jueves, 21 de abril de 2016

Aquellos estos árboles, 3






"La soledad: hay que ser muy fuerte 
para amar la soledad".


Siempre intrigante Pasolini. La soledad, otro tabú. En el mejor de los casos, un término discordante, impreciso, a la libre interpretación. ¿Es análoga la soledad del joven a la del anciano? ¿Es la soledad lo mismo en el que tiene recursos que en el que carece de ellos? ¿Puede aplicarse el término por igual al enfermo que al sano? ¿Se trata de idéntico concepto en quien elige estar solo que en quien está obligatoriamente, más deprisa o más despacio, solo? Probablemente estemos hablando de cosas diferentes cuando dejamos que una palabra descienda de su tentadora abstracción y se matiza en el cuerpo del hombre. La soledad es carne, no idea. En aquellos encuentros entre el anciano y yo salía a relucir con frecuencia la soledad. ¿En qué consistía la conversación? En una queja fugaz, ahogada. En dos palabras proyectadas con el eco de los puntos suspensivos: esta soledad... No era diálogo, no había discusión. Él no quería hablar del tema, más allá de la expresión lapidaria. Ni pretendía trasmitir a nadie un desgarro, que no consistía en el abandono, sino en una sutil y paulatina marginación que el viejo siente en la materia de su ser. Al hombre, en aquella década casi centenaria, no le gustaba ser prolijo ante situaciones o forzados razonamientos que no atajaban lo inevitable. Como si se diera cuenta de que no había solución. A veces añadía: no sé para qué está uno todavía aquí. La soledad del hastío, la lenta asunción de la desesperanza. El rostro de un anciano es un rostro ajado no solo de pieles sino de certezas. La soledad es la desposesión de facultades, pero también el acoso de la duda casi absoluta. El vaivén de un para qué escéptico que ya no golpea cuando arrecia el viento.



(Fotografía de Hervé Guibert)


6 comentarios:

  1. Comprendo y comparto al anciano, así como la exposición inicial sobre diversas formas de soledad; de todos modos podría ayudar al ancian@ la experiencia inicial como infante solitario. En fin, cada uno es un mundo y con periodos excepcionales me consta que mi soledad voluntaria y admitida es absoluta y hasta placentera tras un periodo de re-evaluación difícil y sobre todo de tristes descubrimientos internos respecto a la persona que me ha tocado encarnar.

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    1. La experiencia inicial le sirvió toda su vida, aunque no fue un solitario y sí un tipo de mucho autocontrol sobre sus actos, motivado en parte por su propia personalidad y en parte por las numerosas responsabilidades que la aciaga guerra condujo a su familia. Soledad de soledades, todo soledad, podríamos parafrasear, pero cuando son activas no vacían al individuo.

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  2. Pienso que el término soledad es tan infinito como personas somos. cada soledad es diferente y única.
    "El rostro de un anciano es un rostro ajado no solo de pieles sino de certezas." Me ha encantado esta frase.
    Un beso, Fackel.

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    1. Un término extensivo, sí, con la misma finitud (o infinitud) que marca la vida. Las certezas son exponentes del saber, pero también del padecer. Tenemos certeza sobre tantas cosas que no tienen solución... Gracias, Carmela.

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  3. Independiente de las reflexiones del texto, solo concibo la soledad en dos estadios: la impuesta y la elegida.
    Y ... la segunda si que refleja la frase con la que abres la entrada.
    Un abrazo.

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