viernes, 21 de septiembre de 2018

Rincones. Mis cabezas, a contemplación














Una vez me hice hacer unas radiografías especiales, que no se llaman así, su nombre es más complejo y adecuado a técnicas ultramodernas. Mi intención original no era intentar saber lo que había dentro de mi cabeza, sino que perseguía simplemente la contemplación. Las tengo enmarcadas frente a mi cama. Nada de crucificados ni de profetas latinoamericanos demodés, me dije, nada de fotografía de los padres, y no os sintáis traicionados, añadí, ni siquiera aquella reproducción de El sueño del Franz Marc, que ya la tenía muy vista. Lo que necesitas, dijo un día una cabeza a la otra de las dos que alterno, es contemplar por las noches tu secreto perfil hasta caer redondo. Pero no tardando mucho caí en la cuenta de que al mirar no buscaba la relajación ni el posterior estado meditativo que te excluye en teoría del mundo, solo en teoría, sino percibir efluvios de esas zonas recónditas que al emerger desde sus profundidades ignotas puedan hablarme de mí más que la clásica fotografía exterior o, mejor dicho, aparente. Al fin y al cabo creo que he acabado cansado de mirarme a través de un espejo tan mentiroso como el del retrete, para adecuarme al ritual cotidiano de salir a la calle. Y más agotado aún de que la gente crea reconocerme por el aspecto que la piel, el cabello, la barba, los labios entreabiertos, mis ojos tristes o mis muecas van emitiendo día tras día al transeúnte cotidiano. Entiendo que unos y otros con quienes nos cruzamos y frecuentamos, incluso íntimamente, no tengan otra faceta de uno a la que aferrarse sino la de mi disfraz carnal. Por supuesto, mi sentido del pudor se resiste a mostrar mi calavera de segundo plano y no digamos el coqueto cerebro cuya polilobulación tiene enamorado a las dos testas que me acompañan. No me basta. La formación ósea sigue siendo apariencia; el cráneo no conoce otra misión que la de escudo protector de otros órganos; los lóbulos occipitales, frontales, parietales o temporales son hermosos y si fueran visibles desde fuera las personas nos enamoraríamos unas de otras por la esbeltez de su exquisita disposición o por la variedad del ajustado encaje o por la textura suave y sensible que nos ofrecen. No me basta. Por esa razón mi mirada nocturna, antes de combinar las posiciones de decúbito o la fetal, tiene que prospectar en el dibujo de esas líneas concéntricas que la tomografía me proporciona. Noche tras noche hago el seguimiento visual de las líneas, me introduzco por recovecos desconocidos, me detengo donde advierto una ruptura. Busco señales, razones, respuestas. Hay un inconveniente. Que la vista no me dota de suficiente agudeza como para no perderme en el recorrido. De tal modo que con frecuencia me extravío y tengo que comenzar desde el principio. ¿Que hay algo de viaje laberíntico en mi obsesiva intención? Sin duda. Pero no veo otro modo de conocer mi interior dual, ni de apaciguar la curiosidad de mis dos cabezas, ni de saciar mi multiplicada sed por aprehender los motivos por los que alienta dentro de mí la necesidad de combatir el tedio vital. Eso sí, al amanecer ignoro esos fotogramas cuyo tiempo y espacio van quedando obsoletos a medida que transcurren mis días.




(Imagen de Michal Macku)

  

9 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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    1. Todo es asimétrico en los cuerpos, en los paisajes y en los sistemas ideológicos que inventan los humanos. Mi axial es asimétrico y por ello busca siempre respuestas. Pero ¿qué humano no lo hace? ¿El que proclama una fe, una creencia, una idea, un sistema de pensamiento único? La complementariedad es siempre lucha, acaso solo regateos.

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  2. Le he dado vueltas a tu escrito. He de releerlo otra vez.
    Coincido contigo que el espejo es el único aparato que convierte los monólogos en diálogos, pero no es mal compañero.

    Voy a leerlo todo otra vez...
    Un abrazo

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    1. No, no, no confíes tanto en los espejos. Fíate más de tus dos (o más) cabezas.

      Un abrazo.

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  3. So interesting, thank you for sharing!
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  4. Cada vez confío menos en los espejos, me mienten con lo que muestran. La estrategia de las dos cabezas tampoco me tranquiliza, por el contrario, me muestra algo que no siento como propio. Siento que yo no soy lo que me constituye o aparento, sino más bien lo que siento y pienso.

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    1. Los espejos son metáforas: la opinión o silencio de la gente que nos rodea es espejo, nuestra manera de reflexionar a veces equívocamente es un espejo, el relato de nuestra vida con que nos acunamos cada noche es espejo, la sociedad general y sus limitaciones es especular también, incluso los personajes que son elegidos en urnas o las instituciones que nos representan son espejo...¿Engañosos? Yo dialogo mejor con mis dos cabezas (no soy una hidra, jaj) que con la neurosis colectiva y especular que nos circunda.

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  5. Debe ser que servidora está fabricada a golpe de fuego y materia primigenia por tanto se le ocurre interpretar la parte más circular de la calavera a modo de canto rodado y observa que sus cavidades y promontorios asimetrícos se afrontan. También que el conjunto de ambas podría parecerse a su concepto contrario, una cierta simetría aparente.
    Como si uno acercase sus narices al espejo y alguien estuviera observando la postura desde un ángulo perpendicular, p.e.
    Así de simplicissimus.

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    1. Pues la imagen adjunta es engañosa, pero apoya la del texto que, engañosa también o no, es representación de la vida interior que uno se deja vivir.

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