Aquella mujer que encontraron muerta en las vías del tren cuando yo era niño aparece en alguna ocasión en mis sueños. Se empeña en que la escuche. Me compensa diciéndome que puedo comer cuantas manzanas quiera de su huerto.
En la vía del tren hay un perro cuya piel peluda la locomotora ha levantado como si fuese un jersey que se arremolina en torno al cuello. Una experiencia, la del jersey atrapado en la cabeza, muy de infancia. Sin embargo, sin piel como está el animal, me muestra "la otra piel", la interna, la que brilla rosa y es toda sensibilidad. La dermis dicen. El perro, que parece dormido, dice mi padre que está muerto. Le miramos. Me sorprende la tranquilidad de su estar ahí. Yo siento que dentro de mi habita también una piel brillante. Me asusta la imagen porque esa piel sonrosada que ha dejado ver el animal despellejado me da la sensación de que tiene que tener las capacidades sensitivas intactas y que, si se tocara, provocaría dolor. Sin embargo, el animal está muerto y, además,se me revela tranquilo. Todo me confunde. Será porque soy niño.
Tu imaginario despertó en mi esta imagen que estimo de las más antiguas del catálogo que me conforma. Agradecido por la incitación. Un abrazo.
Pues seguro que puedes. ¿Te compensa del trauma, o de escucharla...? ¿O de ambas?
ResponderEliminarMuy bello.
No hay trauma. Lo traumático para mí reside más en lo cotidiano y conocido que en lo excepcional.
EliminarDependerá del hambre. Bien. sabemos que hambre y dignidad no resultan compatibles...salvo que se elija el finiquito definitivo.
ResponderEliminarO del placer: las manzanas y su manera de comerlas denotan sentido placentero.
Eliminar...pero ya es tarde. Dolorosos recuerdos, imposibles manzanas.
ResponderEliminarCierto, Loam. Pero fue. Y la interiorización también se degusta los sueños y los recuerdos.
EliminarEn la vía del tren hay un perro cuya piel peluda la locomotora ha levantado como si fuese un jersey que se arremolina en torno al cuello. Una experiencia, la del jersey atrapado en la cabeza, muy de infancia. Sin embargo, sin piel como está el animal, me muestra "la otra piel", la interna, la que brilla rosa y es toda sensibilidad. La dermis dicen. El perro, que parece dormido, dice mi padre que está muerto. Le miramos. Me sorprende la tranquilidad de su estar ahí. Yo siento que dentro de mi habita también una piel brillante. Me asusta la imagen porque esa piel sonrosada que ha dejado ver el animal despellejado me da la sensación de que tiene que tener las capacidades sensitivas intactas y que, si se tocara, provocaría dolor. Sin embargo, el animal está muerto y, además,se me revela tranquilo. Todo me confunde. Será porque soy niño.
ResponderEliminarTu imaginario despertó en mi esta imagen que estimo de las más antiguas del catálogo que me conforma. Agradecido por la incitación. Un abrazo.
Me alegro de que por asociación de ideas te hayas volcado de esa forma tan magistralmente descriptiva. Salud, Luis.
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