EL PRINCIPIO MORAL Y EL INTERÉS MATERIAL
"Un Principio Moral encontró a un Interés Material sobre un puente por el que solo podía pasar uno de los dos.
Agáchate, inmundicia -gritó el Principio Moral- y deja que pase sobre ti.
El Interés Material simplemente le miró fijamente a los ojos sin decir palabra.
¡Ah! -dijo dudoso el Principio Moral-. Echémoslo a suertes y así sabremos quién de nosotros dos debe retirarse para que el otro pueda cruzar.
El Interés Material mantuvo su silencio impertérrito y la mirada fija.
Con el fin de evitar un conflicto -prosiguió el Principio Moral, un tanto inquieto- me agacharé yo mismo y dejaré que pases sobre mí.
Entonces, por fin, el Interés Material encontró una lengua que por extraña coincidencia era la suya propia. No me pareces muy buen soporte -dijo-. Mi manera de andar es un tanto especial. Mejor será que te eches al agua.
Y eso fue lo que sucedió."
¿Cuento demoledor acerca de que Realidad se impone a Utopía? La historia viene de lejos. Los mismos intereses en pugna de hoy ya los conoció el escritor Ambrose Bierce en el siglo XIX (autor de la fábula aquí reproducida) y ya venían de más atrás. De ahí que la fábula esté tan clavada de cuanto acontece. En ella se reproduce la esencia viva de la historia de este modo de producción que se retuerce una y otra vez y engulle y vomita a sus hijos. Sistema que parece que está siempre al borde del descalabro, pero que se recupera antes o después con abundantes muertos y heridos (entiéndase esta expresión tanto en sentido literal como metafórico) Y con paisajes diferentes y ampliados (¿no es otra cosa la globalización?) Dinero y moral andan siempre a la greña, se podría decir en términos reduccionistas y simples. El Interés Material viaja en el haiga del beneficio, mientras que el Principio Moral sigue desplazándose en el coche de san fernando de la utopía. Uno expulsa siempre al otro. Son términos opuestos que nunca pueden ser complementarios (aquí el principio del Tao pincha) O bien el Principio Moral se doblega y se pone al servicio del Interés Material para justificarlo.
Pues bien, el escritor y periodista norteamericano Ambrose Bierce (1842-¿1914?) escribió las llamadas Fábulas de fantasía, que la Editorial Bosch publicó junto un grupo menor de fábulas a las que tituló Esopo enmendado y otro grupito que se muestra como Viejas historias remozadas. Todas ellas tienen el mismo tono sarcástico, irónico y hasta humorístico (en ocasiones rezuma tal grado de humor que parece más un autor inglés) Tanto adjetivo esdrújulo tiene que ver con el espíritu que le animó a escribir también su Diccionario del diablo. Estos pequeños relatos con consecuencia de crítica moral unas veces, con resultado satírico otras, con conclusión escéptica en otras más revela el conocimiento que poseía Bierce de la sociedad de su tiempo, de las instituciones, personajes y ambiciones que guiaban a los hombres.
No me cabe duda de que entre las lecturas de Bierce no faltarían los clásicos griegos o los fabulistas franceses, pues la orientación de su pensamiento recuerda a ambos. El estilo es breve, preciso y redondeado. Un goce para estos tiempos en que no sabes si amargarte con las tomaduras de pelo cotidianas o echártelas a la coleta, por eso de sobrevivir. Textos como los de Ambrose Bierce ayudan a sobrellevar las preocupaciones o a minimizarlas para que no nos produzcan acidez estomacal. Tras sus fabulaciones hallamos las contradicciones de las relaciones humanas, de sus instrumentos de negocio, judiciales o políticos, de las pasiones y enviciamientos de nuestra naturaleza. Es decir, todo aquello que debe ser objeto de chanza e hilaridad para demostrar lo patéticos que podemos llegar a ser. Bierce sabía poner en la picota la estupidez que frecuentemente se oculta tras cada conducta hipócrita.
("Fábulas de Fantasía. Esopo enmendado. Viejas historias remozadas". Ambrose Bierce. Colección Erasmo / Textos bilingües de la Editorial Bosch, 1980)