sábado, 20 de agosto de 2011
veinte de agosto (bis)
Me estoy dando cuenta de que los espectáculos me interesan cada vez menos. Ya viene de atrás, pero me sigo apartando de ellos, o no siento necesidad de ellos, y sé que llegará un momento en que viviré en ese mínimo del yo y mi circunstancia. Sobre mi yo tendré dudas, obviamente, pero al ser tangible y llevarlo encima, estar en él, ser él, -siempre habrá un yo que tenga apetitos, curiosidad y dolores- lo aceptaré ineludiblemente. Es mi Yo, me diré; me dará más o menos satisfacciones, pero también me aporta la condición sin la cual no (no es posible nada) Sobre mi circunstancia es difícil prever. Será singular o plural, pero esa sensación de que se irá reduciendo no me la quita nadie. Al menos la circunstancia aparente, la que te ven otros. Porque tú puedes vivir tus propias circunstancias elegidas, por ejemplo, a través de la lectura. Los espectáculos, como expresión de una participación en las magnas circunstancias no me interesan apenas. No solo para participar directamente, puesto que para dar alimento, goce y abrigo al Yo no necesito participar de los mismos. Es que tampoco me atrapa hacerlo de manera virtual: eso de poner el televisor para ver fútbol o programas de diversa caracterización melodramática, y entregarles a los mercaderes mediáticos mi tiempo, mi pensamiento, mis sentidos. Ni siquiera me atrae formar parte de la recepción de noticias, factor sobre el cual mi interés se encuentra bajo mínimos. Ya sé que hay otro concepto que se llama acontecimiento, devenir que llaman otros. Un concepto asaltado por las bandas de los promotores de espectáculos, pero a los que difícilmente estos pueden reducir. ¿Pueden acomodar a sus criterios el hambre en Somalia, la violencia contra la mujer, la falta de respeto a los derechos humanos en multitud de Estados, la destrucción de empleo por el feroz proceso de reconversión productivista que se lleva a cabo, por poner unos pocos ejemplos más o menos sonados? Pueden, naturalmente; las falsas conciencias viven en el autoengaño y en la catequesis generalizada de la mentira. Pero, los acontecimientos son los que son, como son y por lo que son, por mucho que los porqueros purpurados o el mismísimo Agamenón digan lo que les plazca. Por mi parte, llevo estos días leyendo y gozando a Valle Inclán y bebiendo, a ratos, cerveza rica. ¿Es mi espectáculo o mi acontecimiento?
(El dibujo es obra de Erika Kuhn, http://obraerikakuhn.blogspot.com/ )
No me aventuraré a decir nada al respecto de esta consideración tuya porque resulta sencillo imaginar mis palabras. Tan solo añadiré que me gusta la imagen, todavía no se la razón, ya se decantará. También que hoy he escrito acerca de otro clásico:
ResponderEliminarHans Jakob Christoffel von Grimmelshausen y su "Aventurero Simplicissimus" (programado para el 26, me parece recordar). Beso.
Siento lo contrario. Las letras me "obligan" a imaginar, las imagenes de las fotosgrafias, peliculas, reportatges, etc. Me abren un camino de participación e implicación. Hace años me dijeron que mi sensibilidad esta en la vista, ¿sera por eso que los libros no me atraen?
ResponderEliminarUn abrazo
No pasa nada por aventurarse, Emejota. Los que no se aventuran no llegan a viejos, en contra de lo que se piensa por parte de la mentalidad mendia.
ResponderEliminarBuen domingo.
Alba, me alegro sigas bien. Los libros están repletos de imágenes. La literatura e sun mundo amplia y diversamente icónico. Tanto que lo mejor es siempre aquello tan abierto que cada lector puede aportar. La visión es siempre personal y subjetiva, independientemente de que el autor proponga un argumento. Claro que en su sabiduría (en la del autor) está hacer un argumento abierto o lineal. Pero ¿no es el mismo caso de todas las creaciones artísticas, de los paisajes, de la naturaleza, de lo que hay y es y se nos ofrece para la contemplación? Incluídas las formaciones del alma social y humana.
ResponderEliminarUn abrazo.