jueves, 31 de enero de 2019

Naxos. El miedo a las mujeres





















"...soltad las riendas a esa naturaleza incontrolable, a ese animal indómito, y esperad en vano que ellas mismas pongan límite a su libertinaje, si no lo hacéis vosotros".

Tito Livio, Libro XXXIV, 3




¿Por qué tanto miedo de los hombres hacia las mujeres? Naxos se turba con sus propios pensamientos. Allá por donde voy se ven análogas conductas. Da igual que sean labriegos, artesanos, o guerreros. Da igual ser pudiente o ser esclavo. Se tenga el nacimiento en la misma patria o sean metecos los hombres y las mujeres se comportan parecido. Naturalmente, ningún hombre va a reconocer que teme a la mujer. ¿No hacen, al fin y al cabo, ellas lo que ha sido ordenado desde tiempo ancestral? ¿No les conceden los favores requeridos sin rechistar? ¿No mantienen el hogar y las necesidades y cuidados con los hijos? ¿No paren aunque muchos no lo acepten como un acto sublime y se las cuelgue aun el baldón de impureza? Ciertamente que yo también pensaba igual antes, pero lo atribuía a mi inexperiencia. Que ahora escuche a las mujeres que no se conforman con la sumisión me rompe pero me construye. Hace que me enfrente con el pasado de modo más efectivo que a través de la aventura con Odiseo. Creo entender ahora mejor a aquellas con las que hablo libremente. Escapan de su condición a su manera. La artista huye con su arte sin freno a la imaginación. La hetaira, haciendo de su cuerpo dominio. La que recoge flores buscando las fuentes de la naturaleza. La anciana se rebela, ya inconsolable, con su propia vejez. La pitonisa, ¿no se aparta del destino mismo con mayor energía y brusquedad? Me pregunto si para las mujeres no hay otra salida que la huída hacia un mundo personal, diferenciado, aunque esté mal visto por los hombres. ¿Por qué algunos llegan a considerar a las mujeres como de una condición meramente animal? ¿Por qué se las reduce al gineceo? ¿No es el afecto que manifiestan ellas por los hijos el primer aprendizaje que estos reciben y que tendría que durar toda la vida?  La devastación de la ciudad debería servir para revisar lo que se ha tenido como intocable y pensar en un futuro nuevo. ¿No basta contemplar las ruinas de la urbe para evitar que también sus moradores perezcan en sus creencias injustas? ¿No nos hace reflexionar lo acontecido sobre la necesidad de acabar con lacras heredadas desde siglos? Me asusto de lo que pienso. Pero creo que hay también hombres que, aunque no lo digan, no aceptan tanta tiranía y cooperan o simpatizan con disimulo con aquellas mujeres que quieren ser otras mujeres. ¿Cómo no van a temer tantos hombres a las mujeres si están poseídos por sus propios prejuicios y comodidades? He escuchado decir a algunos más prudentes: si llegaran más hombres como tú, con nuevas ideas y sobre todo con ganas de modificar las costumbres, acaso todo sería distinto poco a poco. Pero, ¿dónde están esos otros hombres? ¿Es tan inamovible este culto rígido al orden establecido que seguimos observando? Uno debe llegar o, mejor, ascender desde lo más profundo de sí mismo, les respondo. Allí dentro los campos tienen que dejar de ser pedregosos, las playas más amables, las ciudades más laboriosas, el ocio más creativo, pues hay mucho paisaje rico dentro de cada hombre.  ¿O creéis que solo la fuerza de las armas y la demagogia política puede proporcionar satisfacción y seguridad? Pero los hombres a los que me dirijo con estos comentarios callan. Ellos me dicen: ve al ágora y expon tus pensamientos. Tal vez muchos piensen como tú, pero no lo saben. Pero yo no he sabido nunca que es el ágora, ni dónde hay que exponer las ideas, ni cómo es posible defenderlas. Y todo esto, aún tan nuevo para mí, me aturde. 

Thera, la que pinta copas con hombres y mujeres iguales y a la vez diferentes, se acerca al rincón donde Naxos medita. ¿Qué piensas?, le inquiere. Naxos balbucea. Pensaba que no puedo devolver a mi madre ni a mis hermanas la vida que no tuvieron. Pero aquí también pueden estar tu madre, tus hermanas y hasta la esposa que en el fondo deseas, le replica Thera con gustosa ironía. Lo malo, se le ocurre a Naxos, es que también me gustaría que mi padre, mis hermanos o mis amigos tuvieran otra vida que jamás tendrán. Pero yo, al menos, no quiero perdérmela.




(Fotografía de Ata Kandó)


miércoles, 30 de enero de 2019

Suite de Ata Kandó




Serena belleza la de la fotógrafa Ata Kandó. Aguda y calma mirada. En algunas imágenes puede asomar una recóndita melancolía. Pero en todas muestra una hermosura que parece no lacerada por la vida. Y a medida en que los años avanzaban se volvía de más entidad aún. Tras la despierta presencia de sus días ancianos no pierde un ápice de ternura. Otros dirían que de majestuosa estampa. He conocido a algunas mujeres longevas así en mi cercanía, que se nos antojaba a todos que iban a ser eternas. Ata Kandó, cuyas fotografías vengo utilizando para las entradas de esas ocurrencias sobre Naxos, vivió ciento tres años. Sobre su biografía hay información por la red. Yo quería traer aquí esta especie de suite de Ata Kandó en distintas edades, como homenaje y agradecimiento por el surtido de sus trabajos.






(Fotografías sobre Ata Kandó tomadas de internet)



domingo, 27 de enero de 2019

Naxos. El jardín de los poetas




"Quédate frente a mí como un amigo
y despliega tu gracia ante mis ojos".


Safo de Mitilene, Quédate.




Qué agradable es este lugar, exclama Naxos. No el lugar en sí, puesto que este antiguo jardín, con sus parterres y paseos, son ahora unas ruinas. Sino por vosotros, que me hacéis descubrir la belleza de las palabras cuando no se utilizan para la imposición ni la violencia. El grupo al que se dirige el joven remero suele congregarse a la luz de los cantos y de la complicidad. Aquí nadie vivimos de la poesía, puntualiza Thera. En todo caso la poesía vive por nosotros, salta sin remilgos Ikaria, que adorna sus sienes con anémonas y narcisos. Naxos, que no es ya el hombre rudo que ha dejado atrás el pasado, tiene su opinión. Nadie debería hacer negocio de la expresión de la sensibilidad, ¿no os parece? Thera no está de acuerdo del todo. Entonces, ¿de qué viviría yo si no me dedicara a ilustrar los vasos? Ya sé que gran parte de los que los compran lo hacen por las escenas novedosas, pero ¿no están sacando de sí mismos, con su contemplación, al menos una pizca del hombre emotivo y sensible que llevan dentro? Tal vez mis cálices les transforma y no solo les gratifica sino que se muestran más comprensivos con los que dependen de ellos. El loco Alónnisos escucha con placer el debate. En mi periplo conocí a una poeta muy culta que había huido de su tierra. ¿Quién que no pretenda renegar de su sensibilidad, si no ve manera de darla salida, no se exilia? Pues bien, aquella mujer y sus acompañantes no traían consigo bienes ni guerreros que les defendieran, sino el saber de sus conocimientos y el método de preservarlos y seguir poniéndolos en práctica. La pintora le interrumpe. Esforzarse en conocer ya es un ejercicio de sensibilidad, no solo meramente curioso. Pero, ¿has pensado, Alónnisos, que muchos que disponen de conocimiento y lo utilizan sin embargo para su enriquecimiento particular o para creer ingenios de guerra, parece que carecieran de sensibilidad alguna? Porque la sensibilidad no solo implica que tú captas la naturaleza y te comunicas con su belleza, sino que debes cooperar para transformarla con bondad y rectitud. Y esta ciudad devastada es de por sí un ejemplo de lo más mortífero que tiene la sensibilidad y el saber, la violencia desatada. El orate no deja de dar muestras de su complacencia con aquel diálogo a varias bandas, y lo hace saber. Es curioso lo importante que es la transmisión de las experiencias, base del conocimiento y de las técnicas, sin duda, y cómo exige prospectar constantemente para mejorarlo. Ahí la poesía, que es una expresión filosófica pero por otros caminos, cómo diría yo, más individualizados, debe jugar un papel paralelo. Es lo que me enseñó aquella mujer poeta, poeta del espíritu pero también poeta de la retórica, de la geometría y de las artes que hacen converger el conocimiento. Sin ella, sin otros como ella, no estaríamos ahora nosotros debatiendo, con gusto e interés, sobre los territorios que vamos robando a los dioses. Si es que esos dioses han tenido alguna vez territorio propio y creaciones que pensaran en los humanos, dice la chica de las flores con una osadía que es bien acogida por los reunidos.

Alónnisos, mientras participaba de los argumentos de unos y otros, ha pergeñado apuntes. De pronto interrumpe la charla. Dejadme que sea práctico ahora mismo y que vaya, como loco que soy, más allá del debate. Se me han ocurrido unos versos. Si os parecen objeto de disfrute, probad también cada uno de vosotros a declamar alguno de vuestra invención:

"Tú, Thera, la de manos que afilan el deseo de los hombres
y pintan atrevidas escenas de amor,
decora una copa para mí
en cuyos bordes otros beban de mi locura".

Bien loco debes estar, Alónnisos, ríe con fuerza la floreada Ikaria. Haces que yo también desee otra al menos tan ingeniosa. 




(Fotografía de Ata Kandó)


jueves, 24 de enero de 2019

Naxos. Fuga del loco callejero





















"No podía ser amigo ni enemigo de mis aparentes contemporáneos, sincero ni hipócrita, generoso ni egoísta; nada quería de aquel mundo, porque el exilado no concurre con los naturales del país; simplemente observa, compara y sueña con su imposible patria".

Miguel Espinosa, Asklepios.



Me tienen como su loco. Yo lo sé. Un loco es importante para una ciudad, aunque no haya reconocimiento alguno de ello. Es esa voz a la que nadie quiere llevar la contraria. Contra la que nada se puede. Cuando en mi juventud me tenían por díscolo se permitían llamarme la atención, castigarme, pedirme cuentas. Pero ahora los sumisos son ellos. ¿Que armo griterío? Es el pobre Alónnisos que tiene un mal día, dicen. ¿Que digo lo que nadie se atreve a reconocer? Callan y me lo permiten. Cuando intervengo a mi manera en un acto público quienes solo se fijan en el tono caótico de mis palabras ríen. Los que entienden su sentido se abochornan para sí. Cuántos de mis vecinos no han agachado la cabeza y murmurado quedamente a mi favor. Algunos me han llegado a decir: por tu boca salen verdades, Alónnisos; sigue diciéndolas por nosotros. Pero yo no busco siquiera verdades. Me conformo con poner el dedo en la vergüenza de las conductas y de los hechos propiciados por ellas. Me marché fuera y mi patria no existía en mi corazón. Ahora estoy aquí y es como si estuviera alejado. ¿Estoy condenado a un ostracismo sin fin? Mi país es mi locura. No compito con nadie, no aspiro a nada, no reclamo ni lo necesario ni lo superfluo. Que crean ellos que solo adoro a la razón perdida. Si piensan que mis tumbos van perturbando su orden aparente, que no teman. ¿A quién puede hacer daño un loco? Y si se mira por el lado cuerdo, ¿quién empezó a quebrar ese orden tan loado como vacío sino los mismos que han vivido de él? El orden siempre es frágil, y queda más en peligro cuando las decisiones colectivas se ignoran. O se traicionan, que es más grave. Ah, pero también aquello que parece optado y aprobado por todos puede ser una ficción. Hay oradores que saben conducir a los hombres por donde ellos quieren. Gente influyente que compran voluntades. Unas veces con moneda, otras en especie, las más con promesas vagas. Si algo me gusta de mis compatriotas es que son benévolos conmigo. Me dejan a mi aire, que es lo más que puede apetecer un hombre. No me falta alimento ni suelo donde descansar mis huesos, que no siempre mi mente enfurecida. Mi locura, ellos lo saben, es pacífica. La violencia la reservo para mí mismo, lo cual me convierte en víctima de mi furor. Podría ser un poeta de la locura, y en cierto sentido lo soy. El tiempo que pasé fuera de esta tierra lo aproveché para instruirme. Pero no soy como los que utilizan la instrucción para medrar y sacar beneficio. El alfabeto, la gramática o las cuentas son dones de mi esfuerzo y no espero más provecho que el disfrute. ¿Acaso podría verme yo como funcionario o cargo electo o sacerdote de cualquier santuario dedicado a los dioses? Me instruí para huir del engaño, para distinguir aquello que me da conocimiento de lo que produce confusión. Me instruí para hacer música con la palabra. Soy un aedo en la oscuridad. Podría recitar a mis vecinos con la misma frescura y agilidad que el viento cimbrea los juncos o bate los olivos. Pero a ellos no les interesa la poesía y yo no la voy a poner en riesgo para que se mofen o digan: los poetas son unos locos. Sí, hay personas cercanas que aceptan de buen grado mis canciones. Pregunta a Ikaria, la chica de las flores, que siempre me espera junto a una fontana. Pregunta a los artistas del taller de Lemnos, con los que en ocasiones me reúno para sumar a un arte otro arte. Pregunta a la pitonisa, que domina sobre las tinieblas de los hombres pero que se deja vencer por la sensibilidad del cantor.  ¿Tú también estarías dispuesto a escuchar mis declamaciones, Naxos? 


  


(Fotografía de Ata Kandó)


martes, 22 de enero de 2019

Naxos. La fragua de Sciathos




"Si alguna vez quisieras volverte hacia las cosas exteriores a fin de complacer a alguien, debes saber que eso significa que has extraviado tu camino en la vida".

Epicteto, Enquiridión.



¿Quién es ese hombre que va solo hablando a voces por las calles?, pregunta Naxos a Scíathos el herrero mientras este deja de golpear en el yunque. Ah, es Alónnisos, el loco de toda la vida. Uno de los nuestros. No pienses, extranjero, que está así por la impresión del último desastre. De adolescente aún era normal, aunque podría decirse que ya entonces manifestaba una rebeldía con sus hermanos y con los demás chicos de la pandilla que le hacía difícil de tratar. Sus padres intentaban lo imposible por evitar que entrara en discordias y para que aprendiera un oficio. Pero él salía con la monserga de que no había nacido para trabajar, que lo suyo era tocar el aulós, ya sabes ese instrumento de dos tubos que convergen en las boquillas. Supongo que en tu país también lo habrá. Se pasaba el día monte arriba monte abajo haciéndolo sonar y, por cierto, lo hacía muy bien. Todos los días iba al hontanar de donde toman el agua las mujeres. Era feliz entre ellas y todas le apreciaban. Las únicas a las que ayudaba. Y entretenerlas no era una ayuda baladí. Fue cuando nuestros aliados de otras ciudades llegaron aquí para una leva con objeto de realizar incursiones sobre gente hostil, o eso dijeron, cuando desapareció por un tiempo. Un día volvió pero se mostraba huraño, seguía sin tener oficio, con aquella imagen de abandono de sus propios cuidados, y que se sepa no volvió a recrear a nadie con su flauta. Decía cuando le preguntaban por qué no tocaba el aulós o la flauta que lo había olvidado todo. Que no tenía aire dentro de sí para sacar sonidos musicales. Que nadie se merecía escuchar las tonadas que él tocaba. Que quien quisiera música que se buscara a otro o si no que ahí tenía al viento con sus mil silbidos. Cosas así decía. Y le dio entonces por increpar a la gente y chillar por los rincones. Sciathos es un hombre robusto al que le falta un ojo. Nadie sabe si debido a un accidente del oficio o por algún lance de juego o entregado a la causa de alguna guerra. Mientras habla con Naxos no detiene su labor. Se acerca a la forja, pisa el fuelle y pone un hierro sobre la brasa para moldear su forma. A naxos le intriga la historia del orate. ¿Y desde entonces va ese Alónnisos dando tumbos por la ciudad? Incluso a veces parece que estuviera beodo. El herrero es afable. Va a su aire, amigo extranjero, pero muchas de las cosas que grita no son dislates, en absoluto.Va diciendo a la gente lo que no quisiera esta oír, pero aunque les moleste nadie se atreve a reprenderle. ¿Sabes por qué? Porque saben que sus imprecaciones llevan mucha razón. Le escucho gritar casi siempre lo mismo: os lo advertí, os lo advertí, interviene Naxos. El herrero es comprensivo. Oh, eso es lo que repite, pero cuando se encara con alguno de los que tuvieron mandato en la ciudad o con un grupo de vecinos es mucho más contundente. Y más exacto, con conocimiento. El humo de la fragua traspasa el tejadillo de caña de la herrería. Una voz tronante se aproxima para interrumpir el diálogo que los dos hombres sostienen. El herrero no se detiene por ello. Naxos sale justo en el momento en que el loco Alónnisos llega. Todos tenéis la culpa de lo que pasó, dice con mal humor, y el joven se impresiona. De pronto se encara con Naxos. Tú, no, le dice. Tú no estabas entonces, pero estáte atento, no caigas en los mismos errores que estos. En los ojos del loco brilla un hilo de complicidad con el joven. Este se aturde.




(Fotografía de Ata Kandó)

sábado, 19 de enero de 2019

Naxos. Entre los olivos












"...preferimos la catástrofe a la reforma, antes elegimos inmolarnos que repensar el mundo y no lo repensaremos más que en medio de las ruinas".

Albert Caraco, Breviario del caos.


El antiguo remero ha ido al alfar a buscar a la pintora de copas. Hoy ya has trabajado mucho le dice Naxos a Thera apartando los pinceles de sus manos. Son jóvenes pero su pensamiento ha madurado tras las vivencias soportadas. Tan diferentes en ambos. Tan próximas en el sufrimiento. Si volviera algún día al mar no sería para arremeter contra las gentes de las ciudades costeras, dice el remero. Tampoco para llenarme la cabeza de aventuras imposibles, pues ahora sé que estas conducen a lo otro. Thera le mira comprensiva. Rompe su silenciosa concentración. Se deja apartar del trabajo. Yo antes tenía ilusiones y fantasías que, ahora, tras lo vivido, no me atrevo a hacerlas evidentes. No a través de las palabras. Acaso por esa razón mi pintura ha evolucionado y los cálices y las ánforas son el territorio donde explayo mis sueños. Además, lo que yo opinaba antes ha perdido su vigor; cuando se apodera de una la desgracia nada tiene sentido y lo íntimo busca otros cauces. Quién iba a decir que de este modo llegaría a más ojos y daría pie a interpretaciones más abiertas. A Naxos esta mujer le alienta siempre con ideas nuevas y sorprendentes. ¿Quieres decir que te comunicas mejor con el mundo a través de tus copas? Thera afirma pero precisa. Comunico lo que llevo dentro, no necesito que nadie de otras ciudades sepa quién soy, aunque el comerciante que nos visita ya se encargará de difundir quién está detrás de las escenas de mis cálices. ¿Qué importa el nombre o la vida de quien crea? ¿Qué lo mismo da que las manos que ejecutan una obra sean de hombre o de mujer? ¿No es lo importante aquello que se hace y lo que representa? Los que compren mis trabajos ¿no los adquieren porque les gusta y sobre todo porque les dice algo que no les dice nadie? Naxos y Thera han abandonado el alfar y caminan más allá de los muros de la ciudad. Suben por una ladera de olivos. Cada cierto trecho se paran a contemplar la tierra cultivada y por otra parte el suelo pedregoso donde nada crece, sino las hierbas que la gente llama malditas. Ella ha encontrado en el extranjero un confidente amable con el que se puede hablar sin que el otro se imponga ni ahogue la expresión. Abandoné las representaciones de combates heroicos y las revelaciones de las deidades porque llegó un momento que no encontraba ni sentido ni significado en ellas. Cierto que si hay que hacer encargos aún colaboro algo en ellos. Una tiene que cambiar, mirar y dibujar los mundos que se agitan dentro para no asfixiarse. Los dos jóvenes se encuentran a gusto en compañía. Se desahogan, se escuchan, a veces piensan en común. No es poco pero, ¿todo queda ahí? De entre los olivos retorcidos y frondosos una voz se dirige a ellos. Quedan paralizados, pues de algún modo creen identificar a quien les habla. Vosotros que estás aún en el tiempo del amor, dice una voz severa de mujer, no os demoréis. No ignoréis el encuentro, no os limitéis a la palabra, no os conforméis con el intercambio de las ideas. Hay dos mundos en ambos, disponed cada cual del otro. Gozad con plenitud de vuestros cuerpos, intercambiad la riqueza de las fantasías, converged las miradas sobre el paisaje que veis y diseñad el que puede ser, compartid las inquietudes por muy contradictorias que os parezcan. Solo así y en estos momentos viviréis la eternidad. El discurso de la mujer oculta es contundente, a ellos les parece inagotable. No saben qué decir, pero no parece que tampoco se les permita abrir la boca. Estáis en el tiempo del vigor, tanto del cuerpo como de las aspiraciones, siguen escuchando. Estáis en el momento del dulce riesgo. No volveréis a tener más adelante la libertad y la disposición con que vuestras facultades, pero también el azar, os proveen ahora. 

No se oye una palabra más. El viento es débil y acaricia las ramas de los olivos con delicadeza. La pintora y el remero se miran. Pero su mirada está cargada de preguntas que se hace cada uno a sí mismo. No al otro.   




    
(Fotografía de Ata Kandó)


miércoles, 16 de enero de 2019

Naxos. Se buscan líderes





















"La ciudad debe defender la ley como defiende sus murallas".

Heráclito de Éfeso, Fragmentos.



Necesitamos líderes, amigo extranjero. Se lo dice el ciego Thasos. ¿Líderes, quieres decir, como Odiseo?, le replica con ironía Naxos. ¿Alguien que te ofrece promesas de alcanzar una tierra de satisfacciones pero del que solo recibes órdenes y encima te somete a un constante riesgo de tu vida? ¿Alguien que te sigue manteniendo sujeto al remo mientras se alimenta de sus fantasías y apetencias, y del trabajo que otros ejecutan para él? Thasos tiene suficientes años para haber asimilado éxitos y también decepciones. Se lo hace saber al joven. Necesitamos hombres capaces que nos escuchen a todos. No para que obren a nuestra espalda sino para que ejecuten nuestro encargo. Que atiendan las iniciativas que se les planteen y que obren con inteligencia. Que no nos digan que sí en las asambleas y luego hagan lo que le place. Nos han gobernado individuos que nos han conducido a fatalidades. La última invasión no fue tanto mérito de quienes llegaron de fuera como de la ambición de nuestros gobernantes. La ambición conlleva negligencia y desprecio de las necesidades inmediatas de la ciudad. Los gobernantes que buscan sus beneficios y tienen en cuenta a los habitantes de la urbe solo para utilizarlos en pro de sus fines no son buenos gobernantes. Cuando actúan para sí mismos dejan de ser consecuentes con el mandato colectivo. Y, si al menos, fueran sabios y tuvieran visión y perspectiva, aunque buscaran obtener prebendas que los demás no obtendrán, se les podría disculpar en parte. No fue el caso. Desde hace mucho tiempo no hemos tenido sino dirigentes que han mercadeado con las decisiones adoptadas en la asamblea. Ese tipo de gente funesta ha sido capaz de desviar descaradamente los fondos para las obras públicas o de erigir construcciones grandiosas que nos han endeudado o han admitido sobornos de poderes extranjeros que a cambio les exigen que se conviertan en aliados manipulados. Cuántas veces nos han seducido con vanas e ilusorias palabras que hablaban de engrandecer la ciudad, que instigaban para que la nuestra destacase sobre otras, sin reparar incluso en el sometimiento de estas si se consideraba preciso. ¿Dónde está escrito que hacer en pro de la ciudad esté enfrentado a mantener buenas relaciones con otras poblaciones? ¿Quién dice que no se puede negociar buenamente los intercambios en lugar de hacer uso de las armas y de la ocupación? Después de tantos errores, cuyo alto coste lo estamos pagando, va siendo hora de dejar de lado que las ideas necias de unos pocos, soberbios pero torpes, germinen en el alma de nuestras gentes. Necesitamos líderes nuevos, no sospechosos de excluir a nadie ni de aprovecharse de nadie. Naxos mira el rostro opaco del ciego Thasos. Le ha impresionado la oratoria de un hombre que ve más que muchos. Pero, ¿ha comprendido el mensaje? Anciano, le pregunta nervioso, ¿qué me estás proponiendo? ¿Acaso ves en mí a mí, un extranjero al que apenas conocéis, dotes para afrontar responsabilidades? Thasos le corta. A nosotros no nos importa de dónde sea quien llega a nuestra tierra. Y en el tiempo que estás con nosotros has ido sabiendo y obrando con las mejores intenciones. No es el tiempo lo que define al hombre, sino el aprovechamiento de su propio tiempo. No es la rutina con otros vecinos lo que da sabiduría, sino comprender cuanto oculta la rutina. No es la ejecución de los oficios cotidianos lo que muestra por sí misma la capacidad de llevar una ciudad, sino la visión que se apoya en los oficios y procura el mejoramiento de los lugares donde vive y transita la gente. No te estoy proponiendo nada de momento. Tal vez tú mismo, sin dejar de ser y hacer como cualquier otro artesano o labriego de la ciudad, sientas la exigencia de ir más allá.




(Fotografía de Ata Kandó)


martes, 15 de enero de 2019

Ella





Se podría o no estar de acuerdo con sus ideas, aceptar sus propuestas o rechazarlas, pero suscitó recelos, odios y complejos. ¿Porque era mujer? ¿Porque analizaba y decía las cosas con claridad? ¿Porque iba más allá de lo que deseaban otros popes de su partido de origen? ¿Porque cuestionaba éticamente? ¿Porque los de la poltrona de dentro y de fuera de su anterior partido veían sus planteamientos como arriesgados para su vida cómoda? ¿Porque el Poder sabe buscarse los aliados tradicionalmente antagónicos para protegerse de las transformaciones que le ponen en entredicho? ¿Porque resultaba inadmisible la idea de internacionalización llevada a cabo por las clases humildes en un continente de naciones ciegas y ambiciosas? Podría haber sido una teórica más, sin mojarse. Podría haberse quedado en casa, sin más. Podría haberse exiliado, como hizo algún otro de un país cercano que había vuelto triunfador después. Pero no se limitó, la muy cabezona, a pensar, escribir y decir de boquilla. Pensó, analizó, debatió y luego hizo. Pero ese paso, hacer, le supuso la puntilla, literalmente hablando. Fue alevosamente asesinada por ejercitar el don de pensar, de expresar y de hacer. Después de aquello el país de los asesinos fue entrando en un proceso demencial. Hay buenos libros de Historia para saber del tema. Las ideas pueden ser discutidas, revisadas, replanteadas o descalificadas en nuestro tiempo. O al menos de modo relativo. Pero cómo llega uno al más allá del riesgo total por defender consecuentemente planteamientos transnacionales y protagonizados por los que menos poder han tenido me sigue pareciendo algo digno de respeto y admiración. O tal vez me queda una pizca utópica, que acaso debo disolver del todo.





sábado, 12 de enero de 2019

Naxos. La rebelde chica de las flores





















"Ven al prado
al gran prado
y llámame desde detrás del aliento de la flor de seda
como le hace la gacela a su pareja".


Forugh Farrojzad, La conquista del jardín, de Nuevo nacimiento.



Ikaria asciende la ladera riscosa. En contra de lo que puede parecer por su juventud sus pensamientos no son simples. ¿Acaso cuando pienso en el mundo no me pienso también a mí misma?, discurre para sí.  Mi abuela se obstina en que me deje cortejar por Naxos. Ella es práctica, y lo entiendo, tras lo padecido le reconcome la inseguridad. Y no tanto por ella como por mí. Pero yo también soy práctica a mi manera y si siendo como soy no me ha ido mal hasta la fecha, ¿por qué voy a cambiar? Algo bueno me trajo la razia que casi termina con la ciudad. No solo escapé a las violaciones, sino que dejé de ser la mujer sumisa para la que me tenía destinada mi propia familia. No digo que Naxos no me atraiga, sino que no le voy a exhibir mis apetencias porque sí, ni mucho menos quiero estar condicionada por él si decide quedarse para siempre en la ciudad. ¿Que en mi conducta rebelde algo ha tenido que ver la pitonisa? No lo dudo, pero eso es algo que prefiero ocultar, porque ella no solo me protege sino que me inicia. ¿Qué dirían de mí los vecinos si supieran que aprendo más de lo que la ciudad, en las actuales y tristes circunstancias, podría enseñarme? No rehuyo la colaboración ni me aparto de ciertas obligaciones, pero he decidido crear un territorio de salvación entre el destino marcado y mis propias exigencias. Sé que muchas mujeres, aun aceptando su papel doméstico, cultivan saberes. Ahí está por ejemplo Psyra, que pinta animales en la intimidad, o Chíos, que muchas noches sacrifica el sueño para estudiar las estrellas, o Donoussa, que hace trazados geométricos hasta en las paredes encaladas de la casa. Pero a mí la pitonisa me enseña otras cosas. No hablo de interpretaciones del futuro y cosas así, pues en esa materia oscura solo se puede avanzar tras años y experiencia. Aunque yo pienso que no es un saber comprobado. Y que más bien puede tratarse de un juego acordado entre quien solicita la consulta y quien la acepta. No importa si no se llega a nada. Todos arriesgan frente al destino. ¿Quién aprende en ese caso de quién? Para mí que la pitonisa lleva las de ganar las más de las veces, pues sabe responder a cualquier tema obligando a que el interlocutor tome siempre la decisión definitiva.  Pero eso es cosa suya. A mí la adivina me enseña a sentirme más audaz y a expresar con palabras todo aquello que me afecta y me impresiona, para bien y para mal. Dónde aprendería gramática la adivina no lo sé. Ahora me la inculca a mí, incitándome a que escriba sobre cuanto veo y me emociona. Después me anima a que lo declame. Aunque ella dice que ambas cosas van juntas, y no se sabe bien si es la palabra la que necesita ser parida o es la declamación la que tira salvajemente de ella.

Ayer escribí unos versos sencillos y se los mostré a mi maestra: 

Tú, que dices llamarte Naxos, vas diciendo que el océano te arrojó
a este rincón maltratado por el infortunio.
Para que nos lo creamos nos narras historias fantásticas de monstruos
y navegantes y mil vicisitudes que aturden a la gente y a mí me dan risa.
Pues sigue tú hablando y deja embobado al auditorio,
que, mientras, yo me daré a contemplar esas manos encallecidas,
me recrearé en tu torso de sol y en la agitación de los ondulados cabellos bermejos.
Mas esto te digo: puede que los otros tomen como verdaderas tus aventuras,
pero para mí que no has tenido otro oficio
que el de duro picapedrero en las entrañas de una cantera.

La adivina, entre aplausos y risas, añadió: ese poema satírico es todo lo contrario de lo que te pediría tu abuela. Más vale que ni ella ni el extranjero se enteren.




(Fotografía de Ata Kandó)


jueves, 10 de enero de 2019

Naxos y la hetaira





















"Oh, corazones helados, cabezas frías que sabéis vencer o enmascarar las pasiones, decidme: ¿qué mal hay en que un hombre pueda apasionarse?"


Laurence Sterne, Viaje sentimental.



Lo que tú necesitas es conocer más de cerca a una mujer, le dice el pícaro Andros al joven. Naxos, que ya está curtido por las arribadas a puertos donde él y sus compañeros se solazaban con jóvenes a los que requerían,  se ruboriza no obstante. No tiene intención de seguirle la propuesta encubierta. Desde que llegué aquí se me está revelando un mundo distinto, responde al lisiado. Desaparecida la opulencia que conocisteis en el pasado vuestra ciudad me muestra ahora otros tesoros. Obtengo más satisfacción en comprobar cómo os sobreponéis a la desdicha y no cedéis a la miseria. Las pasiones carnales, aun  siendo exigentes, no azuzan mis días, y sin embargo me embarga otra clase de emociones y entusiasmos. Andros, circunspecto, hace una mueca. Te entiendo, pero quiero que conozcas a una hetaira especial. Acompáñame. Ambos descienden hacia la parte baja de la urbe, donde, tras el desastre, se refugian gentes de toda condición. Therasia es una superviviente, no solo del saqueo, sino también de su oficio. No es demasiado joven pero tampoco se observa en ella los estragos de la edad o de su hacer amatorio. ¿Por qué traes aquí a este joven, maldito embaucador?, le grita al lisiado. Él no necesita de mis prestaciones, y a ti hace tiempo que te las niego. Andros ríe temeroso y solo acierta a decir: quería que te conociera y tú supieras de él. Lleva camino de permanecer tiempo entre nosotros. Su prudencia de hoy se le puede trocar mañana en urgencia, y mejor que os veáis como vecinos que no como ajenos. Ya veo que sigues tan previsor como siempre, truhán, le replica enérgica. Vete a cuidar el desnudo portal de la ciudad, a suscitar burla de quienes te conocen y lástima en los que van de paso. Bien sabes aprovecharte de cierta incapacidad de tus miembros para hacer creer que eres el sabio que no eres. En vez de proponer adivinanzas y pasatiempos fútiles ponte a reparar como otros la ciudad. Tus viejas artes nos serían más útiles que las triquiñuelas que te gastas ahora. Las increpaciones de la hetaira alejan a un Andros rezongador. El joven la contempla titubeante, pero ella sabe templar su pulso. Había oído de tu llegada, Naxos, y la hetaira le habla cálidamente pero con mesura. Me han contado de tu respeto y cautela por todo, del interés y la colaboración que te califica. Si nuestra tradición ha sido siempre aceptar a cualquier extranjero que trajera concordia contigo los herederos de la ruina nos hemos abierto de par en par. Sé que como hombre que eres, antes o después acabarás entrando en mi casa también. Esto te aviso: el día que lo hagas reservaré para ti más un acto de desposamiento que un trueque. Ni tú buscarás un mero desahogo ni yo requeriré de ti un precio. Estaré premiando tu valor en haber tomado partido por nuestra aflicción. Las palabras de la hetaira producen temblor en el hombre, que se cree avezado en sus experiencias y poco a poco más firme en sus convicciones. Therasia, si me quedo en la ciudad es para sentirme uno de vosotros. Para ser más que el que fui. De cada vecino que se me presenta tomo y aprendo algo. Quisiera devolveros con la utilidad que proporcionen mis fuerzas lo prestado. La aventura del mar ha acabado entregándome a la costa donde todo se palpa y no se vive solo de perseguir fantasías. ¿No es más enriquecedor haber alcanzado una ciudad sufriente pero no agostada, donde se replantea de nuevo la vida, que una urbe vanidosa donde se derrocha inútilmente la energía y sobre todo las buenas voluntades? Therasia contempla la figura hermosa del joven. Suspira. Muchos hombres han llegado hasta mí para que les consolase de sus frustraciones y penurias. Mi necesidad les ha admitido y tengo como virtud el haberles devuelto el sentido del placer y de la atención que creían perdidos. Pero yo te digo: tú no eres como ellos. Bien sabes buscar por ti mismo alivio. Y otros lo buscarán en ti. Debes estar prevenido.  




(Fotografía de Ata Kandó)


lunes, 7 de enero de 2019

Naxos. La vieja inscripción y el inválido

















"¿Cómo se reconocerán los habitantes de la ciudad,
me pregunté, si de su herencia quedan ahora solo cenizas?".


Poeta Sombreado, Ghazal de las cenizas, del blog La sombra de la nube.



Hay una inscripción antigua en la puerta principal de la ciudad que los años y los avatares no borran del todo. No vuelvas nunca sobre tus pasos, anda siempre los nuevos. Solo así podrás..., y ahí se corta el mensaje. Naxos se queda estupefacto y medita. Quien ordenara grabar la inscripción ¿se arrepintió, cambió su pensamiento sin lograr enunciarlo del todo o no pudo terminarlo a causa de una fuerza mayor? Andros es un hombre lisiado de mediana edad, que presume de conocer los rincones de su patria. Se despega del muro en el que se apoya y se dirige a él. Veo que te interesa, joven extranjero, la historia del lugar. Que te detienes ante las obras humanas, las observas con detalle y tratas de interpretarlas. Te he visto con algunos vecinos recorrer barrios que han sido arrasados y otros donde la vida intenta salir de nuevo a flote. También sé que estuviste preguntando por la sibila. Yo te puedo conducir por las calles y mostrarte los centros de nuestras instituciones y creencias. Pero no me pidas que te lleve hasta la adivina, pues hace tiempo que no solicito nada de ella y las adversidades me han vuelto un incrédulo total acerca de la condición humana y sus invenciones. Naxos le mira con curiosidad, aun sabiendo que no acertará sobre la causa de su malogrado físico. ¿Será así de nacimiento, por accidente o víctima de alguna correría? Andros está acostumbrado a ser observado por los foráneos. Sale al paso, antes de que se le pregunte. No mires mi desgracia como una maldición, antes bien debes saber que gracias a ella me dedico al oficio más inútil, según unos, y más fructífero, según yo mismo, que cabe resultar, le espeta al joven. ¿De qué oficio me hablas?, y Naxos desvía instintivamente su mirada hacia la inscripción. ¿Acaso fuiste tú el autor del lema que he leído en la muralla? ¿Eres un calígrafo de las incisiones en piedra? ¿O se esconde dentro de ti uno de esos filósofos que se creen por encima de los demás hombres? Andros sonríe con cierta malicia. No sé lo que soy. Sólo sé lo que hago. Antes de mi mutilación era un escribiente a quien se le daban bien las palabras. Me solicitaban para actos y celebraciones, y los artesanos echaban mano de mí para difundir sus trabajos por otras costas. Pero las invasiones y las guerras no trasiegan solo huestes de mercenarios de un lado para otro sino que dejan tras de sí la huella de las negras falanges de los inútiles. No sé quién dijo que hacer era pensar. Mi destino ha acabado en esto: propongo acertijos y planteo dilemas a los que entran o salen por esta puerta. Si los aciertan, ríen y se alejan henchidos de su pretendida sabiduría. Si no los responden, pagan, ofuscados por no saber resolver el enigma. Yo he oído que los filósofos hacen algo parecido, cobren o no por dar vueltas al pensamiento, se atreve a contestar Naxos. Pero los filósofos de los que hayas oído hablar, y Andros le quita la palabra de la boca, no se entretienen ni se divierten tanto como yo al comprobar los límites de la mente humana. Ni padecen, en sus fincas de recreo, naturalmente, las penurias que yo paso. Andros, ¿ha resuelto alguien el final de la inscripción?, pregunta curioso el joven. Andros ríe estrepitosamente. Muchos han sido los que han arriesgado el desenlace. Pero ninguna de las respuestas ha sido acertada. ¿Y si acaso no hay desenlace alguno, ni texto interrumpido ni consejo de ninguna clase?, se le ocurre a Naxos. Ah, mi amigo extranjero, salta Andros. ¿Ves cómo no tienes ninguna necesidad de dar con la pitonisa?




(Fotografía de Ata Kandó)


miércoles, 2 de enero de 2019

Naxos y las confidencias de la anciana
















"Ven, señora de pestañas saladas, de la mano envejecida
por los desvelos de los pobres y por el paso de los años -
el amor te está esperando entre las matas".


Yannis Ritsos, Romiosyne.



Aquella mujer, Kéa, en cuyo hogar se recoge por las noches Naxos, es más vieja por lo que ha visto, incluso ¿o sobre todo? en su propia carne, que por los años que acumula. No te decepciones, Naxos, por cuanto observes. La violencia padecida envejece mucho. Si no llega a matar o no secuestra tu existencia te aplasta la edad. Los que nos conocemos desde siempre no nos engañamos, pero el advenedizo piensa que la población que ha sobrevivido es toda decrépita, y hay quien tiende a aprovecharse por ello. Si te hemos acogido desde el primer día es porque distinguimos enseguida que venías desarmado y que no tenías intención alguna de sacar beneficio de nosotros de mala manera. Cuando una es prematuramente anciana tiene que asumir la circunstancia, no solo su estado. De no haber tenido mi cuerpo tan ajado y dolorido hubiera aspirado a tu don de hombre, como ya sucedió en otras ocasiones con viajeros poco generosos. Pero aquel tiempo desapareció antes incluso de lo que la naturaleza ordena. A Naxos le afecta la pena de aquella mujer desgarrada por ve a saber cuántos y diversos infortunios. Sin embargo, los ojos joviales y encendidos de la anciana no parecen corresponderse con la calamidad del resto del cuerpo. Su mirada es aún tan viva, se atreve a responder Naxos. El calor de sus palabras tan sincero. Eso no parece propio de quien ya se ha rendido al mundo. Kéa fuerza una sonrisa y baja la cabeza, como si quisiera a continuación tomar carrerilla y alzarla altiva. Si tú supieras, deja caer con desgana. Mucho antes de que la ciudad sufriera pillajes y raptos a mí ya me empezó a destruir el amor. O acaso debería decir el abuso que en nombre del amor padecí de los hombres y de sus apetencias superficiales. Entonces comencé a darme cuenta de que el amor no era lo que creíamos poseer del otro o lo que se revelaba dentro de una, cargado de expectativa y deseo, sino que todo consistía en una suplantación. Se nos quería para lo justo y nada más. Ahí se daban la mano los que llegaban fieros con sus naves, dispuestos a cobrarse en nosotras su parte del botín, y quienes accedían a nuestras familias simplemente para atar los negocios o saciarse con nuestros cuerpos. Para una mujer de esta ciudad amar no era disponer conforme a su gusto y elección. No nos ha sido dado elegir. Y no siempre, ni mucho menos, el placer se obtenía en contacto con un hombre o una mujer con quienes hubiéramos convenido de antemano. Naxos se dejaba llevar por la perplejidad al escuchar calladamente a Kéa. ¿Por qué me habrá elegido a mí para narrarme sus frustraciones?, se pregunta. Sé lo que piensas, joven extranjero, y la anciana interrumpió sus pensamientos. No parece común que una mujer ya en retirada confíe sus cuitas a un hombre proveniente de otras regiones y además con escasa experiencia, ¿verdad? Descuida, pero te diré que te acogí no por el interés de un dinero que pudieras darme a cambio de manutención y techo, pues de sobra sabía de tu desposesión. Ni por sentido de la caridad, que olvidé hace tiempo. Tu presencia en mi hogar valía otra clase de tesoro. El olor a hombre me compensa. La voz medida de un joven prudente expulsa de mi pensamiento a los violentos que me hicieron sufrir. La visión del cuerpo de un hombre me ofrece la compensación a mis placeres reprimidos. La capacidad de estar abierto a cuanto se te ofrece a la mirada estimula mi resistencia ante un futuro poco alentador. La actitud de alguien entregado como tú a una gente a la que no ha visto jamás antes me aporta una recuperación esperanzadora. Es como si aquel robo que sufrió mi propio tiempo me estuviera ahora devolviendo el valor de lo perdido.

Bajo el dintel de la entrada se dibuja el contorno esbelto de una joven. Kéa cesa el relato de sus reflexiones. Su cara es otra de pronto. La presencia de la recién llegada la resucita. Esta es mi nieta Ikaria, le indica a Naxos. No es fruto de la violencia de los invasores, sino de quienes creímos íntimos y fueron los más perversos y despegados. A veces las tropelías nacen y crecen en nuestro ámbito, pues también aquí ha habido hombres que no han respetado las reglas y que han faltado al mínimo respeto con las mujeres. Pero Ikaria compensa con creces la alevosía y mala intención de los infames, a la que ella es ajena. ¿No es en ocasiones lo accidental algo sorprendente? ¿No es lo inesperado lo que muchas veces se impone para recordarnos que debe asentarse la cordura? ¿Cómo la conducta brutal de unas bestias puede generar otras vidas que solo tienen alma de ternura? Naxos reconoce entonces a la joven que un día, al poco de llegar a esta ciudad, le ofreció flores. Tú eres aquella que me obsequió no solo con sorprendentes aromas sino con nuevas esperanzas, le dice. No había vuelto a verte. Vivo más en el monte que en la ciudad devastada; allí tengo mis tareas, le explica sucintamente Ikaria. Ah, por cierto, ¿no me preguntas hoy por la adivina?  




(Fotografía de Ata Kandó)