvidado. Infancia de sequedades y de paisajes que no anochecían nunca. Y esa forma de útero misterioso y preservador acompañando idas y venidas extrañas de los mayores. No saber nunca qué contenía. Allá en lo alto, donde no llegabas. Ahora, a tu alcance. La desconoces. Después de tanto tiempo, el temor a abrirla. El desván tenía forma de escalera, una escalera cuya salida superior estaba tapiada. Siempre te desconcertó, como todos sus cachivaches amontonados. Enigmas. Otros mundos. La acaricias. Su fragilidad es aparente. Su textura es leve. La miras tanto que ves hacia atrás. Aunque no comprendas. ¿Es eso lo que deseas? Prueba, transgrede, haz de tu mano un dado que sortee tus deseos.

domingo, 7 de septiembre de 2008

Partida


Cielo y tierra
desperezan su ansia:
vuelo profundo.


(Eikoh Hosoe fotografía)

sábado, 6 de septiembre de 2008

Fondo


En el fondo marino que sujetas
en la concavidad de tu palma
florece
la redondez de un mundo
cuya geometría es aparente.
Brillos e irisaciones.
Destellos y formas.
Colores y abismos.
Los espacios se imbrican
se sepan o no habitados
en tu mano de demiurgo
lúdico.
Crees ver en él
las razones de la vida
como si éstas yacieran en el registro
de un destino.
Te tienta arrojar la bola
al vacío
y mirar cómo se pierde en su ascensión efímera.
Pero te basta con contemplarla;
y al sopesar la densidad de su superficie
sin límites
sueñas
ingenuamente
que alguna vez creaste el universo.

viernes, 5 de septiembre de 2008

Arquitectura de la mano


Toco mis labios pero toco los tuyos, alargo la mano hasta llegar al borde de la escalinata de tu boca, que podría ser la mía, los dedos podrían ser mis dedos, huesudos, prolongados, las uñas no, las uñas son tus uñas, ojivas de una bóveda que cubre los enigmas que asaltan cada día, tus labios besan mi mano o tu mano se aproxima a los míos, pero no es un beso, no es el beso, es el contacto, el roce que se arriesga, la comprobación de una textura que hablará de tu mano toda, de mi mano que quiere saber a qué sabe tu boca, apenas perfilo tu boca, apenas la dibujo, apenas me llega el sonido que se emite desde un pecho que gime leve, lejano, tu boca puede ser ésta o ser la mía, la mía no, la mía no tiene forma de corazón, pero puede ser el arma curva del arquero que dispara saetas al cielo redentor, tu mano parapeto, arbotante que contrarresta las debilidades, sujeción de las dudas, clamor entrecortado, entre cada dedo de tu palma hay un valle profundo, yo desciendo y me alzo siguiendo el recorrido, parando en los nudillos a contemplar el paisaje de ansiedad y deseo, y luego la atravieso, atravieso tu mano, la rodeo, escalo su haz oculto, la palpo con silencios, surge emergente y altiva tu mano de palmípeda de seda, se me ofrece para tantear mi aliento, que es tu aliento, tu perfume invisible, la evidencia clara y tenaz de tus sentidos, el aroma que exhalas desde las grietas que tu superficie me revela, tu tacto húmedo, el lento desplazarse de mi mano soñada, o tu mano que opaca la mía, la trasunta, la toma y la convierte en la mano femenina, o dota de poder a la caricia que perdió su sombra, mano entre las manos, la cruzas, la desplazas, observas los movimientos que insinúa mi mirada, mano que estrecha a la otra mano, que se entrelaza en la espera, que se refugia del frío de los días estériles, toco tu mano que es mi mano, que se asombra, que registra las huellas de la perplejidad, que adquiere fuerza y se apaga tantas veces al día, mano que se extiende para tocar el magma, lo más oculto que pueden ofrecerle, la sangre cálida, la epidermis rosada de los sueños, la persistencia en lo alcanzable, el soplo de otra vida, el tacto real, he ahí como testigo mi mano, tu mano, he ahí como palanca, ella se sorprende, reconduce sigilos, se fija en la frontera, en el extremo donde es posible vivir, testa el limen que hay que traspasar para que la mano, toda ella arquitectura renovada, inaugure otro tiempo.


(Sobre una fotografía de Man Ray)

jueves, 4 de septiembre de 2008

Simeón el Estilita


¿Qué vislumbra desde el extremo de la cerca? ¿Mira por inercia hacia un horizonte incierto? ¿Da la espalda a la incomprensión? ¿O acaso ha sido expulsado de la tribu? ¿Se aparta voluntariamente de presencias que repudia? ¿Le inmoviliza la melancolía de una ausencia? ¿Se resguarda de la ira? ¿Huye del ruido, de la furia, de los energúmenos? ¿Siente que su cuerpo se encoge en una marcha atrás? ¿Se solaza con la intemperie? ¿Qué latitud mide su posición? ¿Le expulsó el fogonazo violento del amor? ¿Naufragó su barca? ¿Busca la complicidad del viento? ¿Se diluye en el silencio? ¿Traza un ejercicio de equilibrio en el límite? ¿Encarna una fuga de su propio cuerpo? ¿Conjura la quietud? ¿Invoca al huracán? ¿Se dispone a saltar al vacío? ¿Duda entre la estabilidad monótona y el riesgo creativo? ¿Bailará una danza entre el cielo y la tierra? ¿Qué nota musical fija sobre el pentagrama virgen? ¿Qué sinfonía va a componer? ¿Se considera una referencia del territorio desposeído? ¿O se dispone a tomar fuerzas para reconquistar la plaza perdida? ¿Se abstrae, se olvida, se refugia? ¿Permanece fijado en el paralelo de la esperanza? ¿Ha abandonado la roca, ha dejado de subir a la montaña? ¿Medita sobre la bondad, la calma, el reencuentro? ¿Disputa al suelo el derecho a abusar de la bondad de sus pies? ¿Se enerva con la inutilidad del tiempo? ¿Se siente ave de paso? ¿Es la última semilla depositada por el aire?



(Fotografía del japonés Eikoh Hosoe)


miércoles, 3 de septiembre de 2008

Estancia vacía


Olfateando la huella
dio con su origen.
Pero ella ya no estaba allí.



(La fotografía, de Tina Modotti, naturalmente)

Caem Como Pedras


Aunque les gusta que les miren, no son producto turístico, ni sufragado por el municipio. Ellos tienen su ego, indudablemente. Disfrutan con ser contemplados, pero no posan. O al menos lo hacen de manera sutil. A su aire. Como si estuvieran sólo a lo que están. Forman una tribu. Las chicas disputan hoy el ejercicio y la competencia con los chicos. Todos forman unidad. Comentan el momento. Se hacen bromas. Se cuentan anécdotas de riesgos. Se concentran. Los paseantes se impacientan si no les ven tirarse al río. Todo esta medido, pensado. Es un juego, antiguo tal vez, que se mantiene. Los chicos se revitalizan de generación en generación, sin interferir en las barcazas que transportaban el vino en otras épocas, sin cruzarse con las turísticas de ahora. Pero no es una actuación, aunque de hecho se convierta en tal. Ascienden la barandilla de hierro del puente, se ponen de pie en la cornisa que utilizan de trampolín. Hay un orden secreto que les lleva a arrojarse al Douro con decisión y audacia. ¿Dice la ley no escrita que deben hacerlo siempre de pie? La norma del grupo que les alienta está para ellos solos. He visto apuntarse a algún transeúnte desafiante, acaso para poder contarlo algún día, con ayuda de la foto del móvil. Ellos ni entran ni salen de lo que hagan otros. Ellos son los dueños del puente, del río, del riesgo, de la destreza, del ritual, de la camaradería. Una complicidad con el curso de desembocadura, a orillas de la ensoñadora ciudad de Porto.




El poeta Eugénio de Andrade, que vivió allí muchos años y murió en Porto, lo supo reflejar muy bien en un poema.


Caem como pedras


Caen como piedras felices en el agua.
Son tres o cuatro muchachos
huyendo de la dureza del aire
seco, son
ellos con su risa
los que hacen el río navegable.
Probablemente no tienen más
que el esplendor del cuerpo desnudo,
su olor a fruta verde,
la alegría
que en el agua va corriendo
compartida con la luz
de agosto y los ojos
de quien lentamente aprende
también a desnudarse,
sin siquiera saber si llega
a tiempo de que aún haya río.









lunes, 1 de septiembre de 2008

Lo que falta


Late
aunque es silencio.
Vibra
tras lo recóndito.
Resiste
en la tensión.
Se eleva
sobre la caída.
Se suspende
segura
en su permanencia.